INVENCIÓN DE LA VIOLACIÓN
Sucedió que una vez Atenea, la diosa, supo lo
que era el aburrimiento. Todo el tiempo indagando en el espejo de la sabiduría
-por aquel tiempo sabiduría era un buscar destellos entre una telaraña para dar
con una idea del camino a seguir en el escabroso camino del conocimiento-,
pedirle al búho que le prestase sus ojos agudos para atrapar alguna centella
con la cual humillar a los otros dioses en los postres, después de las cenas en
las que se esnifaba especulación, vahos que tomaban de la reverberación de la
luna -que aquí entre nos, por esos tiempos la luna era un tema de moda en el
Olimpo ¿seria cierto que Zeus estaba tramando alguna jugada artera poniendo
allí aquel disco en el que se miraban las sombras que pasaban fugaces buscando
refugio luego de su escape del averno y todos los dioses, con cierta reserva
gustaban de darse un pequeño aire? ¿O había razón en que era un huevo expulsado
prematuramente por una diosa todavía no identificada y con una mácula de culpa; y que también a Zeus se le había dado la real gana de publicar en su blog estelar que ese era un huevo promisorio? muchas
preguntas, muchos chismes-.
La habían invitado a la diosa a una fiesta -no
se sabe si de estrellas o seres del inframundo o es que ¿acaso se había inventado ya un
departamento de hijos de mortales y dioses que se encargaban de mediar, hacer
lobby e intrigar entrambos?-, de modo que se decidió a visitar los aposentos de
su no muy querida colega Afrodita. No,
no quería platicar con ella acerca de los secretos de la seducción, tampoco
pedirle algunos tips que hiciesen el papel de burundanga para convertirse en
vulgar espía de los asuntos de los mortales; solo quería llevar a la fiesta un
poco de gracia. ¿ El cinturón? Ni de fundas.
- ¿Que
te sorprende? no, no querida, no te sorprendas. Una también tiene que reconocer
que tiene sus límites y... ¿Últimamente se te ha visto lucir esas faldas
esplendorosas cuyos vuelos terminados en picos como de la más pura nieve van
derritiéndose sin caer del todo al suelo y sin saberse si son hielo o esperma
hirviente y que finalmente se adhiere a tus hermosas y torneadas corvas como un
rocío magnifico; es que acaso tu ojeriza para con mis hallazgos que han hecho
retroceder a más de un héroe que no era tu favorecido te va a impedir que me
prestes alguna de las maravillosas piezas de tu ropero?
Afrodita se quedó mirándose la mano siniestra
como si estuviese contemplandose la
manicura, con una sonrisa entre burlona y conmovida que se delataba por mirarla
de reojo y como de hito en hito. Tomó una de sus manzanas, la partió a la mitad
con un destello de su índice diestro y
ofreció una mitad a su visita. Es relajante, le dijo. Adivinando los
pensamientos de su anfitriona, de que también ella creía que la inteligencia no
sabía cogerle el tranquilo a la vida, añadió, es una simple cortesía, ayuda a
limpiar los dientes.¿Por qué la belleza es irónica? Se dijo la linda de nariz
ganchuda -se hila mejor el pienso entre el aroma y la vista, se decía el
populacho- y enseguida recordó la leyenda de que las manzanas de Afrodita producían
un fuerte deseo de hacer cosas inapropiadas (acaso sea pertinente recordar que
por esos no tiempos lo apropiado y lo inapropiado no tenía que ver con lo
lascivo o lo romántico, sino más bien con lo irreflexivo, pero, ante todo con
lo soberbio), entonces, definitivamente, declinó.
Entonces, como en un acto de elegancia y también
de supremacía que adornó con un mohín de sus labios gruesos y bastos -en ese
tiempo no existía el término sensual-, arrancó una tira de la cáscara de la manzana que de verde pasó a un
rojo intenso y le dijo: Cierra los ojos y abre las piernas.
