miércoles, 28 de noviembre de 2018

AMORES CON FUTURO




Le decía:
Te amo porque quieres de mí el alma,
esa locura;
no porque persigas plantarte en mi ranura,
ese absurdo;
pero todo su ser se estiraba hacia el abismo
tratando de estrechar con mano obscura
el dedo que llamaba quedo
en el espejo difuso de su finura.  
          
                           Carlos Baúl-del-aire
                              Las flores de sal

martes, 27 de noviembre de 2018

CORTEJO




Por más que rodeado de besos y mimos

por más que un ejército de almas sin tacha

embalsamen el aire ausente y levanten un baluarte

con su tanto más sincero odioso perfume de plegarias;

por más que las mejores plumas de tu entorno

sacrifiquen su vuelo y fino canto

para servir de alfombra a los escombros,

uno se muere solo.



Por más que la más sofisticada máquina

con los aúlicos de gobiernos poderosísimos

del protocolo de uso y el velo y de los huesos se haga 
cargo,

uno se muere solo.



Sólo uno es el que siente el viento desdeñoso

de ese soplo con nombre monstruoso

con cara de autopista y gesto victorioso

tan humillantemente generoso de paisaje

Vida de manos llenas

en tus esquinas mezquinas uno se muere solo

y sólo cuando tu faz de mujer con todas las virtudes

la del jadeo y la ternura, la de futuro apartes del espejo

podrá momento advertir la verdadera vía y compañía

el multitudinario cortejo de los que contigo otean la 
frontera

y se te ovacionan al paso hierático de recuerdos felices

y dolores de tu yunque con el hierro de los otros

y con el fuego triunfante con su estandarte misterioso

uno se muere solo.  


viernes, 23 de noviembre de 2018

EL CONOCIMIENTO MÀS BÁSICO



El amor es el conocimiento más básico que existe; el que viene inserto con el manual de instrucciones de uso de la vida. Es el que te hace frágil, interdependiente, capacitado para el uso de la ternura. Si eres ignorante en el sentido académico y pretendes usar ese conocimiento con ciencia: la ciencia del egoísmo, la ciencia de la malicia, la ciencia de la manipulación de los sentimientos, de eso que la mayoría usamos con más o menos como los niños, aun cuando crecemos y las frustraciones y los yerros y los desconciertos nos tornan re-sabidos, es decir, resabiados, entonces estas destinado a ser solitario, a vivir amargado, a que la vida te pague con la misma moneda con la que pagas a los otros lo que saben de la miseria universal, aun cuando el oro y la fortuna se dan prodigos.
Otra cosa sucede cuando logras que tu conocimiento se mezcle con los estudios; cuando aprendes el significado de eso que llaman hipocresía, entonces es un juego de cartas que juegas con barajas que tienen que pasar por una aduana: La institucionalidad; pero siempre te inventas formas de marcarlas, las tuyas y las de los otros, de modo que siempre puedas ganar algunas bazas. Y así, se van formando especialidades de marcar cartas: La complicidad, la influencia, los regalos, el estilo, esa daga que penetra el vientre escudado del escepticismo, del amor propio, el pequeño arcón de nuestros secretos afectivos, sin hemorragia, sin aparente infección, ni evisceración.
Pero entonces, entrando sin darte cuenta en la lucha por ingresar al club de los privilegios, el club con aviso luminoso “Gran Mundo”, en las entradas y salidas por la puerta giratoria de las ilusiones, de los empeños, de las apuestas que se impregnan de tu perfume “Fatuidad”, se cuelan y se quedan numerosos jokers, comodines que te denuncian silenciosos: Los secretos a voces, los chismes de salón, los tics rituales. Acaso quizás la máquina tragaperras te suelte metálico y más metálico, y hasta puedes llegar a intuir oscuramente el significado de plástico, pero el sabor del beso y el abrazo, el sabor del perdón que no tiene que ir al tribunal imbécil y utilitario del confesionario ya no sabe,  ni siguiera pasa como agua fresca por el gaznate de tu ego desnaturalizado. Y empiezas a entender el sentido de las desideratas, pero tomas los atajos de la tienda que te vende cada vez más espléndidos y exclusivos espejismos, y te da por necesitar cada vez juego más complicados y secretos. ¡Entonces te haces cosmopolita!
Y como el mundo no puede vivir sin los mitos, empiezas a procurarte una mitología propia, pero no sabes que las mitologías ya son el paso a otro mundo (obviamente para seres excepcionales). No te enteras, ni siquiera por que aquí te lo diga, que hoy existen dos tipos de mitologías: las mitologías viscerales y las mitologías maquinales.
De modo que los Zuckerberg, los Bill Gates, los fantasmas ambulantes de Steve Jobs, ahora ni siquiera son los mismos niños afectivos que somos la mayoría, SON AHORA ZARRAPASTROSOS AFECTIVOS. Besan y abrazan, escasamente a su padre, a su madre, a su esposa y a sus hijos, y no con el mismo sabor del beso que en microbios y bacterias traspasa un misterio milenario que ya no se llama Dios pero que siempre aspira a un mundo de justicia, besa con un sentimiento de epopeya, de héroe que un día se levantará como una fotografía, un holograma multidimensional en el vasto vacío. El conocimiento básico, el amor que sale de la piedra y se vuelve espermatozoide y se inserta en un óvulo se habrá perdido. Y acaso en algún archivo, en algunos anales se puedan leer los vestigios de unos que también perdidos de ese conocimiento básico se introdujeron en el ducto informático predicando el evangelio de la energía, de la proyección vital, del inter-es mínimo.      

