viernes, 19 de noviembre de 2021

 



VIÑETA DE HOMBRE MADURO CON TIGRESA


«¡Vaya, qué fastidio!: Esa sensación de incomodidad de que por doquiera que uno mire está invadiendo la privacidad. Miras a tu izquierda, una conversación de whatsapp; miras a tu derecha, una jugarreta de chat; miras adelante, llamando mamá» Iba pensando las palabras que pondría en twitter ahora que medianamente se había acomodado en el atafago de la buseta con afán -la guerra del centavo y del patrón cronometrando, si no tus pasajeros, entonces tu caminar-. Había desdeñado el franquearle el paso de aquel paisano azorado que abría el compás de la paca de panela entre sus piernas en la primera fila, sólo porque el ofrecimiento tácito y apenas subjetivo de la segunda banca, a la derecha, que no solo ofrecía sentarse a la primera, sino que, ajá, una piernas desnudas de primera y una inscripción de tinta imperecedera por decodificar. Hubiese podido inmediatamente ponerse a la tarea pero no se dejaba dominar de los escarceos de la conectividad; no compraba datos; bien podían esperar el wifi.


La teoría del magnetismo está muy mal elaborada; es decir, es que es muy difícil hacerse con el misterio universal. Pero, ¿qué impide que la gente a la cual la fortuna a favorecido con una buena pinta, con un buen disimulo de su almizcle, amén de las fragancias francesas y el debilitamiento de las dotes olfativas antiguas del peligro -tiene que ser un cadáver muy podrido el que esté emitiendo su señales para que unas narices blindadas para la corrupción reinante le puedan detectar-, sea registrada en el radar eterno del ir, del venir, del conectar? Ya era tal la cercanía que, luego de que la idea esbozada para ir a mostrar sus pobres vanidades a twitter.gov, imposible de enfocar por su enrevesamiento, como una marca de agua cuyo texto e importancia se ve menguado por el titular : ESCÁNDALO, sólo queda exihibir credenciales: Es tuyo, es mío,es nuestro; no es nuestra culpa. El espacio vital.


Que los imanes y su potencia, venga ¿pero quién los hizo; qué, aquello de los volcanes y su excrecencias para venir a recoger tanta limalla que sólo busca vagar por la vida fresca? Allí, de soslayo – aunque el rictus es de total indiferencia y una cierta rigidez, un envaramiento de perro azuzado por zorras y lobas reinas de la selva de lo bueno -, una mujercita que deja de ser niña -¿doce, trece años?-, por las gafas de nerd y la expresión lasciva, con su madre -un jamón de luminosas patas de gallina entallando sus caderas en jeans de tiro caído en las estrías- ¡Má, y pille que le digo a la profe que tengo unas tangas de las mismas! Choque esos cinco, jajajaja, pero, pilas, que estamos en zona de guerra, mija.


Así que ¡cómo así!, marica. Mirás de soslayo, como con pena y, aterrado de ver cómo el compás entallado en ajedrez de cuadros de colegiala se abre sin definir la fórmula de bisectríz y, como cuando las plegarias, te encontrás, al otro lado, con un rostro tan normal que inspira respeto: veintitres, veinticuatro años; nada del animal comehombres que campea en los talantes, en las personalidades -haciendo claridad de que aquí se habla de lo popular. Lo aristocrático tiene otros desparpajos-; labios carnosos sin rictus de desprecio o de cinismo, pero en las bombas del chicle que estallan cada segundo que el dedo índice se hunde en la tecla de colgar hay una inquietud que pareciera llamar a los bomberos. Si la montaña no viene a Mahoma, a Mahoma va la montaña. Pero la ramita de adormidera no se cimbra ni se encurume; ahí se queda como el perro que enseña los dientes al otro perro. Parece titilar en avisos de luces led de los techos y paredes que anuncian siga al pasillo, apague el cigarrillo y cuide el bolsillo; dogmas viejos. Un Richard Gere en El tiempo fuera de la mente que ha encontrado a su hija y por fin la abraza con fruición y ternura denodada.


Ah, no, pero la guerra es la guerra y la rabia es la rabia; y hay triquitraques de la navidad que se quedan ahí, tirados, desmayados, hasta que unos dedos inocentes los toman: Maldito viejo enfermo, ¡¿què le pasa?! Vaya a acosar a su madre, desgraciado. Pero este niño nunca ha tenido que ir a que le curen un dedo mutilado. La veo bien de uñas; la pantallita se ha calmado y ha pasado a ser una blanca mano que se posa coqueta en una rodilla. ¿Cuántas veces por día las ensucia con sangre de corazones desgarrados? Eran unas deslumbrantes uñas, como una cama de pino apenas cubierta con barniz y unos deliciosos biseles dorados allí donde los agarres y los desgarres y un toque de color carne donde la madre y el aire. ¡Vaya! Entonces, al fin ¿qué, son uñas o son garrass? El soslayo de la mirada sonriente era como si de un cielo de tormenta emergiese un rayo de sol que arrastra un pedazo de ilusión de azul. Bueno, pues es que si me concentro en su nariz no voy a sacar un águila pero si me quedo un poco más una tigresa me asalta.


De modo que el silencio reinó y un azore de pantallas, como si hubiese venido en auxilio de los chismosos el trancón de tráfico por un accidente de carro pesado contra muchachita rica en veloz despilfarro.