viernes, 13 de enero de 2017

UN IMPACTO FULGURANTE



UN  IMPACTO FULGURANTE

Fue un impacto fulgurante. “El regreso de Alicia sobre el muro”, Alice (o)n-Muro, Alice Munro. ¿Alta poesía?, era probable; pero si se miraba de un modo más pragmático, era mejor no repetir viejas equivocaciones. Tal vez otra alta poesía. Era como el divisar el fogonazo de ametralladoras y no reaccionar para agazaparse en la trinchera; o acaso como maravillarse de pronto de unos juegos artificiales surgidos desde la penumbra de una noche sórdida y obscura. Y pensar que, sin siquiera sospecharlo, había ya empezado, antes de que el impacto le diera en plena crisma de la conciencia –si es que se puede cometer el atrevimiento de decir que la conciencia puede albergarse en una estancia tan irrisoria como la crisma- a tejerle una tela ¿para bienvenida, para cebo, para responsos?, con hilos de la secuencia: Odio, amistad, noviazgo, matrimonio. Un telar a la usanza antigua. Porque si hablásemos de usos modernos podríamos hablar de otra serie de secuencias; por ejemplo: Atracción, careo –escarceo era una palabra demasiado noble y sofisticada-, lucha y muerte de uno de los contrincantes. Sí, porque la estúpida imagen de cupido con alas disparando flechas era ya un bagazo de vides pisadas por los mismos pies; ¿Por qué no, más bien, una araña tendiendo su red –con todo el misterio que la palabra ara-ña implica- y jugando de tal modo con todos sus hilos que se podía dar el lujo de chuparse todos los jugos de tres, cuatro, cinco víctimas a la vez, y dejar una preciada y escasa presa pendiendo de la seda fuerte como el acero y con el peligro de que un milagro la liberase y/o, la odiosa idea de que el bibliotecario general, señor Azar, que ahora se podía llamar el solano Alonso-¿podría tener el sol un ano donde meterle el dedo?- guardó la secuencia original: Los hizo, los contrastó, los revolcó y los ligó, para que apareciese, ¿dos, tres años, tres eras después? y anudar la puntada final? Un simple libro con un título atrayente.

Pero las anteriores eran palabras de Pernod. Acaso se llamase Carlos, o Mario, o Jacinto, Mas, de tanto decir perdón, con respeto disimulado y sí, un poco de sorna, decidí llamarlo Pernod. Era al tiempo como un trago sofisticado y una mala imitación. Lo conocí una mañana deslumbrante en una pequeña cafetería de tente-en-pies para secretarias despistadas, para albañiles desdeñosos del amor propio en sitios exclusivos y, ¡oh contrastes! para damas muy aliñadas que no por mostrar su sencillez se metían en agujeros peligrosos para el bouquet de sus delicadezas; para dejarse llevar por la corriente. La dama de aquella mañana llevaba una boina blanquísima –pero solo por la asociación de color calostro- y hacía recordar a aquellas matronas descritas en la literatura francesa del siglo dieciocho: Matronas regordetas y de carrillos sonrosados y expresión beata pero no por inocencia sino por molicie. No había otro sitio, de modo que me senté al lado de aquel personaje de aspecto más bien vesánico aunque perspicaz. La dama daba la espalda. Su galán hacía una oblicua tan de frente a mi anfitrión como sus invectivas: Entonces, fulano, ¿Cuándo es el entierro para acompañarlo? El transistor sobre la mesa se ufanaba en vano de música culta. Ah, pues espere y verá que le voy a dar en la vena del gusto. El galán me miraba con gesto irónico y retador mientras me des-cargaba de mi mochila. Pues eso iba a decir yo: Hasta cuando íbamos a descansar para ponernos a bailar? Empezó un barullo con aliento a tigres del norte. ¿Cómo se llama esa canción? Es un corrido mexicano. La mesa se debatía en un gatuperio de estuches de medicinas, un maletín canguro, un vaso de agua, los ojos de un par de muletas que acaso se esforzaban por cambiar de sobacos y el personaje enfundando su identidad huesuda, lívida y con una cola de caballo por cabellera digna de un Voltaire condenado a vagar por estos tiempos insulsos por más que vertiginosos, en unos espejuelos que, ¡tristeza! si estuviesen adornando una identidad más boyante engañarían de algún mago digno de contratarle una magic’sessions. Se debatía con el tiempo detenido de un reloj digital de buen ver entre sus dedos sarmentosos.
El galán era un hombre de mediana edad y aspecto bonachón y saludable que, al tenor de mi riposta debió haber dicho para sus adentros: Habrá que esperar a que se asiente la marea, los tontos están cosechando. La dama mantenía su dignidad sin voltear siquiera a husmear un poco los sucesos del entorno, Parecía prestar atención a los consejos del galán: Es mejor que te tomes un yogurt aunque te cause agrieras a que te atiborres de harinas y margarinas. ¡Vaya! para tener tan buena dicción cómo es que se puede mandar de tal modo las manos a los huevos? Un viejecito con aspecto de convaleciente de un accidente cerebral cerraba el trío de la única mesa de enfrente. El personaje se acercó y le enseñó con orgullo el reloj; el viejito asintió sin muchas ganas.
El café que me habían servido fue rindiendo sus frutos contradictorios: Una euforia con amagos de taquicardia de una atmosfera tensa. El hombre extendió un billete a la tendera. Por las mismas calendas yo me erguía de mi asiento para proseguir mi camino y fue como si a la dama le hubiese atrapado un remolino. La dama acababa de rechazar el ofrecimiento del galán para que guardase las vueltas del billete. En el acto de extender mis míseras monedas a la tendera, el sordo dorso de mi mano tropezó con la servil recogida por parte de la dama de los trastos; un vaso desechable estrujado cayó al suelo. Amagué como todo un caballero para recoger la basura pero algún anzuelo de orgullo me pescó diciendo qué pena y la vieja mostró que todavía tenía arrestos para mascullar en la frontera del instante mientras me dirigía una mirada aguda: “Un polvito que se ganó un Garavito”.             
  - Perdón, dijo en un momento que mi atención ya se desviaba de todos sus cachivaches, entonces que le parece la niña de Julio -y se apresuró a añadir que estaba tan pasada por agua, como si presintiera que estaba preparándome a decir que yo no conocía a ningún Julio-
 - No se sabe al fin si va a ser niño o niña  o un fenómeno, repuse,
  -  Bueno, pero es que ella ya está muy confundida con tanta basura y tanto plástico para reciclar
  - quien, la niña de Julio?
  - La tierra
  - Ah, ya veo.
  - Es que se pone muy pesada y se enloquece, bueno, perdón, los polos magnéticos se van a cambiar.
 -  Hombre lo que yo creo es que Atlas se la está cambiando de hombro y por eso esta tan inestable
 - Perdón, quien?
 - Atlas
 - Ah. Y se hizo un largo silencio
 - No sabe quién es Atlas?
 - ¿Quien es?
 -  Un gigante que carga a la tierra en sus hombros
 -  Perdón, pero yo soy muy realista. y sin embargo he visto unos fenómenos que nadie me cree.
Y se largó a contar una historia bizarra de colores psicodélicos y dimensiones y constelaciones que chocaban y que le decían que eran sueños o alucinaciones de drogadicto. Pero nos hicimos amigos, basados en intereses mutuos. El era el hijo y heredero único de un reconocido intelectual que murió enloquecido por una sífilis que no se quiso tratar por vergüenza y orgullo. Su hijo heredo la inteligencia débil y desviada. Tenía un albacea alcahueta que trataba disimuladamente  de acabar rápido con él y quedarse con lo que quedaba. Yo por mi parte le aparecía como su editor ideal por el simple hecho de que algún amigo de esos que se auto-promocionan promocionando a otros, me había publicado algunas cosas y como acto de desagravio por un comentario malicioso en el que se burlaba de mi diciendo que había escritores que no escribían pero publicaban, por contra de  los genios que escribían y sus obras se quedaban como tesoros para ser descubiertos por algún agraciado de la fortuna. Me hizo co-editor, halago que me resarció pero no aproveche.      