jueves, 15 de noviembre de 2018

PUENTE




Suponeos un puente
Entre el ente y el deseo
sobre el abismo,
la nada
con el ser como camino
de hormigas anhelantes
de otro mundo
no hay individuo
sólo fuerza que puja
por equilibrio
pinza sobre pinza
sosteniendo el culo
pero no piensa
sólo desea
y cae una
y caen muchas
y hay una
que le da paso a la próxima
con una condición
un nombre,
un hito,
es su eje, Je-sús
pero no es todo el conjunto
y pasan centurias y milenios
hay un atafago
los semáforos enloquecen
deliberan sobre lo imposible
y el tiempo se llama viento
y apremia
entonces t-(h)u-mor
quiere abrir otro camino
y se vilipendian mutuamente
diestra y siniestra
entonces la vida se hace flecha
y la música llama a los ángeles
a que caminen por la cuerda floja
¿cuáles son los que dicen muera,
Cada espejo que quiera reflejar un nombre
Cuántos, vienen
A pavimentar el titilar de la estrella?

313 PALABRAS SIN TÍTULO




¿Quién te dijo que eras un barco?

Si más bien eres un mar, peleando

En la multitud de mares de las formas del barro,

El barro tiburón, el barro ballena, el barro pájaro,

Imagen y, ¡qué risa!, semejanza de Dios,

Cuando un retrato tan raro solo se fija en el papel de la nada.


¿Quién te dijo que eras un barco para tirar todo por la borda?

Si el maderamen ni siquiera es oleaje,

Apenas carcoma después de un viaje fantástico

Al que lo llevó el manual de instrucciones de la norma,

De la mano de la letra de la ley,

Saltando con el muñón engendro el abismo de la posibilidad

Para caer con otro pie llamado dualidad en la playa del sueño;

¡ay!, marrrrr, muerte principiando movimiento, m-a-r

Que a la borda divorciaste del bardo, ese extraño pájaro

Condenado a vagar para vivir de la caza de rimas,

Esas pequeñas serpientes sin vocación de cefalópodo

Antes bien de ramaje inaudito, invisible

Por contra de esas pobres aves de cetrería,

Presas en jaula de la prosa,

A quienes sacan cada día a homenajear al sol del dios dinero

Y a predicar su fáctum

Del cada-ver que aún no nace en la carroña, cadáver

Donde la rosa toda es de la sangre del universal Orfeo

Libre de la maldición del espejismo llamado infierno.


¿Quién te dijo que eras un barco para salvarte?

Si eres al tiempo la sal y el lavado, salvado

Pez ido de la red, redimido

Que al final fue presa de la zoca de la cosa

Y en el aliento del asco siempre caes, redivivo

Aspirando al sacerdocio del pringo de la pringamosa

Hecho ahora, bit, anomalía o algoritmo

-antaño milagro, duende, brujo-

Y que del mismo hisopo bien y mal asperjes

Depende todo del cebo y del anzuelo

Lógica y sentido haciendo de mosca y centro

El sentimiento, ese remolino.



domingo, 4 de noviembre de 2018

ELÍAS, LAS MUJERES Y LA POESÍA



Andy Kaufman  en el combate de lucha libre/
yeah, yeah, yeah, yeah/
Monopoly, veintiuno, damas y ajedrez/
Yeah,yeah,yeah,yeah.../
Vamos a jugar twister/
Vamos a jugar risk/
Yeah, yeah, yeah, yeah
R. E.M.

