lunes, 23 de octubre de 2017

CUERDA LOCURA (2a. PARTE)




I
EL LOCO

El tipo no estaba loco, antes bien, si tenemos en cuenta que la cordura de la época en que vivía era toda una embriaguez de lo moderno -porque la moda no era lo que todo el mundo pensaba, un modo: se me dio el modo, la gana, de ponerme el traje de juez, de payaso, para contrastarme con el de brujo o el chamán de indios o el de sacerdote de la multiplicidad y la multitud y que esta me siga, más no al modo antiguo- no, la moda va-en-guardia, vanguardia, de todo lo que me llega y lo asumo: ¿se me enredo la cuerda por un exceso de alcohol mezclado con ansiedad reprimida; se me enredó en un retén de ideología; se me enredó en el modo como digo que siento? Pues a la mierda la crítica, era demasiado lúcido. Cuando el dedo elucubrante deshace el nudo el viaje continúa. Eso era la cordura; y todos los productos de la razón, eran simplemente hallazgos; el huevo que la gallina pone para alimentar la ilusión, y hoy, si no, pues pone la moneda con que comprarla, el asunto es que el nido donde anida la vida permanezca, no importa si el polluelo que ha de nacer es hijo de la verdad o la mentira, eso ya lo resolverá el juez del vínculo: si veo un culo que va siguiendo mi huella y manda saludos con sus raicillas a la raíz principal, es porque el que-hijote, Quijote, del hombre sabe por donde va aunque no sepa hacia donde; si no,  es porque el maldito estornino del azar cambió el huevo y empollamos un híbrido (si es hijo de la hybris a quién le importa?, todos somos mestizos)...

En ese orden de ideas, el tipo no estaba loco, el loco era otro: "Dios no ha muerto, estaba loco y como loco se inventó la forma de superar la muerte y vender la razón como moneda de tránsito; asegurar que esa moneda es la misma que, por piedad, se ponía bajo la lengua de los muertos para atravesar el te-leo, Leteo, quizás sea cuestión de pre-stigio, que no es lo mismo que decir que todos estábamos muertos en la misma dicha, que muertos estamos, pero aún viven los griegos antiguos a fuer de su brujería". El pobre Nietszche  sólo había formulado su idea más lúcida y, ahí estaba el asunto: La luz... ( https://www.youtube.com/watch?v=FtlVmE-VIGM&list=RDGMEMJQXQAmqrnmK1SEjY_rKBGAVMiLe0cqT9GC0&index=12 )

