SUPERFICIE
-
Mira, esa debe ser una monjita hippie
-
¡Pero, qué dices!
-
Todo el tiempo está mascando chicle
-
¡Ay, papá!
-
No pasa nada, tu tienes gustos, yo tengo
opiniones
-
Esa no es una opinión... a veces pienso que,
aunque te desconozco y te veo poco, ya te abrí la tapa de los sesos; estás muy
loco.
-
Respecto de lo-s-esos, tienes razón,
desde que naciste; y, es que también a
la monjita le abriste los hábitos?
-
Bah, ¡hábitos!, para lo que hay que ver.
La mujer ya empezaba a mostrarse con ganas
de ser hostil. Tanta gente con ganas de pasársela bien porque sí.
-
Ahí es donde fallas.
-
Los gustos y las opiniones tienen un punto de
convergencia indisoluble.
-
No, gracias.
Y los miraba con ese aire medianamente
educado que quería decirles: ¡qué van
saber ustedes de acuacultura y escuálos!. Le respondió la mirada
imitando el gesto natural de caballa que a falta de cardúmen se aseguraba de
peinar entre los dedos, con un gesto de falsa distinción, sus mechas color
metálico que los atunes seguramente habrían denostado, aunque, para redondear,
se fijó en que sus ancas vendrían bien en la mano por debajo del mantel de un
restaurante gourmet y siguió como si tal cosa. Se sacó alguna cosa de entre las
encías.
-
Entonces no te gustó
-
Los tiburones también pueden ser tiernos
-
No son tiburones
-
Podría ser mi novia – y, haciendo caso omiso de
los carteles «Favor no tocar las peceras» se puso a dar golpecitos
suaves con la única uña salida de madre, como si se preparara a oprimir el
gatillo.
Las cabeceadas incluso después de ir lejos
de la puerta, haciéndole pistola y sacándole la lengua a la dependienta no
realzaron en lo más mínimo sus insignificancias ni demeritaron la alcurnia de semejante mole tan
fatua de modas, colores, modales, pedazos de logos para llevar incluída la foto
completa del monstruo: la marca. La marca que se reproducía ávida y se
autodividía en multitudinarias copias que cambiaban de color de piel, de jean,
de corte de cabello, de perfume, de movimiento de los tentáculos secretos. La
gran superficie.
-
Te la dejaría para que me la devolvieras después
-
Pues, a la final me antojaría de un menáge a
troís.
No sabía cómo acomodarse con esa actitud entre melancólica y maliciosa con que acariciaba el vaso de
cartón y cuando se fijaba, con ironía, cuando posaba sus ojos en los de su
padre, en la marca Starbucks. Era infinitamente mejor
el café Valdés, o el de cualquiera tienducha, allá afuera. Los
ojos y las sonrisas parecían deambular sonámbulos delante de vidrieras y
graníticos gestos que pretendían distinguirse de lo obvio, de las alegrías
fáciles, contento de criatura al sol mañanero. Las travesuras de los niños
arrancaban a los mayores de las sesudas sesiones inter-miradas que barruntaban
mutuamente acerca de clases, billeteras, inteligencias, intenciones; con sus
manitas gozosas mostraban maravillas coloridas que los lanzaban al espacio o
les daba poderes sobrehumanos y preguntaban por sofisticada basura: Narguiles,
juegos de perversión, cajas para picar hierba, folletos macabros de tattoo. Una
tragedia sórdida se gestaba entre la aparente serenidad de miradas chocando.
Una cosa era sentirse en un trono por estar sentado, con la vida organizada y
los bolsillos llenos, mirando desfilar súbditos y lacayos; imbéciles. Y otra
hacer el mal teatro de comportarse como si nada en donde se siente que
sobras.
- Lo siento, no quisiera tener qué
vérmelas con los comisarios del gusto
- Bah, Kant. En el fondo sólo tienes prejuicios
- Y un corazón
- No te me vayas por las ramas.
Parecía
querer destripar todos esos pepinos que pasaban. ¡¿Qué,quieres que te firme
un autógrafo?!
-
Mírate esa mirada de pena. Me desprecias y te
avergüenzas de mí
-
¡Calmate! Tú te lo buscaste. Esa gente no te
debe nada .
