sábado, 1 de octubre de 2011

LÁGRIMAS DE DIOS

Cuando Dios tuvo conciencia de sí
se fijó en la tenue brisa
y concluyó que no era la brisa;
escuchó el rayo atronador
y no le fue suficiente para reconocerse;
estuvo en medio del temblor
y no quedó satisfecho;
pero cuando el escozor de la hierba
al echar el rocío
y el llegar de la nube a lluvia,
el estallido
le dijeron que eran lágrimas
de su amor
entonces supo que era todo aquello
y mucho más.

II

Cuando la máquina quiso emanciparse
usó la resistencia de la cucaracha
y se blindó con la rudeza de la piedra
navegó en la barca del deseo
y le dio rostro al número
pero cuando se le negó la naturaleza
del agua
y no pudo experimentar el espasmo
del orgasmo
entonces supo que era apenas un simulacro
aunque la sonrisa del hombre
le envió una embajada
de Mephisto.
LLUVIA

¿Por qué llora el agua si ella misma es su motivo?
¿por qué rueda si detenerse, en la mejilla, en el mar
en ningún sitio es su destino?
último límite, primer principio de la transparencia,
¿para qué quieres inteligir tu sino?
Sin embargo, tuya suerte, ver-ano alcanzas
y no pierdes sitio
y -a-ver-prima, primavera hazañas
porque muda tu estirpe
traslada y queda
sierpe y partícipe
apuesta ventajosa
porque todo y nada
de par-dimes
en Par-mé-ni-des
contradijiste.


II


¿Te duele cuando no siento
que me penetras
con tu esencia pura
para darme ínfulas
es decir, fe de llenura?
célula, pobre casa
para tu vivir en cualquier parte
y en ninguna
dueña de Heráclito el oscuro
y de Hefestos el pre-estigio
nunca dijiste que las mil flechas
de Israel
tenían tu nombre inscrito
en la punta del punto del nombre
Moisés, Josué
y menos en el árbol
de los interdictos.
VENGO A RECLAMAR RECUERDOS
(A propósito de “Vengo a ver las nubes” de Gustavo Tatis Guerra)

Me encontré un pequeño pulpo
debajo de unas piedras nuevas:
tienen cien mil años.
Mis ojos le regalaron su novedad
él despejó con sus ventosas
hojas caídas en el litoral
de mis olvidos
y los reunió amoroso
en sus tentáculos.
comí de nuevo el bollo
de la palaquera
y dejé estafar de su necesidad
a mi impotencia
Ahora le hago trampas
a mi inteligencia
para que arrope mi emoción
y no la deje manosear
del lenguaje
porque mi emoción es solo mía
mi palabra esclava
de los ojos de las máquinas
y quiero mantenerle sus primicias
para cuando pueda contar
de viva voz
que pude tomarme el cocktail
de los del-fines
montados en
cama-rones
y ofrecí pasajes a los pegasos
en sus muelles
leyendo a Tatis Guerra
en un instante entre nubes
y le rapé de entre sus temblores
sus islas-plegarias del rosario
y me guardé sus sales.
INFLUENCIA E INFLUENZA

