domingo, 26 de noviembre de 2017

PARA ODIAR CON ANDREA SALGADO


  La hora del almuerzo se me vino encima odiando con nombre propio. Irónicamente, gajes intelectuales del deseo de pensar en comunidad. Los motivos eran harto complicados. Cómo resulta que los domingos tienen ahora ese raro aliciente de mezclar el ocio con cierta gimnasia mental a la que invita siempre todo aquello que se trate de intelectuales, de escritores, de trabajo del espíritu para mantener el arte en esa posición decorosa, no por virtuosa, sino por guerrera, que la parafernalia mercantil y financiera le quiere usurpar con sus oropeles aliados siempre con el demonio de la paradoja: Si brilla y se sopesa su valor en metálico, tiene que ser de lo mejor. Siempre el diablo del parangón y el nombre propio tiene una dignidad a la que ninguna máscara le puede quitar su simpleza: pertenece a alguien pero ese alguien es un mundo y el mundo es confuso y problemático. Pero existen las instituciones; y de un tiempo para acá la institución del domingo se llama la Radio Nacional de Colombia y el programa Entre líneas. Ay, pero como no comparar la inteligencia de alguien como Margarita Valencia quien cuando aquel mismo formato de llamaba Los libros ponía su agudo ingenio y conocimiento del mundo libresco al servicio de eso que la estética busca siempre: Sacar el mejor partido de la belleza de lo sofisticado, de lo terrible, de lo original, de la personalidad, de la idea y ese intento contrastado con el desafío: Si usted está aquí es porque es bueno, a ver, pruébenos; pero ese pruébenos mantenía en vilo, todo el tiempo, a lo que la máscara, la persona, va poniendo en ristra, no lo que la reputación, el rumor, la fama ha cultivado. Si el personaje se hacía muy díficil por obvio, por discreto, por intrincado, entonces lo dejaba a su aire y que él mismo pusiése la calificación de lo que su proyección dibujara en ese espacio de compartir, de pensar, de debatir. 

 Eduardo Otálora Marulanda tiene su propio estilo y eso nadie puede quitárselo, más ese respeto que se pierde en la ironía ramplona, mal planteada, que no deja el sabor de lo que las palabras no quieren decir, pero lo hacen, sino, ciertamente de lo que dicen y que deja más bien espacio para la imaginación atrevida, maliciosa, sesgada, hizo que en la entrevista de hoy, a Andrea Salgado, una jóven escritora cuya  reputación de contestataria, de intelectual de avanzada, cualquier cosa que eso quiera decir con respecto a los cánones, a las convenciones de lo excelente, de lo escogido, de lo que trasciende, y que quizás esa enfermedad tan moderna del afán de originalidad en un mundo en el que nada sorprende y que, contrastado por el hecho de que es una persona que se ha hecho a pulso, con su guerreo con lo que hay y el esfuerzo de reclamar lo que quiere, que no ha contado con una casta o con un delfinato -seguramente habrá contado con la ayuda de influencias, pero no de esas que piden favores como dando órdenes-, no casa con los ideales perpetuados en los establecimientos... El caso es que el hecho de que el programa comienza de una forma muy poco delicada, con la imagen  de un carnicero y la palabra perversidad con una ironía desafortunada de sangre, carne colgante, vísceras y todo aquello que provoca repulsión, para referirse a quien a la postre resulta ser el padre de la entrevistada y que, por más que el trasunto de la obra de la cual iban a tratar (La lesbiana, el oso y el ponqué, su ópera prima) tuviese que ver con esa puesta en escena autobiográfica, el tratamiento de interés se vio malogrado. Y es acaso el propio cogerle el tranquilo a la vida de esta interesante e inteligentísima persona, suyo palmarés académico y la propiedad con que puede hablar de lo suyo y de su quehacer docente, ese otro problemático hito de la socialización, no le permitió que acaso quisiera proponer otras formas de abordar la entrevista para que no dejase ese sabor tan contradictorio. Y es que nuestro ánimo ya estaba envenenado gracias que, otros dos muy interesantes, pero igualmente diletantes en los asuntos de la alta inteligencia: Alberto Salcedo Ramos y Mario Jursich Durán habían echo un comentario irónico anecdótico no aclarado acerca de su paciente, pero que mencionaba que alguna vez el laureado poeta Juan  Manuel Roca, al ver en una vitrina una obra de alguien cuya calidad estética supuestamente dejaba mucho que desear, dijo: Eso pasó directamente del anonimato al desprestigio. Lo cual, me puso a cavilar de modo muy grave y pesaroso.

Si nos ponemos a atender que, en teoría, los ideales de cualquier Estado están relacionados, influenciados y "direccionados" a lo excelso, a lo mejor, a lo escogido y que el tejemaneje político ha abierto un abismo desmesurado entre la aspiración a la igualdad democrática y la disparidad de manejo del conocimiento, las oportunidades y los presupuestos, que en este caso no son únicamente monetarios, sino también encubiertos; y si miramos la polarización entre la efectividad del Estado para generar bienestar, seguridad, equidad, nos podremos dar cuenta que todavía el sistema es un sistema cortesano de áulicos, ministerios, pajes y servidumbres y que la verdadera discusión se maneja entre bambalinas de modos, de malicias, de tendencias que si no se saben manejar profesional y discretamente, van a dar al traste con cualquier régimen estable. La república de las letras nunca ha estado más prostituida, pero eso no implica que haya un cierto tipo de prostitución que es saludable para la convivencia, para el entendimiento, para el mejoramiento de las aspiraciones, no, como parece ser ser en las más altas esferas, para degeneración del goce, que siempre incluye despilfarro y molicie. En cambio, el goce trabajado, el que quiere aprender de las aphrodisia para impulsar vitalidades vigorosas, el que, no importa cuál tendencia escoja, sólo que está atento a no perder el norte, o mejor, el rumbo, siempre rinde frutos.

No sé cual vaya a ser el dictámen de la crítica y de la historia para esta obra y para esta artista y eso no me interesa; lo que me interesaba resaltar aquí, es que realmente nos falta mucho para integrarnos fraternal y objetivamente como hermanos de una familia llamada país y que más parecemos lambones pedigüeños de una tiranía que luchadores por una causa común