“O estaré internado en un asilo de beneficencia, feliz por la
derrota absoluta, mezclado con la gentuza de los que se creyeron genios y no
fueron más que mendigos con sueños, y junto a la masa anónima de los que no
tuvieron poder para triunfar ni renuncia bastante para triunfar al revés.”
Fernando Pessoa (libro del desasosiego)
“He conocido tanto fastidio de los indigentes de St. Thomas, como
los asentimientos y brillos de lentes de abuelita de Harvard Hall…en ambos
casos existía un deseo…de confirmar el valor y el significado del arte”
Seamus
Heaney
¡Qué tan pìnchado! ¿Quién, el ruso? Bueno, si
y no; porque si fuera el ruso tendríamos que estar hablando de lo común que se
cita en la filosofía; es decir, lo comunista. Puesto que estábamos en una
celebración, entonces en ese sentido sería factible lo común-ista, Digamos,
entonces un piradito. Si, tendría que
serlo, porque si tenemos en cuenta que
el pirado es lo mismo que un rápido,
entonces tendremos una figura, pero no exactamente. Un rápidito En cambio, si fuese el zuro,
que llegó de pronto, sin que nadie se percatara, entonces estaríamos
asistiendo a un juego de rompecabezas.
Estábamos asistiendo a una coronación. Digo,
estábamos porque cuando llegamos, nosotros solitos, nos encontramos con aquella
damita. Fue un acaso. Ella pasaba por nuestro lado y nos saludaba sin ninguna
razón. Vaya que era simpática. Tenía una frescura en la sonrisa que decía no es cierto que son lindas mis tetas?
Existía un antecedente misterioso. Hacía poco
íbamos, el solitario y yo, juntando aburrimientos con ocurrencias cuando, como
no aparecía ninguna interesante, se nos vino un pensamiento ocioso nacido de la
idea azarosa de que la medida del pie iba a ser exactamente igual
que la distancia entre esa manija hundida de la tapa de aquella cloaca cuadrada
y el límite de su configuración; no lo era, sobrepasaba al zapato: ¿Era Dios o
el hombre la medida de todas las cosas? Entonces, al momento, se apareció al
borde del camino una especie de respuesta: Una araña arrastraba, en reversa, a
una avispa que doblaba su tamaño. Como nos ha sido dado una especie de código
de la pobreza del lenguaje y la pobreza de sus científicos, entonces empezamos
a viviseccionar mentalmente a la circunstancia y a sus sujetos. El sustantivo contra el Verbo. La
araña sólo podía ser el ara-en-a, el altar del principio que profanó la
serpiente: Ara-n-a (~); y la avispa era Vi-a-ese-pa’.
Ese día nos fuimos muy sonrientes mi solitario y yo, guardando nuestros
misterios ¿a quién se los iríamos a vender; a los eruditos que manejaban cada
teoría de acuerdo a los presupuestos de los equipos de investigación; a la
gente de a pié que buscaba cada día más la dicha que la felicidad, el contento
que el conocimiento? Pero más tarde,
cuando nos dispusimos a tomarnos el postre de sombra de nuestro ayuno a la hora
del almuerzo en el “Parque de las aguas” se nos apareció el-pa’malo.
Aquella era una pileta que no tenía encendido
su motor de lanzar chorros de agua al aire al ritmo de cierta música en ese día
caluroso. Los prados que la circundaban gozaban de una deliciosa sombra que la
pileta no. Como era una especie de anfiteatro de media torta nos habíamos
sentado en una de sus graderías. Un par de viciosos se fumaron su porro a la
sombra del árbol que ofrecía su tronco leñoso y viril. Un vigilante del parque
vino a hacerles mala cara. Ya estaba autorizada la dosis personal aunque no en
lugares públicos y menos a mariposos. La pileta tenía una serie de pequeños charcos,
pero uno mayor. La paloma que se
revolcaba a sus anchas, defendía el territorio con saña de las otras
ocho que se acercaban con sus contoneos entre medrosos y desafiantes, fue a
acicalarse justo en el sitio donde los maricones se habían fumado su puro.
Habeís visto las palomas picoteando el suelo? solo comen símbolos sedimentados;
los pensamientos elaborados de los hombres que ellas metabolizan en su mollejas
con piedritas y arena. Las otras parecían jugarse los turnos en una ruleta
extraña. ¿Por qué Noé envió a una paloma y no a un cuervo a investigar después
del diluvio? y ¿Por qué existen las
palomas mensajeras? y ¿Por qué son un símbolo de paz cuando son de los seres
más belicosos y promiscuos de la tierra? Desde entonces la paloma fue el pa’malo y mucho más cuando al minuto siguiente llegó
una muchacha con aire de perdida que intentaba darle fuego a su pipa. Al mismo
sitio. Tenía una cola redondita y protuberante. Y los senitos respingones nos
recriminaban cada vez que mirábamos hacia su sitio. La llamamos; le dijimos que
tal vez no tenía bien abierta la llave de su candela como efectivamente fue.
