sábado, 10 de marzo de 2012




            LA HISTORIA


“La mejor forma de ser un pelmazo es decirlo todo”
VOLTAIRE



La historia de Villa Peach’ants no era antigua, pero era difusa; de modo que resultaba, a menos que se quisiera formar parte de la multitud de engañados que trataban de hacer el  juego sin comprenderlo, tan inútil como difícil intentar hacer un árbol de genuinas genealogías y, tanto por la negligencia del interesado registro de sus archivos como del inexistente método de organización de la memoria, sin querer queriendo este pueblo que escasamente atinaba a sentirse a la vanguardia del vértigo de la posmodernidad mediante la creación de un edificio “inteligente” para su Notaría Única, inteligencia que se limitaba a hacer un juego de reflexión de luces y espejos conceptuales (desarrollo sostenible, ecología y esas cosas) -como si fuese la luz la que pensara para poner a los cerebros a producir sinápsis-, la cultura era un juego de cultos que disimulaban líderes incultos; pero la stacatta con la que el poder hacía suyos todos los vínculos que, tanto visibles como subterráneos y de todos los matices morales, ahora dejaba ver un esqueje que tíazo, príncipe de galera-samba, con su aparecer ingenuo y crédulo-además de romántico, pero con ese contradictorio kistch que ocultaba las verdaderas tendencias- creía que los extraños sucesos de aquel día era producto del más auténtico azar.
Los dinteles de las casas habían amanecido –a diferencia de la historia bíblica que pretendía escoger los redimidos- ataviados con papel magnético que, a modo de tarjeta de presentación, ofrecía los servicios del “depósito”:
RE-WALK
Su firma de confianza
Ultramarinos – Electrodomésticos – Químicos – Agro-insumos
Representaciones y Consultorías
tenemos todo lo que su gusto y su imaginación necesitan
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Calle de la Infamia, Pasaje de la insolación
Pero aunque la novedad del imán que con mensaje lingüístico se pegaba sobre las puertas no dejaba de ser ingrediente de lo que sotto vocce corría con la fascinación que en los pueblos produce el rumor, era lo que durante años inmemoriales había puesto en aquella villa de gentes de mente vivaz pero adormecida por la plaga supersticiosa en una atmósfera que para muchos era infernal. Igual que en las leyendas de la más rancia tradición europea, el o los fundadores del villorrio se perdían en confusas alusiones del duende que camina, el innombrable, Martín Moreno y mil nombres más; pero la verdad era que los horrores de las guerras mundiales que habían traído a una serie de inmigrantes que, especialmente influidos por el espíritu tutto-eon, que no era otra cosa lo que pretendía decir Teutón, o léanme-la-manía que come coles y salaz de niña tierna a falta de pródiga providencia, y que de rostros rubicundos, ojos límpidamente azules y alguna clase de fe, se había degenerado a causa de cruces viciosos en labios leporinos, tumores morados en la boca, manchas, imbéciles y pies enfrentados, y el gran poder adquirido a fuerza de acaparar las ideas y las instituciones estaba perdiendo terreno ante la educación liberal burguesa que, aunque también aprovechada, trataba de ser más objetiva: argumentos sólidos, frases exactas, poca imaginación pero mucha voluntad de acción.
Aquí, al modo citadino del estilo insular del otro lado del mar del norte que ponía la malicia ciudadana a contrastarse entre Tory y Whig, se ponían las apuestas entre el abeja y el pendejo, y como estábamos en América (que según el nuevo lenguaje era-mi-cama América cuando el espíritu se mamó literalmente de luchar por la emancipación real y total de los pueblos), entonces el prudente era el simple tapete de hojarasca sobre el se interconectaba la nueva desorganización de lo organizado. Por eso había gurús  que instruían a los elegidos en Tudesco, tu-escudo.   
La misa de doce de aquel día tan simpático fue la que se encargó de ponerse a atar cabos. Tíazo trató de dar la fe debida al hecho de que al ser tres los ciclos con que la Santa Madre Iglesia reparte la doctrina de las Sagradas Escrituras, seguramente las lecturas de aquel día pertenecían a un ciclo diferente del que en la parroquia se estaba llevando y, aunque no fuese ortodoxo podía ser comprensible un lapsus; pero como la Internet aclara todo (o casi todo) fácil y rápido, se dio cuenta de que el hecho de que la primera lectura fuese un pasaje de la1ª carta del Apóstol Pablo  a Timo-teo, en la que se recomienda comer cualquier cosa que sea ofrecida con buena voluntad y que el evangelio según (e)-L’c-u-s(a)   habla de que nombró a otros setenta y dos y los envió a llevar la buena nueva, era junto con la ausencia de los convidados de piedra (un viejito influyente y decrépito y una virgen piadosa que nunca faltaban a recibir la hostia), además de una serie de rostros maliciosos e inquietos,  un síntoma de gato encerrado que en realidad se estaba paseando por el pueblo no a sus espaldas, pero sí a su costa.
