SUEÑOS


SUEÑO EXTRAÑO DE AMOR

El soñante es niño. Sube por la empinada calle de la mano de la madre y la hermana más afortunada en el futuro. Los viejos alerones de las casa crepitan bajo un cielo espléndido. La empinada calle es reconocible: la calle 28 que va a dar cerca de el parque de la inmaculada. De pronto la madre dice: ¡miren niños! Una especie de vaho como gasa que da silueta a la figura de el hada de la varita mágica emerge desde arriba en la cúspide sobre los tejados y extiende sobre un blanco nimbo que aureolado de destellos bellísimos va cambiando de formas: acaso una oveja lanuda con sus vellones extendiendo rayos de colores, acaso una cara de mofletudo ángel rafaelista, ora una testa solemne de estatua de la libertad. Hay un break en el que el soñante intuye,  percibe, piensa al soñador retorciéndose de gozo bajo las cálidas cobijas. Al momento están en la cima que ya no es una calle; es la cima de un acantilado donde una figura de mujer se alza para punzar con el dedo índice a otra mujer que duerme y al levantarse, una bella doncella de cabellos lacios que destellan como rayos de sol entre árboles mecidos por el viento se lleva las palmas al rostro en un gesto entre desconcertado, entre incrédulo, entre temeroso y dice: “estaba soñando con ese hombre que va pasando; ¡qué sueño más lindo!” Ahora no hay nadie más que ellos dos, sentados al borde del abismo. Ella sostiene dos hilos que surgen del jean que con un roto en el muslo deja ver una linda pierna y le dice: A ver, cuál hilo vas a escoger? Él dice: desde luego el blanco de la vida, el amor y la fortuna. Bueno, pues cógelo; y ella sostiene el negro tensado. Él lo coge y lo estira y se va deshilvanando alrededor de su muslo hasta llegar al tobillo; allí se hace un nudo con el hilo negro, ella lo rompe y dice: bueno, ya sabes, es el momento de tu fin, y le da un beso. En ese momento soñante y soñador se despiertan.      






UNA ROSA PARA UN POETA

Cuando el rey botó su corona al río por una decepción de justicia no imaginó nunca que ese acto a la vez de desprecio y desesperación iba a ser la salvación de su vida. Este rey era un rey de un reino mítico y de pacotilla; mítico porque toda su sabiduría era extraída de los más grandes y antiguos reinos: El reino de Enoch, el reino de Gigalmesh, el reino previo a la última decadencia que devino en los reinos desperdigados de las primeras nociones de la civilización y que tuvo como súbditos a Anaximandro, Tales, Demócrito, Platón, Aristóteles: nada menos que el reino del Jardín del Edén; y de pacotilla porque en el mundo que ahora vivía todo lo que no estuviese emparentado con el número, la técnica y la exactitud era tenido como reinos de cucaña.
El rey del día se llamaba Extraterritorial y estaba vestido bajo el ropaje de George Steiner. La sesión inicial de la corte anotaba en su orden del día: La importancia de la patria en la lengua de los hombres. Fueron llamados a atestiguar: Vladimir Nabokov y Samuel Beckett. Nabokov, ante la pregunta de si acaso su manía de mezclar lenguas se refería a alguna especial clave para espiar la psicología de los hombres y, en especial sus mentes, se excusó de no haber traído consigo el documento de Ada para explicarse y añadió que si acaso sería sólo para expiar; por su parte Beckett afirmó (y la lolita que se atravesó menando su cola con  aire serio pero decadente en su estampa de vampiro: nariz filuda, ojos negros y profundos, pelo lacio azabache y un rictus en los labios que parecía estar chorreando sangre por las comisuras pero sólo era el reflejo contradictorio de su piel sonrosada, le atenuó su exasperación): Las razones suficientes que se dicen en el silencio arañan mi vuelo hacía ustedes  y se mordisqueó el labio inferior reseco como para resaltar el percing negro que la muchachita llevaba en el labio ídem como una mosca que saltaba al repasar la lengua por el interior de la boca como relamiéndose sutilmente.
Extraterritorial se paró de su trono finamente tallado en piel de manos y mirando impasible a la intrusa esperó pacientemente hasta que después de dar vueltas en torno a la cabeza de Beckett como haciendo el ademán de acariciarle sus escasos cabellos dorados y como si hiciese bucles en el aire  fue a sentarse en un escritorio aledaño y se puso indiferente a examinar unos documentos que había traído y como a compararlos con una botella de agua envasada a medio beber. Pero en realidad el rey estaba con el corazón a millón; no terminaba de entender el por qué de sentirse tan inquieto cada vez que veía pasar a la mujer joven de aspecto reflexivo que acababa de pasar en dirección contraria a la lolita; pensó que ya la había olvidado y entonces se dijo: Ésta se debe llamar Metafilosofía y aquella Metalingüística. Se sentó con aire digno y dijo: Continuemos. Sí, el incesto; ya sé señor Nabokov que usted tenía una genial manera de encubrir sus intuiciones obscuras, o, a lo mejor inconscientes, de que la lengua era una forma de intentar refugiarse del caos primigenio en el tibio regazo de la madre que nos parió y que su éxtasis es la búsqueda del placer en todo aquello que nos conserva las raíces y que por eso, por deseo de encubrimiento, una vocal en inglés era una naranja y una en ruso un limón; pero qué ¿entonces el limón ácido va a meterse en la dulce naranja; y eso qué significa? ¿Qué quiere que le diga? -respondió el increpado- ¿que el veneno concentrado del limón explica  con un mínimo de zumo la pesadez del frío que tenemos que aliviar con vodka y que en la naranja dulce la simple tibieza del clima es la que nos abre la profundidad de las entendederas? No, lo único que podría decir ahora es que el triste arribo de la Historia al puerto que ha llegado hoy con el manoseo de la lengua y su intercambio como moneda de prostíbulo es, simplemente, un daltonismo ante las palabras. Fíjese nada más: la palabra moneda evoca lo que se da de mano en mano –de-mano-; por contra coin sólo puede remitir a in-on-co, una co-laboración adentro; y ni qué le digo en ruso, ya lo perdí en mi otra vida. Para el común moneda es un simple pedazo de metal para irse a comprar un helado.
Y usted, ¿qué tiene que decir?
Silencio
El trono de manos resortó a Extraterritorial hacia el aire y fue cayendo con un estrépito suave, como una lluvia de pétalos magnificada cienmil veces por un parlante ultrasensible.
To-God Godot aún no llega: un trancón de temblor de hojas en el árbol.

