miércoles, 12 de febrero de 2014

SICOSOCIOLOGÍA DE LA AGRESIÓN SEXUAL

PSICOSOCIOLOGÍA DE LA AGRESIÓN SEXUAL
EN LOS MEDIOS MASIVOS
El fenómeno de las masas posmodernas es un fenómeno íntimamente conectado con las masas animales que desde tiempos inmemoriales –por el sólo hecho de que el misterio de cómo las partículas elementales se fueron agrupando para formar el núcleo de fuerzas que hasta hoy mantiene una lucha incesante con la materia obscura, una materia que según la definición de los físicos teóricos no es una fuerza absolutamente negativa y, antes bien, la materia obscura parece ser que se encarga de seleccionar, de modo arbitrario, los diferentes tipos de fuerzas que van a seguir niveles más elevados de evolución- conforman la oposición de contrarios por medio de los cuales la ecología adquiere su razón de ser. No es sino actualizar las informaciones de las masas de caribúes, las bandadas de estorninos, las hordas de ballenas o delfines que se agrupan para evitar ser emboscadas por sus predadores, para darse cuenta de la tremenda diferencia evolutiva, pero además de la gran ironía adaptativa que la naturaleza ostenta, por contraste de las innumerables formas de mimesis con que el hombre se encarga de combatir a su principal predador: el hombre.
La gran polémica ciencia vs. fe, según la cual la evolución puso al género humano como uno más, entre otros en el universo y, de acuerdo a la versión bíblica Dios creó al hombre como fuerza superior de la creación para dominar las fuerzas de la naturaleza y lo que en ella se contiene: plantas, animales, mares y ríos, podría oponerse a nuestra teoría pues al analizar el dato de que la lucha animal se refiere a un asunto de sobrevivir por el alimento, en tanto la lucha humana se refiere a un asunto más complejo, pero en realidad sólo sirve para confirmarla en las dos vías.
Una de las principales características de las grandes urbes es la de la masificación: “todos” tienen los mismos medios de transporte, las mismas formas de alimentación, las mismas maneras de entretenimiento, la misma fe, los mismos modos rituales de socialización, etc. etc. Pero esos todos y mismos corresponden siempre a formas que según el punto desde el que se les mire, corresponden a formas de segregación o de agrupación –asunto que por diferenciación evolutiva impide que la armonía aparente que se observa en el mundo de las especies animales, sea asunto de otra tasación. ¿Qué significan, si no, los conjuntos cerrados habitacionales, los modales de los estratos exclusivos, los lenguajes de uno y otro lado, para los cuales uno es una forma expedita y practica de la comunicación y otro es una forma abstrusa, pero eficaz, de entendimiento?
La evolución de las formas de socialización a lo largo de la historia ha sido una evolución accidentada que parece haber tenido su clímax  y decadencia en inversa relación proporcional de los niveles de conciencia y progreso de la especie; variable que en las especies animales no parece tener mayor incidencia, o al menos una incidencia tal que no ha podido ser detectada puesto que mientras que, por ejemplo, ciertas especies de ballenas que no son excesivamente agresivas se dejan salir de su entorno natural para morir en cantidades cada vez más numerosas y reiteradas, los delfines, animales lascivos y feroces contra los cardúmenes de arenques y sardinas por naturaleza, no perecen tener ninguna clase de influencia o relación entre sus modus vivendi y su mapa evolutivo. La evolución social de los humanos, por el contrario, se ha ido decantando de modo tal que la relación de formas de intercambio –ritual, social, sexual- está en directa proporción de los niveles de trabajo, status, fuerza a que su propia forma de sobrevivir se refiere. Pero la causa de tal especialización obedece a las mismas evolución cognitiva y diferenciaciones de avance en el devenir epistemológico, lo que significa que todo aquello que el pensamiento más especializado y sofisticado ha llevado a la conciencia a consentir que el desarrollo sólo es posible gracias a la reunión cada vez más homogénea e indeterminada de fuerzas y a la renuncia, más o menos elaborada, de la individuación para poder asimilarse a la gran masa cuyo individuo, al pasar en medio del bulto evita caer en las fauces del predador –cocodrilo, ballena, halcón-, es lo mismo que le sojuzga.
¿Qué significa el gran silencio, indiferencia, egotismo, excentricidad, hosquedad de las masas que se reúnen en los metros, autobuses, centros comerciales,  parques del mundo entero? significa sólo la sensación de soledad y marginamiento en medio de la manada. Pero, peor aún, ¿qué significa el hecho de que el instinto sexual más elemental, se despierte en los buses y metros de las grandes ciudades, cuando en medio del hacinamiento, de la opresión del fuero íntimo, de la lucha por saber, en algunos que ante el contacto mínimo de carne tibia, ante el más mínimo gesto equívoco de comunión, ante el más básico portal de comunicación, dejan que toda reflexión y contraste se detenga para dejar que el agua corra; porque también es cierto que la misma asunción cognitiva de los grandes pensadores, o de las grandes personalidades que propugnan por el espíritu de aventura, por el disfrute de todo, por el experimento como medio de conocimiento, lleva a otras esferas; mientras otros, que están expectantes ante la más mínima intromisión inequívoca de su espacio vital para asumir el respeto y la tutela de la ley, lo llevan hasta sus peores consecuencias? Hay una especie animal que no incluimos en la lista de arriba, precisamente porque esa nos da la diferenciación: El salmón. El salmón, luego de su periplo vital se remonta en vía contraria a la que emprendió cuando su hueva eclosionó y el instinto le llevó hasta las grandes corrientes, las fuertes mareas, el mar abierto e inmenso y heterogéneo. Su viaje de regreso es exclusivamente sexual, pero su forma no es la cópula; tienen sus rituales de apareamiento y galanteo pese a que la deformidad de sus estampas no ofrece el atractivo que se ofrece a la especie humana y en un clímax escatológico depositan sus huevas bajo las piedras a donde el macho irá a tener su eyaculación espasmódica de esperma. Se podría afirmar, en una relación de diez a uno, que aquellos –o aquellas- que hacen escándalo, que defienden sus derechos y ponen en su sitio a un agresor en un medio masivo, es siempre alguien que está en un escaño intermedio de la lucha de clases: universitario, jefe intermedio, supervisora, aprendiz; pero el dato contradictorio –o ratificador- es que se podría decir que lo que defiende la victima del acoso es el alimento espiritual que los códigos evolutivos le han tatuado y según los cuales toda relación debe ser bendecida por el tiempo de trabajo, de esfuerzo, de adiestramiento, de madurez, de intercambio lingüístico de la especie, pero, ¿no es acaso el depredador principal del salmón el oso?
Cuando un caribú pasa a la otra ribera del río infestado de cocodrilos; cuando la sardina que ha salido disparada por los aires ante el embate del delfín y vuelve al cardumen por la suerte de no caer en sus fauces, cuando el estornino vuelve a tocar con su vuelo el acorde armónico de su bandada, vuelven a ser uno más de un todo bello y coherente. Cuando el hombre o la mujer salen de la masa indiferenciada y adquieren un lugar en la sociedad es cuando es verdaderamente humano. Allí ya los medios masivos nos lo agreden; los defienden. Allí es donde los organismos de control, los policías que pertenecen a esa misma masa que quiere alzar la mano –alzar la voz ya no sirve de nada- les respaldan. Allí es donde los líderes religiosos, que tienen que alcanzar don de autoridad y prestigio –los vicios privados no cuentan frente a las virtudes públicas- los exaltan.