miércoles, 1 de abril de 2015

UNA PEQUEÑA ENTRADA AL CIELO

UNA PEQUEÑA ENTRADA AL CIELO


Este era un tipo inteligente pero tan bueno que no se había dedicado a mirar por hacerse a su propio pequeño mundo, igual que todos que aspiran a conseguirse su madriguera, su pareja, su instinto vital de cazar -el dinero-, reproducirse, dar amor y  potenciar la especie -además de fornicar de vez en cuando con hembra que depara el azar-, hasta que una última jugada del azar iluso le mató. Ya en el cielo esto fue lo que sucedió:

   - Bienvenido hijo mío a mi Reino -era un ambiente deliciosamente equivoco entre tibio y frío en el que no se vela nada, sólo una voz que habló como en plasma

 - ¿Es que ni siquiera en esta circunstancia vas a dejar ver tu cara dios impersonal y pantallero?

 - Un momento, amigo, a mi te diriges con respeto; Soy Dios con mayúscula, no ningún dios pantallero. Por lo demás, cálmate ¿acaso estás histérico?

 - Nunca antes había estado tan calmado; antes bien, por eso puedo usar toda la potencia de mi pequeña masa gris.

 - ¿Estás seguro de que es tu masa gris?

 - Puedes darle el nombre que quieras, pero no me digas que tengo una autorización tuya para descorrer el velo.

 - Bueno, entonces despáchate.

 - Eso es precisamente lo que voy a hacer, porque ¿cómo es posible que me hayas hecho semejante infamia?

  - ¿A qué te refieres?

  - Ah, no, no te vengas a hacer el zurumbático conmigo. ¿Acaso no te bastó para que en mi jodida vida me dejaras usar la inteligencia pero no me dejabas conseguir mis objetivos y peor aún? .Y ahora, ¿acaso no viste que lo que precipitó mi venida acá fue una buena obra que me proponía hacer, creyendo en tu mandato de haceos caritativos y misericordiosos que el Dios altísimo os lo premiará? Y, preciso me envías a cometer esa acción ingenua e imprevisible.

 - Bueno, pero estabas haciendo uso de tu libertad. Si se te ocurrió ofrecerte a llevarle el paquete de pan viejo a esa monja decrépita y rechoncha en un medio día canicular previendo que quizás se iba a mostrar desconfiada pues ya todo el mundo había dejado de creer en los otros, y sin embargo insististe, podías haber dejado que tu deseo se gratificara en esa simple obra y después ir a premiarte con lo que hiciste luego.

 - Bah, pero, ¡Y qué premio!; Diosito burlón, Más bien, por qué no reconoces que eres un maldito Dios alcahueta. No te bastaba con que me conformara con las migajas que me dejabas caer irrespetándote a tí mismo que eres todo bondad, justicia y misericordia, para dejar que las justicias humanas hicieran su farsa de equilibrio. Si, por ejemplo, me enamoraba de alguna estúpida cuya belleza y porte eran inversamente proporcionales a su inteligencia y bondad, entonces dejabas que la balanza se inclinara hacia su estúpida beatitud silenciosa y si me enamoraba de alguna medio lista, medio dulce, aunque fuera medio gorda y medio tirana, con la que se podía hacer el juego de negociar por mitades las astucias, entonces me la quitabas del camino.

  - Momento, momento, vamos por partes; Primero me llamas maldito alcahueta: Si esos que pusieron el caramelo que te enfermó y te mató en el carro de dulces al que te antojaste acercarte para endulzar tu sentimiento de buen hombre estaban haciendo ciencia, tú, que te tenías por sagaz, observador, pensante ¿no se te ocurrió siquiera, por alguna reacción de gusto, que en ese miserable cajón de cuatro caramelos enfrente de un hospital de pobres, se podía esperar una reacción de fastidio; eso te hubiera podido salvar; ellos estaban haciendo su estudio con ratas de laboratorio para que las ratas del palacio del mundo mejoraran su constante jugarme sucio, ahora que les había enviado el chynkungunya? Debes hablar por tí mismo Luego, si te gustaba jugar al acaso arriesgando lo que no se puede arriesgar -sólo se arriesga sobre seguro, es decir, se deja a mi soberana voluntad, que todas las altas probabilidades se vayan al traste cuando se me antoje-, entonces ésta vez tiraste mal los dados no los cargaste con tu fuerza.

 - Ah, me imagino que a eso lo llamas fe en tu idioma. No, no, no me respondas; tu siempre tienes que ganar ¡qué razonable eres! Sólo te digo que te cagaste en mi no dejando siquiera que terminara mi obra de culminar mis novelas en obra negra. Seguramente así te dabas el lujo de refutar a Churchill: "La imaginación consuela a los hombres de lo que no son; el humor los consuela de lo que son"

 - Bah, contigo no se puede hablar. Lárgate de aquí a seguir allá abajo disfrutando de sufrir.


Y como por encanto el clínicamente muerto durante más de una hora salió del túnel