Me entregaba sus cuartillas pulcramente mecanografiadas en una vieja Brother. Cuando digo pulcramente quiero decir que se notaba en la separación de las palabras, en la tabulación y las justificaciones porque de presentables esos caracteres rotos, a veces sin tinta pero más bien sin ganas de seguir martillando contra un rodillo gastado o unos resortes oxidados, vaya uno a saber; debía repetir cuartillas porque no había un solo asomo de empaste corrector.

Se la había ganado del modo más increíble –pero eso era explicable por la odisea que tuvo que pasar antes de permitirle acercase-; Y, más increíble aún era el hecho de que también le había inventado en la cabeza una historia en la que  una pareja mal avenida pero resignada a sobrevivir a las riñas y contradicciones con tal de quitar peso al maldito tedio y mantener las apariencias, Él era un académico como ella, pero su orientación social del mundo era como del cielo a la tierra. Ella era una mujer liberada, de temperamento festivo y concitador. El, por su parte era de esos que se consideraban de una mente tan abierta que le pasaban por encima las formas que tenían que inventarse los que gustaban de disfrutar de la vida sin que la crítica, esa vieja chismosa y arpía que medraba en las instituciones, les estorbara el camino. Es decir, el por ejemplo, sabía que las fraternidades de la universidad estaban hechas para mantener en el plano ético lo que la ciencia en el plano científico hacía con las hipótesis y las teorías: Salvar los fenómenos para mantener aquello que ya muchos Berkeley habían probado que eran humo aunque la piedra les siguiera dando en la cabeza. Pero eso sucedió antes de que leyera el cuento siguiente del susodicho libro. Por eso aseguraba que leía mientras dormía. Siempre que llegaba a las paginas en la vida real resultaba que ya había tenido pensamientos relacionados con la trama. Y se moría de la rabia -de la piedra decimos por aquí- ser un maldito imitador de Alice Munro, eso sí que no. 
 Le había dicho: << Vamos, sé que no te va a pesar irte de paseo un tiempo conmigo. Puedes aprender algunas cosas. Si ya sé que “no tengo edad para amarte” era increíble cómo podía pasar de Gigliola Cincuetti a Nicola Di Bari. Que a dónde te voy a llevar? No seas tonta; igual podemos irnos a revolcar nuestras miserias en un prado, lo que llamamos los vulgares esplendor en la hierba, o tomarnos un café en la esquina mientras negociamos las peripecias que podemos vivir en un viaje mental a las costas de san Andrés y Pro-videncia, mientras nos embriagamos cada semana con dos cervezas y a modo de amigos sin derechos pero con larguezas; lo que si sé es que vas a saber, con lujo de detalles, que todos tenemos una fábrica de fuego y que esa fábrica es la que nos sabe hacer felices sin necesidad de montar una distribuidora de pasabocas con código de barras y registro en cámara de comercio. Sí, sabes, el diablo es puerco, pero no porque se ensucie con los deshechos de nuestros  fluidos vitales, sino porque se inventa la forma de usarlos él para su provecho; te explico: A ti te dotó la madre natura con una matriz y sus correspondientes ovarios; cada veintiocho días cae un fruto del árbol que no fue aprovechado para que sembrara su semilla en sus otros hermanos ¿cómo? pues usando el tiempo de gracia que hay entre luna y luna; luna creciente y luna nueva; pero eso no es lo importante, cada cual puede escoger la línea ética que le provoque igual que puede escoger la tendencia sexual que le apetezca; lo importante es que nadie sabe que al fuego hay que echarle leña. El fuego no es la llama, la llama es la candela, es el signo visible de que hay fuego en esa caldera; y la sociedad moral nos enseña a estar apagando nuestros incendios tanto pública como privadamente. Es tan sencillo como la máquina reproductiva: si estás amamantando tu fertilidad se detiene, del mismo modo que si no amamantas, esa es señal de que no hay que producir más leche. igual nosotros; si dejamos nuestros orgasmos para que dizque el sueño los organice entonces la sublimación le entrega al diablo la dicha y a nuestra próstata una hinchazón desmedida; que la necesidad?, si Dios vivió millones de años solo antes de que su big-bang dejara aparecer el esplendor de todos los verdes era porque su mano era suficientemente sabia para no llevarse la otra a la costilla y, en cambio, gajes del uno y el todo, podía meter su dedo en el orificio que iba dejando señas en el camino sin volver la vista atrás. Por eso los curas verdaderamente santos se vuelven infértiles: Estudios reputados han comprobado que sacerdotes milagrosos habían perdido totalmente su recuento de espermatozoides en su semen, prueba de que fue muy difícil convencer a los pocos que colaboraron para llevar a cabo la operación de extraerles su licor seminal mediante orgasmo; era caer en pecado. Lo curioso del experimento es que de los cien sacerdotes sometidos a espionaje, a detector de mentiras, a tortura virtual, los diez que cedieron vivieron más de cien años, los que se resistieron fueron muriendo de una rara euforia que les  causó infartos, cáncer, delirios proféticos, etc.
Sos un absoluto loco, le había dicho, pero ese mismo día, después de discusiones acaloradas pero intrascendentes: Aquí me quedo; yo me devuelvo contigo; ya te devolviste unos kilómetros, ahora coge tu  camino; listo. Como un milagro de Leonardo Favio: Y… me das un beso.

