POR QUÉ SÍ
VOY A VOTAR POR LOS SANTOS
Quizás porque las cigarras con su estruendo
de medio día de estío en el que el vaho de una rociada del cielo –y que no se
sabía a ciencia cierta si era cibernética o simplemente medio-am-bio-ntológica-
parecía traducir su algarabía en un sitio que la social-bacanería había tenido
que abandonar para decirnos que ni ellas ni tampoco las celosas diosas del
Olympo acusadas en sagrado orden jerarquico habían tenido nada que ver en el
insidioso asunto del que Platón, tres mil y punta de años antes, las acusó, y
según el cual por culpa de su canto sin sentido él y Alcibíades no habían
podido culminar un asunto de alta filosofía y de lo que según las crónicas chismosas
se aprovechó Sócrates para quitarle su favor, que no sólo era romántico sino
también militar, es que me decidí a dar mi voto por los Santos.
O quizás por un asunto más embrollado. El caso
es que cuando arribé a aquel paraje de
mi mal querida y bella Villa Pichantes (el cual en realidad no había sido
desalojado por la social-bacanería debido a que las fuerzas militares tomaron
una casa de recreo de dudosa pero lujosa procedencia para instalar una base de
control perimetral, sino que era la social-pro-ver-e-cía que, acostumbrada a parquearse en gallada cada vez más nutrida
en aquel paraje a fumarse sus porros y a tomarse sus guaros y urdir sus burdas
pero inocentes conspiraciones de moto-traillers, se ahuyentó; porque si hubiera
sido la social-power-bacanería la que allí iba, se hubiese seguido instalando
con su diplomacia y sus dosis personales de simpatía, cálculo, moderación y
prudencia, frente a sus propias narices. Pues si alguna acusación de, por
ejemplo, escándalo público, o subversión del orden, ellos hubiesen alegado que
siendo aquel un paraje rural, alejado del centro hipocrito-urbano, del cual ni
ciudadanos del común, ni niños, ni juntas de acción comunal, ni noticieros, ni
sapos de poca monta tenían noción, entonces no había razón para que fuesen a
sacar moralinas trasnochadas o argumentos éticos que ya la ley no respaldaba.
De modo que ni modos), las cigarras me tomaron por asalto. pero fue solo para
que yo también me parqueara allí con mi frasco de pony-malta repleto de dulce
vino de Chile Syrah-blanqueado por decentes comerciantes a escuchar sus quejas
o cantos de sirena. Pero sólo fue para llamarme su atención, porque
inmediatamente empecé a tomar nota, un silencio adobado de piares y trinos de
pajarillos diminutos y huidizos de colores amarillo raya de carretera, gris
asfalto con marrón de botellas de cerveza, rojo de pares inexistentes, me lanzó
de cabeza a la bañera de los Santos.
Pero fue don Sir-a-él el culpable de todo. Al
principio era don Risa-él: Se me puso al lado de pronto cuando iba, así, despreocupado
como siempre, con su estampa de Juan Valdés (poncho al hombro, perrero en mano,
zurriago haciendo pases de tango, bigote perlado por sus dientes porque el
negro de sus cerdas era tan intenso como el brillo lucífero de sus ojos; y sin
mula): ¿Cómo va, patroncito? Raro verlo
por estos lares; ¿acaso está perdido? Qué va, paisano –le dije con una
sonrisa confiada-, por aquí renovando la
visa de transeúnte con sello de reincidente. ¿y es que acaso de donde viene? no
sea que le pueda suceder un accidente. Ahí fue cuando se convirtió en don
Rilas-él. De modo que, quitándome los lentes de color café, le dije ¿Y es que acaso no reconoce esta flor de la
floresta? Hizo un gesto como si quisiera sacarse una hebra de entre los
dientes con la lengua pero apretando los labios más allá de la paciencia que se
tiene antes de engatillar el dedo para introducir la uña, me dijo: Pues sepa usted que no; a menos que me de
algún santo y seña y me miró de arriba-abajo con saña. Mire señor, yo no quiero interrumpir ni molestar ni nada ni a nadie; si
se va a ir de atraco a este pobre caminante, no’más diga que estoy a sus
órdenes. Ah, no, no ¿cómo se le ocurre? Me extendió una mano gruesa y
nudosa Gentilicio Prokuerdo; no se
preocupe es que nos gusta siempre estar seguros. Dígame ¿vio algún retén más
arriba? porque es que a veces son los paisanos alborotados; otras los paracos;
a veces la policía y, bueno, a la hora de la verdad nunca pasa nada, este
territorio es muy sano y productivo; pero a veces le hacen a uno perder tiempo
las tales fuerzas vivas que otros llaman sociedad civil. No recuerdo si le
dije mi nombre o si acaso le dije Zumbambico
al uso para servirle en medio de mi confusión pues me recordaba a un señor;
un tal Israel Cazador, ‘erotizador y chamán profesional que le saco las ligas y
males de ojo, rezos y toda clase de hechizos con pipí de gurre y manteca de
cusumbo-solo’ que me encontré atravesando un atajo de un barrio de los que
llaman subnormal. Él fue el que me
hizo decidir dar mi voto a los santos.
