CUERDA FLOJA DEL AMOR
Los relámpagos del instante
fue cosa jovial y simpatía
e ironía sutil en que chocarían
un torpe y entrecano sex-appeal.
No, no era una estación alpina
en Saint Tropez la del desplante
era un cable de la risa
de una chica en su esplendor
la disculpa: de
dólar el billete creía
por
eso me quedé esperando la retribución
además
que, uno tan campeche cuando…
¡Ay,
tan lindo el señor!
Ella, ágil, antes de montarse en la góndola
de la Venecia del aire
sin barquero y sin timón
de modo que cosmopolitas ambos
e indiferentes los perros de la emoción
para atender la corriente languidez de cerebro
y afinar la atención, de pronto se vieron
entre tanto acero, tanta técnica,
tanto nuevo rico, tanta envidia, tanta esclavitud
y nosotros, aquí, montados en los corceles de la
simpatía
cómo, sí, sí y, cómo si no, pero claro, oh,
los tropiezos de lo burgués
no son los mismos en una aldea educadamente
indigna
que en una cruda guerra de artificios entre la
multitud
Ah, pero vaya señor, a sonarse usted con un
taxista
hmmm, depende, señorita, de si es un artista
del crack al
volante, quizás,
pero no si de la presente madurez gentil…
mientras arriba, el saltimbanqui del cuento
agitando las olas del oiga, qué inteligencia
excitante
y los bufones del protocolo
poniendo cosquilleos por todas partes
hasta que un mesero alado
que émulo de cupido bien ser podría,
disculpe usted, madame, la osadía,
es que me ha encargado una revista de fisonomías
encuestar señoritas distinguidas
a saber si sus narices y las mías no están
en asombrosa relación de semejanza en poesía,
no, no, que quede claro,
que no es para ir de pesca, anzuelos enredados
que se pretende hacer estadística,
es por simple información, de si, además, ay,
-la palomita fantasma y traviesa adentro-
«bueno,
es hoy tanta la usura de la sensibilidad de la vida
que,
qué importa si unas canas le gritan
al
de la cuerda floja de arriba, oiga, ya está bien de su dolor
y
venga, aprenda con nosotros del amor…»
¿Cómo?! Ah, sí, sí, usted entenderá, en pleno
derecho,
es su profesión, que yo la entiendo,
no defenderá usted a un violador
pero al fin que, es una ciencia pero no de números
y de construir muros ¡por favor, no señor!
y el equilibrista, afinando los pobres dedos
crispados
en la cuerda, combinados, un fresco aliento a
pucho
y un lejano, trasnochado alcohol,
ella, él, juntándose, de a poco,
Ah,
eso sí que no, señor saltimbanqui,
usted ya llegó
y las musas envían de premio un número de smart phone.