sábado, 1 de marzo de 2014

CRUCES LINGUISTICOS Y TECNOLOGICOS


EL DESEO, EL CRISTO CLAVADO EN LA CRUZ
DE LA RETÓRICA Y LA POESÍA
“She would talk a little to herself as she combed her hair
repeat your name whith its patient syllabes
never forgetting him that kept constantly so near”
Los anteriores versos de Wallace Stevens, en los que Harold Bloom se basa como punto de partida de su ensayo “Cruce poético: Retórica y psicología”(1988) para plantear la tesis de que la poesía sólo es otro tipo de retórica nos sirven a nosotros para establecer un diálogo polémico. Aunque está en lo cierto de su análisis de la repetición como elemento de reiteración significativa trasladada de imagen en imagen, gaguea él mismo en su intento de poner la poesía en la pira científica y se pierde por contraste irónico de la posibilidad de ver en los tres versos que cita de «PENÉLOPE», el maravillarse de cómo el contraste entre el peine y las “pacientes sílabas” produce el mismo estremecimiento espiritual que la danza de las llamas en la chimenea reflejadas en los arbustos (en el otro poema que toma como ejemplo)y jugando con el viento como metáfora de la multiplicidad del ser que en el poeta se aparece con pretensiones de un conocimiento de más alto vuelo, pues la magia de la interacción entre peine, letras o sílabas  con el nombre evocado y el de ella misma  remite a la posibilidad físicamente imposible de ubicuidad y absoluto que es lo que permite el lenguaje en sí. Peor aún, la traducción al español del traductor del ensayo pierde aún más el encanto y la posibilidad cognitiva que se niega al traductor cuando un cierto hado de desmerecimiento se aparece dejando al lector apenas con la prueba del sabor del artificio, sin llegar a la verdadera pulpa del poema. Y es que decir “hablaba un poco consigo misma mientras se peinaba repitiendo su nombre con demoradas sílabas/ sin olvidarlo a él nunca, siempre tan constantemente próximo” es muy diferente y superficial a decir, tratando de seguir la magia del inglés, que el español enriquece de modo diferente, “ella podía hablarle un poco, tal como a sí misma, así como combaba el pelo con su peine, repitiéndole su nombre con pacientes sílabas/sin dejarle olvidar nunca ese estar viniendo así constantemente hasta tan cerca”.
El would y el little del verso inicial  son claves para que en el that kept confluyan pelo y peine hablando de dos nombres distintos hechos únicos en una sola emoción, haciendo de cosa y substancia una cercanía que la física clásica y aun el modo de conocer sináptico impiden.
a continuación hace su siguiente jugada ajedrecística: Los tropos. Los tropos como el caballo en el campo de batalla, según se posicione en su gesto, será un caballo apacible o un caballo que reta, o que definitivamente ataca. Esto es la retórica: un-reto-a-la-rica, dice el poeta fuzzy, gama de posibilidades de emoción que puede evocar, provocar u ocultar –y aun silenciar-; emoción que es, por ahora, la verdad.
Pero que no puede anular en su más íntima esencia como pretende en su análisis que, por ser un largo combate y combinación de jugadas maestras, plenas de erudición –en el sentido más noble de la palabra- y de sabiduría de gota en la roca con veneno de malicia antigua, deja turulato al lector contrincante, pero no le noquea. Este intento de noquear tiene que ver con la misma idea de deseo o figura de la voluntad en la retórica científica, sólo que bajo el manto bordado ricamente de la ciencia –cognitiva para más ironía-, se convierte entonces en un tropo –otro- utilitario, es decir, de instrumentalización lingüística. Pero lo importante aquí es tratar de iluminar el asunto de si tal actitud es un pathos o un ethos, puesto que si el ethos se refiere a “un volver a ver” en colectivo, y el pathos a “un volver a orientar” individual, el primero podría asimilarse  con un intento de contribuir al conocimiento de la tribu y el otro ni siquiera al conocimiento del individuo, sino, sólamente, al intento de prevalecer al modo del boxeador, lo que no sucede con el artista; el artista se asimila más a la imagen que presenta Bloom de bateador con muchos bates en la mano y que, no sólo alcanza a golpear al pitcher, sino que hace home run (el fuzzy “correr la casa” inglés hablando con español, contrastado con el jo-on-ron de poeta hablando a lo diablo se presta aun a otro robo, ya que de metalepsis va a hablarse más adelante: Jo-honron del hogar y no de la choza) y al hacerlo, contribuye al crecimiento cognitivo de la “cofradía” que ha pagado para entrar al estadio; pero el pago no es aquí el simple pago monetario, aunque también sea eco-nómico- es un pago espiritual al ofrecer parte de su reserva energética –simpatía- en el intento de penetrar la fortaleza simbólica que siempre se considera acorazada en aletheia , con lo que vendría a ser un “fallo de la traducción” del ensayista respecto del poema o de la poética.
