KARMAS
I
Del más allá
de todos los lados
K-sino Joe tomó la última bocanada de aire
infecto a miasma de mazmorra, aire contaminado de vicio, sangre, droga y
maldición y estrechó la mano del guardián de la última puerta de la prisión.
Miró al cielo gris y recordó al tiempo que pensaba: Fueron casi cuatro
navidades de las diez a las que le había condenado el juez. Apenas tendría
tiempo de ir a comprar algún trapo para reemplazar el harapo mejor que le
quedaba, comprar alcohol y emborracharse durante toda la semana hasta navidad.
No tenía más que hacer ni a dónde ir. Empezó a caminar sin intentar orientarse.
No era que hubiese salido más pobre de la
prisión. o quizás sí, pero en otro sentido. En prisión consiguió además de
redención del tiempo de la pena, también dinero que ganó traduciendo basura
literaria moderna y evangelizando a los rufianes; se había vuelto un experto en
biblia aunque trasladar emoción a otros siempre había sido su virtud. Y ahora
¿qué iba a hacer? La basura de la biblia no le servía de nada. Era como un
profesor viejo y cansado repitiendo las mismas tácticas y discursos año tras
año.
Mierda, se dijo, si hubiera sido un mal tipo.
Esta perra. Intentó recordar el nombre. Lo había borrado de la memoria igual
que ella le borró el amor y los dos hijitos. No tuvo piedad. No vio cómo se
desvivía de amor por ese hogar y aunque se metiese en líos siempre la
inteligencia lo sacaba de ellos. Le trasladó emoción pero no pudo trasladarle
fuego a ese bulto de grasa congelada. Por qué, porque no le entregó el alma y
un alma que no se abre a otra alma no enciende. Y peor cuando su maldito
espíritu cobarde le puso guerra a su decisión: No ves que es un mafioso? Te van
a encarcelar o te van a matar. Y entonces que hacemos con la pobreza ¿nos la
metemos por el culo? Y hubo un tiempito hermoso; buenos regalos de navidad,
buena comida, buena ropa, buen cole. Si, la finca era lejos y sólo podía verlos
cada mes. Y no haber sido nunca capaz de darme el gusto con las bacanales de
ese malparido, sólo por guardarle la fidelidad a eso. Tenía todo a lo bien:
seguridad social, cesantías, un sueldo básico que lo doblaban los ingresos
extras. Ese maldito día el “pecoso” amaneció con el ego inflado y yo no podía
más con la prudencia. Que conozco mejor lo terrenos que vos hijo de mala madre.
Me dio un gran abrazo cuando lo saqué de ese remolino en el río crecido
mientras los otros cuatro tiritaban de frío y de miedo en la orilla. Hasta dejó
perder el fusil el muy cabrón. Si se hubiera enfermado uno de los niños, a lo
mejor yo me habría afiliado por mi cuenta. La hijueputa seguridad social no la
pagaban y cuando estalló la puta mina me tocó pagar todo de mi bolsillo y lo
que quedó se lo llevó ella. La cuenta era compartida. Como un perro en la calle
y dizque el muy hijo del diablo se cagó más en la plata con la caleta que había
debajo. Guerrillos, paracos, avivatos, buscavidas todos enredados como nudos de
víboras, manejados por telepatía por las víboras encaramadas en el palo.
II
Del lado de
allá
Asqueroso Saldívar se llamaba Oscar pero
igual el nombre tiene su alma. Y sí, tenía ego de rocas, rocasqueroso. Sentía
cada mañana que la loción que se untaba como una ilusión saliendo de esa
lámpara maravillosa que era su personalidad a todas las excitaba. Y se ponía su
uniforme y salía a comerse el mundo a punta de corrección y sutileza llena de
malicia; pero era una maldita máscara que el zombi mundo no ve porque cada cual
se cobra su falsedad por ventanilla.
Esa semana mi capitán le había puesto en el
aeropuerto; parado todo el maldito día en una esquina o prestando escolta a la
gorda guarda de tránsito, despachando con seguridad y número a los pasajeros en
su taxi. Le habían ido con chismes los malditos sapos? seguramente; o tal vez
fue porque la semana pasada me pilló riéndome solo después de verlo hurgándose
la nariz; no había dicho nada, sólo pensé así
se debe hurgar el culo. Y todo el mundo se cobraba su oficialidad tácita de
no dejarse mangonear de arriba: Ojos por
todas partes rezaban los carteles enormes que la gloriosa Policía Nacional
ponía para amedrentar a los zánganos, pero resulta que el mundo era un mundo de
abejas y entonces todos nos refugiábamos en nuestra sagrada privacidad y
dignidad con lentes obscuros y modales refinados. ¿Qué me mira gonorrea? Huy,
agente, por allí hay un zángano.
Para qué, la gorda, buena parcera. Se tira
sus toques de reina vieja pero yo le sé mostrar con gentileza sus mondongos. Y
me gusta divertirme con el paisaje. Pasan tales personajes: Maricones que
tratan de mantener las apariencias, cacorras que se comen a besos y le regalan
sonrisas al aire. Doctores que se emputan con uno con mil florilegios en la
boca. Drogadictos que no comen de ninguna, orates extraviados cargando basura;
por eso yo prefiero pensar en mis niñas. Las que llevo a la casa y la mía
propia; son tan tiernas y tan maliciosas, saben más cosas que uno sin apenas
entrar a la adolescencia. A veces me toca pegarle sus coscorrones a mi mujer,
pero tiene que entender quién manda y que la vida es una sola; allá ella si no
aprovecha para disfrutar, yo si aprovecho que el cabo Vargas de informática me
pasa datos. Eh, pero mirá que cosa más simpática.