- ELÍAS
Nadie sabía que muy cerca del frondoso árbol donde Elías encontró la fortuna de tener un delicioso y nutritivo desayuno caliente venido de la mano de una generosa mujer de la casa que tenía enfrente, había un vórtice de confluencia de fugas informacionales que se reunían a formar nuevos nodos de bendición y corrección del mundo cibernético. Los heresiarcas de la nueva religión: La tecnología, apenas lo intuían, pero por razones diferentes a la coincidencia en aquel sitio de una suerte de rosa de los vientos que constituía el hecho de que en el sitio los cuatro puntos cardinales se presentaban de modo tal que se podían advertir puertas de entrada y salida de energías, aromas y rumores del valle que iba a dar al ancho mar,  de la estrecha garganta que descendía desde los picos nevados del oriente, de las ondas irregulares que poblaban las cordilleras al sur y al norte. Así que construían, por mera intuición práctica, estaciones conjuntas de redes donde confluían combustibles fósiles, subestación eléctrica, torre de telecomunicaciones y antena satelital en plena urbe. ¿Qué podía significar todo aquello; acaso simple e inocentemente que la entropía tradicional tan cacareada y, no obstante, tan difusa, pasaba a ser otra jugada intuitivo-conceptual que, de sucederse una anomalía con connotación de desastre, las manos “expertas” podrían borrar todo de un plumazo?
Elías tenía su radio de acción vagabunda en un perímetro de unos cinco kilómetros a la redonda; su estampa de por lo menos setenta años que se afianzaban en una venerable y descuidada barba entrecana que le cubría todo el rostro, una melena mal recogida con calva corona de santo incluida y unos ojos con un brillo de sonrisa melancólica, hacían imposible creer que tuviera tal energía para moverse con un saco de desechos de loco –palos, cepillos viejos, trapos que nunca usaba, Cd’s desechados y uno que otro pedazo de aluminio, cobre, estaño que negociaba sólo en casos de emergencia- y siempre sin variar la dirección y sin saberse donde dormía, almorzaba o cenaba.
Elías discernía bien, o por lo menos era congruente para decir su nombre, pedir un pedazo de pan, decir que le gustaba vivir como vivía y preferir no dar explicaciones sobre su pasado. Pero si aceptáramos que las mentes tienen resquicios por donde pueden asomarse cierta clase de ojos, veríamos a su mente sumida en la niebla de una desilusión nacida diez años atrás cuando en un pueblo vecino, él, un pensionado solitario no fue capaz de convencer a su mujercita de su misma edad de esperar para irse juntos a esa ciudadela donde el tedio y la nostalgia ya no existen más. Le dio la maldita gana de irse una mañana cuando al lanzar su mano ávida y caliente al nidito que le daba el pan de contento de cada día, la encontró tiesa y vacía. De modo que él también decidió irse a buscarla por los caminos sin reconocer la cobardía de presentar la denuncia en la misma estación misteriosa donde desapareció. Sin volver a cobrar réditos de subsistencia o merecimiento se fue a hacerle honor a su nombre. Nunca le había gustado aquel nombre que le había puesto su madre porque era el nombre de un hombre excepcional y sentía cierto terror de la predestinación o el llamado y ahora sólo reconocía que la maldición de llamarse Elías era la del sí-a-Él.