El juego era cruel. Se comprobaba de este modo que Dios los cría y también los junta. Cuando ellos se juntan es la tragedia. Si él hubiese sabido que a mí sólo me interesaba que me invitara a emborracharme con él y que el mundo hablara y se riera de mi fracaso literario, social, familiar, emocional, que me regalase sus cuartillas que después vendía a un editor-lavador –los nichos de mercado en el mundo globalizado se cruzan, se solapan, se intercambian, pero nunca se juntan ni se contrastan (los palimpsestos ya eran sólo formas de darle palo a incestos famosos)- y que me mostrara ese cariño desinteresado que me acompañaba como un hermano, acaso hubiese sido capaz de mandarme al cementerio. Si yo hubiese sabido que su holgura no era como se predicaba: Muchos millones que le habían dejado a su nombre, había resignado la posibilidad de que se los administrasen por ser un ser innoble  y peligroso (lo habían convencido a fuerza de desprecios, no te han dejado nada, somos misericordiosos contigo porque queríamos a tu padre), yo se lo hubiese dicho y lo hubiese defendido.
Era por eso que me maravillaban sus peleas –que me confesaba a mí- con Alice Munro. ¿Qué tenemos con este monstruo de armar historias; estamos ante un retórico o ante un espíritu? Yo le pedía que se explicara, que a mi modo de ver sus historias eran tan conmovedoras como bien construidas. Ah, no, replicaba, vamos por partes: Hay una historias que son maravillosamente construidas, casi todas, pero les falta algo que no he logrado descubrir qué es, y, en cambio, unas pocas como cuando cuenta de Fiona y su amor de delirio mientras el marido lo consumen los celos y la lucha interior entre el egoísmo y la comprensión de esas otras partes de la psique, entonces es cuando uno se maravilla. me quedé entonces pensando si no tendría razón cuando Coetzee, analizando la obra de un holandés (Cees Nooteboom) dice que es él mismo, Nooteboom, el que es increpado por el fantasma de  Andersen: “Tus historias no son convincentes porque no eres suficientemente desgraciado”. Entonces tengo que aceptarle su teoría: Es que una señora rica que nunca supo de la necesidad, debió aprender con sus muchos ensayos y errores, pero lo que se salva de un artista se cuenta con los dedos, aunque todo se vende como pan caliente, esa es la diferencia entre un artista y un mercenario del arte; te vendes al demonio de tu comodidad. Ah, pero no te puedes negar a que supo que tenía su “fábrica de fuego”, le dije. La muy puta.

Que por qué fue un impacto fulgurante, ya lo he dicho y, más porque al ver de pronto como su silueta desgarbada que parecía haber tomado nota de mi reconvención: No fue buena idea cortarse el pelo, cruzaba delante de mi concentración que había aprendido a dejar de interesarse por cualquier sombra que pasaba por su lado, pero como un destello de corazonada se plantó a guardar sus cosas en la mochila y para disimular los nervios de dejar caer el ratón del portátil lo dejó ahí preguntándose ¿quién va a querer llevarse tu queso? y ,en cambio se puso a embadurnarse de bloqueador solar, lo que puso a mi indiferencia trastabillante entre  una página, la siguiente y Ay Dios, de que me estoy perdiendo? Quieto en primera, veneno; recuerda la vez aquella, dos, tres años, ella estaba aplicando la misma táctica: un día me dejo ver otro no, y aquel día esa preciosa participante en un foro, una conferencia, un concurso, un envío del cielo en el que no creías cuando, al salir de las misas, cuando las damiselas iban y mostraban sus gasas y lencerías de mirada y pantis asomándose por alguna imprudencia de la blusa y a la salida ¡hola! Vade retro gili-ilusas …tenía ese conjunto caqui como si estuviera en un safari y te miraba con esa intensidad desde ese balcón que significaba una situación preferencial, justo junto a las oficinas de administración. Se salió al portal y se sentó a fumarse un cigarrillo y te inventaste el acercamiento: Hola, me podrías regalar uno? Ay, lindo, sólo traje este, pero puedo compartirlo. La verdad es que no fumo, pero igual podría volverme a envenenar sólo por la dicha de que me aliviases un poco de esta tipa… Pero la tipa no era esta tipa, no era Alicia, era una bruja saltando desde el muro; y tampoco te atreviste. ¿no sabías lo que es provocar celos?