II
LA LUZ

La luz. La luz era el pobre prisma al través del cual se miraba la vida. El ver, esa aberración del ser; esa inseguridad; ese camino inducido por la luz, por la necesidad de saber a dónde y por dónde se va, no cómo se es. Entonces estaba ahora allí, mirando esos juegos de luz, en ese vórtice de energía, como cuando pasa una muchacha y con la lengua te hace un guiño de geometría en la bicectríz de la boca. El secreto está en descubrir si es siniestro o diestro el guiño. Para él es un guiño diestro del cielo, valga decir, bendito, de las noticias que traen las aves migratorias como si fueran almas. Son gavilanes americanos, piensa. El número empieza a hablarle; primero son tres los pares de alas que observa como planean en una turbulencia de aire caliente. Hay un par independiente que parece dar indicaciones a los otros tres. Es la puerta de una tienda el marco, con una vaga que se abre a sus pies; se toma una cerveza. De pronto escucha a sus espaldas un lamento que habla a través del teléfono celular: Amor, de pronto he sentido una corazonada, como si me clavaran un puñal en el corazón. Ahora son dos pares de alas que se lanzan sobre el aire cercano; no son gavilanes, son gallinazos, buitres que parecen querer hundir sus picos en algún aroma que asciende como una plegaria cansada. La muerte extendiendo sus fauces por doquier. Pero el hombre que se toma la cerveza, como el hombre que protegido por una extraña seguridad o por un ventajoso e incógnito ángulo de mirada observa  impasible como se incendia un teatro, cómo actores y espectadores cambian las muecas de sus máscaras por la expresión pánica, aterrorizada y se convierten en un caos; discierne que él todo sabe de su soledad y se cierne amenazante sobre su figura, pero él sabe que el todo lo necesita; no importa si el todo le increpa: O eres mi parte o eres nada, pero no eres único y me debes dirección y brújula; pero él se burla; ha descubierto a la tendera mirándole de soslayo. Me quieres despojar de mi tesoro. Pues págalo caro. Otro viento confluye: La W Radio habla por intermedio de su interlocutor más perspicaz, pero el menos serio, el más irónico: El teatro municipal de Cúcuta, el teatro fronterizo, necesita ser re-financiado, no importa que los actores venezolanos no nos den el acento que queremos, pero lo importante es la reintegración. Vamos a  hablar con ___ , dice el director "Julito" por qué razón están acusándolo a usted como coordinador de la agencia para la integración de colombo-venezolana de malversación? Entonces aparece en trasescena William Shakespeare, desesperado, arreglando los últimos parlamentos de la función siguiente, de acuerdo a lo que sucede en el condado; necesita que sus queridas no se desdigan, que no vayan a caer en la horca y, acaso también sus queridos. Todavía no hay Internet; el Big brother no ha nacido . Llama a gritos a sus segundos, qué actualización tienen, es que no quieren ser los futuros Best sellers factory's workers; es que la puta excelencia que tienen en la puta mollera no les quita las telarañas de las pensaderas, no les abre el camino, no pone puentes en los abismos? Y eso que tampoco había nacido el cine, esa orgía de ideas y puesta en escena. Todavía no se ha descubierto la ruta de Indias: EL ESPAÑOL.   