- SALOMÉ  
   «Señor Dios: Tengo miedo. Tengo miedo como tiene miedo cualquiera que está ante un dilema como yo lo estoy, ahora que bajo este ambiente apacible de tu Inmaculada Concepción que a la larga me produce cierta risa y cierta náusea pues aquí sólo veo viejas amargadas u orgullos emperifollados y vejetes sin imaginación –o acaso también con miedo- de cómo perder el tiempo. Yo, que estoy aquí, casi sin saber por qué, si es por el silencio que me permite concentrarme, si es porque tiendo siempre ¿por cobardía?, ¿por cierto romanticismo consistente en aún dejar que la lucha de polos, bien y mal,  y no imposición de fuerzas que armonizan con conveniencias, razones y oportunidades, sea la que decida?, a poner mis expectativas más allá de certezas y posibilidades; ¿acaso por superstición? Y es que me parece que todo ahora está jugando en el modo premonitorio: El hecho de querer refugiarme aquí en lugar de buscar un oído y hombro amigos -¿los hay?-; el hecho de sintonizar mi celular en esa canción: “Tu serías el hombre perfecto/el que soñaba de hace tiempo/que te hace vibrar/ la piel y el esqueleto.../ debiste de nacer en año bisiesto/ pero sólo tienes un defecto...” El hecho de saber que quiero, que puedo, pero no debo, riñe con todas las variables que me empujan: Me sonrojo y se me inundan los ojos al recordar aquella tarde que yo bauticé con un ¡uff, qué tarde tan putería, está como para cazar maridos! Y aquella tarde hermosa con su niebla espesa que invitaba a ir a Chipre a comer obleas se convirtió en un diluvio de no acabar preciso en el instante en que un fugaz amainar me permitió correr de la universidad hasta el paradero siguiente y ningún taxi, bus, buseta o vehículo público, particular o divino se dignó hacerme el pare, hasta que casi una hora después él se orilló, se bajó con un paraguas y me condujo incólume del diluvio hasta el asiento del copiloto; sería una crónica excelente –pensé: ”el típico don Juan al que una mujer bonita e inteligente le da su plantón”,  pero deseché la idea cuando al voltear a mirar para darle las gracias reconocí que era mi profesor de Ética y Medios-  No es natural –me dijo después del larguísimo rato que medió entre que le di las gracias y le indiqué a donde me dirigía, que no era nada cerca. ¡¿Qué cosa?! Que no es natural, ni lógico que callemos de este modo cuando en realidad estamos gritando por dentro, usted quizás sólo  por salvarla del aguacero y yo por tener la nunca soñada oportunidad de tenerla tan cerca y sin que esté bajo mi cuidado. Tenía un brillo tan de niño en esos ojillos aguanosos y esa sonrisa que siempre había sido sensual en los corrillos que comentábamos que ese cucho se las traía con el cuento de que una cosa era el póntelo, pónselo y otra elabóralo, desmenúzalo y ármalo, para decir de lo que implicaba el dilema entre políticas de salubridad pública, manejo de la información y comercialización de la información; siempre los tontos de la clase decían: Si, profe, péguelo.  Y, ¿es que ahora no me siente bajo su cuidado? Dije apenas titubeando porque algo me mareaba. Claro, me respondió sin mirarme, pero de su vulnerabilidad física, de su fortaleza mental sólo usted es responsable. ¿Y, es que acaso me está retando? Podría ser, y me miró con unos ojos afilados pero ese brillo de niño no se iba ¿Y en qué sentido? En ningún sentido, sólo que algo me dice que nos parecemos, acaso sólo sea el hecho de que usted pone atención a lo que digo como nadie parece atenderme; acaso sea que su nariz y mi nariz parece que tienden a identificar los mismos aromas...frenó un poco y me miró de modo franco pero tímido: un enredo de anzuelos. Me hizo reír.
    »Hizo que mi atención fuera más allá de lo que realmente yo le brindaba –mi táctica  con todos era poner ojos embelesados y si alcanzaba a pescar algo interesante me reservaba una pregunta impertinente, luego me ponía a amoblar mi oficina de directora de medios, y daba declaraciones a los medios en medio de turbulentas polémicas de alta política que lo eran sólo porque yo las había provocado; las otras me importaban un soberano rábano, de modo que cuando los imbéciles que creían que empezaban a apostarle a su redil de incondicionales se lanzaban a la cenagosa agua de mis divagaciones que hacían reír a la clase, quedaban vacunados con mi riposta- pero él siempre cogía la madeja desde la punta más delgada, o desde donde fuera, y hasta que no deshacía el nudo no se soltaba; y tenía esa sorprendente capacidad de interesar a todos los que ya sabían por dónde iba el agua al molino, trayendo nuevas variantes argumentativas que hubiesen hecho rabiar al divino Sócrates. Y entonces fui yo quien empezó sentirse obligada a desenredar su madeja: Dígame, profesor,  ¿a qué debo preferir atender, a la conciencia de clase o a la clase de conciencia que predomina? ¿Y, podría usted, bella niña, decirme qué clase de conciencia predomina; porque hasta donde yo percibo hay muchas clases de conciencia que pretenden eternizarse en el trono del valor; hay una clase de conciencia que se dice portadora de todas las quejas y desilusiones del mundo y esa clase de conciencia, ciertamente, se parece a los brazos de Vishnú que se extienden, innumerables, sobre toda la faz de los temas que atañen a la sociedad, pero ese no es el dios de la información, ese es el dios de la des-información; también existe esa clase de conciencia que sabe que el mundo pasa por una fase de confort de alta gama que, respaldada por los hallazgos de la técnica y una inclinación similar a la del niño cuando papá le regala un sofisticado juguete: siente que es el único y mejor juguete y él el único niño con esa clase de juguete; ahora bien, si usted hace caso de esa clase de conciencia que busca resolver el dilema de la “Desiderata” (siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú) poniendo siempre la mira en el escalón más alto, entonces sí que está usted en un verdadero embrollo porque sólo una cosa puede considerarse verdaderamente grande: la excelencia y eso es algo que siempre está poniéndose más allá de nuestras realidades; pero si alguno que quiera ser realmente objetivo y útil a la sociedad y a su conciencia  toma decisiones que estén siempre sopesando el equilibrio de lo que hay y su posibilidad de mejorarlo pues nada, y menos hoy, es estable, entonces ese quizás esté apuntando en la dirección adecuada.
   »Así era con todo; y entonces cuando ya dejó de ser mi maestro,  empezó sin ninguna clase de disimulo a cortejarme y a ayudarme con su influencia para que las cosas me fuesen mejor, pero nunca pasó de discretas y sanas diversiones; hasta que terminé enamorándome de él y ocurrió lo que tenía que ocurrir, pero eso sería lo de menos si no fuese porque ahora él me está planteando una disyuntiva terrible, me está diciendo que ahora que yo ya voy a terminar una maestría y me enfilo con éxito a un doctorado y que él va a entrar en la jubilación, que quiere serme muy franco, que es feliz con su mujer y sus hijos y que puede pasarla bien siendo un anciano anónimo y bien recordado pero que él también está enamorado locamente de mi y sueña volver a sentir esa bella y deliciosa felicidad de un crío que sería de los dos y para los dos, sólo que no está dispuesto a repudiar su familia ni a dejarlo todo para dedicarse a su sueño; él me dice que tendría todo dispuesto para darle lo mejor de sí y dejarle una buena porción de su gran patrimonio que obviamente mi carrera ya no tendría el mismo perfil y sin embargo podría seguir contando con sus luces e influencia, pero definitivamente el perfil sería un perfil discreto pues ya las posibilidades de competencia feroz y descarnada en la hipócrita serenidad de las clases dirigentes se convertiría en un infierno del que siempre saldría con las alas quemadas y eso no es  lo que yo siempre tuve en mente. Pero aunque me siento absolutamente tentada a correr ese riesgo, a vivir esa hermosa locura con un hombre sabio y tener el orgullo de su fruto tengo mucho miedo y dudo... Ahora sólo deseo que tú me des alguna luz que seas tú quien me diga algo...»
   Cuando Salomé salió desecha y desorientada de la iglesia de la Inmaculada, sin saber cómo ni por qué se vio deambulando por un sitio que no frecuentaba. Cuando se encontró de boca jarro con esos ojos melancólicos pero sonrientes de Elías, supo que hacer.

