jueves, 15 de noviembre de 2012

EL PRODUCTOR




EL PRODUCTOR

Nunca pensé que llegaría a odiarla tanto (pero no puedo amarla menos). Aquel día que apareció en mi vida, tirado en una avenida de la vida y casi que de la calle, cuando después de dejar mi linda tierra por los arrebatos que provocaba el hecho de que su horizonte interminable que me ofrecía la paz y la armonía de la mamona jugosa, de la cachama gorda y ágil, de la nutritiva hormiga culona a cuya hartura me regodeaba en sus ardidos atardeceres, me dejaba el malestar de no ir más allá de donde los ojos alcanzaban a atreverse y entonces decidí aventurarme a estas marismas hediondas acaso creyendo que iba poder inventarme la forma de sacar los tesoros de galeones hundidos en la mar soberbia y traicionera, me pareció que la misma Virgen santa se me había aparecido.
Luego de tirarme la pequeña herencia que mi padre me otorgó a regañadientes en negocios tontos…no, mejor negocios de tonto: Abrir una granja camaronera en sociedad con un mentiroso de pacotilla que hizo humo mi pequeño porcentaje  de capital y después que me sacó del negocio se llenó los bolsillos con subsidios del gobierno;  Fundar una revista de poesía sin antes hacer relaciones públicas y al fin, harto de hacer el ridículo y de amar zorras sin destino, me tocó con los últimos cartuchos disparar al aire mis –por ventura- recursividades, vender exquisitos quesos de cabra, que yo mismo producía, en supermercados –aún no nos imponían el embeleco del código de barras-, tiendas, andenes, puerta a puerta; y ¡ah! que empezaba a hacer buenas jornadas y existencias, solito, disfrutando de mis pequeños triunfos y ganándome la honrada admiración de los clientes. Pero es que la maldita perdición de mis ojos se impuso sobre el portentoso tantear de mi inteligencia.
Parecía que dejaba en el aire un campo eléctrico de esos que en las inacabables tierras de mi llanura se sienten cuando alguien penetra un terreno no hollado por pie humano; ustedes que son de la ciudad no deben conocer esa sensación: es como si una horda de seres purísimos se retirara a prisa rozándonos con sus largas e invisibles cabelleras y el reverberar de la canícula reflejara los últimos vestigios de su huida vertiginosa; aunque, ahora que lo pienso, creo que aquellos que son adictos a navegar en Internet sienten lo mismo cuando después de horas y horas de infundirse de rostros desconocidos, de personalidades extrañas, de ideas bizarras, al emerger al mundo de la vida, una estática extraña les hace repulsa.
Estaba precisamente en un supermercado organizando una estantería de refrigeración en posición de ángulo recto cuando de reojo me topé con el vaivén de sus inteligentes caderas, puesto que en el contraste de la levedad de su cintura con el romo cuchillo de su pubis, esa amplia circunferencia tenía que tener una sinuosidad de saberes inmemoriales. No sé si fue por instinto o acaso por ladino cálculo que no levanté la mirada, o por que los hados protectores que me acompañan me avisaban porque seguí indiferente con mi labor; me dirigí sin volver a pensar en aquello a los trámites de remisión y validación de pedido y en la sonriente y jocosa transacción con la supervisora me topé con sus ojos color lila que pasaban por mi lado con un aire de desprecio (después me di cuenta de que Liz Taylor debía su embrujo a ese tipo de ojos y que no eran producto de los adelantos cosméticos en lentes). También lo dejé pasar así y me dirigí a buscar algunos pocos artículos de uso personal; en el puesto de pago que vi desocupado ella se me adelantó como una aparición y ahora fue como si hubiese dado un chasquido de látigo de domador:
    ¿Va a pagar sólo eso?, adelante.
    No, no. Bien puede usted usar su derecho –No tenía por qué dejarme intimidar; esta vez sonrió con una sonrisa entre burlona y coqueta mirando su carro repleto de viandas, caprichos y delicatesen. Furioso conmigo mismo por haberme puesto a silbar al aire como un idiota me pesó no haberle tomado la palabra, entonces me decidí-
    Voy a hacerle una apuesta –tiré mis cosas al mostrador y me le encaré-; si después de darme un par de cachetadas por atreverme a decir que sus ojos son postizos usted se atreve a dejarme invitarla a un café, le apuesto que no podrá deshacerse de mí. -Me miró como a un bicho raro y, de hito en hito entre la sorprendida cajera y mis labios que se mordían el corazón, sacó su billetera y le dijo a la cajera:
    Por favor señorita, lea donde dice ojos. ¿Tiene ahora algo interesante que decir?
    Bueno, ahora me va poder cachetear el triple, pero creo que a usted le va la hechicería.
    ¿Me ve cara de hechicera?, ¡qué ordinario!
    No, el hechicero soy yo; digo que estoy dispuesto a probarle que toda su felicidad está en todos esos artículos que compra, porque todo su potencial no ha podido hacer lo que yo que compro cuatro pendejadas.
    ¡Qué especímenes, Dios mío! –y se alejó meneando esa cabellera y ese cuello y esas ropas de hippie rica y ese aire que venía por uno y se iba corriendo tras ella-.