III 

QUÉ TAN MAL VAMOS
Si hablasemos en modo griego, diríamos que me fuí ésta mañana al periplo cotidiano, por-lo-peri ; pero como tenemos que atenernos a los modos modernos, hemos de decir que fuí a dar la vuelta, tu-vela. Pero la vela nunca tiene dirección; si el viento no es favorable no te puedes aventurar, a menos que estés de aventura. Entonces la vuelta era ir por esa orilla conocida: Un camino, unas estaciones, alguna cafetería, un banco de parque, las raudas naves seguras sin vela, con motor motu propio. El café estaba sabroso, como siempre, en aquella estación obligada; sólo que hoy el telos, el telón de fondo de enfrente, estaba vestido de un peculiar modo, un modo festivo. Era un centro cultural de barriada, uno de esos centros que las administraciones ponen al servicio de los ciudadanos para promover la cultura; si la cultura al uso, como siempre, es un galimatías que cada cual prefiere ignorar, allá cada uno, más grande será la tajada para los que se atrevan a por ella –para hablar en términos europeos-. El caso es que los banderines de feria, los carteles invitando a sumarse a la fiesta donando un regalo para un niño que todavía espera el niño Dios, la estridente música de rapeo, no anunciaba nada elegante, nada edificante; los colores de aquellos banderines ya no contenían ni el blanco inmaculado, ni el negro sofisticado, ni el gris interesante, ni el color vino tinto, el color de lo purpurado. “quiero caminar por tu pelo y llegar al ombligo de tu oído/y un bienvenido darme con la lengua que tal vez sea correspondido/con esa sonrisa sin rumbo que sabe que quiero cambiar este puto mundo/así no le guste al alcalde ni a tu madre ni a tu abuelo y menos/a tu vientre fecundo/por que quiero hacertelo con el don que no da el condón en tu ser profundo...” Sólo estaba el verde de luciérnaga informática, el naranja de bebidas con mil ingredientes de aniones y cationes, todas las gamas de añil para las que los esquimales y los lapones y los siberianos tienen un nombre para cada uno: el azul petróleo, el morado crespón, el violeta de cielo de verano; los rojos que no se parecen a la sangre, todos colores ácidos a tono con el malestar estomacal, con el desorden de alcalinidad en equilibrio de la sociedad. Ja, y pensar que había un desplegarse de plomo al que el cielo, si, el cielo, esa idea todavía demandante de los sentimientos, oponía heridas de un azul límpido. Ja, y mirar cómo, mientras el café se deja acariciar entre el cuenco de las manos, se asoman por entre la malla que da a la calle, tres funcionarias que primero se quedan mirando fijamente al personaje, luego dan un pequeño rodeo como si algún ritual de respeto al aire el cómodo les estuviese exigiendo. El techo bajo el que el café se resaguarda es un tejado en triángulo que ha sido robado al aire libre que circula por una avenida hecha de meandros. Una de las funcionarias está al punto de parir; se sienta con la compañera mientras la tercera va a comprar cigarrillos, con las greñas de cuatro colores entre los oro viejo y el azul metálico, pasando por el fique de arpillera o costal y el color mierda o caoba oscuro, como si estuviese anunciando las estadísticas, las mentiras redomadas del sistema: la región del eje cafetero es una de las regiones con más incidencia en cáncer estomacal, de colon, que se denota en deposiciones obscuras, tirando a negras, producto de sangrados internos. Y sí, sangra algo en el ambiente. Sangra la nostalgia de los viejos tiempos cuando todo era más delicado, más sutil. No hace mucho, por aquella mente, la huella de una mente febril pero lúcida, la de Dylan Thomas, había pasado en unos escritos de prensa que denotaban la elegancia del decir, esa sutileza y ese respeto que exigen a las mientes y la vez las hacen sentirse impulsadas hacia un algo extraño que sin embargo es muy bueno. Pero es el tiempo, es todo ese camino que ha recorrido el espíritu, en cuerpos fatigados, esforzados pero sobrepuestos, para llegar a ser lo que es el alma europea, la flema inglesa. Nosotros apenas podemos lidiar con la ansiedad en la que las palabras se apretujan y salen a borbotones coherentes pero sin esa armonía que da la seguridad de un entorno organizado, establecido, con historia trascendente. La otra funcionaria tiene unos bonitos ojos de “sapo en tomatera” , lo que significa que la luz, la fuerza, el fuego que brota de esos ojos es superior a cualquier hechura del sol sobre frutos sin recoger. El rojo vivo que hay que meter en el agua. Obscuramente se alcanza a entender que habla de las pretensiones del jefe, siempre el tira y afloja de los sexos, la obscura pulsión dando el punto de trama. Pasan los vecinos, se intercambian miradas o saludos; hay un sórdido alegato de seguridades y reproches: la chica adolescente que muestra marcas de una liberación emocional, estilistica, sexual, en su gesto desenfadado que se levanta la bermuda para exhibir un  tatuaje barato, en el corte de cabello que deja el largo de la femineidad alegando con la rudeza de la cuchilla que se rapa las sienes como diciendo: pienso a lo macho, y qué, soy lesbiana, no tiene nada que envidiarle a la que sentada, casi con su cría saliéndole por entre las piernas, exhibe también un corte excéntrico en unos modales esforzadamente mesurados y que la mira de reojo con un gesto sutil que nadie advierte, sólo el poeta que también se siente tentado por las piernas de su compañera que ahora se descruzan para recibir el cigarrillo de la que llega y cuyo compás cobijado por una falda atrevida deja anunciarse un claroscuro fugaz. La elegancia del pasado, esa nostalgia.
Pero el periplo debe continuar; la manecila del reloj debe continuar su vuelta. ¿Es la paz de los relojes su retorno al punto de partida? ¿qué saben ya las manecillas de engranajes y el pelo, el volante que va y viene, que oscila para dar impulso, si ahora es un obscuro pulso de sí y no mezclados? Y ¿qué sabe el número inserto en un código binario del cerrar y abrir del ojo digital para que el ojo humano sepa, se oriente, en qué tiempo vive? La rutina sólo sabe mirar el resplandor conocido. Ese poeta, ese pobre diablo.