  - SARAI 
Hacía muchísimo tiempo que Sarai no se sentía nostálgica de su pasado solitario y huraño que hizo que siendo bella en su juventud no tuviera fortuna en el amor, aunque lo había conocido. Hoy, curiosamente, cuando ya nada podía hacerle lamentar o añorar otras posibilidades de la vida, pues, a sus sesenta y ocho años en los que todo se torna apacible e insípido a fuerza de aprender a llevar la rutina de los días en que todo sucede lo mismo sin que nos importe mucho, como no sea acaso el avizorar cercano del corte final, se ha asomado  a la ventana de la casa que su hermana única le  comparte en compañía de su marido y una pequeña nieta. Ha bajado como cada día del altillo donde tiene su habitación a realizar las tareas domésticas mientras los otros faenan la vida. Hace rato que esta solitaria por obligación está embebida en aquel sol espléndido que hace afuera y en su contemplación provocada por el raro intercalarse de días de lluvia y días de sol se deja llevar a aquellos tiempos cuando era una niña juguetona y saltarina que por alguna razón desconocida los otros la dejaban de lado y ella no encontraba un modo de hacerse recibir. Mamá decía que era envidia de los rizos dorados y los ojos grises que le daban un fulgor especial, pero con el tiempo, conociendo de Dios y su palabra le atribuyó su sino, aunque ya tarde, a la maldición de su nombre: Mamá ignorante o caprichosa de originalidad le había puesto el nombre de antes de que Dios favoreciera a la mujer de Abram y pasase a llamarse Sara.
   Él, había sido un excelente hombre: culto, refinado, rico, delicado y le había hecho tan feliz de sus dieciocho a sus veinte años bailando Rock and Roll y Twist sesenteros sin que perdiese la compostura ni hubiese ninguna tentación de esas que empezaban a imponerse. De pronto desapareció dejándola, sin perjudicarla, perdidamente enamorada y sin explicación alguna. Hubiese sido preferible que la perjudicara y otro gallo ahora cantaría. Pero el gallo viejo que ahora no cantaba ni se movía ni aleteaba ni nada que no fuese el mirar a la nada con esa mirada medio pícara, medio triste que ahora expiaba desde hace rato desde una rendija de la cortina, luego de que al dar la espalda para bajar el café que había puesto a calentar para musicalizar sus  evocaciones, le viera al volver,  de espaldas, cerrando la verja de entrada, para ir a sentarse bajo la sombra del ficus con su saco de de trastos viejos y sus andrajos cómicos: Un sacoleva mocho de un lado de un negro reluciente de manchas lechosas; un zapato de tennis y otro de cuero y un par de medias rojas que jugaban con la bufanda y los calzones alquilando bajos. Tomó la decisión de ir a confrontarlo cuando con toda serenidad y decencia se dedicó a buscar el otro zapato de tennis, se cambió el sacoleva por uno clásico de color viejo pero uniforme y guardó la bufanda, para quedarse allí con las manos cruzadas sobre el estómago:
   — Buenos días –le dijo meneando la cabeza como una jirafa repisa de esas que tienen el cuello  pegado al cuerpo por  un resorte, y agitando la mano derecha como si le amenazase, síntoma de un tic nervioso que los matasanos explotaban como principios de Parkinson. El hombre no respondió, pero emergió de su lago azul ofreciéndole un brillo inquieto a sus hitos-
   — ¿Acaso no sabe que está invadiendo propiedad ajena?
   — ¡Ah, sí!
   — Cómo así que ¡ah, sí!
   — Qué más quiere que le diga, preciosa –y se volvió a hundir en su lago azul-
   — Pues que diga que está haciendo aquí; cuál preciosa –y por algún arte de emoción el muñeco perdió la cuerda-
   — Vamos por partes; no me acose –y se quedó mirándola  con un tono serio y como asombrado- sí, preciosa, no ve que estoy descansando –y cruzó los brazos sobre las rodillas y allí metió la cabeza. La mujer volvió a temblar de desconcierto-
   — Oiga
   — Oigo –contestó sin levantar la cabeza-
   — ¿Ya desayunó?
   — ¡Ah, sí! –levantó la cabeza y esbozo una sonrisa ansiosa que tenía todos los dientes y muy buen esmalte blanco-, agua molida y viento raspado –y sacó de su joto un vaso de campaña de plástico y se lo extendió-
Cuando volvió con un café con leche que vertió sobre el vaso que no quiso recibir, sostenido su temblor por la firmeza de él y un sánduche de pan tajado y mantequilla, le preguntó mientras retiraba su mano y ponía el pan encima del vaso:
   — ¿cómo se llama?
   — Yo no me llamo, me llaman
   — Bueno y como lo llaman
   — Hay veces me dicen venga o oiga usté: viejorro o cuchacho
   — Tan gracioso el malpajorro –se asombró por dentro de su osadía-
   — ¡Ah, si ve! Ya me llamó usté también
Hace apenas quince días que Elías llega siempre entre las nueve treinta y diez al jardín de Sarai a recibir el pan de $ 500 que ahora ella madruga a comprar exclusivamente para él, para darle, en el mismo vaso, con el mismo ritual, un chocolate caliente. Pero siempre prefiere salirse con chistes flojos o en términos muy decentes que prefiere no hablar de temas espinosos.