III
Del lado de
acá
Me llamo Caleb Yusif pero puedes llamarme
K-sino Joe, Señor. ¿Qué si he jugado en las Vegas? Creo que más bien he jugado
en las vergas, de la vida, o ellas me han jugado a mí. Es que Tú, que lo sabes
todo ¿no entiendes? Es K-sino de K, de Joseph K, de Kafka. Lo he repetido mil
veces, pero lo haré una vez más.
Ya llevaba un año metido en esa puta prótesis
y no sé si me dolía más el alma o el muñón; sin embargo dejaba el putón muñón
del corazón –o sus jirones- en ese rincón y me iba con mi dolor y mi muñón;
sagradamente, todos los días. Destilar el veneno durante dos o tres horas y
volver muerto a dejar que el vampiro dolor me siguiera chupando la sangre.
Cogía atajos o desviaciones pero por alguna razón siempre terminaba en el
aeropuerto. Putas preguntas; no, no soy terrorista ni islamista. No recuerdo
bien exactamente si fue Pizarnik, Baudelaire, o Blake o Bukowski, pero fue en
alguno de eso pútridos lagos de letras que bebí unos tragos que me dijeron: “Por una vez en tu vida deja que tu Yo sea
él mismo, no le cortes las alas. Hoy puede ser el día de tu vida”. “Deje de
mirarme las tetas, señor” es lo
último que recuerdo, después que iba solazándome con el paisaje, resignado a
dejar pasar la vida como venga, al fin, algún día se tiene que acabar. Me
impresionaba diariamente de esa selva de cemento en el escaso verde. Y esa mole
con avisos de neón que nunca se apagaban y ese doctor que desde lejos se veía
manotear con unos agentes de policía y menear la cabeza, para cuando pasé por
su lado preguntaba por cocaína, periquito,
decía, un gramito nada más, para votar
esta piedra. Eso sin contar los gringos que preguntaban ¿dónde, hacer turismo sexual? Para cuando estaba arribando a aquella tienda
como un baldaquino de la gran catedral de la calle del mundo, me pareció leer Memphi’s Sales Airport en su frente. Y
mi mirada captó su sonrisa sutilmente maliciosa con un pié que se adelanta
contrahecho. A la vuelta estaba concentrado mirándole las tetas a esa niña
súperdesarrollada. Le entró por ahí mismo donde me entró a mí: soldaditos de plomo con cara de yo no fui.
Esas cartucheras debían estar aseguradas contra rayos de la voluntad. Mi
defensor está convencido de mi ira e intenso dolor.
IV
Del lado más
podrido de todos los allá
Señor K-sino Joe, no terminó de responder la
pregunta. No había terminado de tomarse el primer trago sentado en la hierba de
cualquier lado de la carretera. Escuchó de nuevo la voz, ésta vez retumbando,
fuerte y claro, adentro de su cabeza. La vez pasada había sido interpretada
como un desvariar inoficiosamente por no hacer caso del peso de la realidad; un
albatros que duerme –y acaso sueña- mientras vuela. ¿Cómo así que K-sino? Oiga,
Señor, usted es que es pelotudo de la cabeza o cabezón de las pelotas. yo qué
sé, acaso no es usted el que inventó el lenguaje? o lo inventé yo. Acaso no es
su orden el que maneja esas casualidades disimuladas; tenía que ser Kafka,
preciso quién se inventara a K. Pero con ese degenenerado de Bukovski si se entendía bien. Sólo sudor y pedos. Él
era conciso, iba al grano; exijo respeto. Respeto, entonces, si tenemos en
cuenta que somos hechos a su imagen y semejanza, entonces usted es otro degeamanerado. Repito, respeto. El raro es
usted; creí que se decía degenerado; por qué tergiversa? Y, mire que usted
juega. Es un jugador rebelde; por eso pierde. ¡Respete!, no confunda; una cosa
es juguetón y otra jugador. Ese otro sí que era un jugador. Y aún no responde. Bah,
repito, yo qué sé; yo sólo entiendo, o interpreto pero, está bien, le voy a
hacer el dibujito y luego va ser usted el que me tendrá que dar explicaciones
con respecto a Kafka y otras cuestiones: La K de Kakania, capital ella, tiene
fisonomía de dualidad, figúrese usted, frenología del alfabeto; si será usted…Mejor
no digo. Decía que la K está compuesta por dos partes, el signo matemático <
(menos que) y la pared de la realidad; | <; una
superficial y otra profunda igual que las palabras, uno dice algo y siempre por
debajo hay otra cosa, especialmente para el otro. El menos que siempre está
empujando para devolver la pared de la realidad a su origen, a su verdad; pero
detrás de la pared parece estar siempre un más qué > haciendo
puja. Cuando uno es transparente, como yo, las cosas son lo que son. El pelotudo
es otro, sintió mascullar. Que qué. No, nada, prosiga. Para entonces K-sino Joe
estaba hecho una cuba. Y aún no era navidad.