TREINTA Y CUATRO AÑOS Y
UNA VIDA
Me gustaría muy poco que hubiese
sido tu gorda astucia de hembra
más o menos a la una
treinta de la madrugada nueva,
la que volcó una lata con
cuya leche gris perla de ostra sola
pintaría la tristeza de mi
guarida sucia
una vez volviesen las viejas
fuerzas,
las que gasté en nombre de
un ideal manido
y una amor mal avenido
entre la esperanza y una
vanidad quimérica:
¡No quedarse a vestir
santos!
¡Y tenías que escoger esta
pobre alma ingenua!, maldita
Para que treinta y cuatro
años atrás temblara
Yo, en ese otro, entre tus
piernas,
abriéndose paso entre aguas
tibias y viscosidad de asco
primigenia, y aspirar con
desespero la primera bocanada
del largo viaje entre la
nada y la quimera
de reír, de amar, de ser
feliz, de triunfar sobre las fuerzas…
Me gustaría mucho más que
semejante hazaña
fuese la de la sangre
ebria y gorda de mezquindad heredada
de ese que, aun bebiendo
de mi copa noble y tierna
junto a esa otra que me
hizo verme en versión muñeca
a quienes cortaste el
cordón del sentimiento…
Me gustaría más hacerme a
la idea de que la rata metafísica
que en sueños con mi
nostalgia se pelea
hubiese querido decir que
algo de amor de hijo alberga
y no tu maldito miedo de
morirte
con tamaño remordimiento a
cuestas