La siguiente estación es una pequeña tienda que se abre a otro meandro; mejor, una vena de la sangre circulante que se precipita a una arteria; allá circula sangre oxigenada bombeada por el corazón civilizado. Pero ¡qué tenemos ahora ante la vista! El poeta ha pedido una cerveza a la tendera perifolla que tras una severa reja previsiva atiende solícita. Un hombre con los cueros pegados a los huesos, un maletín andante en una espalda que intenta mantenerse erguida, sube de vuelta ¡cómo es eso! Sangre venosa volviendose por el mismo camino. Todavía el intercambio celular de oxigeno y nutrientes, de vida contra muerte, de saturación contra flujo, es un mecanismo muy obscuro. Amigo, acabo de bajarme de un camión de carga que una alma caritativa tuvo a bien compartir conmigo para traerme desde la tierra de la “pola”; sabe quien fue la pola, Policarpa Salavarrieta, esa dama sin trabas pero de triquitraques. Ocho años por rebelión, desaparición forzada, pillaje y cuatro cargos más. Fuí indultado anoche, no he dormido nada, escasamente he comido. Aquí tengo el documento donde consta que se ha iniciado el proceso de reinserción y clasificación como combatiente –saca de un ajado admíniculo que se pretende billetera una copia de dos páginas que tiene el renglón donde debería aparecer una firma vacío- el poeta se lo hace saber. Bueno, no, es que es una fotocopia de la reclamación que yo entablo, la verdad es que yo vengo por estas tierras con la cabeza así de grande, tratando de evitar un mal entendido... –la expresión es cansada, de ojos hundidos pero aún hay ese brillo impactante de los pillos, del hombre acostumbrado a lidiar con situaciones al límite- ...aquí tengo el otro documento –se envara sacando sucias tarjetas de presentación y papeles ajados; se advierte el logo de “Programa de la presidencia para la prosperidad social”, uno de tantos entes que lidia con los menesterosos del Estado, este ya tiene firma pero no hay que profundizar- que dice de mi situación. A estas alturas ya el interlocutor está incurso en una red dialéctica cuya fuerza de intensión es el desespero de lo desconocido transitando por todas las vías y el sentimiento de humanidad que aún palpita dentro. El asunto es discernir si es un vicioso, un pedigüeño, un trastocado. En un instante transitan por la mente todas las ideas hechas que el sistema nos ha inoculado. La seguridad de la civitas , la seguridad de las fórmulas, los rituales de socialización que ya sólo son intercambios de qué tienes tú y que tengo yo y cómo lo uso. Oiga, se atreve el poeta, pero cómo es que usted sale de una cárcel con una mano adelante y otra atrás; entonces los camaradas qué pasó, qué sociedad tan injusta esta que ya ni la “familia” sirve para darle la mano a uno...
Hace ya unos instantes que una motocicleta con dos policías se ha estacionado a pocos metros, los policías se han apeado y no están en ángulo visible, el personaje no se da por enterado. Mire usted, que ellos desde la cúpula han dicho que nos apoyan pero a mi me detuvieron con otros de la cuadrilla y a cada cual lo llevaron para diferentes lugares; yo en estos ocho años ya he estado en tres centros diferentes y, ¿a  quién recurre uno?  Bueno, porfía el interlocutor, pero usted podría haber llegado a una de las zonas veredales y reinsertarse desde ahí. No, señor, los que están en las zonas veredales son personas que estaban activas y con ellos el proceso es diferente; a nosotros simplemente nos han amnistiado y ahora es un proceso el que hay que emprender para capacitación, reparación y reinserción. Los policías aparecen de nuevo, por un instante se cruzan miradas con el poeta el personaje está de espaldas y, no se sabe si es porque el alcohol ya empieza a hacer sus efectos o realmente, como a todo poeta, ese toque extraoficial le dice que en ese cruce de miradas hay un traspaso de pensamientos en los que sobreviene un “no sabemos cómo deshacernos de este tipo” y su gesto ufano, el de los hombres que estan amparados por un símbolo institucional, por un chaleco antibalas, por una serie de palabras que memorabilia de niños que recitan sirven para esgrimir armas de desprecio, de superioridad moral, palabras que en medio de tantas vueltas que dan dentro de una sóla lógica de la cual los sencillos no tienen noción ni ánimo, sólo pretenden hacerte pensar en el silencio o en el miedo o en la confusión, se les estrella en el esfuerzo que hacen para encimar sus orquetas en la silla del motociclo y que hace pensar en que sus pobres gónadas si no están ya fritas por estrechez sí lo deben estar por aleccionamiento a ideas y directrices; entonces ellos y el personaje están en un sentido iguales, presos de la maldición de seguir líderes.   
Hermanito, pues yo le regalo un pesito –es una pesada y ostentosa moneda que se pretende la mayor pero vale nada en comparación con los billetes que le adelantan cién veces o el dinero plástico que les pierde cuantas veces quiera- El personaje agradece. La tendera ha estado revoloteando tras de su segura reja informándose. Cuando el personaje la va a increpar llegan clientes; debe quedarse expectante a una oportunidad de expresar su necesidad, cuando por fin puede hacerlo es recibido con un frío a-la-orden; ah, no, yo no. Y el hombre que mientras los policías encienden su moto ha exhibido una herida que no sana en su pierna derecha y ha sacado de su morral la última dosis de insulina, se despide, con un que Dios los bendiga.
Ahora la pregunta es ¿desde donde la paz que grandilocuentes titulares predican, que pedagogías que gastan millonarias sumas para desarrollarse y  transmitirse, que elegantes oradores en instituciones públicas usan para inducir a otros a donar parte de sus sueldos para “la causa”, se hace? Las gentes corrientes, los ciudadanos como las funcionarias, como la tendera, como los conductores de los autos que circulan por la sangre social, raudos, con las ventanillas arriba, que se dirigen a sus búnker de paredes plagadas de cámaras que vigilan, que leen el libro del vivir desde una teoría perversa que supone que la sociedad, no sólo la nuestra, o la latinoamericana, es una sociedadd mafiosa y que en realidad es el trasunto de una mentalidad de mafia, en-lo-que-ma-fía , del mundo, lo que la obscura y maliciosa noche del vientre de la tierra, de la naturaleza que lucha por la vida, usa la fuerza bruta de esa pobre herramienta de los hombres, el lenguaje, para someterla en modo silencio cuando ya la razonabildad no es posible y la fuerza del hambre, de la indignación reacciona como un animal herido                          

