jueves, 17 de diciembre de 2020

 

 

TREINTA Y CUATRO AÑOS Y UNA VIDA

Me gustaría muy poco que hubiese sido tu gorda astucia de hembra

más o menos a la una treinta de la madrugada nueva,

la que volcó una lata con cuya leche gris perla de ostra sola

pintaría la tristeza de mi guarida sucia

una vez volviesen las viejas fuerzas,

las que gasté en nombre de un ideal manido

y una amor mal avenido

entre la esperanza y una vanidad quimérica:

¡No quedarse a vestir santos!

¡Y tenías que escoger esta pobre alma ingenua!, maldita

Para que treinta y cuatro años atrás temblara

Yo, en ese otro, entre tus piernas,

abriéndose paso entre aguas tibias y viscosidad de asco

primigenia, y aspirar con desespero la primera bocanada

del largo viaje entre la nada y la quimera

de reír, de amar, de ser feliz, de triunfar sobre las fuerzas…

 

Me gustaría mucho más que semejante hazaña

fuese la de la sangre ebria y gorda de mezquindad heredada

de ese que, aun bebiendo de mi copa noble y tierna

junto a esa otra que me hizo verme en versión muñeca

a quienes cortaste el cordón del sentimiento…

 

Me gustaría más hacerme a la idea de que la rata metafísica

que en sueños con mi nostalgia se pelea

hubiese querido decir que algo de amor de hijo alberga

y no tu maldito miedo de morirte

con tamaño remordimiento a cuestas