DELIRIO PARA
UNA MUJER DELICIOSA
¡Qué mujer deliciosa! Fue lo que atinó a
pensar al avistar en medio del tropel aquella silueta de perfil adosada contra
la ventanilla de préstamos y devoluciones de la biblioteca. Pero aquello era
sólo el surgir del su-ceder a que nos
somete la vivencia. El vivirse estando o el estarse viviendo era otra cosa.
Cuando se la cruzó tres minutos antes y en el fugaz intercambio de sonrisas en
el que ella masculló un saludo incierto que se aprovechó del momento para dejar
ese sabor entre ¡cómo estás! Y ¡mal-etás! El suspender todo lo que
venía meditando, tratando de acomodar ideas confusas y aplicar certezas difusas
para dejar que esa piel morena con untuosidad de ojos apasionados pero
absolutamente correctos se le metiera como una emoción de paloma que te aletea
en la cara, era como una oficina de caridades carismáticas o un apremio de
tienda escolar a la hora del recreo: tal-me-es;
me-lates; la-metes; ¡métasela!
Y pensar que venía pensando en ella (pensó
cuando se sentó a hojear distraído el libro que venía leyendo días ha, sin
asumirse por fin a reanudar la faena). Pero en realidad ella era la que podría
ser destinataria de un mensaje en Facebook que le dijese algo así como: «Le escribo porque soy consciente de que
establecer diálogo con las personas es algo para nada fácil. Lo simple es lo de
por-miles, lo complicado es como-aplicado
y aun me-picó-el-hado. Yo soy complicado, pero no porque no pueda
ser sin- sello, sencillo, sino porque
siento que el otro es como un santuario al que me acerco casi como a un ser
divino. Sabe, casi me imagino ya preguntándole si sabe lo que es una
preterición y usted respondiéndome que cuál es mi definición y yo diciéndole
que es algo así como decirle si no tuviese usted ahora tras usted ese
diploma que la acredita como profesional en derecho, le diría que su estampa de
reina sólo le sirve para hacerme caer a sus pies, pero como tiene delante de
usted a un simple ser indefenso al que usted podría favorecer, solo puedo
decirle que rezo para que no me rechace y
me imagino que usted no puede disimular una ligera sonrisa y que al callarse
que también la preterición es dejar a alguien por fuera de un testamento, como
me dejaron a mi por fuera del testamento de la abuela y que el entorno en general
creyó que al despojarme de mi herencia del afecto coronaban su egolatría, pero
resulta que la abuela, por intermedio de la
poesía me estaba dejando una herencia que nadie me podría quitar de
buenas a primeras y entonces un gusanillo de inquietud empieza a trabajarle y
sin embargo trata de salírseme por la tangente diciendo que no entiende lo que
quiero decir y que yo no me amilano y le digo que me permita iniciar un pequeño
juego dialéctico sólo para romper el hielo: escoja, sin pensar, entre las palabras conversar, hablar y charlar,
la palabra que más le agrade; y supongamos que usted me dice conversar y yo le
digo que me perdone pero que yo no creo que sea usted tan liviana, pues
conversar, ya que entre los romanos un verso es la era de un cultivo, viene a
ser sólo intercambiar el orden de lo que uno ve desde encima de la apariencia y usted pasa por más profunda;
si me dice que charlar, entonces usted si que sería superficial, pues charlar
es sólo echar-del-lar; con lo que
sólo nos quedaría hablar que es, sin que me vaya usted a pedir que lo sustente,
aunque puedo, pero eso forma parte del fortín por el cual lucho para obtener
respeto de quienes le pido me defienda, repetir el mudo principio por el
cual el lar es el lar, básteme decir que
ese mudo principio está representado en la letra H que viene a ser dentro del
sistema de Filosofía de las Formas Simbólicas del Alfabeto que he inventado, parte de la escalera por
la que el espíritu sube y baja en su intercambio con las conciencias y que
entonces usted decide darme juego y me fustiga que qué más, entonces yo le
pregunto, para medirle el aceite de sus convicciones íntimas, que qué opinión
tiene del Estado y usted, como siempre, no prudente, sino al acecho de mis
zarpazos me dice que en qué sentido y entonces yo le respondo que, por ejemplo,
según palabras de un analista político, el alcalde de Bogotá Gustavo Petro, por
un celo desmedido de la idoneidad y corrección moral del Estado está poniendo
la dinámica de funcionamiento de la ciudad en un estado tal que en lugar de
avanzar está retrocediendo de modo tal que las basuras de lo políticamente
correcto se están carcomiendo la real posibilidad de vivir en un ambiente sano y entonces usted me
dice que no sabría que decir porque finalmente el Estado es una entelequia y
que son quienes intervienen en el Estado los que le dan una apariencia final y
entonces yo le digo que por eso, que si usted cree que el Estado es corrupto y
no puede ir en contra de la corriente o, peor aún, que usted no correría el
riesgo de poner a prueba su gran inteligencia y capacidad de lucha para poner
las razones en su camino infinito hasta que, como dice el semiólogo –que tal
vez lamente que su apellido no le haga honor a la realidad de lo que resuena-: No
son los poetas los que ganan, son los filósofos que finalmente se cansan, en lugar de buscar acomodarse, con lo que,
total yo entendería que los Amparos de Pobreza no son para abogados sino para auténticos filántropos »
Pero él se sabía decir que ese sería un
diálogo absolutamente improbable fuera del ámbito libresco y, aunque no sería
del todo bizarro si se diese una circunstancia y ambiente reales en el que el
atraso lingüístico y evolutivo que el hombre vivía, lejos de ámbitos como decir
el anglosajón en sus más elaboradas mentes, sólo le quedaba ver que ella era
realmente deliciosa al verla ahora, mientras brega de un lado a otro con el
bibliotecario en busca de una referencia intrincada con sus ademanes sobrios y
esa expresión del rostro de una placidez casi beatífica, casi imbécil en
contraste con esos rasgos de una simetría y una delicadeza de artista, con esos
puntos dorados en el lóbulo de la oreja, sin un sólo rastro de cosméticos y ese
cuerpo grande, desenvuelto y absolutamente sensual sin el más mínimo detalle de
seducción y una voz como un arrullo que por fin le obligó a refugiarse en la
trama.