martes, 23 de abril de 2013

DELIRIO PARA UNA MUJER DELICIOSA


DELIRIO PARA UNA MUJER DELICIOSA
¡Qué mujer deliciosa! Fue lo que atinó a pensar al avistar en medio del tropel aquella silueta de perfil adosada contra la ventanilla de préstamos y devoluciones de la biblioteca. Pero aquello era sólo el surgir del su-ceder a que nos somete la vivencia. El vivirse estando o el estarse viviendo era otra cosa. Cuando se la cruzó tres minutos antes y en el fugaz intercambio de sonrisas en el que ella masculló un saludo incierto que se aprovechó del momento para dejar ese sabor entre ¡cómo estás! Y ¡mal-etás! El suspender todo lo que venía meditando, tratando de acomodar ideas confusas y aplicar certezas difusas para dejar que esa piel morena con untuosidad de ojos apasionados pero absolutamente correctos se le metiera como una emoción de paloma que te aletea en la cara, era como una oficina de caridades carismáticas o un apremio de tienda escolar a la hora del recreo: tal-me-es; me-lates; la-metes; ¡métasela!
Y pensar que venía pensando en ella (pensó cuando se sentó a hojear distraído el libro que venía leyendo días ha, sin asumirse por fin a reanudar la faena). Pero en realidad ella era la que podría ser destinataria de un mensaje en Facebook que le dijese algo así como: «Le escribo porque soy consciente de que establecer diálogo con las personas es algo para nada fácil. Lo simple es lo de por-miles, lo complicado es como-aplicado y aun me-picó-el-hado. Yo soy complicado, pero no porque no pueda ser sin- sello, sencillo, sino porque siento que el otro es como un santuario al que me acerco casi como a un ser divino. Sabe, casi me imagino ya preguntándole si sabe lo que es una preterición y usted respondiéndome que cuál es mi definición y yo diciéndole que es algo así como decirle si no tuviese usted ahora tras usted ese diploma que la acredita como profesional en derecho, le diría que su estampa de reina sólo le sirve para hacerme caer a sus pies, pero como tiene delante de usted a un simple ser indefenso al que usted podría favorecer, solo puedo decirle que rezo para que no me rechace y me imagino que usted no puede disimular una ligera sonrisa y que al callarse que también la preterición es dejar a alguien por fuera de un testamento, como me dejaron a mi por fuera del testamento de la abuela y que el entorno en general creyó que al despojarme de mi herencia del afecto coronaban su egolatría, pero resulta que la abuela, por intermedio de la  poesía me estaba dejando una herencia que nadie me podría quitar de buenas a primeras y entonces un gusanillo de inquietud empieza a trabajarle y sin embargo trata de salírseme por la tangente diciendo que no entiende lo que quiero decir y que yo no me amilano y le digo que me permita iniciar un pequeño juego dialéctico sólo para romper el hielo: escoja, sin pensar, entre las palabras conversar, hablar y charlar, la palabra que más le agrade; y supongamos que usted me dice conversar y yo le digo que me perdone pero que yo no creo que sea usted tan liviana, pues conversar, ya que entre los romanos un verso es la era de un cultivo, viene a ser sólo intercambiar el orden de lo que uno ve desde encima de  la apariencia y usted pasa por más profunda; si me dice que charlar, entonces usted si que sería superficial, pues charlar es sólo echar-del-lar; con lo que sólo nos quedaría hablar que es, sin que me vaya usted a pedir que lo sustente, aunque puedo, pero eso forma parte del fortín por el cual lucho para obtener respeto de quienes le pido me defienda, repetir el mudo principio por el cual el lar es el lar, básteme decir que ese mudo principio está representado en la letra H que viene a ser dentro del sistema de Filosofía de las Formas Simbólicas del Alfabeto que he inventado, parte de la escalera por la que el espíritu sube y baja en su intercambio con las conciencias y que entonces usted decide darme juego y me fustiga que qué más, entonces yo le pregunto, para medirle el aceite de sus convicciones íntimas, que qué opinión tiene del Estado y usted, como siempre, no prudente, sino al acecho de mis zarpazos me dice que en qué sentido y entonces yo le respondo que, por ejemplo, según palabras de un analista político, el alcalde de Bogotá Gustavo Petro, por un celo desmedido de la idoneidad y corrección moral del Estado está poniendo la dinámica de funcionamiento de la ciudad en un estado tal que en lugar de avanzar está retrocediendo de modo tal que las basuras de lo políticamente correcto se están carcomiendo la real posibilidad de vivir en un ambiente sano y entonces usted me dice que no sabría que decir porque finalmente el Estado es una entelequia y que son quienes intervienen en el Estado los que le dan una apariencia final y entonces yo le digo que por eso, que si usted cree que el Estado es corrupto y no puede ir en contra de la corriente o, peor aún, que usted no correría el riesgo de poner a prueba su gran inteligencia y capacidad de lucha para poner las razones en su camino infinito hasta que, como dice el semiólogo –que tal vez lamente que su apellido no le haga honor a la realidad de lo que resuena-: No son los poetas los que ganan, son los filósofos que finalmente se cansan, en lugar de buscar acomodarse, con lo que, total yo entendería que los Amparos de Pobreza no son para abogados sino para auténticos filántropos »
Pero él se sabía decir que ese sería un diálogo absolutamente improbable fuera del ámbito libresco y, aunque no sería del todo bizarro si se diese una circunstancia y ambiente reales en el que el atraso lingüístico y evolutivo que el hombre vivía, lejos de ámbitos como decir el anglosajón en sus más elaboradas mentes, sólo le quedaba ver que ella era realmente deliciosa al verla ahora, mientras brega de un lado a otro con el bibliotecario en busca de una referencia intrincada con sus ademanes sobrios y esa expresión del rostro de una placidez casi beatífica, casi imbécil en contraste con esos rasgos de una simetría y una delicadeza de artista, con esos puntos dorados en el lóbulo de la oreja, sin un sólo rastro de cosméticos y ese cuerpo grande, desenvuelto y absolutamente sensual sin el más mínimo detalle de seducción y una voz como un arrullo que por fin le obligó a refugiarse en la trama.