domingo, 18 de mayo de 2014

DEL TERROR DE SER ABURRIDO

DEL TERROR DE SER ABURRIDO

Lo lógico sería que el terror de ser aburrido apareciese como acto reflejo de, por ejemplo, el estar estableciendo comunicación con alguien que nos agrada mucho, o que queremos impresionar o conquistar; pero el terror mío me sobrevino de pronto,  no como sensación sino como objeto de reflexión. Estaba escuchando una entrevista con un escritor –escritora para ser exactos- de literatura para niños y jóvenes y, pese a que la entrevista era fluida y amena en el sentido de que el intercambio de sensaciones que alcanzaba a llegar como producto de la fuerza ilocucionaria de los hablantes, de la perspicacia de las preguntas, del retrato auditivo del gesto del entrevistado al tener una serie de tics de dicción, al emitir rápidamente el interlocutor, al intento de adivinarle el pensamiento o de hacerle sentir que estaban en comunión conceptual, de dejar una frase coja para irse al recoveco de un recuerdo lejano que mantenía, no obstante, el interés o al menos la atención, pero en un momento, pese a que navegaban por las riberas del río de mi mente los premios destacados, la historia familiar –rara mezcla de condiciones sociales y culturales dispares que dejaban sin embargo un punto de inflexión: libros, lecturas, interés por la cultura y el estado de los otros al llegar una vecina a solicitar a su abuela que le leyese una carta-, los terribles momentos de una mujer joven agobiada por el estigma de la dictadura política-, se me escapó, entre las sábanas tibias, una frase que le dirigí a mi soledad amortajada de pies a cabeza para viajar paralela de la realidad a toda costa: Qué señora más aburrida. Y es que siempre que me dispongo a actualizar el viejo vicio de dejar la mente correr al tenor de lo que dicen otros en la radio –como cuando se escuchaban las radionovelas de Kaliman- no paro mientes en la conseja del onanismo cerebral y siempre tengo pequeños o grandes orgasmos espirituales que me regocijan de amores efímeros y gratos, no problemáticos, nada exigentes, que a veces me mandan sus hijos, reconocidos o bastardos, para que me sirvan con cariño sus dosis de fantasía, de descubrimientos, de caricias con origen familiar y hasta de reconvenciones e invitaciones para interesarme en mundos no imaginados o visitados y hasta me preparan curiosos potajes que a veces me indigestan, otras me alivian, pero de todos modos me hacen compañía. Mas cuando de todos modos tienen que irse para dejar que mi casa íntima no se la lleve la ruina que implica el no hacerle mantenimiento al mobiliario particular y para que mis señoras tesis preñadas que esperan eternamente que llegue el momento propicio de tener sus partos sigan mesándome las canas, las ganas y caimas : de pronto un día llega la cigüeña con pañales o guadaña, pero llega y listo, a otra cosa, amigo, entonces me desquito de la rabia que me dejan con los muebles reales, con los utensilios de hacer aseo al piso; dejo que nazcan malezas sobre el ceño sendero que sigue a la verja de la sonrisa, me jodan la vida y me manden a la calle a patear piedras y conversar con pajaritos; pero, qué piedra: siempre me acuerdo de traerles algún detalle para cuando se acuesten cada noche a mi lado a hacerse las indiferentes o a ponerme cachondo con el desafío de si sería capaz de ponerme a trabajar después de las orgías con el DVD.
Pero el terror de ser aburrido, así como la felicidad es un estado de alma, es simplemente un estado contrapuesto de los intereses en contraste con el ambiente; a cada cual le interesan más unas cosas que otras para disfrutar de la vida y el asunto es que no siempre se encuentra uno el ambiente adecuado. Ahora bien, cuando se refiere a las otras personas, uno no puede nunca llegar de buenas a primeras a concluir que alguien es aburrido; desde que esa persona sea mentalmente sana, o su momento no tenga motivos especiales de turbación o mal ambiente, siempre sabrá mostrar un lado divertido. El problema sobreviene cuando cada cual sobrepone sus intereses y sus intenciones a las relaciones interpersonales; y ahí es cuando me di cuenta de lo que acabo de decir: el escritor en cuestión es una persona que, a no dudar, tiene una personalidad inteligentísima, tiene un bagaje académico eximio (y ese puede ser uno de los principales puntos de quiebre de personas que por dejarse llevar excesivamente del canon de la academia y la fórmula científica, se pierden de ser personas excepcionalmente encantadoras), pero cuando uno pone sobre el asador la carne de la circunstancia de que escribe para niños y jóvenes, entonces aparece el pequeño duendecillo de la ingenuidad, de la frescura, de los valores, de la formación, entonces se llega a la conclusión de que esa persona necesariamente tiene que ser, en el sentido más lato de la palabra, es buena.
Charlando con mi nueva concubina del día, mientras nos paseábamos por las avenidas chismosas y coloridas, originales a veces, cursis otras, tendenciosas casi siempre de ese deseo mal llevado de ser uno sin dejar mucho chance de ser molestado o de que nos adivinen defectos o rasgos cómicos (la capacidad de ser cómico es una interesante veta de la complejidad de lo humano) del Facebook, me encontré con que alguna persona escribía en su muro que los partidarios de un candidato a presidente no dejaban, con sus recientes enredos corruptos, la posibilidad de creer en sus buenas intenciones; uno de sus amigos le contestó: ‘ un partidario suyo lo dijo hace poco: los ur-partidistas o son  inteligentes, o son buenas personas, pero nunca las dos cosas’ . Otro escribía que la votación próxima la debían hacer ciudadanos conscientes de no votar por la misma estirpe corrupta, manipuladora, mentirosa, etc. etc., pero dejaba en el aire una posibilidad que a su modo de ver pudiese enfrentar el mal generalizado, entonces me acordé de la principal causa por la cual llegué a la conclusión de que es terrible el terror a ser aburrido: la escritora objeto de mis barro-untos dijo que tenía un blog en el que se preocupa por divulgar escritoras olvidadas o desaparecidas que no tuvieron la oportunidad de llegar a la era de Internet; entonces por inferencia lógica llegué a la siguiente conclusión: es de esperar que según los antecedentes, la señora debe tener unos criterios muy cimentados acerca de la calidad literaria, el buen gusto, el interés, etc. etc. para pretender publicar, lo que significa que en la Argentina hay una ventaja grande en el aspecto de la historia cultural y literaria, pues, regularmente quien realiza una obra digna de ser conocida siempre encuentra una forma de que aparezca al público; nosotros, como pueblo vivimos un complejo enorme de discriminación de clases y de tremenda división como nación, en consecuencia, la gente del común no se dedica a cultivar el espíritu literario, pictórico, artístico, dramático de forma masiva por el simple deseo de hacerlo y que permita tener un acervo de historia y desarrollo espiritual y puede ser, porque nuestra idiosincrasia resentida y desconfiada no se atreve siquiera a pedir, reflexionar, difundir, la idea de que cuando no hay nadie con quien contar, la posibilidad de votar en blanco para volver a barajar y repartir sería una interesante –y nada aburrida- forma de seguir buscando el camino.