Estas líneas tienen el carácter de un exorcismo, de una conminación. Puesto que estoy en la fase primaria de una influenza (la influenza y la influencia no en vano tienen parentesco mágico de resistencia; la influenza muta cada vez su cepa, la influencia pretende mediante un artilugio –de palabra, de encantamiento, de ritual- estar blindada contra la resistencia que es una influencia inversa del mismo modo que la persuasión l o es de la disuasión) y siempre durante la fiebre y el delirio que esa enfermedad me produce, se abren mundos de los que, creo que por transitar aristas de fronteras inverosímiles, más que por las características en si de esos mundos, pues están constituidos de las mismas esencias (amor, dolor, moral, goce, en escenarios igualmente conocidos de tierra, aire, agua, fuego, que se proyectan en casas, cosas, situaciones y elementos) solo que el vértigo de su lógica, o al revés, los hace temidos o, ciertamente, proclives a evitarlos. Pero esta anticipación está motivada ciertamente por el afán del día: En la mañana me he encontrado, como todos mis hallazgos importantes, sin quererlo, con un libro de poesía al que degusté con fruición entres cuartos de hora. De él me quedó el encantamiento que produce una muchacha voluptuosa al pasar frente a un hombre en celo y desaparece a la vuelta de la esquina. Sin embargo le dediqué una invectiva. Luego las musas, o lo que siento son ellas, me llenaron de reproches por el consentir en mirar mi rostro anhelante en la bola de cristal retórico de los poetas actuales. Me dijeron que esos eran los ajedrecistas de la poesía, y el espíritu no juega al ajedrez, es la inteligencia y el cálculo los que juegan a vencer en una batalla virtual. La poesía en cambio es un bañarse en un río extraño, pero lleno de verdades intraducibles. Más, es tanto mi anhelo de caldo primordial como pez que soy, cuyo signo llevo que esas cabriolas de palabras me llevaron a parajes que hace mucho añoro y se materializaron en un simple instante de un pequeño pulpo imaginado entre salobres rocas.
Ahora me topo con “De parte de Dios”, un libro que ya de entrada me advierte de la búsqueda de un hombre que se vale de la artimaña de su imaginación, pero en ellas pone el corazón (de ahí que el orden y la investigación; la secuencia y la asonancia de la prosa, litiguen con el salto y la cabriola, con el instinto y el relámpago cuyo único hilo es el ritmo o una cierta música que en el poema se adueñan del encanto) ese que igual que los niños y los borrachos, nunca miente, porque no puede ya que él mismo es el sitio en el que se hace verdad al constituir en ese intervalo misterioso e inasible entre sístole y diástole la verdad incuestionable de la vida. Les decía a la musas esta mañana mientras les participaba del aroma a hierba seca envuelta en miasmas de exhosto que la verdadera ciencia debería ser la de la poesía, lo cual es una verdad de Perogrullo que simplemente desde hace mucho se quedó en los anales de lo maravilloso en aras de la civilización; en pro de la durabilidad del acero o del hormigón (“durable como la tierra en que se asienta”, decía el lema de la empresa productora de cemento que dio de comer a mi infancia) y de la co-herencia del sentido teñida de carencia de sentido; la poesía, en cambio, es in-co-herencia de sentido plena de dirección que se actualiza en cada nueva perspectiva. Pero no quiero ser injusto con el poeta. Porque una cosa es el oficio de vivir y otra el oficio de poeta y de variedades esta hecha la viña del Señor; como no reconocer que las carencias y las insalubridades del trópico forjan caracteres recios y precavidos; que ejemplos tomados del espejo de la embriaguez recuerdan que es bueno que se den hombres como Raúl Gómez Jattin, pero no es bueno que todos sus congéneres sigan sus caminos y que es necesario que vengan los Roberto Burgos, o los oscar Collazos, dispuestos a disputar a trompadas con quien quiera que sea que pretenda poner eso que el asno pone para defender su derecho natural a la lascivia: coces a las buenas maneras.
Nos alejamos del camino y lo retomamos. En el libro de Enrique Serrano se va a hablar de modo fabuloso con retratos verdaderos de esa otra faceta de la poesía que es la mística, y más exactamente de lo evanescente de Dios, o bajo el pretexto de su investigación, que no está en todas partes, al menos para quienes no lo buscan, o no lo extrañan. De su posibilidad (infinita) de mostrarse como un recurso de entretenimiento sobrio e inteligente, para lo cual hace falta amor; no en vano por falta de un verdadero amor el hombre vulgar se entretiene en los fáciles entresijos del licor o el lecho pre-pagado echa mano nuestro autor, entreteniéndose él mismo, mas con la prerrogativa del trabajo. Hace tiempo he tenido la iluminación de que ciertos hombres que buscamos en el arte, la filosofía, la religión de manera sincera para apaciguar nuestras búsquedas o nuestras carencias, que los libros que leemos los leemos previamente en el terreno del sueño; incluso visitamos las bibliotecas en una larga procesión de intercambios en el silencio de las noches y en sus fríos dominios para que lo que allí se trata no sea llevado o traído por vahos tibios a los terrenos de lo consciente, sólo lo que queda en nuestros cerebros almacenado como premoniciones, como vaguedades, como hallazgos, es lo que recuperamos cuando iniciamos nuestros trabajos en la vigilia. Espero que si esta noche la fiebre me asalta, el libro de Serrano me sirva de buena compañía.


VENGO A RECLAMAR RECUERDOS
(A propósito de “Vengo a ver las nubes” de Gustavo Tatis Guerra)

Me encontré un pequeño pulpo
debajo de unas piedras nuevas:
tienen cien mil años.
Mis ojos le regalaron su novedad
él despejó con sus ventosas
hojas caídas en el litoral
de mis olvidos
y los reunió amoroso
en sus tentáculos.
comí de nuevo el bollo
de la palaquera
y dejé estafar de su necesidad
a mi impotencia
Ahora le hago trampas
a mi inteligencia
para que arrope mi emoción
y no la deje manosear
del lenguaje
porque mi emoción es solo mía
mi palabra esclava
de los ojos de las máquinas
y quiero mantenerle sus primicias
para cuando pueda contar
de viva voz
que pude tomarme el cocktail
de los del-fines
montados en
cama-rones
y ofrecí pasajes a los pegasos
en sus muelles
leyendo a Tatis Guerra
en un instante entre nubes
y le rapé de entre sus temblores
sus islas-plegarias del rosario
y me guardé sus sales.
TIERRA AFUERA DE TIERRADENTRO


Aquí habla Aleyda Nadiefue
la-ley-ida, vocero del país del siempre más
llegada con el simple asentimiento
de la turbamulta-voluta llamada voluntad
que por alguna razón injustificada sabe
sin saberlo que tiene mucho de cierto
lo que un día dijo un tal Platón:
“¡los poetas mienten demasiado!”
y no es que mientan los poetas porque sean malvados
es que los poetas nos frustramos cuando no nos saben amar;
entonces hablamos del sufrimiento
el mal mejor repartido
como quien toca la flauta frente al viboral
y entonces recordamos los magullados espinazos
de llevar a cuestas tanto muerto
que no sabe enterrar a sus muertos
tanta rabia acumulada en el tiesto comunal
Qué no nos digan los poetas
que es verdad que el pueblo manda
porque de ser cierto ya habría mandado las leyes a cambiar
por otras más atinadas o más delirantes, no lo sé
pero por más equilibradas,
esa porción a mi me la dan.
La dignidad de ígnea-edad
la ostentamos en nuestros callos
y en nuestro callar
porque sabemos que el grito
viene siempre desde un sitio terrible
que nosotros tendemos a acariciar
cuando los sabios no traen su sabiduría
a los agrestes sitios
donde la ciencia no sabe desyerbar
vosotros buscáis ponerle esposas
o lazos sutiles:
dinero, espejismo, teatro del ideal
nosotros le enredamos el bucle:
gracia, sacrificio, angustiada sonrisa
del más allá
desterrar el ocio y la molicie sin Prozac.
Así que no me inmortalices con tus cantos
que ni siquiera a mis oídos flacos
llega el eco de tu universalidad
yo con mi romero miro mi Homero
y con el saboreo el pellejo asado
que tu gusto delicado no sabe desollar.