sábado, 19 de enero de 2013

CRUZÀNDOME CON FEDRA


Ayer nos cruzamos de nuevo como en seis meses despuès de veinticinco años. Ella estaba surtiendose de comodidad automotiva; yo estaba destilando veneno de la cotidianidad sobre pedales. Al primer golpe de mirada nuestros gestos dibujaron que existìan aùn entre nosotros nudos emotivos. De inmediato me vino a la mente aquella època cuando en su rol de profesora de literatura clàsica e introducciòn a la lingüìstica me le insinuè sobre unas fotocopias de la Odisea con una frase escrita al margen: Fedra, te amo. En esa bella època ella todavìa no lo era tanto: Asumìa esa espuela de la personalidad que es el tabaco y se pintaba los labios como una especie de diva de Pigalle. Acaso los proclives a mirar cada cosa de sus semejantes con mirada freudìatica esten seguros de que mi tendencia de enamorarme de las maestras es un claro sìmbolo del complejo de Electra o cualquiera de esas definiciones que ya hoy a nadie le importan; y acaso sea cierto que esa admiraciòn  materna sublimada en el saber o en la erudiciòn sea una transferencia de la pobreza espiritual correspondiente. El caso es que ahora al verla de nuevo llego a la conclusiòn de que ella tambièn estaba creciendo -pese a que era una fruta madura- y que tambièn a ella la llamban los demonios y una de sus formas socráticas de amarme era dicièndome delante de la clase que posiblemente yo podrìa llegar a ser un buen filòlogo, pero que nunca llegarìa a linguìsta y yo para mis adentros ponìa palabras en el coro de la feumànides: "Pero no vas a poder negar que es jodidamente inteligente". Ayer realmente vì que detentaba aquello de que hablaba Platòn acerca del reino inteligible y la belleza. Ahora era una verdadera filòsofa en la delicia provocativa de jamòn serrano y esa serenidad redonda de un rostro sin afanes; sòlo aquel que no puede evitar denunciar que en nosotros funciona el espìritu.