viernes, 29 de diciembre de 2023

PALESTINIAN

PALESTINIAN

Ser pequeño, ser pobre, ser solo, 
Ser un perro, ser un cero,
Una cifra sin multitud,
A la izquierda de todo.

Ser un preso a cielo abierto
Oprimido por mi hermano,
Pisoteado por su bota de guerrero,
Él, de Dios hijo bendito su pueblo
Que se va a inventar la píldora y la bomba
Atómica y el cohete y el viagra y el bacillum
A la tierra del extranjero,
El pagano y no el bárbaro,
Él, ahora justificado por el Goliath,
Del daño colateral de mis niños muertos.

Ay, y éste, aquí, y sus muchos otros
Testigos en la pantalla de la centella
Y el trueno del bombardeo
Bajo la cobija tibia;
El Yo, gustando un vino pleno
De sulfitos a precio de mimo;
Yo, cero de última fila después de la coma,
A la diestra de dios padre capital eterno,
Mientras, afuera, el cielo
¿Quién sabe de qué quantum habla con la bestia
De vientre de fuego a cuyos piés duermo;
Qué conjeturas y qué refutaciones se harán
Entre agujas de fuego líquido móvil y el tapiz de truenos; 
Qué, de quiénes, cuáles las plegarias
Por las que los armisticios de cada día se firman
Con retozos de ceniza y pequeños estremecimientos?

Que de Palestina suban putas y proxenetas y pederastas
Y se dispongan para su Enero
No significa que adentro, muy adentro
De sus corazones y vientres
No pueda surgir, de pesar
Un sonoro pedo.



Ay, y éste, aquí, y sus muchos otros
Testigos en la pantalla de la centella
Y el trueno del bombardeo
Bajo la cobija tibia;
El Yo, gustando un vino pleno
De sulfitos a precio de mimo;
Yo, cero de última fila después de la coma,
A la diestra de dios padre capital eterno,
Mientras, afuera, el cielo
¿Quién sabe de qué quantum habla con la bestia
De vientre de fuego a cuyos piés  truenos; 
Qué, de quiénes, cuáles las plegarias
Por las que los armisticios de cada día se firman
Con retozos de ceniza y pequeños estremecimientos?

Que de Palestina suban putas y proxenetas y pederastas 
Y se dispongan para su Enero
No significa que adentro, muy adentro
De corazones y vientres
Surja, de pesar, un sonoro pedo.