¿Eras tú, no es cierto? le espeté a la cara sin vergüenza aquel día en que se desbordó gastando una cara cerveza artesanal que estaban promocionando en la gran superficie donde todos se miraban de hito en hito como preguntándose ¿tan bajo pueden caer los artistas? y mi actitud de Jesús arrepentido de su pasada vida les respondía: Y aún más bajo, hipócritas; ya no os voy a poner un corazón de carne ahora va a ser de mármol, vais a esperar a que sea de diamante?
Pero él me respondía a su vez ¿Perdón; qué si era yo? Vamos a suponer que esta carretera es el jardín de los senderos que se bifurcan; ¿de qué lado quieres que me vaya, del lado de la secta más siniestra y triunfadora o del lado del camino que tiene ida y vuelta, es decir, la que rectifica a tiempo?; perdón, ningún tiempo, Pierre Menard puede ser uno y todos los quijotes, pero tú, sólo tú puedes ser tu Quijote, que-hijote de quién, pues de tu propia determinación y albedrio, si quieres de tu puta-total-madre. Entonces es cuando sabes si es que te faltan huevos o gónadas, porque puede ser que tengas huevos suficientes, como los de ciertos imbéciles, crecen tanto que les desborda la bolsa, sí, me vas a decir que el escoto, pero ahí es donde todo se vuelve güevonada, porque hay muchos que las gónadas les son suficientes, porque no saben que el escroto es-troco , puede ser largo para contener los huevos o corto.      
Aquella fue una noche absolutamente extraña. Nos habíamos ido al parque de la mujer recién inaugurado. Devuélveme mis manuscritos, me dijo, no los has leído. ya era pasada la media noche; habíamos hecho una pequeña hoguera de hojas secas de los últimos estertores del único eucaliptus que habían dejado en pie para cambiarlos por árboles de latón. los quieres, los tienes; y de un manotazo saqué el manojo de mi mochila arahuaca que había resistido una sola toma del re-medio, ayahuasca (allá tú asco) y los esparcí con primor de tahúr que reparte la baraja; cogieron vuelo como pichones ávidos de nuevos nidos. Entonces como un loco sacó su manguera de bombero pirómano, pero como estaba su manguera tan brava que tiraba a alcanzar el mismísimo cielo, sólo atinaba a hacer piruetas de enajenado que quiere partirse en mil fragmentos o en mil goteras para acertar; sólo algunas alcanzaban el objetivo pero era como si estuvieran surtiéndose en el mismo infierno, De modo que hice acto de contrición y con un débil chorro que mi rabia logro hurtar a mi próstata bandida que ayudada por mis botas punta de acero sacaron las alas chamuscadas a aquella ave magnífica, salvé la hecatombe. Qué quería, cómo iba yo a mancillar aquellas bonitas flores que se sostenían en su única desvergüenza, ser sinceras; no eran cien bueyes, nuestras BBC de L(h)on-don, la de él roja, la mía negra, debían recibir sus créditos. Quieres que te critique? pues bien, no vales una mierda y las saco para poder probarte mañana que estoy en lo cierto. Conseguí, no sé dónde, las últimas dos cervezas y nos partimos los últimos restos de odio para compartir un camastro pulgoso de la galería, plaza de mercado o galemba; de dos a cinco de la mañana cuando lo dejé mascullando sandeces.   

Salía indefectiblemente entre las diez y diez y treinta al hall para tomarse sus onces.
-          ¿Considerarías que es un acto de vasallaje si te pido un sorbo de tu yogurt? Sería lo mismo que me regalaras un sorbo de tu orgullo
Se quedó mirando alternativamente su vaso, mi mirada chocante que se manifestaba en un fruncir la boca con un gesto de decisión que quería alcanzar la cota de desprecio pero a la que el latido del corazón obligaba a esbozar un amago de sonrisa y el suelo.
-          Sería verdaderamente ridículo si no lo fuera.
-          Ese es un buen punto… que corrobora lo odiosa que puede ser una persona
-          Lo tomas o lo dejas,
-          O lo deliciosa para también demostrar de lo que es capaz
-          De que cree que soy capaz.
-          De confirmar que cuando sacaste dinero de la billetera estabas sólo queriendo significar que estabas buscando el pasaje de la buseta.
-          Ay, ¡qué lástima! Se acabó, ¿quieres? Y se fue a cargarse su mochila mientras yo me quedaba sacudiendo un vaso con rescoldos de fuego sobre mi lengua sedienta. Un pelícano atragantado con un atún.            

Acaso esa  era alta poesía, pues contrastada con el último ingreso en el muro de mi amigo Pablus Orlandus Gallinaceos, un amigo que conocí hace poco, alta poesía es como sigue:
“Un amigo de esos que todo lo discuten y de esos que aseguran todavía que las estrellas son buñuelos y la luna pandequeso, me preguntó con el ánimo de hacerme caer, por lo que es alta poesía: me lo lleve para la galería y nos metimos a un bar. Nos atracaron y en ese instante salía un borrachito que ya no podía sostenerse, en brazos de una furcia que le decía: "Tranquilo amor que en el hotel me monta, aquí, no ves que es de mal gusto?" En ese preciso instante sonaba "Amor de cabaret" ("y tú sigues nadando en la nada"). El cuchillo que brillaba ya en el aire contra el vientre de mi recién conocido amigo por no encontrarle nada en el alma de los bolsillos se  volvió a su vaina por algún mandoble de la ternura: 

https://www.youtube.com/watch?v=BP2WesV0IQU

Entonces me fui pensando que mi amigo realmente está muy loquito por los escarceos con la ironía. Quiere hacer aparecer que el Dios que invoca en su entrada es el mismo que maneja el cielo virtual. No quiere imaginar o ¿no puede? como lo he visto yo, cuando exhibo mis conocimientos de anfibio cultural y social que se puede meter igual con asesinos que con glamurosos que la justicia poética no es lo mismo que la putica justicia.