La misa se ofrecía por Vicente Sánchez. Según se conocía por cierto intrigante radial con nombre de Orbe en plural que además socarronamente comentaba que ‘no en vano al Papa Benedictus  se le llamaba “el Mozart de la teología”, San Vicente era el santo más perezosito de la corte del santoral; de modo que San-Vicente-chess  cazaba al dedillo.
Antes de extrañarse de la cara desconocida del cura que iba a cantar la misa, había mirado el nuevo vitral que, junto a otros seis, parecía llamarle: Confesión. Pero se estaba resistiendo a tomar de nuevo el bonito ritual de compartir miserias con otro más miserable, no porque lo fuese, sino porque, a su modo de ver, un ritual no debía perder su función primordial: Invocar una idea trascendente de modo solemne; y aquello de pasar cada mes a pedir el mismo préstamo de gracia, para después gastarse  los intereses en la misma vagabundería –no porque no tuviese como solventarse en mientes algo más sobrio, sino porque la misma depreciación de aquello que valuaba bien le hacía que los otros se lo escatimaran- de tres pajas en un desespero, no tenía sentido. Se dijo que en verdad Jesús si estuviera hoy aquí se vería en aprietos para promoverse; o, a lo mejor, precisamente por todo lo que dejó de decir y que ahora tal vez se destaparía pero también lleno de enredijos y enigmas, porque Jesús debió haber hablado más y más explícitamente del sexo; decir porque se consideraba malo darle gusto a la carne –con la debida disciplina, eso lo aprende casi todo el mundo- y cual era el argumento sólido por el que tener fantasías –diferente de ser desordenado- conducía al infierno. Sin embargo las cosas no serían tan fáciles y eso era lo que los pescadores de río revuelto aprovechaban. Jesús seguía siendo un personaje que impactaba si se le sabía coger la salesita; unos días después, por ejemplo, el cura iba a decir, esta vez si de acuerdo al canon del ciclo que la levadura de los fariseos eran los siete pecados capitales y que cual de esas levaduras era la que nos ataba: ¿envidia, gula, pereza, lujuria, ira...? «ir a tomar por c...» , pensó,  «es una lástima que los antiguos modos de interpretar se hallan perdido por una tendencia a la ligereza: Cuando Jesús preguntó a sus discípulos cuántos panes y cuántos peces había bendecido y multiplicado en las dos ocasiones que dio de comer a tanta gente, no lo hizo por casualidad: En la primera ocasión fueron cinco repartidos entre cinco y se recogieron doce; entonces, entre pares, ce-do. Y en la segunda ocasión fueron siete entre cuatro y se recogieron siete; entonces, siete número perfecto griego, repartir de mayor a menor, perfecto  “¿cómo aún no lo entendeís?” “Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” » pero estos eran padres de familia de los si-ellos; al fin y al cabo, el papa tenía el coraje de decir que ‘el diablo no solo existe, sino que habita en el Vaticano’ –y tiene que tener sus sucursales-. ¡Y que no digan que la Santa Madre Iglesia no se actualiza con los nuevos medios de información desinformada: Nueva Evangelización, Pequeñas comunidades, Asociación Carismática, etc. etc.
Y es que el poder era eso, fuerza de quijotes que como el refrán del ilustre hidalgo: telarañas  unidas atan un león. Pero había otro poder: De-por, que se alía con el Don. La beatifull people no era precisamente un manual de estética, usualmente eran el ejemplo del animal que se asoma al semblante, pero el animal sano; aunque sea feo no muestra odio; incluso su aspecto feroz enamora; el animal sano tiene el pelaje lustroso  y se ve apacible aunque se muestre ojeroso; el animal humano, en cambio, cuando se deja llevar de profetas distintos a los de su corazón, convoca los hechizos de la ojeriza y entre más enredos invoca, más resistencias se aplica; total, ni cuela ni deja colar. El pobre humano que no sabe manejar su animal trata de paladearlo con el más asqueroso misterio o con la más grotesca vulgaridad y entonces se afilia a sociedades secretas que le mezquinan cada vez más el secreto. No lee la literatura clásica, en cambio, se devana los sesos por interpretar los libros esotéricos: eso-te(hace)-rico.
    El domingo siguiente ante la asamblea de asistentes al ritual hipnótico y recurrente de la venia, de la salmodia, del canto de ojos entrecerrados pero que no trataba de abrir los ojos de la conciencia para leer entre líneas el cura dijo en la homilía que el párroco estaba en una reunión con los miembros del “Club del Cine” y más adelante bendijo “estas personas que son tus máquinas”  en un ágil giro de “son tu imagen”  y nadie se dio por enterado y los que lo hicieron no barruntaban que el trabuco mataba dos pájaros de un solo tiro; sólo la bola de que tíazo era el circo y no sabía que todos éramos sus actores.
Cuando esta página fue publicada fueron dos las reacciones: una parecida al mascullar que decía: ¿y qué fue lo que el perro no dijo o no dijo? Y otra voz  parecida al silencio que decía: ¡es uno de los nuestros!