MIEDO


¡Qué miedo más lindo!
gritó una vez un niño en una esquina
y uno de los seres ignorantes seguía vendiendo golosinas
en la misma dirección de ellos, inocencia, porque sabía
que los buenos son aquellos a quienes no les importa
la poesía se las va diciendo [saber muchas ciertas cosas
como una que venía de muy lejos, en modo vivencia
ese chorro que brota, ese grito abierto paso del silencio
de la cosa vacía, y un grito estético
la voz diciendo otra cosa pero mostrando la fotografía
el ser humano, en el cuenco seco de la mano del aire
cuando ve la luz ya es otra cosa, que no la que adentro
¡Estoy en modo llama, estoy en modo infierno!
¿qué es lo que por ahí se dice, de que tu sabes lo que es el fuego?
Y ellos como todos, gustaban mirar la otra orilla
lo mismo que los pobres vendedores iban, sin saberlo, a ella
y de pronto, los compradores se arracimaban como vides
mientras, enseguida, más color, más imán, más cebo, silenciosa soledad
de publicidad, los malos tienen su ciencia pero nunca es 100% suya
como la magia de un beso soñado en pares, el sabor del paraíso
como el sudor de la piedra del sufrimiento, el adentro sin el estigma
y, claro, es cierto, que la ciencia logra que brote el agua de la piedra
pero ya no se acostumbra llamarla Meribá [a veces en el desierto
sólo Masah-age, massage, extensión de la mano, del experimento
más, ay, cuando en esa otra orilla, esa niña: Épica, por escudo de letras
en algodón negro teñido por el epos de otra cosa, otro sentimiento
que no era sólo el jeroglífico de un pecho ingenuo y tierno
como en mi época, como en mi épica, del mismo talante anti-tormento
de la apariencia, antipatía de lo modélico, esa piedra ya la conozco
y talla en mi hombro como el mundo, me atormenta eso otro
a lo que tu le esquivas el gozne y sin embargo quieres ser puerta
que no tiene corta-lengua, cerrándose justo donde pongo movimiento
del nuevo foco de esplendor, difuso como el actual desparrarmar
y dices no entiendo ese corte a filo de espada en el lado siniestro del pelo
veo y no creo ¿todavía existe el milagro? el absurdo todavía y sus tentáculos
su señuelo que cae igual del lado diestro, y en cambio ¿ves la trenza
emergiendo del centro de la dualidad hemisférica del pobre cerebro?
hacia el culo, ese olvido, y juega su juego, desviándose a sostener el mundo
en modo corazón, como cuando la mosca del mal es azotada por el látigo remoto
hasta que el tremor puesto en equilibrio pregunta ¿te gusto?
porque siento que te entiendo y no sé cómo
y entonces, desde muy lejos, en los confines del miedo, el mi-Edo
tiene un medio para gritar mi nombre
y un hombre que transcurre cansino se siente acogido y pleno.