Ahora bien, el autor es astuto al reconocer que, tomando referentes que al artista utiliza para su producción -sin reconocerlos como supuestos- como la cábala, mediante el mismo sistema cabalístico intenta persuadir del “fraude epistemológico” de la poesía, sólo que es cauto de no afirmarlo tan radicalmente; al conjeturar que Wordsworth superó sus propias confusiones epistemológicas haciendo de sus imágenes imágenes de la voz  y, peor aún, imágenes de la voz de los muertos , incluido su propio yo difunto, prepara su próximo ataque:“el cruce”.
Por otra parte, el paso de las afecciones del pathos y del ethos, que si seguimos a Quintiliano en lo  de que el ethos es una emoción más permanente y menos violenta, en tanto que el pathos es una intempestiva y transitoria (no es difícil conjeturar que es por natural inclinación del individuo a conservar el equilibrio y así poder mantener a raya la tensión de fuerzas) para pasar a la fascinación, lo que para nosotros es simplemente, una suerte de  humildad (que tiene que ver con la re-signación sólo en el sentido de aceptar que la lucha obcecada es inútil); he aquí la diferencia entre la ética griega, que lucha convencida de que los dioses son los que manejan el sino o destino y la ética moderna que está siempre al acecho de la contradicción para corregir y, generalmente en el otro, deshacer el camino; el griego acepta su destino, el moderno le pone palos a la rueda con la ciencia, pero el artista se monta en ella para pedir aventones de bajada e intercambiar con el mundo su experiencia. Es por eso que el canon del crítico con respecto del ethos como lo que funciona para “limitar las demandas insostenibles sobre el lenguaje” y que se convierte en “un defecto de respuesta o en la supervivencia de la voluntad de re-presentación una vez alcanzada la representación”, lo lleva a escabullirse, piedra de la piedra, en el tropos de la deconstrucción. La labor de Derridá y Paul de Man  en cuanto a intentar “desvelar la memoria implícita y acríticamente aceptada de cualquier concepto”  está muy cerca de la actitud poética, sólo que el instrumento de estudio: la filosofía, les pierde porque para “pensar la genealogía estructurada de los conceptos filosóficos de una manera más próxima e íntima” hay que superar la principi  petitio que constituye negarse a la tradición sin otro argumento y arma que el de denunciar las “ciertas afueras de la historia que disimulan o prohíben” desde la misma filosofía.
La aporía que inventa o busca el deconstructor sólo corresponde al hecho de que a este no le basta la fruición o el impacto emocional que este le provoca, lo que le convierte como crítico en un astuto Pilatos que al atreverse a afirmar que los poemas mienten en tres grados: El de ellos mismos, el de otros poemas y el del tiempo, sólo se lava las manos también de modo triple, pues al enjuiciar al ungido-Cristo-poema desde un tropos, el de Shakespeare: “¿Frente a quién miente más persuasivamente Satán: frente a sí mismo, frente a su precursor, frente al tiempo?, sólo está defendiéndose a sí mismo, al poder que lo promueve y sostiene y al demandante de arbitrio: El tiempo inescrutable, pues tanto el pasado como el presente y el futuro se le escurren entre los dedos.