Esa misma tarde me busco en la tienda aquella de doña Bettina. Es que era rico el café de allí, surtía los mismos efectos que el café de las cinco de la mañana en la cama cuando entre los padrenuestros y avemarías de rigor -a los viejitos piadosos los cuidan los espíritus vagarosos- venia la inspiración en oleadas de chorro tibio para desecharlos luego en el chorro frio de la ducha.
Quizás por la falta de ese café y la falta de la ducha, era que había tenido aquel sueño extraño de la madrugada: Soñé con el vesánico escritor subido en una alta cumbre; miraba el atardecer y aleteaba y cacaraqueaba como una gallina clueca. Estaba joven y bello. A su lado su doble trataba de apaciguarlo: Tranquilo le decía, yo sé que tú vas a reinar en tu reino, el reino del gran Dios. Él le respondía a gritos sin dejar de agitar sus brazos: ¡Mientes, desgraciado! Tu eres Flaubert Arias Zapatus, tú vas a cantar tu opera, es decir, edificar tu iglesia, en el reino de la decadencia y yo desertare en el infierno de los principios, ve y reina y déjame a mi volar. ¡Linguas, ven a mí, amada mía, ven! Me desperté y salí corriendo. Empezaba a clarear y no quise volver a mi buhardilla, me quede vagando por ahí, en una extraña mezcla de sensación de poderío y tristeza.
  - Perdón, amigo, fue lo primero que me dijo, esta vez es de verdad
  - Tranquilo, Pernod.
  - Pernod es lo que nos vamos a tomar mañana. Ahora si vendí un relato.
Me aturdí pensando si esta vez es verdad quería decir del perdón o del relato. Seria acaso posible que en el transcurso de la mañana se hubiera podido encontrar con el ángel de la fortuna y vender un relato que, como este, hasta donde iba era jodidamente bueno? iba acaso a perder mi pequeña teta y a la vez la oportunidad de un buen compañero -porque de amigo todavía tenía mis reservas; a menos que me considerara tan cuerdo como él se consideraba a sí mismo-
 -Bueno, y por que no hoy, -arriesgue la posibilidad de seguir martirizando mi hígado y la poca serenidad que me quedaba; ¿era ella la misma cordura?.
 - Ah, sos un verdadero aguafiestas.
 - Más bien que nuevas galeradas me traes, porque según entiendo lo tienes todo listo.
 - Como no me cree, ahora yo tampoco le doy más de lo bueno y va a tener que probar de lo malo.   
    

Aunque esta era la era de la frescura, la era del dejar hacer y del hacer en comunidad, especialmente en los espacios civilizados, en los espacios académicos, en los espacios de esparcimiento, la socialización con los amigotes de la universidad parecía un regateo de un puerto negociando esclavos. Si bien la acción de marginalidad se hacía del modo más sutil posible -lo que no suponía necesariamente elegante-, cuando se hacia la reclamación la explicación era contundente: Sos un anarquista sin dote, un mercenario de la oposición sin conocimiento de causa; en ultimas un raro. No sabes vivir. Sales con tus guarradas. Todo porque, por ejemplo, cuando le decían a uno, entonces que haces mañana? Voy para la zona de tolerancia. Ah, entonces por ser lunes de zapatero te vas de putas. Voy a la biblioteca. Entonces se formaba el gatuperio y el zafarrancho. Ves, eres un tipo impreciso, difícil de entender. Ustedes son los que no tienen entendederas ?acaso es muy difícil reconocer y validar en sus seseras las fronteras invisibles? Si, era el tiempo de la multiculturalidad, del libre desarrollo de la personalidad, de la socialización inclusiva, pero lo que se negaba con más vehemencia, por ejemplo la desaparición de las divisiones de la cultura, era lo que más se hacía notar; había que hacer respetar el derecho a participar de las buenas tajadas del presupuesto, de los espacios óptimos para proyectarse, para promocionar los productos, con ciertas jergas que no estaban, aunque estaban, en la democratización del saber. Había que ser un maldito cínico y vicioso para poder entrar en los círculos de intercambio de influencias? no necesariamente, pero si no tenías Master Card de pedigrí social había que vadear los bajos fondos. Y lo peor era que parecía que un maldito designio metafísico se encargaba de hacer una selección de exclusividades consistentes precisamente en que solo unos pocos se atrevían a traspasar las fronteras del miedo. Si, existían, por ejemplo, los centros culturales de sectores marginales, pero el populacho denostaba de sitios donde la algarabía tenía que hacerle venias al silencio y la sensibilidad ponerse los zapatos de la gravedad; los suecos del desenfado eran mirados con reserva y la franqueza tildada de conflictividad. Bah, pamplinas, sabían responder los que de casualidad dejaban abordar los temas; es decir, los cancerberos para aquellos que probaban con el oleaje contra la escolleras; había que meterse en los flujos y reflujos no como quien dice estoy buscando ostras y bivalvos, sino, soy un delicioso caracol, cómeme con la deliciosa salsa tártara de tus imposturas, voy a dejar que seas un brutal huno conmigo pero sé que al final, cuando me expulses por tu apretado ano vamos ser dos asoleadas plastas afines y compinches. ¿Ves, porque no mirarlo desde el lado amable; por qué no decir, por ejemplo: Ahora, gracias a los programas del estado, el artista no tiene que estarle lamiendo las suelas a los mecenas?   Mientras, un político de renombre y cancha burocrática promocionaba la representación de su hermosa hija, del pueblo en el reinado nacional de la belleza, pero no con presupuestos oficiales, sino privados, lo mismo pero distinto: por algo  los medios aseguraban que la excelente cena privada realizada para tal fin había tenido tal éxito que ya se estaba ganando la simpatías de la sociedad; después el populacho se encargaría de coronarla con las ovaciones.
aunque el señor párroco había dicho en la homilía del domingo que había que tomar la cruz cargarla y seguirlo al Señor, no era suficiente con que uno se la echara encima tal y como venía, es decir, que si uno aceptaba su sino de que la sociedad, por ejemplo se encargara de negarle a uno de sus ciudadanos el sagrado derecho al trabajo, cruz que se aceptaba con tal estoicismo que no podía nadie decirle a uno: mira que no has querido aceptar ninguno de los trabajos que, aunque humildes se te han ofrecido, haz rechazado el oficio de barrendero, de lava lozas, de mensajero y hasta se te ofreció, si es que te daba mucha vergüenza  salir con overol a la calle, que te pusieras un mandil de mucama en la casa de una personalidad que te podría ayudar luego de dejarte probar, de todos modos el silencio y el pasar por el lado como delante de una mierda era la forma de decirte parasito, vividor, buena vida, bueno para nada, arribista delirante de artista de postín. No había que seguir la cruz del mundo que era la cruz del pecado; de modo que tampoco era lícito ni viable tomar la cruz de hacerte feliz del modo que se pudiera: con la mano, con el pie, con  los ojos gustadores del sol de cada mañana o de las nieblas de cada invierno. Había que conquistar la cruz del otro; no importa si la pisoteabas o te la pasabas por la bragueta.
Entonces quizás era por eso que la siguiente vez que la vio, en lugar hacerse un Aníbal del amor; enviarle la artillería pesada, los elefantes conquistadores de aquel reino anhelado aunque fuera por capricho, Por ejemplo diciéndole, ahora que la veía a la cara en un instante que ella hubiera querido evitar mirarle como hacia siempre, viéndola a sus ojos ovejos -que no ovinos porque sería entonces muy proclive la tonta y delirante razón a tomarse por Oh-vinos que tomáis nuestras pobres fuerzas para discernir lo bueno y lo cierto y nos embriagáis con sana para dejarnos luego la cruda de tu apariencia- Hola, buenos días. Entonces porque ya te diste cuenta de que me muero por conversar contigo, fea, engreída, aunque solo fuera para tener la gentileza de excusarte, entonces te haces la muy inaccesible. Me parece que no has respondido a una pregunta y, en lugar de insinuar que estoy tras tu dinero, no será al contrario, no será que queriendo pasarte de lista quieres robarte mi inspiración, quieres que siga mostrándote mis tesoros y al final si te he visto no me acuerdo y si me acuerdo no te he visto?
Mas bien tomo un pedazo de papel y con los briosos cascos de su corazón pisoteándole las entrañas escribió:
"Oye, me dijo un día mi niño interior
tenemos que hacer algo para quitar la piedra
que  no deja que salgan a volar las mariposillas del estómago.
y que le hacemos? le respondí
si ella no se da y la realidad, esa enmascarada arpía
las tiene sitiadas  como el oso al salmón
y a sus huevas tibias?
?entonces eso significa, repuso,
que no estamos enamorados?
estarás enamorado tú, niño torpe
ya suficiente tengo con mantenerte a ti
y a mis pobres recursos
y se encabrito mi niño, como si no fuese mío
no serás tú el que se ha encargado de poner
mármol en la puerta
como si fuera un sepulcro
y el ulular de tus miedos no deja
que te entregue mis pájaros
que te embarque en el rio
tormentoso de la dulce locura
que arrastra todos los muros
te aprovechas de mí, bandido, le dije
acaso no notas que por fuertes que retumben
los truenos de mi corazón
y mi rayo esté listo en la nieve
que cargo en mis cabellos y otros sitios
ya no enciende la llama de la vanidad  
que viene y va por todos los caminos
anda, échate tu ilusión en los bolsillos
y ve a comprarte con ella
una libra de maduros mamoncillos"

