sábado, 17 de marzo de 2018

PARA EL EPITAFIO




Yo no quiero un puesto en la historia
yo quiero una gran cuenta en el banco.

Yo no quiero una reputación de rey
quiero un trono en tus orgasmos.

Yo no quiero una gran educación
quiero modales dulces de fusil de asalto.

Yo no quiero un tesoro de rimas cada día
quiero un ciervo de conocimiento para mi hato;
y que al final queden sólo las cornamentas
embistiendo la envidia de tanta carne sabia
[donada a los gusanos
y que en la pared del viento las cenizas
de los que se entregaron dóciles a los hornos
que nunca confesaron
que freudiana la piedad científica consentía
si es carne que se pudre la de tu hermano
por qué no habría de ser comestible y estimular la economía
en embutidos de humano” y que diga
«El fantoche que aquí yace tenía algo
que queríamos y no pudimos arrebatárselo»
el epitafio.

SIMÓN EL BONITO





Simón el bonito, reciente viejito, salió ésta mañana
con ilusiones muy pocas, una mala pata y un poco de rabia;
razones tenía muchas y muy pocas ganas de por las buenas
o por la fuerza de las balas hacerse sentir de aquellas patrañas.
Y, si me muestras, padre, le dijo a un viento que pasaba
tu mano de hombre verdadero al estilo weimariano
'callado y ceñudo de niño, de altivo espíritu maduro,
sereno y sin objeciones de viejo en el desengaño';
y si mostraras, sobrina, de niña la caña que te pescó, danzante
en la ingle un día de las ganas verdaderas,
las de la risa difícil, trágica, mágica, la de la sabiduría
del camino tortuoso, la de la sincera lágrima,
la de la embriaguez poco común, sin etiquetas
y mucho alcohol de razón en los pedales de la pose
al fin, que bufa la cobra y resopla el pura sangre...

Simón el bonito vio, de pronto, la gran pantalla.

Simón el bonito, y no por la plástica
disposición de la arruga rebelde al pincel
de la luz firme en la sombra, si no
por la simétrica voluntad transparente
de su sonrisa, del contento del cubo
a mil millas del mar, con mil peces fantásticos
y mil colores dándole besos de perras en celo
mientras los duros en su pierna restregaban las ganas
con placidez de hiena hambrienta
y dignidad de loba adinerada
en el parque de las vanidades desfilaba la alcahueta
falda gitana de nubes míseras tapando bendiciones prohibidas
que hablaban el idioma del silencio
de transgresiones festivas, mientras la dicha esclerótica
se pudría en las manos de fáciles sonrisas
y opíparas mesas de oxidadas fuerzas
de ritmos frenéticos que ya en Dioniso no pensaban
y que por lo mismo de su hechizo nada sacaban, nada sabían.

Simón el bonito atardeció la mañana
preguntándole a un mandarino
si el sol vestido de luna perruna le había desposado
y entonces los parajes torcaces donde las tragedias antiguas conspiraban
acerca de los próximos gemidos del coro
interpuesto al velo rasgado de todas las mañas,
dijeron: Nada.