DEL TERROR
DE SER ABURRIDO
Lo lógico sería que el terror de ser aburrido
apareciese como acto reflejo de, por ejemplo, el estar estableciendo
comunicación con alguien que nos agrada mucho, o que queremos impresionar o
conquistar; pero el terror mío me sobrevino de pronto, no como sensación sino como objeto de
reflexión. Estaba escuchando una entrevista con un escritor –escritora para ser
exactos- de literatura para niños y jóvenes y, pese a que la entrevista era fluida
y amena en el sentido de que el intercambio de sensaciones que alcanzaba a
llegar como producto de la fuerza ilocucionaria de los hablantes, de la
perspicacia de las preguntas, del retrato auditivo del gesto del entrevistado al
tener una serie de tics de dicción, al emitir rápidamente el interlocutor, al
intento de adivinarle el pensamiento o de hacerle sentir que estaban en comunión
conceptual, de dejar una frase coja para irse al recoveco de un recuerdo lejano
que mantenía, no obstante, el interés o al menos la atención, pero en un
momento, pese a que navegaban por las riberas del río de mi mente los premios
destacados, la historia familiar –rara mezcla de condiciones sociales y
culturales dispares que dejaban sin embargo un punto de inflexión: libros,
lecturas, interés por la cultura y el estado de los otros al llegar una vecina
a solicitar a su abuela que le leyese una carta-, los terribles momentos de una
mujer joven agobiada por el estigma de la dictadura política-, se me escapó,
entre las sábanas tibias, una frase que le dirigí a mi soledad amortajada de
pies a cabeza para viajar paralela de la realidad a toda costa: Qué señora más
aburrida. Y es que siempre que me dispongo a actualizar el viejo vicio de dejar
la mente correr al tenor de lo que dicen otros en la radio –como cuando se
escuchaban las radionovelas de Kaliman- no paro mientes en la conseja del
onanismo cerebral y siempre tengo pequeños o grandes orgasmos espirituales que
me regocijan de amores efímeros y gratos, no problemáticos, nada exigentes, que
a veces me mandan sus hijos, reconocidos o bastardos, para que me sirvan con
cariño sus dosis de fantasía, de descubrimientos, de caricias con origen
familiar y hasta de reconvenciones e invitaciones para interesarme en mundos no
imaginados o visitados y hasta me preparan curiosos potajes que a veces me
indigestan, otras me alivian, pero de todos modos me hacen compañía. Mas cuando
de todos modos tienen que irse para dejar que mi casa íntima no se la lleve la
ruina que implica el no hacerle mantenimiento al mobiliario particular y para
que mis señoras tesis preñadas que esperan eternamente que llegue el momento
propicio de tener sus partos sigan mesándome las canas, las ganas y caimas : de pronto un día llega la
cigüeña con pañales o guadaña, pero llega y listo, a otra cosa, amigo, entonces
me desquito de la rabia que me dejan con los muebles reales, con los utensilios
de hacer aseo al piso; dejo que nazcan malezas sobre el ceño sendero que sigue
a la verja de la sonrisa, me jodan la vida y me manden a la calle a patear
piedras y conversar con pajaritos; pero, qué piedra: siempre me acuerdo de
traerles algún detalle para cuando se acuesten cada noche a mi lado a hacerse
las indiferentes o a ponerme cachondo con el desafío de si sería capaz de
ponerme a trabajar después de las orgías con el DVD.
Pero el terror de ser aburrido, así como la
felicidad es un estado de alma, es simplemente un estado contrapuesto de los
intereses en contraste con el ambiente; a cada cual le interesan más unas cosas
que otras para disfrutar de la vida y el asunto es que no siempre se encuentra
uno el ambiente adecuado. Ahora bien, cuando se refiere a las otras personas,
uno no puede nunca llegar de buenas a primeras a concluir que alguien es
aburrido; desde que esa persona sea mentalmente sana, o su momento no tenga
motivos especiales de turbación o mal ambiente, siempre sabrá mostrar un lado
divertido. El problema sobreviene cuando cada cual sobrepone sus intereses y
sus intenciones a las relaciones interpersonales; y ahí es cuando me di cuenta
de lo que acabo de decir: el escritor en cuestión es una persona que, a no
dudar, tiene una personalidad inteligentísima, tiene un bagaje académico eximio
(y ese puede ser uno de los principales puntos de quiebre de personas que por
dejarse llevar excesivamente del canon de la academia y la fórmula científica,
se pierden de ser personas excepcionalmente encantadoras), pero cuando uno pone
sobre el asador la carne de la circunstancia de que escribe para niños y
jóvenes, entonces aparece el pequeño duendecillo de la ingenuidad, de la
frescura, de los valores, de la formación, entonces se llega a la conclusión de
que esa persona necesariamente tiene que ser, en el sentido más lato de la palabra,
es buena.
Charlando con mi nueva concubina del día,
mientras nos paseábamos por las avenidas chismosas y coloridas, originales a
veces, cursis otras, tendenciosas casi siempre de ese deseo mal llevado de ser
uno sin dejar mucho chance de ser molestado o de que nos adivinen defectos o rasgos
cómicos (la capacidad de ser cómico es una interesante veta de la complejidad
de lo humano) del Facebook, me encontré con que alguna persona escribía en su
muro que los partidarios de un candidato a presidente no dejaban, con sus
recientes enredos corruptos, la posibilidad de creer en sus buenas intenciones;
uno de sus amigos le contestó: ‘ un
partidario suyo lo dijo hace poco: los ur-partidistas o son inteligentes, o son buenas personas, pero
nunca las dos cosas’ . Otro escribía que la votación próxima la debían
hacer ciudadanos conscientes de no votar por la misma estirpe corrupta,
manipuladora, mentirosa, etc. etc., pero dejaba en el aire una posibilidad que
a su modo de ver pudiese enfrentar el mal generalizado, entonces me acordé de
la principal causa por la cual llegué a la conclusión de que es terrible el
terror a ser aburrido: la escritora objeto de mis barro-untos dijo que tenía un
blog en el que se preocupa por divulgar escritoras olvidadas o desaparecidas
que no tuvieron la oportunidad de llegar a la era de Internet; entonces por
inferencia lógica llegué a la siguiente conclusión: es de esperar que según los
antecedentes, la señora debe tener unos criterios muy cimentados acerca de la
calidad literaria, el buen gusto, el interés, etc. etc. para pretender publicar,
lo que significa que en la Argentina hay una ventaja grande en el aspecto de la
historia cultural y literaria, pues, regularmente quien realiza una obra digna
de ser conocida siempre encuentra una forma de que aparezca al público; nosotros,
como pueblo vivimos un complejo enorme de discriminación de clases y de
tremenda división como nación, en consecuencia, la gente del común no se dedica
a cultivar el espíritu literario, pictórico, artístico, dramático de forma
masiva por el simple deseo de hacerlo y que permita tener un acervo de historia
y desarrollo espiritual y puede ser, porque nuestra idiosincrasia resentida y
desconfiada no se atreve siquiera a pedir, reflexionar, difundir, la idea de
que cuando no hay nadie con quien contar, la posibilidad de votar en blanco para volver a barajar y
repartir sería una interesante –y nada aburrida- forma de seguir buscando el
camino.