BLANCO Y GRO-NE



No, no estaba mirando la diferencia entre lo blanco y lo gro-ne. Y nadie lo podría estar haciendo, porque el trasunto objetivo del texto era, simplemente, una vidriera, un exhibidor. Por otra parte, que la diferencia entre lo exhibido y lo visto fuese o no proporcionalmente equivalente entre la diferencia del derecho a no sentir y la imposibilidad de no hacerlo, no tendría por qué presentarse como acto de metiche en la circunstancia; si era simplemente un transeúnte más, pegado en la miel del río que pasa o si se trataba de un pescador anhelante camuflado entre la maleza del afán de una calle de pueblo, eso no tenía importancia. Ahora bien, si había otros habituales frente a aquella vidriera tan exhuberante, y no por los productos que exhibía, como otras que se atiborraban de cachivaches -ésta podría ser la suma de los cachivaches exhibidos en una vidriera-, tampoco comportaba la importancia de que su exhibición era simbólica; por eso la mayoría pasaban frente a ella indiferentes; por eso también, el personaje de rostro rubicundo y ceniciento, típico del alcohólico irremediable que ahora pasaba frente a ella con gesto huidizo, igual que el adolescente que pasa junto a su enamorada lleno de amor y deseo pero no quiere delatarse, pasaba de ida y vuelta. En cambio, los transeúntes miraban curiosos, vidriera contra vidriera aquella no-venta; claro, era una buena adquisición gratuita el chisme de ver si este o aquel estaban libando penas y ridículos en aquel local de mala muerte.

Había pedido un simple café cargado para liberarse un poco de la cerveza y la lluvia de octubre pero cuando recordó que, meses atrás había pasado por allí una Beatríz fugaz, decidió pedir algo más fuerte; un güisqui podría haberle hecho buen honor al trasunto vivencial (estaba leyendo una carnuda biografía acerca de Dylan Thomas en la que la ternura del amor y la picardía de un poeta que se muere de hambre pero está harto de prestigio, un prestigio que los voraces editores y la inacabable envidia del respetable no acaba de consolidar) pero era altamente probable que el atrevimiento snob en semejante lugar le propinaría un mal chasco metanalcohólico, de modo que el orgulloso producto de la casa: ron.