La bicicleta estaba patas arriba sobre el puente donde el rey algún día había botado su corona al río. Allá a lo lejos, donde había caído sobre una piedra y rebotado a un remolino, había crecido una frondosa planta de higuerilla, esa misma planta con la que ahora se hace combustible barato para reemplazar el combustible fósil. El rey va a mucha velocidad en su propia bicicleta y por pasar por entre el estrecho camino peatonal que corre paralelo al puente  y la bicicleta trastabilla y su bicicleta cae al río que ahora tiene una corriente profunda. Se para muy triste recordando que era su único medio de entretenimiento; además es de noche y el puente muy alto. Se queda recordando el día en que botó su corona en medio de la desesperación y decepción porque, caído en desgracia, un abogado le había tomado el pelo durante meses haciéndole abrigar la esperanza de recuperar su reina retenida por una horda de invasores.

Extraterritorial había mandado traer el documento titulado: Cuentos completos por Vladimir Nabokov. ¡Busque su Ada!, le dice. Nabokov examina el índice. ¡Cómo que no está! No, no está, no ve que es un poema, no un cuento. La manzana desayunada con fruición en compañía de Miloca está ahora a la ribera de un río junto a las ropas de un poeta desaparecido hace cincuenta años. Hay un homenaje a ese poeta desaparecido en un centro cultural de Londres-Paris-Moscú-El universo; se ha recogido un dinero para erigirle una estatua. Un anciano borracho protagoniza una escena que se prolonga en suspense crescendo reclamando el dinero; dice ser el poeta en cuestión, un excéntrico millonario le rescata del encierro a que ha sido sometido y le coloca en un museo donde se exhiben pocas y viejas antiguallas pertenecientes al joven vate glorioso; le es concedida una pequeña pensión para vivir dignamente, pero nadie le cree que él mismo provocó su desaparición hace cincuenta años. La vampira se levanta; el trono de manos va tras ella; cuando da la vuelta a la columna por donde torció ha desaparecido.
El rey observa alborozado como alguien al lado del río saca su bicicleta. El poeta se despierta; se entera de que Ada es el Hada que ocultó la escalera por que la que bajó. Alcanza a recordar que en el fugaz instante de la bicicleta trastabillante son dos los que van montados: uno que conduce y otro que desde el sillín intenta con el pie tumbar una pared al costado del puente y antes de ver caer la bicicleta, recuerda la teoría de los egipcios en el viaje por el valle de los muertos: su presencia en la dimensión consciente es un escarabajo patas arriba hilando con sus patas el aire. Se queda pensando como hacer una boina de fibra y aceite de higuerilla.                      

