No era treinta y uno siquiera todavía; y si,
para un diciembre, era buena fecha de inocentes. No quiso decirle nada, hasta
el siguiente día. La luna podía irse con sus cábalas a donde le provocase, al
fin que tenía fans como zombis ¿era menguante? Por lo menos el tiempo se
portaba a la altura. Que cada treinta y uno lloviera agua Dios, misericordia no
era nada raro. Pero como ahora todo quedaba tan cerca de todo; ya empezaba uno
a saber cómo es el amor, como tan pronto sabía que se iba. Total que los niños
tuviesen que aguarse las máscaras pintadas de gatos, de jaguares, de reinas, de
soy linda e inocente, o soy, como mi papá, policía, que se fue a un viaje
largo; mamá ¿es muy lejos esa ciudad llamada cárcel? No, mi amor, no es tan
lejos, sólo que allá hay un fuerte inexpugnable como eres tú, fuerte, grande,
listo para lo que sea, pero llegará el día. Entonces rímel y máscara y niñez y
noche se hacían una sola cosa bajo la lluvia que repartía dulces, unos más finos
que otros, unos más creativos, otros más aprendices de limosneros, y el brujo
mundo adulto a la expectativa sonriente y adentro la balanza maltrecha: En este
lado yo, imágenes vertiginosas, este corazón no deja que la cámara retrate y
guarde todas las fotos de emociones; allá, en el otro lado, las miradas duras, las conversaciones que, de
algún modo, uno entiende que están escurriendo el bulto a las pretensiones
sinceras y dignas, los desprecios. Ese
amigo de mamá que le dijo: Léele libros a tus niños; el mundo de las letras les
deja entender más y mejor, pero mamá tiene otras prioridades, aleccionarnos,
por ejemplo, hablando todo el tiempo y diciéndonos que tenemos que ser abejas;
entonces yo me confundo porque, sí, alcanzo un poco a entender que las abejas
vuelan aunque yo camino, pero también pican y tienen veneno y yo…saluda, di cómo
te llamas, dale la mano…hablar y hablar y hablar, y menear el rabo como agitar
las manos…
Fue después de que caminé calles y calles y
por todas partes el carnaval parecía un río sorprendido por una avalancha de
cosas extrañas. Finalmente había ido a comprarme una cerveza.
—
Y, ¿cómo te fue anoche?
—
¡Perdón!
—
Sí, yo era el que estaba detrás tuyo, cuando, ataviada como una
viuda de encajes con tus ¿veintidós años? y pintada con un remolino en cada mejilla;
claro, efectos especiales para la luz negra, y ojeras de bruja y labios
sangrientos le pediste al tendero que te llamara un taxi.
—
Ah, ya. ¿y?
—
No, pues, yo en ese momento quise preguntarte ¿y es que no llevas
a tus dos niñas? pero me dije, bueno, ella también tiene derecho a terminar de
ser niña, al fin, que tienen una abuela buena que cuida de ellas. aunque sea
una niña loca. a cierta edad las niñas locas son un encanto, cést la vie. Pero yo me quedé un poco
aturdido, porque, sabe, muy poco antes de que se notara que usted esperaba a su
primera niña, un mes, ¿acaso dos? Usted
me provocó el siguiente pensamiento: “¿De
qué familia es, que le pregunté a la Virgen María y me dijo que no, que no era
de su familia?
—