OPINADORES POR ENCARGO
PABLO CASACUBERTA: Nunca pude concebir
claramente el efecto vque se debe transmitir al taco para lograr la carambola a
tres bandas; entonces puedo pensar, más fácil, sin ser tampoco un maestro, en
el mate pastor.
Una personalidad que te hace sentir, mientras
corre el rollo proyectado en el telón de la mente, que asistes al espectáculo
de la fachada de unja casa que
representa u8n pueblo y que, contrariamente al apelativo (Casacuberta) no tiene
techo y las ventanas están abiertas aunque la puerta ostente un aldabón
magnifico (casa respetable). Uno siente que podría encaramarse en la escalera
de su inteligencia –que no de su ilustración incompleta- y colarse por una de
las ventanas y esperar tener la fortuna de ser invitado a matear. Pero entonces
vuelve la imagen de que adentro, como un hormiguero pequeño, bien organizado,,
que no llega a ser la mitad del hormiguero caótico que es la ciudad dew Bogotá,
vive un pueblo; un pueblo que no sabe de las angustias por tener éxito, que no
sabe de losm intríngulis faranduleros, que no sabe de las atenciones rituales
del socializar y alivia las tensiones con una culta indiferencia, pero sabe del
peso de las dictaduras, sabe de educación bien orquestada por el Estado (al
menos en los pocos que se toman en serio la indiferencia de vivir en un mundo
rico de cosas aburridas por complejas y poco comunes pero interesantes), sabe
de ponerse en escena sin esperar el aplauso o temer el apabullamiento, entonces
te das cuenta que las distancias formales, las distancias de clase, de la
influencia, te van a recordar que la sensación que gravita en tal contexto
(pueblo uruguayo influido por el argentino en contraste con el pueblo
colombiano sui generis) es la de que
perteneces a una extraña aldea de aborígenes que apenas aprenden a poner techo
a la choza con hojas de palmas y lianas que hilan y articulan una gutural y
oscura forma de comunicación en la que la violencia simbólica es casi tan
onerosa como la física y proyecta mentes simiescas. Epifanía del ego armado de
la capacidad de hacerse oír sin despertar reluctancias.
Pero entonces viene el verdadero telón de
fondo de la cultura audiovisual con un producto tan desconcertante como
argentino: El hombre de al lado. Un
matón que armado con el ropaje de las formas corteses inocula la actitud del superhombre que ha sido capaz de salir
indemne de todas las formas de romper las reglas morales y, peor aún, las
legales. Al establecer una querella con su vecino, un arquitecto prestigioso y
educado que orgulloso de ser el usuario de la única casa que Le Corbusier
construyó en América, le reclama por abrir un ventanuco que viola la intimidad
protegida por la ley, se ve intimidado y caricaturizado de sus modales
burgueses, al punto que casi se convierte en un íntimo por cuenta de las
relaciones sociales en las que ya se ha logrado camuflar lo deleznable,
decadente y criminal entre lo exclusivo pero que por una jugada maestra de justicia poética, cae como un vil
depredador depredado, víctima de un último impulso del instinto gregario. Este
hombre de al lado debe haber sido algún traqueto colombiano. Un botón basta de
muestra a los demás, a la camisa.
WILLIAM OSPINA: Que un desmenuzador de
generalidades que habla de generales y bandidos, de aristocracias y última
casta, de Cromwell y Uribe que ha tenido que batallar por más de cuarenta años
con miríadas de palabras entreveradas en la historia de la injusticia, la
pobreza, el abandono, el sojuzgamiento de las masas, se haga con la admiración
de públicos ávidos de fluidos claros en el discurso, en las pláticas, en los
foros, y cuya avidez está alimentada por la propia incapacidad de articular
posiciones sensatas y nítidas que al tiempo sean razonables y sinceras, no
significa que realmente esté mostrando la realidad de un pueblo en sus
posibilidades y anhelos viables de cambiar un poco las cosas para que sigan
igual, pero tampoco de mostrar formas revolucionarias que sin traumatismos den
un vuelco al estado de cosas. Este es, más bien, un ejemplo de los intelectuales que se meten de soslayo a
políticos y que finalmente se convierten en encantadores de serpientes
adoptando el rol de “utileros” de escena de telenovela que saben que el gran
edificio de la sociedad democrática tiene su primer piso como inmenso hangar de
performance y que, cada noche, cuando
todas las ambiciones e intereses se van a dormir, queda un inmenso vacío listo
para ser arrendado al director del día siguiente. Lo simpático es que estos
intelectuales, cuando tienen que tomar el as-censor que los lleva a los pisos superiores
para reclamar sus emolumentos –no parece apropiado llamarlos honorarios y
regalías ya parece demasiado ofensivo-, no se encuentran con oficinas que
digan: Departamento de Justicia o de contabilidad, o Departamento para la
equidad, sino que se encuentran con un inmenso aviso que reza: STABLISHMENT, ante el cual no es difícil
imaginar que sienten un ligero escozor recorriéndoles la espina. Quizás sea
mejor cuando a ese edificio se pretende entrar con ajadas credenciales de ARTISTA.
MARCEL VENTURA: Podría suceder lo que a
alguno, cuando se acuesta con el nombre y no con la persona. Luego del encanto
instintivo uno siente una repulsión de la que quiere deshacerse inmediatamente.
Entonces llega alguien que sí se ha acostado con la persona y te pega un
bofetón para defenderle su dignidad. ¿Un bribón que enmascarado de charlatán ha
encontrado la fórmula perfecta para un negocio misterioso que se deja seducir
fácilmente por los espejismos? ¿Un charlatán rematado con excelentes relaciones
públicas? La anécdota de las dos semanas encerrado con Xavi es irrelevante
puesto que el producto a diseñar era una construcción formal, un libro genial
no es una construcción formal, es una subjetividad formalizada. ¿Acaso el amigo
que todo escritor con talento y sin suerte necesita para convertirse en su
editor a manera de padre alcahueta? O simplemente el típico ejemplo de la
actualidad social en la que corren tiempos de literatura gourmet que sabe cocinar bien el feroz cazón en medio de la
humanidad que busca desesperadamente olvidarse de que la cultura de los tiempos
contemporáneos es una máquina feroz y robotizada con cara humana
digitalizada.