martes, 19 de diciembre de 2017

CUERDA LOCURA III

ELUCUBRACIONES LÚCIDAS DE UN LOCO
Escribió en su diario:
«El cuento no tenía hembra; o, al menos, no tenía esposa aunque existiera una que se llamara como él pero sus intereses eran más exactos y deleznables. La cuenta. Como ella, que tenía relaciones con uno más supuestamente poderoso y cuyo espejismo traía cosas a la mano, él “no se daba cuenta”. El número. Se miraba en las aguas de un lago abstruso hecho de instantes. Pero le hacía ojitos a otra que se desvivía por uno que era esquivo y complicado: Arte. Éste por su parte se ufanaba de su estirpe: El-que-trae, Arte, pero su traer era un agua que se escapaba entre los dedos, a menos que se pusiese a cocer al fuego de leños cuya llama se repartía por partes desiguales en un aire llamado mentes: La lengua. Por eso quizás la loca...
»¿Cómo se llamaba la loca? No se llamaba Novela. Novela era una dama muy bien puesta que sabía, o al menos lo aparentaba y así se promocionaba, de donde venía y para donde iba.
» El día se devoraba con fruición y desespero su noche. Cuando las nubes no le mostraban su reflejo era noche cerrada. La loca llegó hasta aquella sombra exigua y melancólica; Día se la comía aunque no quisiera; abusivo. Yo estaba obligándola a que me cobijase y me diese de beber de su boca reseca. Traía fardos repletos de girones de flores arrancadas a la fuerza de su casa, como si les hubiese dicho: “Tenéis que seguir hablándome de vuestros cuentos brujos, os invito a acompañaros de mi amiga la basura”. La dama diosa de aquel paraje –aunque no hada- al mirarse en el palimpsesto ilegible de sus arrugas tostadas la invitó a un refresco químico con nombre de ciudad: Tampico. Ella, agradecida, tomó aquellas lágrimas de doncellas prostituidas presas a imagen y semejanza de esos soles llamados naranjas en una cárcel plástica y se lavó las manos. ¡Uff, qué calor!...
»¿Acaso es por eso que la loca...? Aquel paraje era una de las puertas de entrada del infierno. Estás lejos Tampico. Una y al revés. Su imagen en espejo convexo, virtual e invertida. La lengua se miraba en uno de sus dibujos: Yo, un asta enhiesta. Conjunción. Un rastrillo. La hojalata de la moneda bajo la lengua de los muertos llevaba sus pasajeros. Subían creyendo entrar al cielo y descendían despavoridos.
»Anoche dormí sumergido en poéticas aguas. No sé si de mar, de lago o de río, pero eran aguas de poesía porque en cada emerger del desespero de no poder respirar aspiraba bocanadas de conciencia hecha palabra; eran versos que se hilvanaban cada uno sin poder tomar la mano del siguiente. Lágrima y gota; sal y piedra; llanura y abismo. Y, hete aquí que de pronto me veo arrojado en el varadero de una playa plácida: La primera casa familiar. En la habitación de mamá, que en las noches no estaba porque se iba de farra buscando el amor que le mintió cada uno de sus hijos, me encontré con una escultura acaballada en un rústico banco de madera; era un misil que no alcanzaba a delfín; una bomba de segunda guerra, y sobre ella, en forma de niño sodomita la seguridad de una rodilla que se flexiona codiciosa sobre su presa: Jacobo y el ángel. Pero el ángel es un caimán que se revuelca; mejor, una babilla cuya boca dentada se niega a mis besos. Ahora, luego de que digo a mi hermana Leo que me traiga la cadena de bolsillo que tengo en alguna parte, se convierte en una exuberante niña cuya estampa entre asustada y lasciva me dice: Para qué me vas a retener, mira, aquí tengo veintiocho mil años, que es lo que, según las especulaciones dura una era, y me dejas ir. Mientras la miro entre asombro y embeleso pienso en que la cadena, de no ser que la logre enredar entre los sobacos, no será suficiente, se escurrirá como una serpiente. Ahora es el típico corredor de finca cafetera; sé que debajo está el subterráneo donde se escurren monedas y al que me gusta meterme, reptando, con miedo y expectación de la gallina con pollitos de oro. En una de las columnas –es un pilar, pienso- giran, como partículas atómicas, tres pedazos de pan; y veo a la babilla caminando hacia un vértice. No quiere comer, me digo. Hasta que me veo, mientras veo, maravillado, abundantes manjares depositados por bultos en todas partes, entre los que destaca un racimo de dulces y saludables plátanos, en la pieza que era mi dormitorio en tanto la abuela, mi querida abuela, no llegase a pasar el fin de semana, como cuando, en sus estertores, me sacó, con unas ganas inmensas de ir al baño, para recoger su energía...
»Entonces...ese es el idioma de la loca. Otro verso. Mírenla, allá va/difusa y distante/la idea/ma’-de-ida/envuelta entre brumas/idioma... El inconsciente, ese bus, sub, con destino y sin aviso. Aquel día el calor de la loca ¿me habló? en el ordenador personal, el PC. Algo, o alguien tiene copia de la llave de mis habitaciones. Al no tener aire para respirar el procesador entró en shock; el conector de energía del ventilador estaba suelto; ¡¿no tiene acaso la ciencia mil metáforas para explicar el misterio, salvar los fenómenos?!! La gota y el gato, el que ahora, en el triángulo de ornamentación, fierro colado, da un banquete a un gallinazo, metido en el vértice de la Y, el infierno. Era yo, esa noche atravesando un paraje querido, y soborné a la hojalata Caronte diciéndole tengo lengua de perro, creo. Ahora, con su perfume, leo el mensaje: Los seres, en su muerte, se van a hablarle a las cosas queridas y a sus seres, aunque ellos no escuchan ni entienden su idioma, lo sienten.