- CHIMOLTRUFIA FLÓREZ     
        La  teniente Paula Andrea López tenía fama de conflictiva y eso le gustaba; pero al tiempo que disfrutaba de que sus compañeros del grupo de detectives quienes hacían sus investigaciones camuflados entre la población con disfraces de indigentes, viciosos, vendedores, campesinos, prostitutas, intercambiaran con ella con una distancia y respeto que la hacía ver superior, sufría terriblemente de soledad y de aburrimiento, pues lo suyo era una timidez casi patológica que se mantenía velada gracias a que tenía un muy pequeño y reservado clan de amigos con quienes era absolutamente adorable y casi tonta en su sencillez y transparencia. Pero a ella le gustaba charlar de tonterías como las modas al uso, canciones populares, los sucesos del día haciendo cábalas intrascendentes de política o del equipo de futbol de casa. Por eso era buena para mezclarse con el populacho y estar atenta a las cosas que podían estarse cocinando, o datos sueltos que pudiesen dar pistas de crímenes impunes, fugitivos, etc., etc., pero el trabajo era aburrido, nunca pasaba nada, los maleantes se blindan muy bien y se huelen la paranoia como un perfume francés. Ella, que fantaseaba con mil cosas (alguno de esos extranjeros hartos de todo que salen de sus opulentos países hacia un país subdesarrollado, mezclándose con costumbres y gentes rústicas y buscando un amor de fotonovela, por ejemplo)  por dentro de lo sórdido. Hoy estaba pidiendo una emoción fuerte diferente de los rutinarios cacheos de degenerados ya sin seso que se dedicaban a recorrer los bajos fondos buscando saciar apetitos insospechados; ella sabía bien que por allí nunca aparecía nada digno de morder el anzuelo; sólo era para mirar y escuchar muy atentamente, de modo que los enfrentaba después de una primera ojeada, con un entonces qué, papi, ¡quieres que te la meta! Y con una mirada aviesa les enseñaba la cacha de un cochino puñal que llevaba bajo la blusa, con lo que los ponía a oler gasolina al zoco.
  “Chimoltrufia” Flórez todavía conservaba algo de su lozanía inicial pese a que casi veinte de sus veinticinco años ya los había perdido en los gajes del oficio, la frescura del espíritu de la juventud es persistente, o acaso fuera que la conciencia no permite que la carne se pudra tan rápido como la inocencia. A ella le había sucedido; después de ser obligada a sufrir abusos desde tan niña, su sensibilidad que no trajo el sello de garantía de la pobreza y la desfachatez, sacó callo para sensiblerías o escrúpulos, pasó cuatro años de tratamiento psiquiátrico luego de ultimar a puñal al tío chulo y ya no le importó siquiera trabajar, sólo vivir para el bazuco. Ya casi no la buscaban, pues su chifladura y su belleza provocaban más lástima que deseo; de modo que se acostumbró cada mañana a buscarse un par de cayenas encarnadas que insertaba dentro de una diadema, en sendas trenzas o simplemente fijadas con ganchos en las sienes y se dedicaba a deambular hasta que recogía para la dosis. El marica cielo es extraño, se decía a veces, cuando tengo toda la arrechera para pasarme el mes entero fumando, sólo me da marañas; en cambio cuando me llueve el billete me enfermo o no me dan ganas. Y entonces persistía con su melancolía y sus excesos; sus conocidos viciosos la temían pues siempre terminaba peleándose y haciendo escándalos, amenazando al alcalde, al presidente, al papa y a todos los hijuetantas de que iba a venir con veinte tanques y cien helicópteros y dos mil marines para acabar hasta con el nido de la perra.
    Ya había visto varias veces a Elías. Ese viejo marica tiene pinta de ser hijo del diablo; hum, con esos ojos de gringo debe haber sido traído a perseguir niñas y a repartir pinga, pensaba al verlo adosado a una pared de la plaza de mercado con su gorra tendida en la acera con cuatro monedas que él mismo echaba con su cara de desamparo tristemente sonriente y poco a poco conseguía algo para gastárselo en gaseosas y panes; esto lo hacía muy ocasionalmente cuando las gentes espontáneas se cansaban de llamarlo para darle de comer o él cambiaba de sector que tardaba en escoger según sabe Dios qué lógica. Pero las cosas se van saturando y la gente termina por hacer cábalas y juicios severos para singularidades con cierta gracia.
La tarde finalmente no dio para que el turno de la teniente López tuviese aquella emoción de poeta, de puta o de pordiosera que se saliera de la regla y entrando la noche enrumbo su lindo pero triste coche al nidito de soltera y solitaria, pero le dio por tomar la ruta de la carretera panamericana, había un sol de los venados para no perdérselo comiéndose un paquete de Doritos, un pedazo de salame y una cerveza a ritmo de pereza.
Cuando con la serenidad de una monja pero con la precisión de un gato la máquina que asaltó por detrás al acerado destello que pensaba abrir camino para que el saco de Elías mostrara su tesoro, la chimoltrufia estaba pensando en ese instante en encontrarse con un atado de billetes que le permitiría largarse a un lugar más lindo, pero por un reflejo del diablo se dio vuelta y el filo de su vértigo se volvió contra sí misma. Si el cielo marica no hubiese sido tan raro se hubiese encontrado dentro del saco de Elías bien envuelto entre trapos y vendas un pequeño cofre de música que contenía la identidad de Elías, un pequeño retrato donde un señor mayor de rostro compungido posa al lado de una dama joven que arrulla un recién nacido y una declaración registrada y autenticada para que se entregue la mesada de pensión dejada de percibir desde una fecha lejana a ese niño.
La cerveza y el salami se tardaron otro rato.

