SOPA DE PROSA CON TUÉTANO DE POESÍA
O RIZZOTO DE POESÍA A LA PROSA
La niña se sentó en la vereda con el candor y el estilo de sus tres años. A su espalda un poeta tras la puerta cerrada pero con un ala enrejada abierta leía en el espejo que colgaba de la pared frente a él; leía el contraste de ver reflejado en su centro el retablo con un afiche de Mahatma Gandhi que reza al pié:
“Nada nos apartará
De nuestros fines
Ni de nuestros principios
Nuestra meta tiene por fin
La amistad con todo el mundo”
en los extremos del espejo, insertos en hilos que tejidos en trama horizontal y vertical hacen de marco y sostén, los retratos de sus hijos le antojan la paradoja: el siniestro lado relativo del lado del corazón lo ocupa su retoño femenino; el diestro relativo lo ocupa su heredero masculino; pero para que el aserto se cumpla el observador tendría que darle la espalda a lo visto; lo cierto es que el desamor y el desprecio que ha visto de ellos ha sido real y mucho. La teoría cuántica de tiempos fractales le podría dar algún consuelo pero la fractura del corazón le hace erguirse y asirse de los barrotes de su puerta-ventana; allí es cuando descubre la niña: intenta torpemente insertar de nuevo la sandalia en su pié izquierdo con el cierre de la hebilla puesto en la medida de su tobillo. Su motricidad fina ni siquiera le permite entrar en el hueco de la correa, pero al segundo o tercer intento parece meditar un poco; da un pequeño paseo visual y táctil sobre el entramado de pequeños abalorios de colores que el calzado tiene adosado al empeine; se detiene a sintonizar las frecuencias redondas de un abalorio rojo, luego de uno amarillo y por último de uno café; no ve que el poeta le observa –quizás lo ignora-; coge el extremo de la correa y abre con toda la extensión de sus dedos el espacio que aprisiona el pestillo de la hebilla en su orificio, pero no llega a extender la abertura. El poeta ante tal juego barr-(o)-unta: rojo pasión, amarillo sol, oro, café de cosas tostadas, fe perdida de lo que todo sea (c-a-fe). La niña es una niña abandonada y puesta por el Estado en custodia, junto con otros, de una madre comunitaria. El color del cuero de la sandalia es de un color aguamarina o turquesa precioso por lo vivo de su poco uso.
Todos por principio somos un "Don Nadie”, excepto por el DON; pero el Don no es algo que se pueda hacer tangible antes de tener conciencia de causa y efecto y antes de que la conciencia nos dicte que hay una relación entre ley y necesidad. En cambio, tratamos de hacernos “alguien” con la gran mentira de lo que nos apropiamos. Finalmente, somos lo que los demás nos otorgan. El poeta piensa todo aquello al tenor de sus dolores más íntimos: alguien que no se sabía Don Nadie sino que se lo pensaba porque aún no creía que el Don fuera ese algo maravilloso por el cual entramos en relación de amor con la armonía del universo sin importar lo que los contrastes de apariencias sino lo que de esencia a cada uno nos toca y compartimos -a veces por simple carambola azarosa de un destino que no tiene que ver con las historias redondas que pueden hacer los novelistas, pero si con la Historia que la vida va tejiendo al rededor de su huso más elemental: el amor-; pero si nos pensamos Don Nadie, buscamos alguien que haya logrado hacerse una máscara de alguien y en ella nos refugiamos bajo la disculpa del amor; es lo que hace la mayoría: se entregan en un vasallaje concertado; las más de las veces se negocian unas relaciones de dominio con cláusulas de conveniencia, pero muy escasamente tenemos la sabiduría y la paciencia necesarias para esperar que el Don y ese particular bichito que luego de su picada enloquece con la locura más fascinante que pueda tener ser alguno, se encuentren. Ese alguien se creyó que quien le hacía objeto de su interés era un “alguien” y que sus más caros anhelos: tener una familia, ejercer domino sobre la leña del hogar, establecer la fachada de su guarida según sus muy particulares formas de ver el mundo y poner la posibilidad de ser “Don Nadies” reconocidos por los otros, eran simple asunto de fórmula y que, finalmente la guerra interior que todos tenemos se traslada a un campo enemigo con el que se comparte el lecho cada noche, cuando en realidad la guerra interior era un bello intercambio de despojos que se convirtiesen cada noche en botín y armas que llevar al campo de batalla de cada día. Cuando ese alguien vio que aquel era un auténtico don nadie, entonces prefirió hacerse con el botín de la prole y dedicarse a ejercer su torpe voluntad de dominio con la esperanza de que la armonía llegara como producto de una jugada fríamente calculada ¡qué equivocada estaba!
«Estoy en-fer-ma. Sufro el síndrome de esto-como» piensa el poeta. En realidad está diciendo: «Estoy en Fergie Marianne. Y no es síndrome de Estocolmo». Igual podría ser María Fernanda y a decir verdad es su carcelero quien se ha enamorado de su prisionero. Pero es que el secuestrador es niño(a) y ¿hay acaso alguien más sincero y más inteligente para aplicar sus fantasías que un niño?
Se dice que no hay nada más atrevido que la ignorancia y en este caso la ironía es por partida doble, pues todos los que reparten habladurías son los que aplican aquel refrán tan popular y no lo saben aplicar a su propia circunstancia, pues cuando hablan de supuestas influencias de Súcubos e Incubos están aplicando sus mismos retardos evolutivos en una idea medieval y, suponiendo que sea cierto que cuando las creencias forman parte del acervo cultural de una comunidad tales creencias adquieren el carácter de verdad, no son capaces de llegar a la conclusión que por vía de psicoanálisis: Súcubo = e(s)o-bu-(s-)co, que es simplemente la abstrusa búsqueda del inconsciente de esa obscura idea por la cual los rendimientos libidinales que tienen asiento en lo femenino se invisten de un halo maligno; por contraste, el in-cubo está ya inserto en el cubo protector (léase dominio), al igual que su patrono particular: Asmodeo, sólo es: más-deseo. Ahora bien, suponiendo que el silogismo lógico que predicaría que tendría que ser un tonto para hacer concesiones a mi enemigo fuese aplicable, sería de más peso y validez la premisa según la cual el perdón es la más auténtica fuente de verdadero amor. Si aquel alguien que dilapidó su auténtica belleza (la interior) y su armonía (la salud de mente y cuerpo) por ir tras sus egoísmos cobardes se transfiere a ese ser lleno de juventud y que por todos sus poros exuda la fresca fuerza de la vida, que aún puede comprender que la belleza de ser alguien no nos la dan del todo los otros y en cambio nos pueden quitar el Don y si es cierto que esa infantil fantasía se encontró en los caminos insondables de lo que la ciencia llama fractalidades con un espejo que nunca pretendió reflejar nada más que lo que era posible, ¿por qué no darle la categoría de un merecimiento? pues si las marchas triunfales fueron definitivamente derrotadas por la dura lucha de la vida, no lo tiene por que ser el sosiego de alguien que entiende lo elemental de morir viviendo.
La niña al fin entendió que era mejor camino descorrer el pin de la correa para meter el pie de nuevo en la sandalia; en ese instante el poeta se percató de que la correa era del mismo color del tirante que hace unos instantes había lucido el hombro desnudo de su púber hermana sustituta.
Villamaría, día de San Valentín 2012