No me gusta ser metido a grande, y si me
gusta, me gusta en lo que conozco, especialmente en cuestión de opiniones
espinosas; pero cuando a uno lo dirigen, uno quiere influir en el bocado para
que no se exceda la rienda. Así fue desde el principio; y aunque ya casi nadie
se acuerde, habría que recordar el episodio de Jacob y el ángel cuando se
enredaron en una equivoca, o cuando menos en una confusa, pelea en la que Jacob
tomó al ángel del jarrete durante toda la noche y no lo soltó hasta que le dijo
su nombre. No se nos dice el nombre del ángel que gravita sobre nuestra patria
para llevarla hasta la tierra prometida y el mismísimo Dios hizo trampas con su
pueblo rebelde para sacarlo de Egipto, de Babilonia, del oprobio romano. No
quería darles un rey porque también son ralea, pero pidieron un rey y entonces
tuvieron que vérselas entre jueces y reyes todos amangualados y la historia se
fue sofisticando de necedades regias. Andrés Oppenheimmer dijo hace poco que
era muy escéptico acerca de que logrado un proceso de paz en Lo-cambio Colombia los negocios de las
mafias de las drogas -y de todas las mafias- iban a desaparecer; porque tenía
conocimiento de causa. Las mafias son universales y no de ahora, sino de
siempre, pero una cosa son las mafias como negocios subterráneos y otra muy
diferente la voluntad de mal y la voluntad violenta. Los Santos también son
ralea pero han aprendido a hacer las cosas desde la bendición que implica,
primero, no derramar el vaso de la sangre del hermano ni del primo ni del
vecino ni del opositor leal; segundo aceptar las derrotas razonables. Son reyes
que tal vez hicieron trampa en el examen de príncipes y acaso les tocó, luego
de que sus padres hicieron el curso del tiempo para avalar su derecho de
posesión de la mina con procedimientos sostenibles y razonables, hacer negocios
con José Obdulio’s, con Al Capone’s, con Roosvelt’s, con David Murcia Guzmán’s,
pero –con primo a bordo y todo- ese Santos que busca reafirmarse en el trono
deja trabajar, deja protestar, deja porfiar, deja investigar, hace seguridad
sin alharaca, no recluta nubes que lluevan ubérrimas, pero deja que ordeñen los
que sabihondan, y sabe como tratarlos cuando corco-vadean; el secreto es aprender las virtudes antes que las mañas... Me dicen las
sílfides transistorizadas que ahora, cuando vuelvo del paraje donde las
chicharras me regalaron semillas pacíficas que los muchachos de la Universidad
Nacional están haciendo disturbios y protestas que tienen más que ver con sus
hormonas en efervescencia que con sus ideas en orden. Y es que así sucede con
nuestra patria. No me imagino al papero Pachón de presidente de la república
después de que un sorpresivo –y acaso deseable con figuras- voto en blanco
obligue a cambiar las listas; no me lo imagino sin saber como capear las
presiones de los señoritos ni negociando con Washington o Boli-variando con Maduro,
ni imponiendo soberanías de tejo y azadón sin agentes cuánticos –es decir, sin
hackers autorizados y blindados-; tampoco me imagino a Navarro con intérprete
aunque me pudiera imaginar a Petro pero luego de que un baño de espíritu común
hecho idea honesta y no caudillo brille; porque de nada vale Oscar Iván
Ventrilocuo ni Peñaloza haciendo ron de hormigón con cuadros de Obregón y
discursos de López Pumarejo. Acaso llegue el día, no tan lejano, que algún
Aureliano Buendía Jacaminoy lleve a nuestros descendientes al elegante circo
donde por primera vez se aprendió a derretir el hielo.
Los santos viven y hay que invocarlos; ojalá que el que recoge las oblaciones los envíe a quitarnos el oprobio. Al menos mientras la paz nos vuelve más tranquilos para actuar en grupo.