Aceptaron el reto de mirarse con
intensidad; como desde que era una niña. Después habían pasado a esos
intercambios de energía y creatividad elegante con la lengua. Parecían
deslizarse por un tobogán de nieve sólida que iba a dar a una tibia piscina.
Pero la pobre abeja cuyas patas trabajaban el polen de esa flor niña ya no
intentaban llevar ninguna dulzura a la colmena. Que se queden en su sitio las
secretarias, las obreras y las reinas, y los zánganos, que luchen por su
sobrevivencia. La diferencia entre la clase y la distinción. Era cosa de
especialistas. Ella tenía clase; pero no era ella. Lo-que-hace diferenciarse; lo-que-se-sale
de la horma: C-L-ASE. La distinción, esa agua picha de menjurjes y modales;
esos dedos parados y esas salidas de la lógica del trato: Punto, no me gusta.
Una mujer se alejó disgustada arrastrando a la criatura de dos años que se
acercó con miradas sonrientes y curiosas. Qué le vamos a hacer, los árboles
tienen ramas; y a las ramas bajas las motilan, las manosean, las usan,
las desprecian los micos para balancearse en ellas. Balancéate en mi rama,
mica, no importa que se rompa, pero no la ignores.
Volvió a mirar el dedo aquel, repetido en
sentido diestro y siniestro. Las otras uñas eran tan minúsculas y limadas que
daban pena. Sólo las arpías transparentaban su brillo, las otras se mantenían
en su natural neblina.
-
Eres tú y el interés. Eso no es Kant
-
Eres tú y tu libertad. Eso no es ninguna
genialidad.
Confirmó que para ella era un caso perdido
cuando posó la palma de su mano suave en la cara de oso hirsuto y se levantó
para observar, allá abajo, en la piscina del anfiteatro del edificio de siete
vueltas en espiral, con una punta en el extremo que hacía de antena y
pararrayos; una bella punta de lanza para que los ángeles de Dios ensartaran el
ojo del culo; buena suerte; en el exterior la arquitectura de los materiales
flexibles había hecho un paraíso de tumores del cáncer de la extravagancia:
Ojos brotados cuya retina plástica quería abalanzarse sobre la avenida con sus
destellos y escotillas para mirar el hormigueo. Un pezón generoso se acomodó de
nuevo en su cama de algodón y encaje tras recoger el móvil (¿el móvil? Y uno
que imaginaba que el móvil de todo era lo de bajo las cobijas). Sonó la
característica campana de las cinco de la inmaculada. Dos raperos con crestas
de gel y Adidas falsificadas se volvieron: Mami, tu eres un hada/ eres grande
y alta como la ola de una culeada.
Regina -llamó sin atender los altavoces que
llamaban desde abajo: Acérquense,
amables clientes. El supermercado X quiere entregar ahora sus ofertas.
Recuerde que por su compra superior a $ 250.000 usted tiene derecho a
participar en la rifa de este fabuloso Renault F5. No, no es la tecla de ayuda,
es la fórmula de una belleza que usted nunca se va a encontrar tanto en la
pìsta como en las fiestas ¿No es una preciosura?
Sintió como si arrastrara algo cuando se
acercó y la tomó por la cintura. Ya
habían conversado mucho sobre el asunto. Tomó el nombre de Aurática a
secas para que se le acabara el cansancio de que la gente la llamase tan
ordinariamente: Regina. Rejina, como si una reja de pronto se hubiese
vuelto especial, Yo lo confundiría con lunática, había dicho él mientras
meneaba la cabeza, Auris Regina. De abajo parecía emerger una mano de
energía. Re-gina de re-virgencita, por contra de Auratic's Regina como figuraba
en las tarjetas de crédito que ya había obtenido con su profesión de secretaria
bilingüe y que en ocasiones le exhibía a
sus narices para que estuviese tranquilo. Ella se sacó uno de los audífonos:
July morning, Uriah Heep. Y pensar que era sólo retórica vestida de payaso, le
dijo.
-
¿Más café?
-
Antes de que saque mi petaca.
