viernes, 18 de diciembre de 2015

INTUIR, COMER, VIVIR



La sociedad a cada dìa se desritualiza màs, no asì la vida. En lo màs profundo de los procesos de la lucha por sobrevivir hay una especie de ritual soterrado. Los perros le ladran y atacan a los personajes cuyo aura se ha desangelado. La retòrica de la convivencia es cada vez màs inservible. Por eso en la vida de la masa las relaciones pùblicas han devenido Ph neutro. Puesto que la vida, obra y milagros de cada individuo inmerso en las multitudes se supone que a nadie debe importarle, entonces se instaura un haz de relaciones puntuales: Vale tanto, contiene esto aquello, lo de màs allà. ¿Tendremos que aceptar que el ritual de sentarse a manteles en familia es otra costumbre inùtil cuando hemos empezado a aceptar que no eres lo que tienes, eres lo que das? Responder la anterior pregunta tendrìa mil matices si lo personalizamos. En mi caso, por ejemplo, soy de los que piensan que cuando se come se està intercambiando informaciòn tàcita del entorno -de ahì la importancia de los productos frescos y el valor agregado de lo orgànico- y entregamos, con nuestra actitud, informaciòn que se decodifica intuitivamente, acerca de nuestra idea actual del mundo porque, queràmoslo o no estamos cada vez màs y màs profundamente interconectados -el asunto es que el afàn del dispositivo, la velocidad y naturaleza de la in-formaciòn desnaturaliza la energètica significante-. Y, ¿què decir de los solitarios, que somos casi todos dentro de la atmòsfera egòlatra y egòtica, en contraste con los famosos y los personajes pùblicos? Recuerdo ahora un film en el que Jack Nicholson es un personaje solitario que tiene, despues de su ego àcido y mordaz, por ùnico afecto un perro y los restaurantes donde ejerce la electricidad de su personaje. Ese es el gran problema de las relaciones pùblicas de hoy; es probable que debido a tu poderìo -de traqueto, de artista reconocido, de polìtico en trance popular- cuando te sientes a manteles en un restaurante, elegante o no, que te acaten todas las normas de etiqueta y de trato del manual; sin embargo sean poderosos o no, hay personas que no podemos eludir que la notoriedad -de la profesiòn, de la personalidad excèntrica, de la energìa vital- nos haga entrar en una atmòsfera donde cada acto realizado tenga una reacciòn, especialmente cuando transparentamos al màximo nuestras contradicciones o nuestro cinismo no es congruente con nuestro carisma; es decir, las personas que se han hecho populares tratando de mostrar una imagen que no corresponde a nuestro comportamiento o a nuestras aspiraciones de reconocimiento -el mìnimo comùn divisor de la inteligencia Vs. la fortuna-, no habrà billetera, personalidad o ritual que pase la prueba de entrar en terrenos que no son los nuestros: La simpatìa, la urbanidad y la razonabilidad. Acostumbro visitar un sitio que es poèticamente ilustrativo de lo que vengo diciendo; es un pequeño restaurante que, instalado en un local de una edificaciòn antigua -creo que todavìa de bahareque, de una sola planta, de fachada sin remozar en mucho tiempo- situado en medio de edificios de hormigòn y acero, en una cèntrica avenida de la ciudad, en medio de lo màs neuràlgico del mundo de los negocios, de las comunicaciones, de las residencias -sino exclusivas, al menos rancias-, allì se reune y se confunde la màs variopinta clientela: Secretarias, ejecutivos de afàn, artistas anònimos yotros no tanto, vecinos de un alto edificio recièn construido, rusos de brocha y palustre. El secreto, no creo que exista ningùn secreto. Es una familia -mamà, hijo e hija- que se dedica a atender a quien se acerca lo màs ràpido posible, venden corrientazos a un precio casi de escàndalo y se nota que el esmero y lo apetitoso del menù, ademàs de la variedad les da resultado. No puedo opinar palativamente puesto que sòlo voy a tomar cafè, kumis o de pronto una cerveza que venden a precio de tienda; es un lugar de paso, no obstante, uno va, por la asiduidad, entrando en relaciòn de persona a persona; como cuando voy a pedir mi cafè es hora pico, muchas veces me he arriesgado al desaire solicitando compartir la mesa con algùn comensal sin parar mientes en que lo que se debe sentir por dentro cuando todo el mundo està en labor opìpara, nunca me han hecho sentir que les estoy quitando la oportunidad de vender tres o cuatro almuerzos porque estoy ocupando una mesa, sin embargo en alguna ocasiòn me he levantado a tomar mi cafè en el bolardo de la esquina para ceder el puesto a alguien. Confieso que me muero de ganas de decirle a la niña que me muero de ganas por saber cual serà aquella palabra que usa para significar, verdaderamente, aquella palabra que usa con todo el mundo: AMOR, pero me abstengo porque sè que es una tonterìa ritual circunstancial. Màs bien, preferirìa preguntarle si conoce un libelo que hace mucho tiempo se estuvo distribuyendo entre la gente del comercio del centro, en el que se decìa: No me llame amor que yo no soy su amor, pero tambièn he de abstenerme porque serìa un estùpido intento de contrastar fuerzas y sentimientos.