Y sigue esgrimiendo jabs  nuestro boxeador; ya la deconstrucción sólo le sirve para definirla como ”la forma más avanzada de crítica puramente retórica que tenemos hoy en día” y prefiere refugiarse en la nebulosa hegeliana, lo cual no es mala táctica si se le reconoce el ímpetu a la fenomenología del espíritu, pero tampoco le basta ni se conforma con la forma del poema para aceptar su síntesis dialéctica; pero sigue en pie: El deseo y la exhortación –del poema- que su ethos  o pathos comportan, ya no puede ser apropiadamente lingüístico, por lo cual tiene que irse a residir fuera del ámbito de la poética y la combinación vertiginosa de golpes en la que la emergencia chamánica de la imagen-pensamiento  derrotada con la ayuda de Empédocles a Platón al inventar la retórica, por contra de la doxa (opinión del sabio), se constituye en un demoledor golpe asestado directamente en el mentón y su consiguiente conmoción: “los tropos son perversos, son para-phusis, antinaturales, desviantes”, muestra una férrea guardia que impide que su cabeza sea vulnerada en el mismo sentido: ¿No son los conceptos de la ciencia adaptaciones de ideas poéticas? ¿No son tropos de desplazamiento donde se cambia una convicción por otra mediante una asunción del pro-ducto? Nuestro pugilista nos va mostrando el camino a lo Mohamed Alí con su mariposeo al rededor de su contrincante. Al no profundizar en lo que pudiese ser una retórica diacrónica está blindando su fortaleza. Él quiere, al igual que Saussure, o quizás siguiendo su ejemplo, de que la lingüística diacrónica vaya un paso adelante de su sombra: la lengua, pero se olvida de que la retórica es sólo el remo, la lengua es el agua y si el bajel ligero es una hoja llevando el poema podrá surgir inexorablemente del remolino, y aun ser partida en dos por el filo de la espada de Confucio,  filo tan sutil que permite que pase, se corte y vuelva a unirse. ¿No está buscando la ciencia ya –con adelantos de niño balbuciente- la teletransportación? Que el poeta llegue a hacerse también sofista constituye sólo el precio con que ha de aquilatar su éxito dentro de la secta exclusiva que le servirá de espejo ante los medios de comunicación, pero el locus de ese ethos sólo se puede ubicar en el escaño del zoon-politicon y no en el escaño epistémico. Precisamente el to kairon y el kairos son parientes cercanos y legítimos porque crear el clima depende de lo oportuno de reunir las fuerzas apropiadas; sin embargo, ¿no parece irse el clima físico –no el para-phusis- a los sitios donde la fuerza espiritual parece estar afincada en el punto de más alta resolución de verdad y la ironía de esa verdad es que mientras la verdad retórica mantiene con toda su fuerza la brida del orden caótico -los U.S.A lidiando con tornados, tormentas, heladas, accidentes científicos- en las geografías donde empieza a debatirse o evolucionar otro tipo de evoluciones cognitivas se sufre un clima más benévolo?  Pero con todo, el leit-motif, la lucha por la vida, permanece incólume de un lado y de otro. Que de un lado se asuma la expresión artística como una desencantada voluntad de mostrar que todo lo bello clásico se apoya simplemente en la trasposición de la pulsión más primitiva y que su sublimación apenas alcance una bien pensada desorganización de meandros, mientras que del otro lado se lucha, cada vez más raramente -con lo que lo raro legitima su condición de excepcionalidad contra lo extraño que sólo niega la regularidad-, pero con ahínco que no parece ser el desespero del ahogado, por agarrar las raíces difuminadas en un suelo deleznable, sólo puede significar una epistemología de la miseria llevada con nobleza y ya no tiene por fin ni ser arte de la persuasión ni persuasión simple. Ahí el tropo se hace anclaje de todos los cruces. la aporía la enfrenta quien pretende deshacer el nudo.