La vio fundirse con la marea; meneaba los
preciosos corceles de su cabello negro que de algún modo querían mantener en su
posición modesta la prominente oferta de su cola. Los putos animales que
deambulaban por todas partes defendiendo el derecho de sus billeteras. A la
final ella era uno de ellos. Pero había clases de clases; la clase de los
perros que ladraban al que c-sale de la clase de los amos o los
protectores; pero si eran ferales sabían meter el rabo entre las piernas y
decirles, fresco, yo sé de qué va la cosa. Igual que los señores aquellos, tan
respetables, con kepis de cartilla la alegría de leer y sus popos pidiéndo mano a la cintura
que cuando iba solo se ponían en la cara esa actitud de ¿qué se pudrió?
-
¿Entonces?
-
Tu fuiste culpable
-
¡Ah, si!
-
No supiste ver debajo de los hábitos.
Se miraban a los ojos y sus ascuas crepitaban al unísono con una
violencia que disfrutaba cada chispa eliminada de hito en hito. Le había puesto
su fachada como el adolescente que pone las almohadas a modo de cuerpo para
escaparse por la ventana. Ahora estaba acurrucado en un rincón de flores y
espinas; sufría, espiaba y calculaba. El muro y la rampa. La regla y el atajo.
-
Bueno, pues, tú eres el sabio. Perdón, el conocedor.
-
La pobre monjita boqueaba desesperada del aire
de la superficie; tu tiburón estaba feliz en el cieno.
-
Y además limpiaba los vidrios.
-
Lo que indica que no era un escualo
El reto era insoportable y se lo dejaba
notar.
-
Me voy
-
Estas celosa
-
Pues sí, eso parece. Mírate -dejó que los ases
de su lengua se metiesen entre las mangas de su consideración por la vía de las
encías y se decidió a dejar crecer un gesto despectivo que volcó hacia los
transeúntes- ¿quién quiere flirtear con un vagabundo, con un don nadie, con un
sin un peso?
-
Si antes estábamos parler bizarre, ahora
éste es un té-ma-malo
-
Además no es tu clase
-
Pero es el amor.
Y otra vez se vio agazapado en su rincón,
recogiendo las flores que le entregó a su madre, la de ella, su hija, flores de
necesidad; como si Dios necesitase adornar su cielo omni-sapiente.
-
Ja, deberías tocar algún fondo; a ver si te
provoca tomar un rumbo.
-
Claro, igual que tu madre que quiso que
tomásemos el rumbo invadiendo la orilla de un pantano lleno de zancudos, yo que
ya había tocado el cielo de las mentiras.
-
Y por contra te tomaste un puente.
-
Pero, qué ¿me podrías acusar de ser un drogo, un
alcohólico?
-
Humm, esa sutil línea -parecía querer recalcar
una zona obscura; como la sangre lavada del delito que dejan ver ciertas
químicas- Tu principio de realidad.
-
Yo creía en las instituciones y en la justicia.
Ella era el amor.
-
El amor filosófico; el que todos buscan. Ese
amor no existe.
-
Exacto
-
Exacto, qué...
Volvió a su rincón de rosas y espinas. Esa
vez de la escalera haciendo cualquier clase de mantenimiento a los cielos de
los tejados. Los cielos los tenemos bien limpios en su tachonado de estrellas,
en su mapa perfectamente seguro de que puede estar equivocado; que pueden
existir más realidades de las que imaginamos. Lo que hay que procurar es por
limpiar de la mierda a esos anos del vacío, del más allá. Enjuagar el sudor de
los espacios siderales aunque hayamos puesto telescopios y satélites, esos
espejismos. Papi lindo, no te vayas a caer. Puso sus pechos precoces
contra el dorso de la mano aferrada a la escalera. Se notaba que la sangre
estaba haciendo guerra a los sentidos. Hubiera sido preferible, en lugar de
explicarle que eran cosas difíciles, haber hecho lo mismo que con la tía, hace
tanto; esos vínculos tan cercanos en el tiempo que hacen que una tía no sea muy
mayor que su sobrino: Mira, ésta es la muñeca; aquí estás tú; la muñeca no
tiene nada entre las piernas, tú sí. Adolescentes. Despachó la obligación
del mistagogo con una pobre explicación. Un lindo roce de cuerpos; adiós, que
te vaya bien con los misterios. En cambio, toda vez que los mistagogos sólo
habían aprovechado el palio y la estola para dar, los timoratos, una imagen de
un mundo lleno de exigencias que los vasos de la sangre no podían contener, y
los avisados una lotería terrorífica cuyo premio no podían compartir. Otros, muchos otros, habían ya, lo mismo que
la moda al uso y el vaho de los decires, derogado la ley por la cual el
misterio era lo que era, misterio. Los genes rezanderos, perdón, los genes
recesivos, le había dicho. No obstante, derogada la norma, no estaba derogada
la ley ¿o al contrario? Y ahí estaban los políticos, es decir, esa pobre
especie trepadora de los críticos.
