I
Tanto desperdicio de ser. Por
no querer ser siéndose en el otro.
Dejar que esa muerte del ser
que vive en nosotros reviva allí
Dónde todo se vuelve azaroso.
La pobre semilla del amor
tirada al voleo por el
sembrador intuición y el pobre corazón
entibiando el hoyo. Los
güisquis que permiten regalar la soledad
no son metáfora acertada del
hogar. Si fuesen sólo la llama y la leña
para parir la plenitud pero la
llama necesita el aire, esa frontera
del afuera donde muere y se
aviva, esa guarida del miedo
el otro, lo Otro en el silencio
y el hastío, el fogueo de fronteras
Tú, noche profunda; yo, istmo
determinado insaciable
hasta que el salto en la sombra
alumbra el nuevo fulgor,
un brote, el diente asomando en
la encía
y de nuevo solos en la risa.
II
De horas muertas
el amor pone cascaritas al
poeta
para que resbale en ellas y dé
la hora actual
la que hace fila ante la
sorpresa
para que gestione novedades del
pasar
acaso que la suerte con su
rueda, caiga en el número
de la mano que la secuestra de
la soledad
y a cultivar la lleva, momentos
en que el hastío
aún no nace ni se proyecta;
momentos en que la plenitud se
cree eterna
y el éxtasis no sabe qué hacer
con su no acabar...
Pero no, las almas hoy sin fe
ruegan y el amor es más fuerte
ya nadie cree en él;
entonces se va solo y feliz con
su chupeta
que le sabe sólo a pura belleça
que en las selvas del vudú después de las fiestas
se va a bailar...
y el poeta...el poeta que se chupe el dedo