Llega el round No. cualquiera del show. Ahora son combinaciones de la más pura esotérica, o si se quiere, de la más fina hermética, pero según nuestro modo de ver, de la más venenosa puesto que la afirmación de que todo lenguaje –y todo conocimiento- está condenado a la inefabilidad efectiva propia del desalojo del paraíso o la catástrofe de la creación y que la negación de tensión semántica del lenguaje como inducción hacia parajes apocalípticos, o para decirlo ordinariamente, al problema de la culpa, sólo está trasladando la voluntad de transgresión a la disculpa de la imposibilidad de conocimiento. Allí se pone la corona en disputa sobre el suelo del tinglado  para poner sendas manos de los contrincantes en alto; pero la sensación de triunfo simulado en metalepsis cuando dice el autor que claramente es un efebo sin escrúpulos de Hermágoras al defender la cuádruple artimaña del rethor: ¿Lo hizo mi cliente? ¿fue un crimen? ¿fue un acto de honor o un mero acto expeditivo? ¿no fue culpa de la víctima?, lo que equivale a decir que le gusta dejarse dar por detrás de la realidad, poética o no, con tal de conservar su virilidad epistémica, sólo permite continuar el juego.   Meta es un más arriba, o más adentro; leptos es robar, esconder, atrapar.    
Entonces viene una serie de golpes aún más trabajados en el gimnasio antiguo; cuando todos los debates, todos los empeños, todos los estudios de las diferentes sectas: Cabalistas, talmudistas, Gnósticos, tenían justificado su empeño en el hecho de lograr integrar un acuerdo acerca de las numerosas formas de interpretar los rendimientos de la conciencia aún en despertar que seguía abriendo su foco en las sociedades  para las cuales la magia era la principal fuente de desplazamiento de la voluntad de conocer, antes de que la voluntad de poder, el descubrimiento de las anticipaciones del espíritu, las abducciones científicas entregaran claros de verdad en la espesura tan vastos como alcanzaran a calcular los números irracionales o las progresiones geométricas y algebraicas, nuestro púgil escoge la radicalidad sectaria (la cábala no entiende más que el lenguaje de la cábala, la poesía malinterpreta todo lenguaje que no sea el de la poesía, la gnosis no acepta otro factum que el que la imposibilidad de conocimiento resigna) pero, ¿podría tener alguna clase de justificación la idea del ensayista acerca de que toda retórica es un interminable proceso de desplazamientos de la historia de la lengua y que toda su finalidad es una diacronía de la persuasión? Para comenzar, diremos con sus mismas armas: La malinterpretación de todo usuario del lenguaje que no sea el suyo no constituye un fallo de interpretación, sino un fallo de pertinencia del objeto de estudio –zapatero a tus zapatos dice también la ciencia con sus especializaciones-; él equivoca el objetivo que debía buscarse  en la retórica como forma de estudio –y por ende de conocimiento- de las formas de la poesía y sus rendimientos ¿no son acaso los estudios retóricos una burocracia del espíritu que se dedica a vegetar y parasitar las arcas de la economía de lo mejor que tiene la sociedad humana: la cultura? Si está toda la crítica de acuerdo en que las bellas artes son una especie de canal de comunicación con la divinidad, o al menos con el misterio, pues entonces una retórica diacrónica debería enfocar su objeto en la elucidación de las formas como la epistemología llega a sus rendimientos en su uso mixto y mistificado de las diferentes formas de intuición cognitiva, de asunción de la abducción, pero eso sería sólo para situar la posición del ensayista en su época. Hoy, cuando los estudios semióticos, los estudios filosóficos, los estudios psicológicos parecen arribar todos a un punto de no retorno en el que una meta-economía del advenimiento de la muerte viviendo y creciendo y multiplicándose en un no-tiempo del horizonte digital, para cuyo efecto y rendimiento nada importa como no sea el continuo actualizarse del conocimiento que no es conocimiento en ninguno de los modos hasta hoy aceptados como eficaces y reales, sino que es un conocimiento inmanente a sus propias indeterminaciones, auto-administrado, auto-estudiado, auto-aplicado en el espectro del electromagnetismo y cuyos dispositivos y agentes: Los vigilantes-lazarillos del monopolio cibertecnológico que vienen a ser simples cavas donde se está fermentando el vino de la última perplejidad y donde ni las lenguas ni los lenguajes, ni sus usuarios parecen tener relevancia como no sea la de confirmarse como entes en comunidad asomados a la ventanilla del vértigo