Procura, de cuando en cuando, hijo mío
Invasor y redentor de cada día
Hacerte con hilos del sol de la palabra una escoba
Para que barras la entrada de la guarida que soy
Tuyo, de tu milagro prisionero
Recogiendo mis frutas caídas de ese cielo
de ascuas removido con el palo del pensamiento;
levántala y repásala por las esquinas
donde ancla la araña calva sus hilos siniestros
-esa unión de los abajo y los arriba-
y, si no hay fortuna, hijo que deambulas
en mis adentros de otros fuera del lar
con quienes intercambiar fotos de esa dama
mezquina
pues ata un manojo de cantos al palo del día;
ventila, ventila, con tu hermana callada que
viaja,
furtiva
la ventana ciega y loca; ponle macetas de notas
tristes
o alegres
ponle erizados gritos, y una pequeña enredadera de
jadeo
deja, no importa; las novelas a tus piernas, que
las
prense el asfalto
para cuando falte la fuerza tendrás intacto el
canto
y cantando irte a dormir cada día, sin despedidas
sin aspavientos rozando el pavimento
tu aliento en un tono inescuchado
hasta el otro día...
II
Ay, no digas,
tengo nostalgia de hembra, tengo hambre de surco.
Dí, tengo ansia de flor, necesidad de tierra
suelta
donde posar mi yugo.
Ay, porque después de caída la semilla...
¿Quién quiere navegar ese sueño abstruso?
Dí, tengo temblor de manos tanteando tu tierra,
muchacha;
no, no digas, tengo estertor de llama acabada la
cera.
Dí, tengo ganas de ver en verde;
no, tengo soledad de tierra yerma.
Dí, tengo prisa de farola entre la niebla,
dí, tengo selva de manos anidando en mi cabeza,
dí, tengo dolor de hueso creciendo;
no, modorra de cerebro que mengua.
Ay, sí, dí, del cayado de mendigo en furor
orbitando
en el hueco negro de una boca, dí
y dí de la rabia de lo duro de la piedra
no del temor de lo débil de las alas.
Dí, dí, dí,
Aunque el hilo fino que teje la nieve,
sea ceniza preparándose para ser bata
levantada por el viento en los gusanos de tu cadáver.