La representante de la frontera entre lo
terrible y lo admirable obedeció, no sin antes fruncir con un gesto de
humillación que se dibujó en sus labios fruncidos, y seguidamente añadió -aunque
puso en su sentencia un aire coqueto y medianamente juguetón- Haz de saber que
soy inmune a cualquier tipo de cosquillas. No te preocupes, no eres de mi tipo,
explico Afrodita.
La fiesta realmente era un éxito
¿A quién se le ocurrió montar esa hermosa carpa entre la tierra y la
luna; y el diseño... qué, no hay problema en uno de esos huecos de nube, pisar
inadvertidamente. ¡Tú sabes! -Y es que resulta que muchas Eras más tarde la
moda de los tacos puntilla de diez centímetros volvió, y andar en esos
adminículos era simplemente la evolución de la sensación de concentrar la
fuerza de los talones en la coordinación de los sentimientos y el centro de
las piernas sin que se note el esfuerzo; las mujeres aprendieron de allí el
concepto de la coquetería y los hombres en venganza porque les sobrepasaba el
reto de las tres sensaciones y de sobremesa tener listos los músculos del
pecho, olvidarse y arremeter con una cosa o la otra: las razones -o las
negociaciones- o las dominaciones y
alzarla en brazos antes de que otro vuele mejor.
Por ese
tiempo Sátiro no sabía de quien era hijo y se emborrachaba menos tratando de
indagar todo sobre el asunto -también mucho tiempo después alguna refundida
prueba genética daría noventa y nueve punto nueve de probabilidad a que el ADN
de esas muestra podría corresponder a Nietzsche y Mesalina-, de modo que se acercó
a la solitaria atenea, centro de las miradas y la atención
Se acercó a la diosa que se hallaba muy incómoda
porque las miradas no podían disimular muy bien que todas confluían sobre ella.
Sentía unas ganas inmensas de confrontarlas: Eah, que, ¿no han visto nunca a
una diosa con clase mezclarse con bazofia? pero eso sería arruinarse la noche;
por lo demás, ella, la que siempre encontraba el camino apropiado para las
circunstancias, no iba a descubrir el cobre así no más.
- Bueno,
hay que reconocer que se ha anotado un hit, madame -dijo el viejo Sileno
escarbando con su pezuña delantera en acolchado suelo mientras trataba de
imponer el ritmo de la música con sus cuartos traseros y meneaba la cola de un
modo bastante gracioso- Vea que swing, todo el mundo disfruta de lo lindo y
celebra con el rockallenato, hartos ya de ditirambos y yambos. Venga, muestre
todas sus dotes para el ritmo y la cadencia -la miraba de arriba abajo, se
acercaba con disimulo y auscultaba por detrás; le observaba el cabello, pero no
podía sacar nada en claro, solo que la túnica vaporosa con que se había
ataviado, prenda que entre otras cosas la gran mayoría estaba calificando de
mal gusto, toda vez que si bien la tela se pegaba bien a sus carnes, dando la
posibilidad de que sus caderas esplendorosas exhibieran esa marea de carnes
firmes y la curvatura del seno, que si bien no era grande, ofrecía todo lo que
necesita una mirada para hacerlo apetitoso, pero cada vez que el pliegue de la
tela iba a poner a la imaginación en un fácil trabajo, la imagen se difuminaba
en arabescos y figuras caprichosas que desviaban la atención; era como esos
futuros salvapantallas que adornarían los dispositivos digitales.
- Ay mi
querido y admirado Sati-Dioni-Silenos, mucho me temo que yo no sería capaz de
disfrutar aguantando la risa de verlo
con sus cuatro pezuñas hacer el ridículo por querer amacizarme; quizás si me dejara montar a horcajadas sobre sus lomos y
pusiera riendas a esos bellos cuernos, lográsemos una coreografía aceptable. A propósito,
digame, ¿que es lo que ve en mí que me observa con tanta profundidad?
- Ay mi
antena Atenea, excelso pozo sin fondo, jofaina para recoger lagrimas que ya no
produzco, flautín que me escalda la lengua. Se quedó mirándola con ojos que
echaban chispas: Un enigma el doblehijueputa! -y encabrito sus pezuñas sentándose sobre el
trasero, solo para que su inmenso vástago se exhibiera desde su peluda vaina.