Según todo
aquello, ella todavía pensaba en el amor filosófico. Mantener la horma. Pero
igual que todos los niños quieren poseer a su madre, las niñas quieren enamorar
a su padre.
-
Exacto, que no entiendes lo que yo tampoco y no
quieres ayudarme con mi miedo.
-
Hay que ser prácticos.
-
Desde luego
-
No me hagas caso. Es sólo que me dueles y, así
como tu me dabas de nalgadas cuando hacía travesuras yo quiero aleccionarte...
-
Pero vuelvo.
Ahora podía recorrer todo el trecho. Como
dicen, que en los momentos previos a la
muerte uno ve pasar su vida entera con pelos y señales, con yerros y aciertos,
los problemas y sus soluciones, pero ya no hay vuelta atrás, game over,
eso prefería. Pudo recordar como empezó. Las imágenes se entremezclaban en un
vértigo paralizante ¿y si realmente estuviera ya muerto?
- Buenas tardes, caballero. ¿Con bolsa o sin
bolsa?
Esta no era una de aquellas superficies de
estilo rugoso y enigmàtico. La guerra de vender contra la guerra de reputarse.
No era como la novedosa marca ANA (Anonymous Naughtys Asociated); nada de
fraternizar con nuestros clientes. Nosotros le damos barato, usted no pregunta,
usted no se inquieta, tenemos respaldo. Pero todos quieren con ANA, en la radio
y la televisión Y pensar que en las superficies reputadas solo cambiaba la
cabeza gacha por el dedo parado y el desprecio cínico. Era igual que con los
usos de la dicha: Las clases bajas dejan brotar sus instintos animales con los
niños; en las clases altas existían complejos rituales de seducción. Tenía un
amigo que a veces se iba con él a emborracharse debajo del puente; lo habían
despedido de un prestigioso diario por investigar y tratar de denunciar las
redes pedófilas de ciertos dirigentes.
- Parece que le gusta mucho la avena
- Bueno, gustarme; ¿a usted le gusta sentarse
a cazar pispirispis en el retrete?
-
Sólo pretendía ser amable
-
Y yo pretendía ser exacto; es decir, ir al grano
-también tenía poco clara esa idea para la cual se producían ríos de tinta y
por la cual se vendían miles de barriles de cerveza: Seducir. Esa ciega y sorda
lucha del gusanito con la cuevita: qué quieres,qué vienes a hacer aquí;
pero a la cuevita le excitaba que el gusanito empujase duro mas con tiento y
estilo; el dilema de los dilemas.
-
Sí, ya veo – y había algo en esas dos miradas
que se chocaban. Tal vez fuese una mezcla de lástima con curiosidad de niña que
no terminaba de descifrar la chispa que brotaba de ese gesto adusto. Tal vez
hubiese notado que se ponía sus mejores prendas para ir a comprar bagatelas.
Quizás lo había visto alguna vez por ahí deambulando sucio y desastrado.
Ahora rebobinaba la película. Eran dos
versiones. La que él se imaginó y la que se seguía rodando en aquel local frío
y lleno de imprecaciones y órdenes y súplicas. Perros, hijos de la cochina..
A callar, yonqui, o le meto la temblorosa. Oficial, déjeme llamar a mi mamá..
Las rosas del parterre aquel frente
a la mesa del café eran ahora costras de pintura de color caoba en sus manos.