Ya llevo diez años desde aquel día en que aceptó con ruegos que conversáramos y que la hice reír con mis infantilismos inteligentes y me di cuenta de que era apenas una especie de hija de ángel de la carretera y que era tan bien educada como instruida (lo que significa que sabía bien la diferencia entre ser y hacer cuando no le servimos a la tecnología y lo educado acude a hacer lo que queremos), de igual modo que yo era arrojado, aguerrido y desprendido y por tanto: desvalido; ¡ah!, pero romántico y anacrónico como un cervatillo en un zoológico.
    Es increíble que seas infeliz por tu propio gusto –me dice Georgina su amiga, cómplice y creo que hasta regente  y no me refiero a la naturalidad con que se toman el hecho de acostarse juntas sin que logren convencerme de sumarme a sus juegos, sino a la cantidad de tiempo que pasan juntas y emprenden empresas y se hacen prosélitos y suenan –especialmente ella, Jackelyn-  en todas las pasarelas de vanidad de esta ciudad hermosa pero hedionda no solo por sus miasmas y deshechos, sino porque tanto estómago lombriciento e inane que se ha adaptado a despreciar toda lucha con tal de que haya con que disfrutar de una vida que mañana ¿quién sabe? podría al menos llenarse de otras banalidades: el culto a la dignidad, por ejemplo- ¿a qué tanto escrúpulo?
    ¡Humm, -le respondo con una sonrisa irónica- ¿acaso crees que no noto la diferencia cuando todos sus triunfos y boatos se tornan en hartera y vaciedad? ¿Qué no sufro cuando toda esa fuerza que emana de ese cuerpo hirviente y de esa alma entubada a la nada para recibir oxigeno irrespirable de infinito me vacía de todos mis anhelos? ¿Que me muero de envidia de no poder meterme en la onda de la IRA –Infección Rockera Aguda- cuando esa vieja que canta arma sus tertulias delirantes en nuestra propia casa y yo prefiero meterme a mi estudio a producir?
La gran escritora Jackelyn Caribdis emergió de la nada literaria hace ocho años cuando, después del regular recibo, tres años atrás, del poemario “Aquella Noche con el Puto Wind”, presentó en sociedad la novela experimental “Suicidios sin Reflexión” de la que todavía se habla y se sacan reediciones y reediciones y sigue presentando cada año nuevas y sorprendentes creaciones.   

jueves, 8 de noviembre de 2012

LOS PREMIOS GRANADA DE CULTURA

Ahí están perfectamente dibujadas las políticas culturales del Departamento de Caldas: Se ha lanzado una nueva forma de canalizar y dilapidar los recursos del Estado y dejar mirando un polvero (¡qué va, ya ni eso, el humero de las cortinas de humo!): Los Premios Granada de Cultura: claro están dirigidos a la serie de parias que hace rato ladrán por que la teta del Estado estaba seca, pero no tanto por eso, sino porque esos ya tienen una trayectoria en el nuevo sistema de marketing de la cultura y siguen los lineamientos de las nuevas formas de mafiosificación; las multitudes de shandas que vivimos y producimos a la sombra pasamos a ladrar pero pasito porque ni eso sabemos, mientras, las vacas cagonas como están en un estéril período sabático de estupor  callan -y sufren también- a la sombra.Entre la academia sigue haciendo la fiesta del emprenditismo -más de lo mismo con otro nombre-. Da grima ver como el flamante hermano economista del rector de la U. de Caldas hace poco loaba las virtudes del EMPRENDER sin ningún empacho ni verguenza habla de cómo en los Estados Unidos los académicos impulsan a sus alumnos a que tengan ideas brillantes de negocios nuevos con sólo $ US100 de capital semilla inicial, pues piensa que nadie se da cuenta que aquí ni siquiera permiten pensar en innovaciones sin un solo peso, pues los estímulos ya tienen nombre cifrado en un procedimiento llamado tráfico de influencias.

viernes, 2 de noviembre de 2012

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Mi sobrino continua enfermo de esa epidemia del siglo xxi, pero en su más grave acepción; él sufre del Síndrome de Deodiodeficiencia Adquirida (SIDA), inoculado por el medio ambiente de esta vida moderna, pese a que se le ha rogado que asista a terapia que los servicios estatales prestan.
Si alguien quiere conocer algo novedoso, aunque no mediático, que se acerque a la oficina de Servicio Social y comunitario de la Alcaldía de Villamaría. Allí, sus funcionarios padecen de un extraño virus: El  "SIMA" (SINDROME  MAGNIFICADO DEL AMOR). Esa honda SIMA donde los que realmente sostienen este mundo cada vez muestra más y mejor su cara por la cual aún convivimos. Allí atienden a los que  se acercan con aquello que sólo se otroga a los que ostentan clase y chequera y eso es mucho para los que regularmente son sus beneficiarios: los más rusticos y desamparados de la sociedad. Desde allí, se impulsa una campaña que lidera el Alcalde en pro de los discapacitados urgidos de ayuda (sillas de ruedas, prótesis, atenciçon especializada, etc.). Mi otro sobrino que padece de una minusvalía cognitiva menor, no parece tener necesidades urgentes que solventar, pero hace más de un año que el cuidado odontológico que su mamá, madre cabeza de familia que tiene que invertir sus días en un trabajo irrisorio -no por lo fácil de su oficio, sino por su salario-, sin embargo se desvela en mantener y CAPRECOM, por culpa de la terrible crisis de la salud colombiana se niega a actualizar la posibilidad de atender a sus usuarios; esperemos que desde allí, se pueda irradiar ese sol de luz oscura en gestiones para que el amor siga sus cauces.