* * *


EL NUEVO GIMNASIO
Al asomar a la esquina notó que le sonreía sutilmente; entonces el corazón le dio un vuelco extraño y quiso acercársele; se contuvo. El ángulo recto que son todas las esquinas le distrajo de la certeza de que se conocieran y se puso más bien a fantasear mientras pasaba a la otra acera y la chocase. Tal vez diera alguna otra seña.
La profesora hablaba de un modo extraño (¿o sería él el que extrañaba todos los mensajes claros y distintos en lenguaje común y silvestre?); el hecho de que tuviese un acento argentino no significaba que no pudiese entender que se trataba de una clase especial pero ordinaria de gente corriente. Tampoco el hecho de que al sentarse en la banca como una alumna más para darle instrucciones y dejase las bellas piernas entreabiertas mientras el vestido de raso se levantaba más de lo pudoroso para dejar paso a la cortina de la enagua cayendo premonitoria a la vez fotografía y punta de lanza.
Hubiera podido decirle haciendo el tonto simpático usted es maestra aquí ¿no es cierto? Pero más bien se puso a relacionar, luego de que también esbozó una sutilísima y tímida sonrisa y le adelantó la espalda, las connotaciones geométricas de la bisectriz tiempo y espacio y sus profundidades metafísicas. Sí, ya sabía que si bien podía ser una clase cualquiera de crítica literaria, con una conductora de acento fascinante pero igual con modos dominantes, no en estilo autoritario sino en el estilo intimidante de la gracia, también sabía que todo el mundo entendería lo terrible que era el hecho de que el tema era Louis Ferdinand elCine, por la sencillísima razón de que el Viaje al fin de la noche y ese señor tan respetable que había anunciado a las puertas de la segunda guerra que el mundo de la reproducción técnica instauraría el mundo de la imagen de un modo que ya ninguna metafísica podría indagar sin reírse de sí misma y sin embargo su mentor era nada menos que un asesino de masas.
Hizo el ademán de ajustarse los audífonos pero en realidad se los estaba desencajando para intentar percibir sus pisadas tras él. Evidentemente la otra seña estaba dada. Volvió la imagen del vestido de raso y ahora el foco estaba dado en los senos generosos y la otra punta de lanza del escote en V. Era la agenda. Sí, el cine, muy a pesar del señor Steiner, quien promulgaba que ningún arte respetable podía, al igual que el autor de marras, salir impune con la belleza en las manos untadas de sangre; el cine ya lo hacía y un ejemplo patente era aquella película barata pero atractiva, entretenida y con su metier o su dosis de “filosofía” en la que una destacada integrante de la nobleza francesa se apasiona perdidamente de un elegante pero siniestro timador a quien no le importa confinar a un célebre pintor, a fin de comercializar sus obras creadas en un ambiente inducido de neurosis; como las cosas se están descubriendo comienza a matar a sus sospechosos y sus secuaces son manejados como muñecos  por el miedo y la ambición pospuesta –igual que los tiranos con sus oprimidos-. Cuando ya el espectador cree que la justicia poética va a cobrar sus réditos descubriendo a un hombre extremadamente frío y sanguinario, su dulce y correcta consorte con quien acaba de casarse en medio de la oposición del padre y la persecución de un inteligente agente de Scotland Yard que ya tiene descubierta la tumba de un cadáver con el que el villano ha estado trasteando durante toda la obra, le salva trasladándolo de nuevo sin que el espectador lo esperara o supiera; la frase final sólo esperamos que mi noble padre tenga el mismo destino y todo esto será nuestro da la moraleja o la gua-dañaleja, pues el artista también ha muerto a manos del mismo héroe y el secuaz conocedor de la verdad recluido en un sanatorio mental. Pero Steiner no deja de tener su razón: la regla de verosimilitud de la gran literatura es violada de manera vulgar y tosca; en la vida real no se traslada un cadáver de modo incongruente con el tiempo y el espacio, pero la vida real si es tragicómica y así, ¿no es acaso la misma fascinación del juego mecánico del ajedrez la fascinación del jaque-mate de Dios con su creatura?
No sabía si realmente el nombre de la institución debía ser Kinder (kind-er=clasudo, de más clase) pues realmente un niño tiene más clase que un adulto (aún no ha perdido todo el recuerdo del mundo perfecto, por eso no puede hablar con propiedad); pero también el Nuevo Gimnasio casaba. Los amantes del círculo polar antártico habían trascendido a elCine trazando una nueva geometría de la vida y la muerte. Ahí fue cuando se dio cuenta que a sus cincuenta y cinco años estaba desde hacía un tiempo asistiendo a un Nuevo Gimnasio del subconsciente humano. La agenda era la misma que la argentina que le dijo, luego de esperarla impaciente y por un tiempo inmedible mientras veía a través del cristal en su oficina que manejaba la mano sonrosada de un bebé oprimiendo el manos libres del teléfono: No, boludo, no podes sacar fotocopias de la lección. El abogado y poeta José Fernando Potes ese día se dejó ver luego de muchísimo tiempo para recordarle que había una promesa pendiente.
              

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