- NINA
    Nina tiene ya casi trece años y hace casi veinticuatro meses que inicio su ciclo de mujer. Alguien le ha dicho que esas dos cifras son cabalísticas (para ese alguien, cabalístico es una relación simbólica de la que, cuando entramos en su esfera, así no lo sepamos, creamos o reaccionemos, su influencia se convierte en una oportunidad o bien fatal, ya benigna para nuestras vidas, tal como el número treinta y tres significa una tiempo peligroso y crítico). Nina obtiene todas esas informaciones porque es demasiado precoz –al fin, que pertenece a la alborada del siglo XXI- y le encanta conversar con todo tipo de personas, investigar toda clase de extravagancias y hacer, hasta donde puede, experimentos.
   Nina también es hija de la soledad de los tiempos modernos y como su tía abuela Sara –a ella tampoco le gusta el nombre Sarai- es huraña y reservada, ella se gana su voluntad de confianza a base de intercambios comunicativos incompletos y distorsionados; por ejemplo, cuando Sara le pregunta para qué anota en el pizarrón donde sus padres anotan acciones para no olvidar esas tres series de números de 1 a 10 en las que cada día tacha siempre un número, dejando uno de cada serie sin tachar,  ella dice que es para estudiar el ritmo de la luna en relación con sus estados de ánimo, cosa que sus padres celebran como una genialidad en la que nunca intentan ahondar; pero en realidad Nina está haciendo estudios de las fases de la luna pero en relación con sus períodos de ovulación y ciertas tendencias de su comportamiento.
    Nina ha establecido una peculiar relación privada con Elías aunque nunca le ha dirigido la palabra. Le ha tomado decenas de fotos digitales y ha abierto una cuenta en Facebook con el nombre de Papá Noel en tiempo Frío  y se ha encargado de promocionarse enviando su link a cientos de personas creándose una agenda de direcciones electrónicas con base en las cadenas masivas que se forman enviando pensamientos curiosos, formas de vivir mejor, amenazas apocalípticas y toda serie de extravagancias con que la gente pierde el tiempo en la red. Curiosamente el pensamiento que Nina transmite a través de aquella cuenta, es un pensamiento que llama la atención por su lucidez y ternura, de modo que se ha granjeado la amistad de cientos de personas, especialmente niños y niñas de su edad que le han tomado cariño porque Nina, que tiene una imaginación desbordada, ha creado una vida de novela para Elías: Es un hombre solo, mayor y pobre que está aprendiendo a utilizar la tecnología para morirse solo en compañía de todos sus amigos virtuales; “Vivo de cuenta del Estado; como y duermo en los hospicios de las municipalidades a donde llego y me comunico con ustedes desde los telecentros comunitarios. No pido dinero ni ningún tipo de ayuda. Me gusta vivir así paseando y conociendo las gentes que merecen y desmerecen de la vida. A veces soy un poco puerco y me dejo acumular un poco de olor, pero es para que nadie se dé cuenta de que estoy anotando nombres y necesidades –también caprichos- para la navidad ¿No creen que vale la pena tentar a la suerte a ver qué sorpresas nos trae?
   Pero Nina no es todo lo que parece; o mejor, Nina es la más viva representación de las nuevas fronteras de razón pública y razón privada. Nina es como una máquina de razonar; sus argumentos son contundentes y su socializar tiene la naturalidad irreprochable de encontrar razones para no querer compartir las costumbres de sus contemporáneos por parecerle superfluas. Nina se guarda bien, ya que tía Sara tampoco está dispuesta a aceptar que el viejo loco le produce sentimientos, su certeza de que Elías es su primer amor (tal como seguramente era el amor de Dios si es que lo había) y  puntualmente, cuando después del colegio el tiempo le produce esas oleadas de ansiedad, cuando sus mejillas se ponen encarnadas y los compañeros la buscan con una sensación de riesgo y aventura, se regala su dulzura en los brazos de Onán.
 EL POETA
      Esa tarde le pareció increíble que ya el tiempo no fuera lo que antes y que pasado, presente y futuro se mezclasen en la percepción de tal modo que eso, el tiempo, era sólo un amasijo de destellos de conciencia y lo único que los delimitaba era la terrible necesidad de identidad; así tenía que ser, sólo así se podía explicar que aquel pensamiento que surgió así, como surge de pronto la yema de maleza de enredadera por entre la hierba uniforme a la vista del paseante, fuera más tarde el conector de los tres tiempos en una conjugación asombrosa. Entre el rutinario azote del viento que golpeaba sus mejillas por el paso de los carros y el tibio vaho mañanero surgió la vaga inquietud de querer recordar el sueño tenido en la noche y por extensión involuntaria la idea de movimiento ocular rápido le asaltó y a continuación la clara y distinta frase fase R. E. M. se situó en su mente, mas había una sensación extraña en aquellos pensamientos, como si gravitaran en la atmósfera y no en su cráneo pero ante la imposibilidad de juntar asociaciones el flujo de conciencia pasó a otros asuntos en orden de prioridad: ¿qué tanto dinero iría a gastar; quería ir a la biblioteca a leer o debía primero averiguar por el asunto en ciernes; hasta cuando le iba tener la vida chingando de semejante situación; por qué Dios ya no se manifestaba como antes a los profetas o a Abraham, Jacob y los demás?  