donde Dassein ya sólo significa un aplazamiento abandonado que ya no puede habitar ningún topos, pues hoy sólo se puede hablar de singularidades informacionales para las cuales, a la luz de la crítica de la sociedad del riesgo y la información, sólo hay significados como particulares sin significante y desvinculados de todo universal existencial como no sea un continuo estar pasando y los significantes sin significado como no sea el valor de uso sin funcionalidad (sólo una escéptica esperanza de futuro) ya que el valor de cambio es otra pila de basura en la que el bah-su-ra sólo podría resonar en los intersticios de algún nicho discursivo con buenas defensas en la industria de propiedad intelectual y no en las acumulaciones de la producción industrial marxista o capitalista, da igual, pues todas ellas quedaron subsumidas en la devaluación del pro-ducto –entre ellos el producto cultural como arte-facto, que incluye un ingrediente intelectual, pero su resolución discursiva sólo ilumina la zona de los escombros, que no de las ruinas, pues las ruinas son una persistencia en la memoria contra el olvido, en tanto que los escombros (Lash) son una intempestiva y arbitraria voluntad de olvido, para el cual todavía existe gran mercado-; resulta tan irónico el pro-ducto que el particular como mucho podrá llegar a ser un pa[ra]rticular, y que suficiente es que para quien no articula, para quien no se asocia está perdido el negocio; pero, si llegamos un poco más a fondo  par[a-]ti[oculto]lar, entonces ya un solo verso, un universal de mercancías, de protocolos, de amores, de esperas, de desazones, pierde la plusvalía de los individuos. Pero los amores, las esperas, las desazones ya tienen su particular valor en el universo de lo in-finito. Ya el discurso de topos y tropos resulta absolutamente inútil.
De tal modo, nuestro tropos sería ya no desplazar y ni siquiera persuadir acerca de alguna clase de conocimiento, sino, más bien, en-señar que el único fin del lenguaje en la actualidad se puede situar únicamente en un diálogo con lo desueto de todas las creencias, de las formas de vivir, de las políticas, de los afectos, en fin, de todos los conceptos. Ahora los grandes rethor son aquellos que pueden debatirse en la ironía del “script” y el “scribble” de protocolos cibernéticos, sin que las puntas de madeja sacadas al azar y casi que arbitrariamente de la lingüística puedan asimilar algo de las krisis y sus familiaridades con el krinein como “separación” o “elección” y que los mismos hijos bastardos del skeri indoeuropeo «cortar» «separar» no se quieran relacionar, para nada, con sus ascendientes contemporáneos: garabato, escritura, hipocresía, crisis y crítica, como no sea la legilibilidad del cruce de letras y números que en la cuenta particular de cada uno de estos nuevos sacerdotes les permite asegurarse de que van a seguir ingresando los mismos tipos de nutrientes, de licores, besos, perfumes, por las mismas bocas de siempre, que van a ser excretadas por los mismos anos y en las mismas cloacas. Su sinceridad no les alcanza para intentar descubrir que en la relación de separar, garabatear, escribir y guardar, cribar, criticar, los cruces además de cruces –necesarias- marcan los puntos donde las crisis sólo son madres amorosas, entonces las krinein pueden montarse en las crines de los caballos, pero los troyans worm no pueden ser bajados de los milagros computarizados y no co-imputables al deseo siquiera in-formado. Los ultra vanguardistas  post-románticismos ya no tienen olor, sabor, textura, y no importan  sus formas, objeto, entendimiento, como no sea una manejable homeostasis. Secretamente nos solazamos con nuestros íntimos olores hediondos, pero ¿por qué no soportamos el olor de la mierda ajeno o propio? y, ¿por qué dejamos que nos sea más insoportable el olor a mierda de perro que el del humano? porque dejamos que los atavismos nos convencieran de su nulo o inútil significado y porque al humano podemos confrontarlo, pero al perro sólo podemos para-no-i-zarlo, sin llegar a pensar nunca que lo ingerido era bien asimilado. Así, la basura y la mierda se confunden, lingüística y tecnológicamente hablando, pero lo irónico y preocupante es que la mierda lingüística y tecnológica se auto-reciclan en tanto que la basura tecnológica se acumula como stand-by de una variable peligrosa y no se sabe que terrenos abona la lingüística (alguien diría que sintaxis y que como tal todo está fríamente calculado, pero todos sabemos que con-taxis vamos hasta donde les digamos pero sin-taxis vamos como marranos) tecnológica  como mierda.