domingo, 3 de diciembre de 2023

RECUERDO PDF

 Se negó a detener la mirada. Como cuando uno, intempestivamente , en pleno
centro de la ciudad, se topa con una plasta, máxime que es una de uno que habla y
-se supone- piensa, eludió de inmediato el contacto. Era un día de esos, raros. Como
si un presagio o un signo ominoso se cirnieran sobre el ambiente. Llovía con esa
lluvia menuda, lerda, amenazante como la calma chicha.
No sabía nada del último suceso y tampoco le interesaba. Había tan poco de creíble,
o al menos digno de seguirse para estar al día, informado; todo ahora tenía su
intención oculta: Compra, invierte, vende, afíliate, toma partido, manifiéstate, sé del
equipo ganador. Era preferible intentar encontrar el signo fantástico, poco
esperanzador es cierto, de la poesía, pero al menos dejaba la sensación de que
fuerzas más grandes que las poderosas que te mantenían en sozobra total -que las
guerras, que los ladrones, que las pandemias, que el fracaso esperando la
catástrofe.
Acaso por eso el día anterior dio curso al capricho que se le dibujó en las mientes a
modo de ocurrencia: Lo que era la sala de la casa -que más parecía la guarida de un
animal herido; desechos viejos por todas partes, humores acumulados, alimañas en
los techos, en los rincones, en el lecho-, se convirtió en dormitorio. Los viejos
muebles donde hacía tanto ninguna visita se sentaba ni la vista se regodeaba ante el
ventanal al calor y los barruntos de un vino, se fueron al fondo, junto a la estufa,
junto a la cocina; un diseño tan extraño que respondía, simplemente, a unas
necesidades de industria ya tambíen extinguida de fracaso prematuro (sus
mentores habían emigrado a buscar el suerño americano). La alcoba, alojada en lo
más profundo de una L, para nada signo de elegancia, en la que el palote vertical es
la entrada y en el rellano la ahora sala, quedó tal y como venía, con la cama del
anciano que había muerto ya hacía casi tantos años que el número tres se constituía
como un retroceso en la capacidad de conciencia que sólo hasta el siglo XVII se
inventó el término millón. La cama plena de carcoma pero aún resistente al peso,
aunque no al trajín, de la madre, se armó junto a la ventana y unos viejos cortinajes
color púrpura de una cretona brillante, formando un cuadrado como si una urna
funeraria de un personaje espléndido, como catafalco. Era simplemente un cambio
de ambiente. Pero después, emergió la poesía.
Como la biblioteca era a sus ojos un ser vivo que mostrenco e inmóvil da signo de
vida y plenitud entregando sus miembros a seres hambientos de comérselos luego
de darles un paseo de varios días y luego devolverlo -normalmente indemne como
señal de respeto-, había ido a retirar tres novedades que buscaba con ahínco sin
ninguna guía, sólo un instinto extraño que lo guiaba a determinado pasillo y le hacía
auscultar lomos, títulos y reseñas que, invariablemente, mostraban un aspecto de
su vida presente o reciente; el monstruo sabía todo de todos y a él le gustaba
conversar con sus oráculos.
Ese día de lluvia no le iba a impedir realizar los oficios sagrados de tomarse dos
cervezas en un banco de parque, con sus invitados sobre los hombros, saliéndose
por las costuras de la mochila de modo inadvertido en forma de arabescos llamados
letras y formando nuevos corros de palabras con su dispositivo anfitrión y sus
sinápsis. Lo haría bajo el alerón de una casa vieja. Así que cuando se disponía a
proveerse de los sagrados viáticos en la gran superficie, fue que se encontró de
bocajarro con la gran plasta. Llevaba un extraño atuendo de pintor de brocha gorda
y su odiada faz de bonachón, como si una digestión de manjares exquisitos se
hubiese visto impelida a salir, de prisa, por la salida de incendios que, en los
manchones y costras abigarradas de overol invitarían a cualquiera hiena famélica a
zamparse de nuevo semejantes despojos.
Hoy se lo volvió a topar. Esta vez no tenía el semblante abotargado y rubicundo del
alcohólico y el decente atuendo de un profesor jubilado. Un anciano preocupado de
tener que hacer larga fila para pagar las mismas tres cervezas, de la misma marca,
frente al mismo personaje que tampoco esta vez lo vio.
¿Era Platón el que había inspirado aquella ocurrencia de hace unas semanas en que
la pared del pasillo que formaban los cortinajes albergaba una copia descolorida de
“Picador con subalternos” del gran Fernando Botero, cuya noticia de haber fallecido
anunciaban los medios ese día? ¿Era, simplemente el espíritu adelantado, entre
sueños, el que había construido aquel rincón de alcoba para que la muerte
encarnada en el alma del maestro, al entrar se encontrara con una de sus obras y
siguiera hasta la alcoba sin mirar en el camuflage de catafalco?
El día, que era espléndido inicio de diciembre se hizo amargo por una sensación
extraña, una mixtura entre remordimiento y culpa de hybris por no haber llamado
al profesor de filosofía antigua I, que denostó y rechazó los delirios (M-I-S-T-E-R-I-
O = Mi-(e)s(te)-río) de un novel aprendiz de poeta. Venga, Amado, pague sus
cervezas que yo hoy brindo con vino francés: pero permítame una pregunta ¿aquel
día también se puso usted traje de faena para demostrar que no está dormido, o
también era un estímulo conductual para el pobre mono encerrado en su jaula de
cristal?