miércoles, 16 de abril de 2014

EL PLAN PERFECTO

EL PLAN PERFECTO
El padre Pan Juablo hubiera querido llamarse Juan Pablo pero, aunque no era su culpa ¿o só lo era?, lo llevaba bien, pues fue su padre quien por esos caprichos del ego (que la mayoría de las veces son caprichos del destino), quien quería que el futuro de su estirpe –era apenas una pequeña ralea, pero en aquello qua Ra-lea no podrá faltar sostén y flujo; no en vano se decía de los constantemente cogidos en la mentira que estaban más caídos que teta de gitana, pero nadie entendía que se trataba de caídos en otra dimensión de conocimiento- tuviese los mismos, o mejores, destellos. Había sido criado con la idea de estar siempre en la jugada y la de que quien no figura siempre será una pobre cucaracha; claro que hay que ser justos y añadir que también se inculcó en aquella casa un gran interés por tener buena preparación y conocimiento, cualquiera que fuera la cosa que a cada quien le interesara. Al padre Pan siempre le pareció que los oficiantes, ya fuesen estos de alguna ceremonia mágica de parque o de circo, bien de vodevil, bien de intrincadas operaciones como las de química en el colegio y aun la impresionante pose de la profesora de filosofía quien se paraba medio lado con el pucho humeante y untado de rouge hasta el cogote en la boca, sin que el acoso del ojo le venciera en la tarea de analizar la siguiente frase a disparar o la intempestiva flecha directo al corazón de algún escogido para que el hada de la sabiduría le hiciese entrar en su reino, eran seres dignos de imitar. Pero se dejó embrujar por el oficio de predicar y, extrañamente, además de que su padre era un librepensador, entendía más el contraste de la ciencia y su misterio de saltos cuánticos y cuanto postulado enredado pareciera asunto de otro mundo, que la relación intrínseca de sujeto y predicado, y mucho menos con el verbo; para él predicado era sólo aquella forma maravillosa en que los curas iban hilando idea tras idea y creaban ese torbellino en la cabeza de ideas, de alas, de haladas, de llamas, de llamados. De modo que también quiso vestir esas túnicas tan resplandecientes e inspirar ese respeto y confirmar que tenía más valor ser sujeto que estar sujeto, que fue como siempre se sintió.
Aquel domingo Camilo veía con aplicación la televisión mientras tíazo iba a misa. El plan perfecto: Dar la gracias apropiadas al Altísimo por todos los favores recibidos, esperar que las lecturas fueran adecuadas para el sentimiento del día sin importar que el párroco quizás en su sapiente dulzura se fuese por las ramas de grandes promesas y misericordias y esperar que aquellita le atravesara las redondas y anchas nalgas a la salida en medio del tumulto para que el envés de la mano con pulgar en el bolsillo del vaquero mantuviera lo suyo y él en vez de dejarse arrastrar por el ímpetu de largarle un pellizco,  dejara que ese nudo se fuera haciendo más sólido desde hacía tres semanas. Pero no hay plan perfecto. El único plan perfecto lo tenía Camilo ante sus ojos: la peli se llamaba El plan perfecto.
El anciano se estremecía como una hoja al viento con sus manos apoyadas en el espaldar de la banca de adelante sin sufrir de Parkinson. Era el mismo rostro de Arthur Case el dueño del banco. Tíazo recordó en ese instante que el mundo  es lo que viene al caso, pero aquí es lo que viene a la cosa que no para todos es lo mismo. La cosa es que el padre Pan Juablo estrenaba vicaría y  lo que a su cosa venía era que llevando ya un año de ordenación, y después de vagar unos meses por los terrenos de la Pata-de-la-agonía y de sentir sin acusar el constante asedio del boludo y la reticente ausencia del compungido, no iba nunca a cejar en su convicción de que era un elegido para equilibrar su conciencia de que en el mundo de hoy su oficio era el del social engenieer pues ciencia y conciencia ya habían hecho buenas migas con psicología y mística, con la conciencia en constante despertar y susceptible de ser moldeada a lo rigtly politicdel buen rebaño. De modo que la meta de tener parroquia propia, de hacer méritos para una carrera de oficial del ejército de Cristo y de paso ser un buen pastor en el espejo de aquel viejo sacerdote que era acaudalado en aprecio, relaciones públicas y bancarias, sin nunca dejar de ser un hombre dulce en medio de su severidad; pero ¿quién sabe de planes perfectos? Así, pues, todos los hechos no iban a la misma cosa; el hecho de que el viejo Case temblase igual que los tímpanos del auditorio por aquella voz meliflua y engolada que no sabía bien mezclar la intensionalidad del barítono con la intencionalidad del discurso; al igual que la orquesta de muchachos con ritmos originales y festivos que habían sido trasladados del coro al gallinero de atrás donde los antiguos Bach hacían de su maestría cuadros de inmortalidad y estos hacían del Credo un bonito y sincero ejercicio para aficionados a afinar se tendría que mirar desde más arriba o, tanto peor, desde más lejos.