   Al atardecer de aquel día distante de ese mismo día en el Canal Capital, que nunca sintonizaba, le dio por sintonizar Musicapital,  un programa que transmitiría videos en un pugilato musical de el grupo REM, banda que nunca había escuchado pese a que tenía referencias publicitarias de su prestigio y Andrés Calamaro coetáneo y contemporáneo de Gustavo Ceratti que le dolía por su accidente cerebrovascular. El primer video se perdió en la distancia de la memoria por ser un ¿intrascendente? ¿Dance up, Dance On? ¿Stand Dance? Pero el hecho de la mañana le alertó. Luego siguió Calamaro: No importa el problema, importa la solución/ me quedo con lo poco que queda...en el corazón. Cuando Drive mostró a aquel hombre navegando en una marea de manos con un tono de melancolía, de incertidumbre, de ahínco y después se transmitió Man on the moon se dijo que debía averiguar en Internet por las traducciones de esas canciones, pero los afanes diarios, las afugias del metálico y otros ítems le fueron alejando del camino. Sin embargo el hilo conductor del orar (se iba por la carretera recitándose el rosario por un extraño acto reflejo producto de una caída en su estabilidad moral y económica y la reciente muerte de Juan Pablo II)= raro producto de tiempos difíciles y repuntares inesperados, hacía que el toparse con ese anciano de barbas blancas, un saco de basura sobre los hombros, una mirada de diáfano azul (era aguanosa pero él la veía límpida) y una sonrisa enigmática (nunca dijo nada, nunca trató de manifestar nada del hecho de que se cruzaran constantemente en la carretera, pero le miraba con un algo significativo). Y entonces la enredadera que crecía inopinada entre la pobre hierba de hacer camino (¿Por qué las vacas daban leche a partir de una simple hierba como el pasto?)  Se fue haciendo visible ¿por qué esa plastaza fea, ignorante y malcriada le atraía y se le aparecía en sueños? ¿Por qué veía en ella un amor y entre más trataba de concretarlo se veía amenazado, rechazado y contrariado? Y ¿qué tenía que ver el hecho de que distinguiese, muy a su modo, la distancia entre Pedro y Pablo por el hecho de llegar a la conclusión de que la iglesia ya no era una, apostólica y romana en la diferencia entre el sacerdote = es-(h)acer-dote o (e)s-a-cerdo-te y el fraile que era lira-de-la-fe y todas las relaciones espurias y auténticas entre fe, ciencia y amor?
   Hasta que aquella tarde, después de que guardando la traducción de Drive en la memoria USB, que luego no funcionó y que el preciso  día víspera de los sucesos de la teniente López anunció: Golpear/quebrar/ata a otro en los bastidores, nena/Hey, chicos, Rock and Roll/Nadie te dice a donde ir, nena/¿que si paseó?/ ¿que si caminas?/¿que si rockeas alrededor del reloj?/tic/tac/¿que si lo hiciste?/¿que si caminaste?/¿que si has intentado bajar, nena?/...Hey, chicos, dense prisa/quizás estás mal de la cabeza, nena/Quizá lo hiciste/quizá caminaste/quizá rockeaste alrededor del reloj, nena/quizá paseo/quizá camino/quizá conduzco para escapar, nena.../hey chicos, dense prisa/ata otro a tu espalda, nena.., el poeta va lleno de preguntas y de anhelos ¿quién te quiere? ¿cómo te quiere? ¿`por qué las pérdidas? Y, ese, in-consciente, que va a la deriva en un mar de manos y de ánimos; y ese, ufano, que se instala ídolo de su pequeña tribu entre la multitud ¿qué tienen que ver contigo y con los otros pocos que no se plantan felices junto a su corro de fans y conmigo y con mis pérdidas?...
    Que a la distancia el poeta viera un gatuperio de carros que frenan en una curva de la carretera, un difuso moverse de sombras que merodean en torno a tres bultos, uno erguido, otro que se agita y otro que yace fuera como alucinatorio ¿tiene algo que ver con que el poeta se acerque y desarrolle el siguiente diálogo surgido luego de que sus ojos y los ojos de la teniente se chocan?
    — ¿Qué hace usted aquí, señor?
    — Vine a verla a usted ¿muy raro?
    — Pues ya me vio, ahora circule por favor; ¿no ve que es un caso de sangre? –todos están tan petrificados que no atinan a distinguir que el nuevo aparecido le falta al respeto a la autoridad, ni siquiera ella que es tropelera pero ahora tropelea por la radio pidiendo asistencia médica; sin embargo el aparecido se resguarda un poco y se dedica a fisgonear, pero no fisgonea, ora fuertemente: Dios, esta mujer me gusta, dame dame dame el power/dame dame, dame el poder... Por fin llega una ambulancia y carga el bulto; a punto de abordar su coche el impertinente aborda de nuevo a la teniente:
    — Disculpe, soy miembro del BUSCO: Banco Urbano de Casos Obscuros, si quisiera darme su localización....
.... y una agenda y un teléfono empezaron a tender puentes  mientras el viejo Elías sonreía en medio de los transeúntes.
    Cuando la teniente López descubrió que en la sigla BUSCO había una letra que no casaba ya había dicho que sí.