Entonces nos contó que venía de aventura, pero que era minera. Le dijimos que
acaso no era que las mujeres tenían prohibido entrar a los socavones porque
traían mala suerte. Dijo que eran mentiras de los medios de comunicación porque
cada vez eran más las madres cabezas de familia que se aventuraban en la
obscuridad para traerse el sustento del oro (nosotros para nuestros adentros
sabíamos que el oro no era el te-es-oro).
Confesó que hacía cosas malas insinuándose
pero tenía la sonrisa pletórica de sarro que tal vez no le permitía lustrar el
agujero donde pagaba una pieza por días. Yo sé que la paz no es esa belleza que
nos pintan, nos dijo. Cuando se fue las palomas fueron alternándose para ir al
sitio a peinarse las plumas de las alas y la cabeza. Todas tenían que hacer su
número, una por una frente al charco. Nos
preguntamos quién y con qué criterios ponía a funcionar el motor de la
pileta. Más tarde, en el parque “Los
fundadores” dos palomas me amargaron el café de la coronilla de la divina
misericordia. La una vino cojeando y después de hacerme un visage alzó vuelo
hacia el edificio del liceo Isabel la católica. La otra me enseñó francamente
su muñón de la pata izquierda y se metió en un seto vallado por una cerca
metálica cuyos ramajes sin flores no me interesaban. La-fe.del-loor. Me había fracturado el fémur.
Pero también podría ser pa’-loma –¿para qué, entonces, podrían ser las alas?- y como no
eramos ni pa’malo ni del todo pirados, nos echamos a rodar loma abajo
buscando un mejor clima para nuestras tristezas. Entonces nos vimos en la plaza
central de la Villa-de-las-flores. Se
estaba, bajo el kiosko recién nacido de la imaginación del alcalde recién ido,
a una reina.
—
Ola, ¿qué hace?
— No, pues aquí, celebrando.
Si nos hubiésemos propuesto buscar algo de
nuestras ansias seguramente nos habríamos sentado junto a una vestal perdida o
al lado de una vírgen moderna de esas a quienes no interesa reconocer que su himen está intacto
aunque su virginidad moral pertenezca ya al reino de las muñecas. En cambio,
yendo a sentarnos en aquel como oleaje de cemento, los rizos de un agua de
piedra, la geometría de lo efímero que va y vuelve desde la salmuera, nos
encontramos junto aquella damita de figura menuda escoltada por su dama de
compañía; era esbelta y con una sonrisa tan fresca como su piel que no denotaba
que pasaba los sesenta; sólo su rictus, como de mueca de reina hastiada; sus
cabellos entrecanos estaban recogidos en una moña isabelina; ah, y sus tetas
francas y desinteresadas.
— Y, quienes son los artistas?
— Los hermanos Uribe
— Pero nada que ver con los tiranos, espero
— Ni de sueños
Había en nuestro corazón una extraña mezcla
de reticencia y ansia. Como todavía nuestra mente le jugaba al alma la partida
de la adolescencia, con los ases de la testosterona cañándole a la próstata y
el desparpajo consiguiente, nos sacamos de la mochila una cerveza. Entonces,
mientras hacíamos al buen gusto el desaire de no contar con la ventaja de la
lata y, en cambio, hacíamos rememorar a la atmósfera displicente los esfuerzos
de los principios para soplar botellas, divisamos en el trasfondo a la reina,
impecablemente vestida de blanco de los hilos de los zapatos a la cabeza.
Relamía con fruición la pajilla de un Hit
¿de mango, de piña, naranja-manzana?
que lo diga la fuerza. Ya no vive nadie
en ella/ y a la orilla del camino silenciosa está la casa… De pronto, como
si los celos del aire quisieran retarnos a asegurar que eran las flores del
lado izquierdo las que merecían los aplausos del día, una desvergonzada paloma
fue a aterrizar sobre el tupido follaje de sus enanas anfitrionas y hermanas; y
sacudía las alas con el desespero del gallo y de ellas mismas, cuando se
enfrentan a lo rápido de las ansias; alas y tierra ¡qué vaina! la cama y las
cobijas, más, al destaparlas, era ella sola como si trajese un mensaje: también
copulan las ansias desde la impotencia de la carne cansada.
Quisimos en un momento de arrebato compartir
semejante poema pero desde el tejado del kiosko, el resto de las palomas nos
dijo: Vas a esperar a que ella te pregunte ¿qué es lo sublime?