ACMÉ DE TRANSMIGRACIÓN
Quién podría decir, a ciencia cierta
que esa grasa que llaman acmé,
no es otra orilla de las plegarias
adolescentes cuando ya viejas y olvidadas
las mentes y las caras
las almas reflejan, de pronto, en un rostro
común y anónimo,
veinte o cincuenta años después de muertas
las Janis Joplin, los James Joyce,
con un hijo montando en bicicleta
que dice que los aromas de esa grosura grosera
no los recibieron los dioses
y que alguna peseta, firmada sin intención en un
bigote
pudiera ser Pessoa en algún heterónimo
que le tomó por las solapas y le dijo:
Sos digno…de éste poeta.
***
LECTURA DE RANCIERE
Ranciere era-un-cierre,
tan sólo un cierre
como la sutura en la herida
para que cicatrice y se haga espejo,
mentira de la mentira.
las tenía todas consigo, las fórmulas
y armaba el rompecabezas
pero nunca salía la figura
verdad-era
ella y su era, cada una
la piedra y la literatura
y de la ella, ésta
el silencio y su urna
siempre huyendo
¡pero que reloj!
cada grano de arena soplado
recién salido del fuego
formando el vítreo, el vaso
en el que se va a escanciar la poesía
y sin embargo, el insano
no podía llamarse poeta,
sólo lecho del río mostrando
el agua, no llevándola
porque la llevaba el viento y la nube
la llevaba el ánfora y la basura
la llevaba el vicio y la llevaba el beso,
la llevaba el libro,
puro o corrompido;
pero ella siempre tan pura
y al poeta le ilusionaba que fuera una herencia
del anuncio mudo, Racine,
el-cine-de-Ra
y su ansia
¡pero qué maldita ilusión!
la imagen con vida
y el cuerpo como proyector
¡quiero del aullido una fotografía!