Aquí le mandaron, le dijo extendiéndole el papel.
¿Que quiere?
Que sea mi musita
¿Por qué en diminutivo?
Pues supongo que porque musa implica una actitud apasionada que usted quizás no esté dispuesta a asumir...
Pero habría que ver como era su riposta :<< y tú qué crees,  hueso que ya nadie quiere roer....

Perdón, y lo que se vino te lo cuento a la próxima.
Pero, espera, ese amigo del muro de la alta poesía, ¿era yo?
-Ay, amigo, si quieres ver mi yo como uno de esos yo sin ningún afán de identidad, como, por ejemplo, un Pessoa o un Borges, allá tú.     

Dijo: Hay una recepción en honor del gobernador encargado luego de la toma de posesión, es en el Club Manizales; si quiere allá nos vemos. Perdón, le dije pero yo no soy socio. No importa, me dijo, yo soy parte de la comitiva, y me extendió una  bonita tarjeta en papel importado que decía

NATALIA LUCIA ASTRADA JAIL-RAMILLO
  Jurisconsulta de asuntos politicos
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Yo ya había pasado por el paraje teórico de la aplicación que intercambiaba datos personales con solo chocar los teléfonos celulares pero no había podido sobrepasar el escollo del dispositivo. si me hubiese dicho: ¿ya tienes la apps Personal Card? me hubiese sentido tremendamente humillado y, ahí sí que hubiese sido capaz de ir hasta el infierno  a contratar a Escipion el africano, de modo que reviviera, mediante la contratación de demonios mercenarios del estigia, de mis elefantes muertos de frio al pasar esos Alpes tan escabrosamente resguardados, como si algún Fidel Castro le dijese al Mc Namara del amor, No nos vemos en el cielo de las galaxias, sino en el infierno de la verdad. Pero demostró un don de gentes que se confirmó cuando, al presentarme, oh sorpresa al amigo Pablus Orlandus y a su pequeña Orieta? luego de que los malditos lame-suelas de la entrada se gozaran de mi popularidad a sus anchas, exigió respeto, por la diferencia alcance a oír, pues mi supuesto amigo había hecho un gesto de decepción y había dado la espalda de modo tan grosero que no tuvo más remedio que  pedir permiso para ir manotear a un lado discreto, lo que nuestro común revulsivo acepto a regañadientes mientras la pequeña, que no alcanzaba los tres años me miraba con un interés alentador.
Y, hete aquí que esta dama, no despampanante pero si acojonante por alguna razón aún no dilucidada se acerca, supuestamente para salvar el impass pletórico de incomodidad.
 - !Hijo, no me vayas a decir que te salió el tiro por la culata!
 - Excusa -sin poder deshacerse del mohin incomodo-, Monis, Jerónimo de las Calles. Jerónimo, la tía "Monis". A que te refieres?
- Bueno, veo que no te pudiste aguantar las ganas de seguir intentando hacer tus jugadas ajedrecísticas y la poesía te sale al paso, es decir, digo, porque será un poco escuálido y desgalamido el personaje que nos hace el honor, pero denuncia más espíritu que tu panza sibarítica. -Y puso una cara de matrona que ni ella misma se la creía, creo, porque, Dios, como puedes ser tan diablo? Esa estampa afilada, de corte casi de muchacho, esa expresión  mezcla de indio cheroky y oso canadiense, haga de cuenta la foto de Alice Munro en las solapas orgullosas de esta rubia sexagenaria ostentando su sonrisa de premio nobel
 - ! tía, por favor!
 - Y, veamos, ?que le parece, caballero, la designación de nuestro homenajeado?
 Apenas estaba procesando la desazón por el desaire de "las calles" ?acaso no era necesaria la aclaración: Callejas? pero, que carajo, entre monis y de las calles se establecía una igualdad de semejanza que no valía la pena sacar a relucir los aceros de la dignidad.
 - Me gusta, me gusta darme cuenta de que estoy de acuerdo con las ponderaciones que se vienen haciendo. Un hombre decente; lo cual confirma, a su manera, que la vieja y eterna usanza de la rebeldía y renovación de los jóvenes apoderándose de las mañas de los viejos, es la puesta en escena del pichón al que el ambiente le dice: Bueno, a poner a encañonar las remeras.
Entonces recordó el pensamiento matinal. El viejo gobernador había sido destituido (inhabilitado mientras se adelantaba una investigación era lo mismo) por una jugada retrechera del poder central según aseguraban los cuadros en puja; pero a él la idea de cálculos de conveniencia, cero y van dos destituciones, hay muchas manos metiendo el dedo en la crema y no se les puede negar el derecho al pedazo de torta, con tal que el dueño de la fiesta no vaya a quedar por puertas, no le abandonaba.
Si , el pensamiento respaldado por el oficio divino, oficio de lectura, ve y dile a Israelí, Isaías  que te bajaré de tus altozanos donde fornicas con el primero que se te aparece, diles que a ti te salvaré, pero a ellos a ellos los hundiré como a los carros. de faraón... y entonces venía la pregunta quienes son ellos y quien eres tú?