Pero no se retiró, se quedó en su posición intentando recoger los escombros; de
modo que la olímpica, que a estas alturas ya se había bebido no se sabe cuántas
copas de ambrosía -¡Ambrosía, mis gónadas! Era pura Guaraná que, poco después un
dios celoso exiliaría a las selvas del amazonas y sólo se descubriría veinte
siglos después- con agua, de Ninfa; ambrosía con gotas amargas de psylopcibe y
soda de extracto de hachís; de vino del Ponto con cascaras de ambrosía, pidió
permiso para ir al servicio.
-Vaya, será
que esta maldita bruja de la Afrodita no me hizo nada, y, en cambio, realzó mis
defectos? Trató de hacer memoria y recordó que no había sentido nada cuando le abrió
las piernas a su colega; nada de escarbar en sus partes, nada de operaciones,
solamente una especie de tibia efervescencia chispeante que le fue subiendo
desde su entrepierna hasta el estómago, lo que la puso a salivar más de la
cuenta. En este momento recordó el piropo que el viejo Dionisos había largado
al principio: Querida, solo sería cosa de que te acercaras al mirador, apoyaras
tus codos sobre la baranda y te pusieras como si estuvieras observando las
delicias de la eternidad, nadie tendría nada que fisgonear, nada que comentar,
yo solo estaría detrás lisonjeándote y mostrándote las constelaciones. Había
sentido el mismo chispear efervescente y el salivar, pero había disimulado. Así
que tomó una decisión; en un dos por tres fue hasta el mar, desolló una foca y
se hizo un leggis. Con capuchas de
medusa se confecciono un topless y volvió al salón; para evitar que los mirones
se extasiaran con la transparencia de sus pezones turgentes se hizo apliques
con cromatóforos de pulpo y jibia en el leggis, de modo que se vio emocionada
escuchando como Aquiles le decía a Ulises en un rincón: ¿No es absolutamente
delicioso ese triángulo lanzando destellos de faro? Yo le haría un anillo
hermoso con el cabello de mi Penélope, repuso el átrida. Aquiles le hizo una
mirada de reproche malicioso. ¡Que no te escuche! Amigo, que ingenuo eres, o ¿acaso
poco ilustrado? ¿No sabes lo que es un palíndromo? repuso el héroe . Ah, viejo
zorro, no eres exacto, eso es amalgama, meneo la cabeza, peló-ne pe. No sabían
los dos rumberos, bien merecido se lo tenían, que estaban inventando el DIU.
Muchas cosas se dijeron después de aquella
fiesta, y más innumerables fueron las consecuencias. El caso es que muy entrada
la madrugada se había visto a una lechuza inmensa sobre el techo de la
exclusiva casa de Palas. Era una casa estilo inglés, la única en el olimpo; la había
divisado en una visión en un rapto de futuro y se la mando construir. El pajarraco
estuvo largo rato regurgitando pedazos como de un reptil que los iba
depositando sobre un hueco, la misma gotera por donde habían estado espiando
Ares y Hera unas horas antes; los pisoteaba hasta formar la teja; eran ocho
letras, los pedazos de un idioma extraño y conformaban la palabra:
S-I-L-E-N-C-I-O.
El asunto fue más bien sencillo aunque lleno de
enredos porque cuando en un momento dado -no se sabe si antes o después de lo
que sucedió- Atenea se topó con Ares en el salón mientras masticaba con cierto
aire de suficiencia una goma roja que luego llamarían los mortales chicle, esta
se llenó de ira (recordó la cascara de manzana que Afrodita había desgarrado
con sus unas y que cuando abrió los ojos no vio por ninguna parte). ¿A que te
atreviste, maldito. A mí que me esculquen. Si bien es cierto que el coro de las
Erinias repartieron por el cielo un estribillo auspiciado por Afrodita: La sabiduría
tiene desde hoy algo que ninguna diosa tiene, yo soy absolutamente inocente.
