sábado, 3 de octubre de 2015

PALABRAS

No, no eran las pobres palabras las que tenían la culpa, ellas permanecían allí, en la profundidad de la chistera de ese mago: EL ESPÍRITU, listas para entregárselas -mediante oscuras transacciones- a la sabiduría que se encargaba de ponerlas en la mesa de la vida de los hombres según su amor por ella. Mucho menos la tenían las langarutas letras, quienes libres por el aire se iban de la casa de sus familias; la sabiduría entonces tenía que cebarlas poniéndoles sus margaritas y sus mariposas y sus músicas y sus dolores y frustraciones para que se encargaran de hacer mundo. Pero las gentes comunes nada sabían de aquello, ellas permanecían en la dimensión más grosera de la vida que, para variar de la aburrida esclerosis de las clasificaciones inmutables, ya no se llamaban mundo de las apariencias, sino que era ahora el hado de las mercancías, mercado, que en la degeneración más grosera: DINERO, PERMITÍA ADMINISTRAR EL MUNDO DE FUERZA QUE LAS LETRAS Y SUS TRAVESURAS causaban en las mentes, entonces las palabras se prostituían y las gentes dejaban que hilos misteriosos en los que mezclaban confusiones de intereses, ansiedades, anhelos, ambiciones y todo lo que con la sabiduría reñía, les hiciera marionetas y, acaso, guerreros de algo simple llamdo ego para luchar con un gran monstruo al que se denominaba destino. Así era como las gentes construían muros diferentes a los de las casas y los edificios, entre la pobre pureza de las palabras y las dulces travesuras de las letras tejiendo tapices inaúditos. La mujer no quiso dejar redondear la figura que el poeta le que quería entregar como una rosa del corazón que se colocase en su vida humilde y sencilla:
No sé si usted quiera matarme de amor o de arma, lo que para el caso es lo mismo, puesto que ya me matò el alma; lo que sí sé es que creo que este corazón que no vale nada, valemos qué los dos en nuestras resistencias obstinadas?, merecería, no por respeto sino por humanidad, una pequeña limosna de su dulzura, lo que viene a ser lo mismo que aquello que usted hace un rato dijo, con la mano en la boca haciendo sordina, para que mis oídos no oyesen, pero ese no es el único vehículo de transmisión: <<no le pagan el puro y lo que creo es que, más bien, no me apagan el puro, porque ese tipo de puro permanece por cualquier lado que se lo fumen
. No, no eran las pobres palabras las que estaban prohuibidas, eran las circunstancias y los modos y los tiempos los que ponían sus talanqueras. Era un sitio público.