martes, 20 de mayo de 2014

POR QUÉ VOY A VOTAR POR LOS SANTOS

POR QUÉ SÍ VOY A VOTAR POR LOS SANTOS
Quizás porque las cigarras con su estruendo de medio día de estío en el que el vaho de una rociada del cielo –y que no se sabía a ciencia cierta si era cibernética o simplemente medio-am-bio-ntológica- parecía traducir su algarabía en un sitio que la social-bacanería había tenido que abandonar para decirnos que ni ellas ni tampoco las celosas diosas del Olympo acusadas en sagrado orden jerarquico habían tenido nada que ver en el insidioso asunto del que Platón, tres mil y punta de años antes, las acusó, y según el cual por culpa de su canto sin sentido él y Alcibíades no habían podido culminar un asunto de alta filosofía y de lo que según las crónicas chismosas se aprovechó Sócrates para quitarle su favor, que no sólo era romántico sino también militar, es que me decidí a dar mi voto por los Santos.
O quizás por un asunto más embrollado. El caso es que cuando arribé a aquel paraje  de mi mal querida y bella Villa Pichantes (el cual en realidad no había sido desalojado por la social-bacanería debido a que las fuerzas militares tomaron una casa de recreo de dudosa pero lujosa procedencia para instalar una base de control perimetral, sino que era la social-pro-ver-e-cía que, acostumbrada  a parquearse en gallada cada vez más nutrida en aquel paraje a fumarse sus porros y a tomarse sus guaros y urdir sus burdas pero inocentes conspiraciones de moto-traillers, se ahuyentó; porque si hubiera sido la social-power-bacanería la que allí iba, se hubiese seguido instalando con su diplomacia y sus dosis personales de simpatía, cálculo, moderación y prudencia, frente a sus propias narices. Pues si alguna acusación de, por ejemplo, escándalo público, o subversión del orden, ellos hubiesen alegado que siendo aquel un paraje rural, alejado del centro hipocrito-urbano, del cual ni ciudadanos del común, ni niños, ni juntas de acción comunal, ni noticieros, ni sapos de poca monta tenían noción, entonces no había razón para que fuesen a sacar moralinas trasnochadas o argumentos éticos que ya la ley no respaldaba. De modo que ni modos), las cigarras me tomaron por asalto. pero fue solo para que yo también me parqueara allí con mi frasco de pony-malta repleto de dulce vino de Chile Syrah-blanqueado por decentes comerciantes a escuchar sus quejas o cantos de sirena. Pero sólo fue para llamarme su atención, porque inmediatamente empecé a tomar nota, un silencio adobado de piares y trinos de pajarillos diminutos y huidizos de colores amarillo raya de carretera, gris asfalto con marrón de botellas de cerveza, rojo de pares inexistentes, me lanzó de cabeza a la bañera de los Santos.
Pero fue don Sir-a-él el culpable de todo. Al principio era don Risa-él: Se me puso al lado de pronto cuando iba, así, despreocupado como siempre, con su estampa de Juan Valdés (poncho al hombro, perrero en mano, zurriago haciendo pases de tango, bigote perlado por sus dientes porque el negro de sus cerdas era tan intenso como el brillo lucífero de sus ojos; y sin mula): ¿Cómo va, patroncito? Raro verlo por estos lares; ¿acaso está perdido? Qué va, paisano –le dije con una sonrisa confiada-, por aquí renovando la visa de transeúnte con sello de reincidente. ¿y es que acaso de donde viene? no sea que le pueda suceder un accidente. Ahí fue cuando se convirtió en don Rilas-él. De modo que, quitándome los lentes de color café, le dije ¿Y es que acaso no reconoce esta flor de la floresta? Hizo un gesto como si quisiera sacarse una hebra de entre los dientes con la lengua pero apretando los labios más allá de la paciencia que se tiene antes de engatillar el dedo para introducir la uña, me dijo: Pues sepa usted que no; a menos que me de algún santo y seña y me miró de arriba-abajo con saña. Mire señor, yo no quiero interrumpir ni molestar ni nada ni a nadie; si se va a ir de atraco a este pobre caminante, no’más diga que estoy a sus órdenes. Ah, no, no ¿cómo se le ocurre? Me extendió una mano gruesa y nudosa Gentilicio Prokuerdo; no se preocupe es que nos gusta siempre estar seguros. Dígame ¿vio algún retén más arriba? porque es que a veces son los paisanos alborotados; otras los paracos; a veces la policía y, bueno, a la hora de la verdad nunca pasa nada, este territorio es muy sano y productivo; pero a veces le hacen a uno perder tiempo las tales fuerzas vivas que otros llaman sociedad civil. No recuerdo si le dije mi nombre o si acaso le dije Zumbambico al uso para servirle en medio de mi confusión pues me recordaba a un señor; un tal Israel Cazador, ‘erotizador y chamán profesional que le saco las ligas y males de ojo, rezos y toda clase de hechizos con pipí de gurre y manteca de cusumbo-solo’ que me encontré atravesando un atajo de un barrio de los que llaman subnormal. Él fue el que me hizo decidir dar mi voto a los santos.