En vista de que Fina parecía menos interesada en el mundo real que en el mundo de los esperpentos, entonces la pequeña asamblea se disolvió -Fina había extendido su mano de escritora que, aun como tía conservaba esa respetabilidad que Fiona conservaba en su creadora, acaso para resaltar que la letra que faltaba para el papel de identidad, simplemente significaba que lo cumplido de la historia aún no había descendido a la matriz americana y que la nominación, Fina, era sólo un disfraz para esconder viejas e innegables posibilidades. Se dirigió como si no le importase si el interlocutor la seguía, al rincón donde un viejo canapé recién envejecido había sido depositario de un flamante ramo de flores para pisotear una pila de actuales revistas flor de un día. La dama toma como cualquier Hércules el florero y lo deposita en el piso. toma la primera de la pila y toma asiento abanicándose con ella.
Ya me preparaba para soltarle, al ver que la revista que hojeaba era una deliciosa y carnal oferta de ropa interior por catálogo, ?pura cultura de medios masivos, no? cuando sacó su móvil de la diminuta cartera que llevaba en la cintura y me dice luego de unos cuantos pases digitales: ?qué le parece esta foto? La escena se congela con un mesero que ofrece whisky, champaña y vino; cada cual escoge lo suyo que en el caso se ella se decide por algo que me parece sangriento en vez de luminoso, yo me voy por los riscos y me pregunto si las rocas no serán, más bien, por lo alto de los cuellos, una evocación de los corsés dieciochescos, ojo con levantar demasiado el codo.
La foto muestra a Victoria Beckham estampando un beso de medio lado en plenos labios de su pequeña hija, como esos besos de lo que el viento se llevó.
 bueno, pues lo que creo es que ahora van a llamar a esa hermosa pareja para que adelanten una exitosa campaña de cualquier cosa con el nombre Victoria's secret and David Back-him.
- Vaya, veo su  capacidad diplomática, pero que opina del asunto moral?
Yo ya había visto la foto y el artículo que sobre el asunto había publicado el diario líder de cultura masiva y su sesgo temerosamente correcto pero más bien gazmoño y miope.
 - Comprenda mi posición, diga me usted.
-
   -bueno, es bueno dejar que los niños aprendan rápido lo que contienen los instintos y, aunque no lo entiendan ellos los van a llevar tarde que temprano, el secreto está en que cuando vayan a pasar la línea, entonces hay que explicarles, es lindo y rico ?no? pero resulta que no es bueno con los tuyos y hay que esperar a que sea el tiempo con otros; y que estén en tu misma esfera.
- Uff, que progresismo
Algo del salmón cuando desanda el camino para depositar sus huevas a la fuerza del destino, de las corrientes y los hocicos de los osos, tenía en su boca esta dama que en un mohín estudiado de desprecio y lascivia mostraba que había sabido usar su fuego.
Poco antes mi anfitriona, desde lo lejos, tomando a su pequeña en brazos dirigió una mirada que mitad resignación, mitad despedida con algo de decepción, me dijo que no volveríamos a vernos y que, en cambio, me dejaba a la tía Fina.
Se ofreció a acercarme hasta alguna parte que me quedara cómoda. Sabes, me dijo, si no fuese porque sabemos que es un hecho que el alcohol hace estragos con las intenciones románticas te invitaría a mi apartamento. Te lanzabas sobre esos meseros, me miró con aire socarrón. Pero es un hecho que me agradas. Sólo como hombre, no como galán, aclaró.
En ese instante me hubiese gustado desabrocharme toda la candela que tenía dentro para contarle que si me lanzaba sobre los meseros era porque era como si una epifanía inolvidable hubiese llegado directamente desde la fría y flemática Escocia, preparada especialmente para mí; como si la turba (esa palabra) que se encargó de tostar la malta con que se iba a destilar ese néctar de ángeles sapos, soplones estuviese escrita como mi nacimiento (antes de nacer te nombré) para decirme, en medio de aquella orgía de cuellos estirados, de gestos remilgados y miradas selectivas, de la realidad que se vivía en esta tierra del café y los pericos casquivanos. El ilustre ex presidente Uribe era el enano arlequín de la corte y no porque hiciese sus monerías de fulano de mala estirpe, representante de esa porción de raza vengativa e innoble que no sabía extender la mano si no era con el puño fuerte: Debes atenerte a la ley. Sino porque el maldito rezago judío metido en la luchadora sangre antioqueña no dejaba que la forma de crecer y multiplicarse se hiciese al modo de los patriarcas bendecidos; tenía que ser debajo de la ruana y a obscuras, y cuidadito con hablar de ello. En cambio el doctor Diablos era Changó el gran putas, vestido de pajarita, asimilado sonriente del mote de Chuky el muñeco diabólico que sabía repartir paz y equilibrio entre el infierno de cambios que era el mundo moderno. Pero supe que esto debía dejarlo para gozármelo con la almohada.
    ¿Pero, aún no termina? -le pregunté unos días después de que evitara encontrármelo; no podía creer que semejante personaje pudiese tener semejantes alcances literarios y mucho menos vivenciales pero ¿acaso al gran Shakespeare no lo habían acusado también de haber servido de carne de seudónimo de Sir Francis Bacon, de Spencer, etc., pues un vulgar actor no podía tener tantos conocimientos jurídicos, de política, de costumbres cortesanas? Prefería sacarme ese asunto de la cabeza. Este es el final, me dijo socarronamente  y melancólicamente extendiéndome una cuartilla arrugada.