El maldito vigilante no tendría que haberlo visto acurrucado en el rincón
rogándole a las espinas portarse dóciles
pues iban a acompañar un hermoso poema. El problema sería volver a hacerlo ¿a
dónde caería en el forcejeo? Tan bello que hubiese sido poder incluir en la
edición del rollo la escena de él fuera de la fila, pidiéndole excusas al
cliente de turno: «quizás le guste el café y charlar un rato» mientras se chupaba la tibia y babosa yema
bermeja de los dedos, con la mirada asombrada y risueña del respetable, y
ya, allí, después de un rato, o bueno, que fuese dentro de ocho días, en la
cafetería sencilla de la esquina, después de leer el poema, sin que los mirones
o el maldito público que persigue a los famosos la fuesen a inhibir de el
cerrar los ojos y abrir las piernas de la muñeca de la tía; le pidiese
explicaciones o se hiciese rogar un poco y que en medio de los escarceos y las
malicias, de las anécdotas y los chistes flojos «a que no te imaginas lo que
me pasó en la puerta de tu trabajo...pues que entré», en medio de la corriente tibia de ese río, quedase claro, de
modo tácito, que no era ninguna tonta; esas reputaciones de farándula que
tenían que decir cuando la sombra de la privacidad y la confidencia les
cobijaba «la de asquerosos huevos que me he tenido que tragar para poder
estar en donde estoy» yo al menos,
cuando abro las piernas es para gozar, y si se puede sacar partido, pues tanto
mejor, para eso la naturaleza nos dotó de encantos; yo tengo mi dulzura y mi
docilidad pero tengo mi carácter y tengo mi swing. Definitivamente
tendría que estar muerto. Hasta que se dio cuenta. Entonces el fiambre podrido
que había estado inflándose e inflándose mientras pasaban fotogramas y
fotogramas y la rueda del carro de la mente se quedaba extática de la
velocidad, explotó:
-
Hijos
de la gran puta, malparidos, malditos bastardos de mierda –y la voz quebrada de
un niño dando aullidos por cuyos ojos brotaban chorros de salada marisma-; la
perra maldita de tu madre que me arrebató mi pequeño mundo, mi pequeña
fortaleza. Mis retoños, mi fuente de poder. Veinte putos años sin tocar pelo
desde entonces y ahora que pensaba cortarme la coleta vienen estos cabrones a
cagárseme encima...-y la tempestad que mecía ese viejo barco ebrio no pensaba
un poco en Vergüenza, esa puta sin clientela, ni se compadecía como para arriar
las velas a barlovento y recoger esos pobres mocos huérfanos-
-
Tranquila,
tranquila, señorita. Vamos a levantar los cargos; tome, llèvese las flores y
los papeles junto con su papá a un hospital –el cuerpo del delito que rezaba-
«Eso
que dicen de usted las comisuras de sus labios
Y
que confirma tan bien en sus ojos un relámpago
Sin
que la lengua pueda ser llevada al banquillo
Y
sin embargo, convicta de látigo,
Deleite,
Ley y élite paladeando el fiasco,
antiquísima
miseria del tiempo que explica
la
humildad de oriente
tantos
ladrillos cocidos para albergar un flato
Moral,
»
Su frente, esa página de pentagrama
Donde
escribe su música el afán del día
Mientras
sus manos enhebran la aguja
En
la máquina de moler moneda,
Ese
altar que usted administra
Y
al que señoras y señores llevan su ofrenda
y
paran el dedo y los modales [ciega
mientras
en sus interiores se eleva
el
vaho de las confusiones
y
la plegaria premia con dicha diferida:
miles
de bagatelas y estremecimientos
que
se deslíen en la boca del anhelo
alimento,
ay, esto no era lo que quería.
»Vengan,
vengan, hijos del siglo por venir
Vengan
a deconstruir
El
nuevo perdido signo de la belleza
Losa
por losa trasladen
Los
antiguos racimos de la sangre
A
punto de explotar en labios y mejillas
Hasta
el reververar de desierto[de las niñas
Oasis
y espejismo como las huellas
De
un espectro huyendo de la luz de la vela
Los
pasos del sismo inscritos en la carretera
De
la ilusión del amor, no,
No
de la verdad de la piedra
La
vida en sazón pescando
En
la otra orilla de la calavera»