VIVE O
DÉJATE MORIR
Vive o déjate morir, envidia; parece decir un
lema de los nuevos modos de lucha simbólica moderna –aunque sea un pleonasmo no
ostensible, pues toda modernidad es de nuevos modos, y dejando de lado el
asunto posmoderno, pues, a ese tenor, lo posmoderno sólo podría configurarse
como un acabamiento de todos los modos-. Y es que el metal en que se forja hoy
la espada que esgrime el símbolo es verdaderamente de pacotilla. La reflexión
se propicia cuando el pensador, sentado al arbitrio del tedio en un día de
inicio de fiestas paganas con telón de fondo judeocristiano, en una cafetería
de pueblo, se toma un café y sintoniza un medio de difusión de un
establecimiento educativo. Es un programa musical. La mixtura no puede ser, ahí
sí, más posmoderna. Se combinan la inquietud de si importa saber si el emprendimiento
de negocios de la cafetería, con su diseño de avanzada para clases populares,
proviene de un estímulo oficial o de gobierno, de un patrimonio campesino y
familiar que se ha esmerado por colonizar lo cosmopolita, de algún misterioso
capital que se pierde en los meandros de los solapamientos financieros que de
todos modos tienen un pseudocontrol alcahueta, o simplemente es la apertura de
un espíritu benévolo que debió abrirse camino por un medio maligno –lo cual no
es tan simple pues implica la banalización del mal, lo que tampoco es digno de
censura a primera vista- con la nostalgia de la banda sonora de un pasado
reciente, pero absolutamente en inglés. La canción que suena se llama the tire is high del grupo Blondie. Los
comentarios los hace Manuela Zapata en compañía de un Oscar que se debe sentir
orgulloso de una palabra como Hollywood.
Es seguro que un gran porcentaje no pone mientes en el asunto de entender qué
dice el parlamento; lo importante es que la melodía sintoniza con un cierto
tipo de ambiente emparentado con la eterna bohemia. Antes había sonado Janis Joplin
la flamante suicida miembro del grupo de los 27’s. Pero también es segurísimo
que otro porcentaje más o menos alto se siente en un nicho diferente de clase y
de status porque sus sinápsis están trabajando en el excelente ejercicio mental
de manejar dos lenguas; y no es que aquí queramos recordar el proverbio inglés
según el cual todo aquel que habla dos
idiomas es un bribón, citado por George Simmel en “filosofía del dinero” , sino
porque la pobreza social que implica el hecho de que los estímulos de
adiestramiento se ciñan a terrenos tan deleznables, opacan ciertas tendencias
espirituales y sociales que desde los sectores marginales tratan de no dejarse
socavar el camino logrado mediante esfuerzo y sacrificio. Es cierto, para un
estudiante de lenguas modernas debe ser un ejercicio utilísimo; para un
estudiante de comunicación social, le implica irse adiestrando en ser un
profesional integral, aun cuando los énfasis en ética y deontología si no son
superficiales son sesgados; etc.
En esas estaba el café evaporándose a sorbos
muy pequeños y espaciados de buen barista cuando el pensador, absorto en su
vidriera amplia diáfana y bien ventilada miraba el pasar de la mascarada del
mundo. También es cierto que toda la miseria espiritual de la época se
manifiesta en otras formas. Cambia el dial del Smartphone, se anuncia la
sinfonía patética de Tchaikovski.
Tanta vulgaridad que se pasea dichosa es causa de que la violencia por neurosis
libidinal sea mucho menor que en siglos anteriores; pero la violencia por
exceso de apetito por sobreabundancia se ha disparado. El pensador registra un
mensaje en su dispositivo de actualización estética de la sensibilidad
adormecida: Quisiera ver un solo rico,
que no sea ni filántropo , ni enfermo, ni artista verdadero, que no sufra del
síndrome de exceso de apetito, es decir, de Hibrys, de desmesura del poder. Y, entonces, qué pasa con la
situación actual de la educación, caso Carolina Sanin que como niña malcriada pisotea
todos los postulados de niño bien y se dedica a proferir insultos de grueso
calibre, a cazar querellas poco razonables para su condición, a querer comerse
el mundo de un bocado; no será que esos dioses que andan por ahí sueltos, mal
digeridos, mal destronados, llamados manía,
hermetismo, oligarquía, hipocresía, le están poniendo a la sociedad un
espejo que le grita qué inflada estás
comiendo ciencia, es hora que te
pongas en dieta sincera; el mundo ya no es niño para dejarse conducir sin
razones apropiadas. Las formas de adaptación de los sistemas al devenir
parecen estar generando una entropía que se acumula en el depósito del saber
que ya no es la enciclopedia, es una olla de presión insoportable.
Hoy todo gira en torno a la economía y esa, es en gran parte, la causa de tanta dicha del mundo de hoy, valga decir, por la cultura, pero no felicidad por falta de desarrollo de los pueblos. Más, hay eco-del-nomos que está resonando en el oikos, deberíamos escucharlo, desde las universidades, desde la parranda o desde los corazones.