Cuando me dejó tuve que tomar el cable aéreo, era la única posibilidad de ahorrar me unos pesos en lugar de pagar un taxi. El bus con su atafago podría traerme dolores de cabeza: Día de mercado, el campesinado transportando su desodorante agotado para denunciar sus olores acumulados de esperanzas y exigencias derrotadas. Y tuve ¿la fortuna? no estaba jugando ningún número de lotería, de compartir cabina con tres turistas criollos. ¿Tenía aquella flaca rubia el gen alemán diseminado por la región como mala semilla? Albinos atontados; rubios de narices chatas y condición perversa reflejados en el verde cadáver de sus ojos apasionados; chapines de mal carácter que defendían su maldición como si dijesen: Si, pichan, ¿y  qué? Pero esta era bella con sus ojos de un azul indescifrable y la expresión de su boca delgada expectante dispuesta a desdeñar todo aquello que la limpidez de su fragilidad no resignada le indicara; pero el contraste de su compañía, otra flaca trigueña cuyo visage no hacía más que sacar la cara y los huesos por esa raza refinada de sacrificios, hambres y luchas de tiempos ebrios de mixturas entre indios, chapetones, negros, mestizos, mulatos y "chitiados", lo que aunado al galán de boca negroide con estigma de labio leporino de cuarta generación, o acaso de milagro científico que al tiempo hacía de guía, edecán y novio serio de los límites entre sol y luna, ofrecía un contraste que halagüeño, no ofrecía ningún viso de negocio entre cupido y los ángeles del último designio, acaso un envío del diablo de Medellín para embaucar a un corazón anhelante, pues, al bajar y en el atafago de la salida, que pretendía saber dónde estábamos y a donde nos dirigíamos, que había hablado, a modo de cebo, de la consulta en círculos: "Congreso de, no sé qué diablos, Teatro Municipal, hora 3:15. Eran las tres cero cinco, ¿acaso había que ser el nativo formal que orientase, en lugar de abrir el GPS y seguir los cien metros a la derecha?

La siguiente vez que la vi no me esperaba tal reacción de aquel ángel. Manes de los personajes públicos. Pasó por mi lado junto a las estanterías de literatura inglesa con aire desdeñoso. Yo quería agradecerle haberme permitido conocer a la tía Josefina y hurgar entre sus sentimientos por el ajedrecista.
    Puerco. –enseguida comprendí.
    Y es que, acaso ¿por qué cree que lo hice?
    Pues para que iba a ser, para ponerse más loco de lo que está.
    Se equivoca. lo hice para indagar la intimidad valiosa de lo que desechan y dejan por ahí las gentes. Igual que como con ustedes, los elegantes, que tiran al tacho productos útiles sólo porque ha pasado la fecha de vencimiento. les da pena recuperarlos porque sienten que se mancilla su decencia.
Sí, los personajes públicos no se pueden tirar un pedo, porque todos lo huelen y entonces, cuando no huelen a nada dicen para sus adentros hoy ha desayunado ecológico. Había recogido por el camino una colilla de marihuana que habría tirado algún pasado de traba; o, qué se sabe, algún preocupado por el aterrizaje final de una moral descoyuntada.   

Había aprovechado para investigar con la tía Fina por aquellos tres años en que desapareció dejándome con el deseo de decirle algo, de confesarle mi amor y de hacerle confesar el suyo. Había hecho confidencia de estar enamorada de un imposible y fue por esos días que cayó en las garras de Pablus. Se fue a tener su hija a Chile. En realidad no eran compatibles los alcances de don Juan con los anhelos de niña buena. Vaya si lo he lamentado; especialmente porque ella no era propiamente un cuerpo de reina pero aquella cara noble de expresión airosa; aquella alma agazapada en un carácter, aquella inteligencia adaptada al desperdicio moderno, me hubiesen bastado para amarla de rodillas y con solo recibir el caro premio de disfrutar su charla.

Ay, y me cuanto me hubiese gustado decir aquí, de modo verosímil que fue una acción de película, que instantes antes de percibir el fulgor, una pirueta de kung-fu hizo que la bala se desviara y sólo me partiera una pierna. Pablus no era mi amigo ni era civilizado. Simplemente quería alejarme de las posibilidades cercanas a su vida. Y tengo como pagar, fue lo último que dijo.