La diferencia de la corona calva del Arthur Case de la misa con la cana y finamente tupida del de la película se parecía a la paradoja que se planteaba en los argumentos de las dos vidas: El de la banca podía temblar por otra razón que la de que el discurso del padre Pan en el que el anuncio de que ustedes son la sal del mundo. Si la sal se vuelve sosa sólo sirve para tirarla y que la pisen. Si usted hermano que viene a la misa mirando el reloj con impaciencia –que jartera una misa tan larga-y así mismo vienen siendo luz de la calle y obscuridad de la casa. Usted de quien dicen en la calle que persona tan dulce y amable y en la casa llama imbéciles a sus hijitos y a su marido. Usted que engaña a su esposo o a su esposa. Usted que roba en su empresa, hacen sosa la sal de la vida buena y pierden la salesita del vivir como hermanos. El del banco temblaba por la ira de que el tesoro y el secreto que estaban guardados en una caja de seguridad encriptada en robos y saqueos de nazis de la segunda guerra, iban a ser robados y, peor, una reputación intachable labrada en largos años de filantropía y anonimato iba a ser mancillada. Pero la paradoja se unía en un juego perverso. Los feligreses estaban dejando que la vibración de los tímpanos se riñera con las intenciones nobles de sus corazones pecadores; lo que no sucedía con el Credo cantado que iban aprendiendo. Pablo, uno de los asaltantes camuflados bajo el idéntico vestido y tapabocas de los rehenes, recrimina al comisario que lo interroga tras haber sido “liberado”: Yo no soy Pablo, man, soy Paul de Man. Camilo lo sabe todo.
El padre Pan Juablo también lo sabía todo. Sabía que desde el principio la organización debía mantener la jerarquía inserta en el sistema; cuando José de Arimatea presta su prestigio y su dinero para reclamar el cuerpo de Jesús no lo hace como un favor gratuito lo hace como una gauchada de cabeza. La secta gnóstica es poderosa, pero lo que Jesús dejó en la mente colectiva es un caudal sin reservas; ahora doctrinariamente son pobres -¡se volvieron pobres los pretenciosos filosofemas!- pero sus relaciones públicas no son nada deleznables por lo tanto hay que mantener discretas pero cordiales relaciones. Lo que no sabía era que su nombre tenía un destino especial y la verdad es que nadie sabía a ciencia cierta cual era ese destino, ni aun las inescrutables pugnacidades que no más arriba, ni más lejos, sino más adentro del misterio de la inteligencia artificial  sí sabían que la muerte del dios Pan se fue acallando en el recuerdo de las mentes desde cuando el inmenso rumor que se escuchó en los mares de Europa anunciando un cambio de dimensión, hasta que definitivamente la aparición del Cristo hundió en el olvido eso que el dios del todo enseñó a los hombres y que mucho, muchísimo tiempo después iba a ser sepultado por aquel que unió todos los paradigmas en uno sólo: el evangelio del amor; evangelio que era el mismo del dios Pan sólo que el idioma, la percepción que éste otorgaba y los usos a que facultaba tenía otras propiedades con sus cascos hendidos, sus cuernos y su embriaguez inveterada. Por eso las susodichas pugnacidades sabían que Pan Juablo también era all-know-who-hablo. Camilo lo sabía; sabía que los Arthur Case estaban luchando denodadamente por recuperar el tesoro y esa reputación imposible de limpiar mantenerla a resguardo. Los kilates de los diamantes podían ser reproducidos y aun mejorados. Es por eso que Had-rol Bloom y Paul de Man, actores extras e invisibles al fotograma exponían su argumento, es decir, su negociación. Mr. Bloom, por ejemplo, hablaba del desplazamiento del tropo –la pose-, es decir, el desplazamiento de la verdad monda y lironda en la detestable poesía y bueno, Paul de Man precursor de la difer-ansiahacía deconstrucción pero deconstrucción solapada, de modo que la rica siempre debía ganar el reto, el reto-a-la-rica de la retórica. Ja, y ni que hablar de las Herma-ná-goras: ¿Lo hizo mi cliente? ¿pero fue realmente un crimen? ¿fue un acto de honor o sólo un acto chicanero? ¿no fue culpable la víctima?
Con el tiempo el padre Pan Juablo habría de acusar finalmente susse-ríe-de-ti-el oro deterioros. Desde aquella época en que sus feligreses salían de sus misas con esa sensación en el pecho, mezcla de confusión y angustia y que providentemente se acallaba un poco con los ritmos y cantos de los muchachos, empezó a tener pesadillas constantes en las que encerrado en un bello palacio repleto de ángeles que le abanicaban con sus alas, recibía el eco de voces lejanas diciéndole ¿te gusta la sal? toma sal; tú también tienes que ser la sal del mundo y caían sobre su pecho paladas, camionadas, toneladas de sal; empezó a sentir una opresión que los médicos no podían diagnosticar y su voz perdió brillo y potencia.
Cuando tíazo llegó a casa Camilo lo recibió con esa sonrisa maliciosa.Mira lo que te tengo. Creo que tenemos mucho que hablar. Y esgrimía un viejo casette de VHS.