DE MÚSICA Y
CULTURA
(A propósito
del Festival Internacional de Música de Cartagena)
La suspicacia que es virtud
cuando acompañada de perspicacia se convierte en excelente escudo en contra de
la paranoia, de los exabruptos, de los desaguisados, en fin, de las
estupideces, me tiene desde hace unos buenos días reflexionando; y hoy, a
propósito de tener la fortuna de inspirarme en un hermoso espejo de roca y
nieve en la que el sol agónico se mira desde lejos en los fragmentos dispersos
de las faldas del cráter de la olleta, con un vanidoso multiplicar sus facetas
pulidas en la pequeña y –esa sí nívea y completa- adorable cima de Santa Isabel,
en este enero extraño salpicado de vórtices polares, tormentas de sol, desfondamientos
misteriosos y borrachera empecinada de unos cuantos despistados que todavía
creen que la fuerza del dinero es igual a la fuerza de la irresponsabilidad por
esa confluencia mágica de la poesía sin manía y más bien con seriedad, que une
lo dispar y lo impar, lo cercano y lo lejano, voy a empezar por colombiología.
La “colombiología”, ese acierto semántico y pragmático que se podría
definir como aquello que en cultura es a la política lo que la identidad es a
la psicología, se me atravesó en el
momento en que reflexionaba sobre la sangre. Había acabado de escribir un verso
sentado en un paradero de buses: “hijo,
la sangre trabaja/aunque la oreja dijo/antes de conocerte/como cabalgaba mi
sangre y mi voz en tus venas/quizás te dijo...”, cuando mientras me
deleitaba con el paisaje descrito, sintonicé la emisora de la colombiología y
hablaban del Festival de Música de Cartagena; luego pusieron un vallenato que
hablando de soledades y tristezas que el viejo Emil compusiera ¿ha cuánto? hablando de hijos perdidos y de huidas
de pueblos que no se conduelen, la reflexión guardada surgió como lava
emocionada en triste suspicacia que después como el blues amerindio que es el vallenato, se volvió alegre.
Puede ser un simple asunto circunstancial el hecho de que, por ser
Cartagena una ciudad cosmopolita por excelencia, con las ventajas de un clima
como debió ser el del paraíso, de una
historia, de una tradición que une culturas, lenguas, razas; y con las
desventajas propias de lo posmoderno, no deja de ser irónico que sea
precisamente ese evento que contiene en la música la sincrética excelencia de
los reyes, de los cultos con mayúsculas, de los elegidos; y que la música, que
no es clásica porque quiera asumir los peyorativos distingos de la clase, sino
porque es en toda su complejidad, esfuerzo y seriedad donde se abstraen (y por
eso es su seno predilecto) todos los intríngulis de las sociedades, que ya no
se pueden llamar secretas sino, simplemente, discretas, se realice en una
ciudad donde el hambre, la drogadicción, el turismo sexual de menores y
mayores, el analfabetismo, campean. Y es ahí, precisamente donde ese sol
agónico que se miraba en un espejo de roca y nieve, dice de lo que nadie puede
ni quiere saber:
Es más irónico aún que lo descrito antes el hecho de que niños negros,
mulatos, pobres, acaso medianamente acomodados en las ventajas del despilfarro,
estén aprendiendo a degustar, a escuchar, a tocar, música en clave clásica. Es
más, que en las academias de menos prestancia se esté haciendo investigación
seria y con altos rendimientos para el desarrollo. La ciudad donde vivo fue
llamada en un tiempo el meridiano
cultural de Sudamérica y hoy (excepción hecha con reservas de la labor de
la Universidad de Caldas y del programa batuta pues los prejuicios de clase y
la discriminación son ostensibles precisamente por ese atavismo idiota y
provinciano que cree que el talento sólo crece en los terrenos alambicados) es
triste ver como la oferta de cultura y especialmente de música, que tenía en el
área cultural del Banco de la República una excelente muestra, se vea empañada
por la chabacanería dizque en aras de lo cool
o de la exigencia incluyente, además de que lo que en la costa quizás sea
una admirada forma de querer vivir mejor sin la cortapisa del dinero, por aquí
parece ser una forma “elegante” de vivir del Estado. Decía mi padre por allá
por los años noventa que la cultura estaba regresando a los orígenes (por el
paganismo y un supuesto resurgir de lo helénico)
y parece que tenía razón; sólo que el vértigo de la cultura ahora ha pasado a
aquellas eras en que la civilización y la razón empezaban a clarear dentro de
la negrura africana.
La colombiología es tan completa que ha creado su propio nicho para selectos en la World Work Wide; sería interesante y admirable que la evolución de
la colombiología –que es un síntoma de la coyuntura que vive la nación-
reflexionara y asimilara esta premisa: si
como dice la Escritura “no queda bien al pobre la elegancia”, tampoco al
elegante le viene bien la estupidez y viceversa, o sea, que la estupidez no sea
signo de pobreza, ni la elegancia signo de riqueza, porque los tiempos
victorianos ya pasaron, los Eduardianos ya
todos los burlamos y los chibchombianos...
los seguimos refinando, pese a que lo inglés siga funcionando
Lo realmente secreto está
guardado en lo más profundo de nuestros huesos y la sangre no debe dejar de
querer regarlo.
Villamaría, enero 9 de 2014
Villamaría, enero 9 de 2014