  

LA INSTRUCTORA

Se sorprendió de la cuenta al terminar de bajar los peldaños: Quince. Su espíritu juguetón con el movimiento de la lengua en esas criaturas salvajes llamadas palabras no se sintió a gusto con lo que daba el juego difuso: King-es; C- Skin. Que fuera el único hospital de nuestro querido pueblo Villa Peach Ant’s no indicaba que fuera lo mejor, pero si que era lo mejor que se tenía a mano para aliviar todo eso que la tecnología nos hurtaba y enrostraba en la ciudad y la capital. Pero todo aquel ritual de contar lo que tenía al instante era para poner más bajo el volumen de la música de su corazón que acaba de empezar a tocar una violenta fuga en tono de mi-mayor; y eso que era la época en que ya escuchar a ZZ Top con su Bright Dressing Man, o el fandango del  Blue Jean Blues no era nada raro de combinar con los ritmos de pasillo, tango y guabina entre cantinas de leche, quesos y hortalizas en la época en que enredarse de lengua, piernas y demás con alguna sorpresa o entre hembra y hembra y género-viceversa tampoco era problema; pero seguíamos prefiriendo las tonadas tipo: ...ay yo soy, yo soy el jardinero(bis)/tengo amores con Lucrecia, con Teresa y con Raquel  o embebernos de despecho reciente con tenías que ser tan tirana y enredarnos el alma en ese obscuro objeto del deseo.
El haber bajado por la escalera parecía una jugada maestra de hados maliciosos para poner los contrastes en aquella partitura de vida a la que no se quería incluir en ningún catálogo. Era, de un lado, la sección de higiene oral a donde tenía que ir y, del otro aquella oficina de higiene memorial que son las estadísticas; Pero ¿qué significaba aquella otra estancia que se encontró de pronto como estandarte entre dos fuegos?: Lo primero que vio fue uno de esos armarios de alcoba con espejo de cuerpo entero en la puerta lateral a las divisiones de cajones donde las mujeres guardan toda clase de checheres y en el interior del lado del espejo guardan, generalmente, los vestidos del macho que las acompaña junto a los abrigos con los que ellas ostentan sus vanidades (a veces son pieles de visón, armiños o colas de zorros pero son excepciones valoradas en artimañas que el dinero representa). Cuando de la habitación contigua salió aquella figura no lo podía creer. Era nada más y nada menos que...pero hagamos primero un pequeño flash back: La fuga que se estaba cociendo era porque el encuentro inesperado con Simona, aquella linda regente de la farmacia a la que no esperaba ver de nuevo luego de aquella vez en que años atrás, a raíz de un letrero que había puesto en la puerta que rezaba algo así como:
 “Apreciado usuario:
El miedo es la base de todo abuso.
Antes de acercarse aquí
¡domine sus nervios!
le había dicho: “Aunque usted no quiera nada de nervios, hay ponerse nervioso para decir: ¡Hermosa damita despácheme estos remedios” y ella había respondido con un simple y enigmático: “¿por qué tan duro hoy conmigo?.
...Pancha, la histérica flacucha de rostro anhelante que primero había trabajado en un bar, luego había pasado por las manos de los carniceros, de los tenderos y de algunos personajes más importantes pero con menos escrúpulo a la hora de contrastar hambre con gusto, ahora fungía como aseadora, lo que traducía, aparentemente, lo que decía la escarapela: “Hospital San Valentino. Operadora de Servicios Generales”. Sin embargo la realidad era más compleja.
Sus miradas chocaron: Era como una ágil iguana apostada a la orilla del mar del deseo esperando que las chispas del oleaje del amor le refrescaran su alma desesperada; pero siempre caía en el marasmo, se lanzaba al agua y salía aún más sedienta y salada. “Hola, lindo” le dijo; “¿quieres seguir?, te invito a conocer”.
Sí, quería conocer; era como la entrada a una cueva de la que se necesitaba averiguar el fondo. En la otra habitación había sólo una gran cama con cubre-lecho de satín púrpura y en un rincón un arrume de traperos, escobas y afeites de piso;  lo único apenas interesante eran los afiches pegados en las paredes con figuras de ídolos de la canción, varios cuadros de buena factura con posiciones del Kama-Sutra y el sutil fluido de música de una emisora popular.
Pese a que estaba en un tratamiento psiquiátrico encubierto, se había convertido además en instructora también encubierta (nuestro pueblo era a pesar de todo adelantado en cuestiones de la “política del alma”), de los alumnos de onceavo grado que aún necesitaban adiestramiento empírico. Con las nenas era un poco más complicado, pero podían asistir a sesiones grupales bien como observadoras, ya como participantes activas; lo encubierto era solo de la oficialidad central que todavía era dogmática, puesto que la asociación de padres de familia era debidamente instruida. Además ganaba doble sueldo.
Cuando después de una rápida ojeada y el cuarto de hora de higiene oral subió de nuevo al  pasillo de la farmacia decidió que el punto más emocionante de la sinfonía fuera: “Es el susto el que hace el amor; o es que al amor le gusta el susto. ¿Qué tal si nos tomamos un café y lo discutimos?”