De hecho se daba cuenta de que la Beatríz tenía todo que ver con aquella vidriera. Era una rubiecita que bien habría podido pasar por alemana con sus ojos equívoca e indefinidamente claros, sus formas deliciosa y cuidadamente regordetas como si denunciacen el chucrut y el cerdo de su ya degenerada cepa, se defendían bien en el trato y en el modo de denotar la genética ridículamente lasciva enmascarada en una actitud mistica profundamente espiritual, el idealismo alemán, Hegel escribiendo la fenomenología del espíritu (o acaso su “lógica”, ¡qué ironía!, en su noche de bodas para después morir víctima del cólera. No tenía más de cuarenta y cinco años y ya tenía cuatro hijas y era abuela y no había encontrado el amor y era digna por más que negociara con su cuerpo; aquella era una mala racha pero allí encontró su “príncipe”, ¿no lo habían sido los otros? Él dio una talla super triple xxx; cómo sabía reñir y demostrar sus sentimientos sin herir la dignidad; cómo sabía anunciar que lo que simplemente sería, en el momento de la verdad, un acto protocolario más, podría convertirse en un insospechado escarceo de aquello conocido una vez o, tal vez, nunca conocido. A veces me das risa, le decía, y luego pedía permiso para ir al tocador y regresaba con ojos de vampiro; pero no era marihuanera ni viciosa.
Cuán lejos estaban aquellos tiempos, tanto los de más arriba como aquellos otros cuando el sitio apenas era una cafetería bohemia y lo recibía para dar clases amacromáticas nocturnas a un extraño profesor del colegio donde hacía su práctica para licenciarse como docente de literatura y filosofía; él aprendíz dando lecciones al maestro; la excusa era que en el país los profesores normalistas no tenían el mismo nivel de los licenciados, de modo que este quería nivelarse. Pero el asunto era muy otro; no sólo era el asunto de clase (ser universitario en los tiempos recientemente antiguos era para potentados), era el hecho de ser un genio que parecía no darse cuenta de su circunstancia como para exigir lo suyo, tanto que cada conversación suya, cada exposición relacionada con la disputa anciens y moderns, para la cual la revolución actual, mal llamada paradigma, pero que en realidad era la finalización de una aceleración y saturación de la idea de espacio y tiempo que finalizó en una explosión aterradora de fronteras y concepciones que ahora era confusión pura, él era una conmovedora promesa de resolución; pero apenas eso. Pedía una cerveza después que aquel hombre hubiese puesto cuantas zancadillas cognitivas encontraba a su alcance y pagara un precio razonable, alto para lo informal de la circunstancia, para salir desconcertado; la red informática naciente a la que se conectaban otros profesores para analizar aquel fenómeno y que pagaban una cuota, también lo estaba y él no lo sabía. Luego pedía otra u otras dos y se iba ufano y seguro de su triunfo futuro sin necesidad de exigirlo. Para cuando la Beatríz hizo su hermosa aparición ya era un pobre despojo de rabia contenida que se atenuaba en alcohol.

Ahora las tetas y los orgullos desfilaban igual de exuberantes y cínicos según la resolución ética de clase; pero aquello era sólo el topless de tela sintética o de apostura virtual. Ahora estaba mirando en resolución realidad destinada sólo a los elegidos; ¿si, a los elegidos; a los elegidos cuáles, a los que miraban el lar que les otorgaba la muerte con su símbolo que medra en lo desconocido; o los elegidos  que la miran con ojos ningunos, como no sean aquellos que su ser nato y sensitivo nato, que no era sensato, según los cánones del miedo, sino sólo según los dictados de un deseo sin cortapisas y sin maldad entendida como oposición? Porque ahora se configuraba una especie de pudor escénico que si hubiese sido de pornografía, hubiese sido retratado con risas; pero no, el pudor era el pasar de las gentes mirando sólo de soslayo, y eso que a dos o tres escasos metros se vendían unos pasteles llamados em-pa-nadas hacia los cuales, sin importar que la imágen de la muerte con su imágen de cañones recortados, de chalecos antibalas y miradas aviesas realizara su acto. Si, él no estaba viendo que esos ojos que lo miraban desde dentro, insistentemente, desde hacía rato y acompañadas de un pobre niño, frente a la taquilla de un ejecutivo de cuenta, un pobre niño general, eran lo negro, lo ideal dirigido por unos líderes atrasados; una red puesta en el acaso bajo un río de conceptos convincentes pero nunca emocionalmente elaborados; quién, casi nadie, podría concluir que, igual que los derechos de cuarta, o de quinta, mejor dicho de infinita generación, estuviese debatiendose en su narices y que junto a ellos estaba lo blanco, es decir, l(o)-banco , con su actitud apacible de rasgos toscos, a decir verdad feos pero carismáticos, llenos de ese humo extraño que comporta la humildad, esperando que la puerta del destiempo se abriera. Todo el mundo estaba pendiente de la fascinante parafernalia de una empresa de valores recogiendo sus intereses.
Y el buscarle la comba al palo era una simple canción para que caiga.