Bien podría yo haberte ofrecido un trago de mi secreta pócima con orines de araña
y seis ingredientes más, pero no me atraes ni cinco, no paras en este hogar:
Paranoica, para,n-oikos. ese era el motivo de la curiosidad.
Cuando la diosa fue hasta el mar, el viaje no le
sirvió para atenuar la fuma -no olvidemos que fue en un dos por tres-, de modo
que se paró en el jardín a darse los últimos toques. Ella se cuenta para si
misma que sólo recuerda que estaba caminando por entre unas inmensas matas de
abalazo cuando una bestia se le echó encima; tenía el mismo olor de almizcle de
circo del viejo sátiro y se despertó toda despeinada y mojada en la
entrepierna. Pero una mirla chismosa que andaba sin sueño cuenta que un feo galán,
eso sí muy bien ataviado se le había acercado, le había dicho unas cuantas
cosas al oído, le había hecho unos cuantos arrumacos y hubo un pequeño
forcejeo; en el momento que rodaron por el suelo y él había quedado encima de
ella, había arqueado la espalda y había gritado algo como: P-sciiiiiiiiiii.
La versión de Hera y Ares cambia mucho con el
tiempo pero la más aceptada reza que como se turnaban para mirar por el hueco,
no podían contrastar lo que veían. Hera dice que simplemente vio que afrodita
hacia un juego de manos y como un soplo desde el cuenco de la mano, envió una
serie de destellos chispeantes como estrellitas doradas que se abrieron paso
por la entrepierna y se esparcieron por todo el cuerpo. Hera dice ese era el
destello chispeante de la divinidad. Ares, por su parte cuenta que Afrodita
puso un poco de saliva en la cáscara de manzana, la estrujó, la ensurulló,
luego la abrió y la lanzo como quien lanza una atarraya sobre los sábalos,
sobre la entrepierna, seguida del mismo séquito chispeante y dorado. Este mismo
dios asegura que Afrodita, celosa de las dotes de inteligencia de su corregente
en el Olimpo, puso esta malla en el órgano femenino para hacer avergonzar a
Atenea de sus deslices, pero que luego se arrepintió y retiró la membrana
sabiendo las intenciones del dios Dionisos; por eso no hubo sangrado y Dionisos
no pudo hacer ostentación de su fechoría. Es más, como se nos había olvidado
decir más arriba que por esos tiempos el asunto de la cama en los cielos no era
un asunto trascendente; travesuras y juegos de dioses insomnes, aburridos o
curiosos, la fila de todas las diosas de la corte celestial solicitando de la
diosa del amor ese nuevo aditamento para la política, los negocios, la guerra,
etc. etc., muchas veces tenia de parte de la diosa ciertos sesgos de favorecimiento
tramposo: Se dice que cuando Afrodita se agachó a mirar los atributos de
Atenea, Exclamó: Vaya obscuridad y desolación la que tienes ahí dentro, amiga.
Entonces puso una música secreta que solo pudo reproducir alguna vez Orfeo. Cuando
una diosa le caía en gracia a la diosa de las gracias y sus relaciones no parecían
convenientes a la luz pública, esta tenía la cuerda de la lira llamada himen
para que el instrumento entrara y tocara su música sin que el secreto se
revelase. Desde entonces se dice que no es que haya hímenes complacientes sino
penes caballerosos. Por su parte la diosa del hogar, que se conformó con esa
dignidad luego de que no se le permitiera andar al tiempo con Artemisa y con
las vestales un día sí y otro no, aunque también sucede que se hacen sus
trampas, dice que el hombre o el dios con sus cambios de humor y de parecer
como el mar, a veces apacible y dulce y tierno, otras tormentoso y violento,
otras mohíno y silencioso, no es digno de disfrutar de ese santuario donde se sueña, se descansa, se
bebe, se ríe, se canta, se baila, se rememoran las gloriosas gestas, hasta que sosiegue
definitivamente sus impulsos. Eso es lo que se llama un marido, mar-ido.