No me gusta ser metido a grande, y si me gusta, me gusta en lo que conozco, especialmente en cuestión de opiniones espinosas; pero cuando a uno lo dirigen, uno quiere influir en el bocado para que no se exceda la rienda. Así fue desde el principio; y aunque ya casi nadie se acuerde, habría que recordar el episodio de Jacob y el ángel cuando se enredaron en una equivoca, o cuando menos en una confusa, pelea en la que Jacob tomó al ángel del jarrete durante toda la noche y no lo soltó hasta que le dijo su nombre. No se nos dice el nombre del ángel que gravita sobre nuestra patria para llevarla hasta la tierra prometida y el mismísimo Dios hizo trampas con su pueblo rebelde para sacarlo de Egipto, de Babilonia, del oprobio romano. No quería darles un rey porque también son ralea, pero pidieron un rey y entonces tuvieron que vérselas entre jueces y reyes todos amangualados y la historia se fue sofisticando de necedades regias. Andrés Oppenheimmer dijo hace poco que era muy escéptico acerca de que logrado un proceso de paz en Lo-cambio Colombia los negocios de las mafias de las drogas -y de todas las mafias- iban a desaparecer; porque tenía conocimiento de causa. Las mafias son universales y no de ahora, sino de siempre, pero una cosa son las mafias como negocios subterráneos y otra muy diferente la voluntad de mal y la voluntad violenta. Los Santos también son ralea pero han aprendido a hacer las cosas desde la bendición que implica, primero, no derramar el vaso de la sangre del hermano ni del primo ni del vecino ni del opositor leal; segundo aceptar las derrotas razonables. Son reyes que tal vez hicieron trampa en el examen de príncipes y acaso les tocó, luego de que sus padres hicieron el curso del tiempo para avalar su derecho de posesión de la mina con procedimientos sostenibles y razonables, hacer negocios con José Obdulio’s, con Al Capone’s, con Roosvelt’s, con David Murcia Guzmán’s, pero –con primo a bordo y todo- ese Santos que busca reafirmarse en el trono deja trabajar, deja protestar, deja porfiar, deja investigar, hace seguridad sin alharaca, no recluta nubes que lluevan ubérrimas, pero deja que ordeñen los que sabihondan, y sabe como tratarlos cuando corco-vadean; el secreto es aprender las virtudes antes que las mañas... Me dicen las sílfides transistorizadas que ahora, cuando vuelvo del paraje donde las chicharras me regalaron semillas pacíficas que los muchachos de la Universidad Nacional están haciendo disturbios y protestas que tienen más que ver con sus hormonas en efervescencia que con sus ideas en orden. Y es que así sucede con nuestra patria. No me imagino al papero Pachón de presidente de la república después de que un sorpresivo –y acaso deseable con figuras- voto en blanco obligue a cambiar las listas; no me lo imagino sin saber como capear las presiones de los señoritos ni negociando con Washington o Boli-variando con Maduro, ni imponiendo soberanías de tejo y azadón sin agentes cuánticos –es decir, sin hackers autorizados y blindados-; tampoco me imagino a Navarro con intérprete aunque me pudiera imaginar a Petro pero luego de que un baño de espíritu común hecho idea honesta y no caudillo brille; porque de nada vale Oscar Iván Ventrilocuo ni Peñaloza haciendo ron de hormigón con cuadros de Obregón y discursos de López Pumarejo. Acaso llegue el día, no tan lejano, que algún Aureliano Buendía Jacaminoy lleve a nuestros descendientes al elegante circo donde por primera vez se aprendió a derretir el hielo.

Los santos viven y hay que invocarlos; ojalá que el que recoge las oblaciones los envíe a quitarnos el oprobio. Al menos mientras la paz nos vuelve más tranquilos para actuar en grupo.