Pero Bloom no deja de ser aplicado en su honestidad que confirma que “el enemigo leal tiene algo de amigo” cuando reconoce su propia gnosis –que desearíamos no tenga nada que ver con la retórica mixta (ARTE DE PERSUASIÓN Y/O PERSUASIÓN MONDA y lironda), sino un modo más de ver de ciego- A los tropos del pathos de  hoy y de siempre les importa muy poco la voluntad de representación, con lo que son aún más pobres que los tropos del ethos (estos al menos plantean una figura de la pobreza de las necesidades imaginativas y de la incapacidad, con lo que tienen un buen bloque de mármol donde esculpir alguna clase de monumento del misterio y de paso de la proliferación; en tanto que el pathos del deseo, de la posesión y del poder, siempre camina sobre una nada que se alfombra de posposiciones siempre incompletas e imperfectas en los que representación y re-presentación se autoanulan).
 Las figuras tan necesarias para la ciencia de límite y representación en la mixtura de retórica y psicología sólo pueden verse como una cartografía de las huellas que deja el poema; pero, ¿a quién le importan las huellas cuando el equivocado sicario del tiempo lleva a su pasajero a descubrir un paraíso inmerecido al mostrarle su rostro de stásis?.
El exceso volitivo aquí es el de significado. ¿Por qué no habría de seguir Bloom el camino reflexivo de la post-imagen de la voz, contrastando la diferencia entre la figura que pone en juego el habla y aquella que  re-trata la escritura? Quizás porque de hacerlo tendría que reconocer  que las dos figuras superpuestas  en el papel vivo del lector  o del fruidor del poema dejaría al afán científico resoplando de  cansancio por la anticipación  paradójica de su objeto y lo que obtendría sería precisamente  un mapa del extrañamiento o de la des-lectura que traducido al entendimiento poético: el mapa es sólo lo que Ma’ y Pa’  tuvieron que levantar cuando  se dieron cuenta que habían sido arrojados desde el paraíso. Esa es la primera estaca en el primer cruce. La elección entre conformidad y disconformidad por lo que se obtiene en el mundo poético no depende de las fuerzas aplicadas que el poeta o el investigador  de la poesía invierten, sino el don que cultivan o mutilan según intenciones.
El  segundo cruce no muestra  su estaca al paseante; se la clava sin advertirle cuando la reflexión del mundo de la necesidad lo lleva a debatirse, ¿quiero ser poeta? o ¿sólo quiero ser picapedrero?  Pero en lo más íntimo se está diciendo «no quiero enfrentar el asombro de la muerte» o «no quiero asumir su caricia cotidiana»; entonces, más bien dejo crecer mi raicilla adventicia cotidiana, afincada en la raíz principal que hiende la tierra del amor.
Para la tercera estaca no hace falta desbrozar los haces difusos de la cruz plantados en el cruce; L’pacer más allá del principio de placer como placer mismo hecho in-dis-tinto. No quisiéramos volver a la  “Prevalencia en negro” con la que Stevens ha dado de comer a la crisis y  a la crítica; bástenos decir que en el can-to,  to-can a la puerta del espíritu las voces de los muertos en el tono de lo Otro que está en nosotros; y q      ue con la esperanza final que mantiene el ensayista de haber mostrado su “teohoros”, cae, por fin, con dignidad, el telhos de la verdad; no tanto de que la verdad de Wallace Stevens era pura poesía, como que la poesía es más verdadera y extraña de lo que hasta ahora habíamos pensado.