I
EL LOCO
El tipo no estaba
loco, antes bien, si tenemos en cuenta que la cordura de la época en que vivía
era toda una embriaguez de lo moderno -porque la moda no era lo que todo el
mundo pensaba, un modo: se me dio el modo, la gana, de ponerme el traje de
juez, de payaso, para contrastarme con el de brujo o el chamán de indios o el
de sacerdote de la multiplicidad y la multitud y que esta me siga, más no al
modo antiguo- no, la moda va-en-guardia, vanguardia, de todo lo que
me llega y lo asumo: ¿se me enredo la cuerda por un exceso de alcohol mezclado
con ansiedad reprimida; se me enredó en un retén de ideología; se me enredó en
el modo como digo que siento? Pues a la mierda la crítica, era demasiado
lúcido. Cuando el dedo elucubrante deshace el nudo el viaje continúa. Eso era
la cordura; y todos los productos de la razón, eran simplemente hallazgos; el huevo
que la gallina pone para alimentar la ilusión, y hoy, si no, pues pone la
moneda con que comprarla, el asunto es que el nido donde anida la vida
permanezca, no importa si el polluelo que ha de nacer es hijo de la verdad o la
mentira, eso ya lo resolverá el juez del vínculo: si veo un culo que va
siguiendo mi huella y manda saludos con sus raicillas a la raíz principal, es
porque el que-hijote, Quijote, del hombre sabe por donde va aunque
no sepa hacia donde; si no, es porque el maldito estornino del azar
cambió el huevo y empollamos un híbrido (si es hijo de la hybris a
quién le importa?, todos somos mestizos)...
En ese
orden de ideas, el tipo no estaba loco, el loco era otro: "Dios no ha
muerto, estaba loco y como loco se inventó la forma de superar la muerte y
vender la razón como moneda de tránsito; asegurar que esa moneda es la misma
que, por piedad, se ponía bajo la lengua de los muertos para atravesar el te-leo,
Leteo, quizás sea cuestión de pre-stigio, que no es lo mismo que
decir que todos estábamos muertos en la misma dicha, que muertos estamos, pero
aún viven los griegos antiguos a fuer de su brujería". El pobre
Nietszche sólo había formulado su idea más lúcida y, ahí estaba el
asunto: La luz... ( https://www.youtube.com/watch?v=FtlVmE-VIGM&list=RDGMEMJQXQAmqrnmK1SEjY_rKBGAVMiLe0cqT9GC0&index=12
)
II
LA LUZ
La luz. La luz era
el pobre prisma al través del cual se miraba la vida. El ver, esa aberración
del ser; esa inseguridad; ese camino inducido por la luz, por la necesidad de
saber a dónde y por dónde se va, no cómo se es. Entonces estaba ahora allí,
mirando esos juegos de luz, en ese vórtice de energía, como cuando pasa una
muchacha y con la lengua te hace un guiño de geometría en la bicectríz de la
boca. El secreto está en descubrir si es siniestro o diestro el guiño. Para él
es un guiño diestro del cielo, valga decir, bendito, de las noticias que traen
las aves migratorias como si fueran almas. Son gavilanes americanos, piensa. El
número empieza a hablarle; primero son tres los pares de alas que observa como
planean en una turbulencia de aire caliente. Hay un par independiente que
parece dar indicaciones a los otros tres. Es la puerta de una tienda el marco,
con una vaga que se abre a sus pies; se toma una cerveza. De pronto escucha a sus
espaldas un lamento que habla a través del teléfono celular: Amor, de pronto he
sentido una corazonada, como si me clavaran un puñal en el corazón. Ahora son
dos pares de alas que se lanzan sobre el aire cercano; no son gavilanes, son
gallinazos, buitres que parecen querer hundir sus picos en algún aroma que
asciende como una plegaria cansada. La muerte extendiendo sus fauces por
doquier. Pero el hombre que se toma la cerveza, como el hombre que protegido
por una extraña seguridad o por un ventajoso e incógnito ángulo de mirada
observa impasible como se incendia un teatro, cómo actores y espectadores
cambian las muecas de sus máscaras por la expresión pánica, aterrorizada y se
convierten en un caos; discierne que él todo sabe de su soledad y se cierne amenazante
sobre su figura, pero él sabe que el todo lo necesita; no importa si el todo le
increpa: O eres mi parte o eres nada, pero no eres único y me debes dirección y
brújula; pero él se burla; ha descubierto a la tendera mirándole de soslayo. Me
quieres despojar de mi tesoro. Pues págalo caro. Otro viento confluye: La W
Radio habla por intermedio de su interlocutor más perspicaz, pero el menos
serio, el más irónico: El teatro municipal de Cúcuta, el teatro fronterizo,
necesita ser re-financiado, no importa que los actores venezolanos no nos den
el acento que queremos, pero lo importante es la reintegración. Vamos a
hablar con ___ , dice el director "Julito" por qué razón
están acusándolo a usted como coordinador de la agencia para la integración de
colombo-venezolana de malversación? Entonces aparece en trasescena William
Shakespeare, desesperado, arreglando los últimos parlamentos de la función
siguiente, de acuerdo a lo que sucede en el condado; necesita que sus queridas
no se desdigan, que no vayan a caer en la horca y, acaso también sus queridos.
Todavía no hay Internet; el Big brother no ha nacido . Llama a
gritos a sus segundos, qué actualización tienen, es que no quieren ser los
futuros Best sellers factory's workers; es que la puta
excelencia que tienen en la puta mollera no les quita las telarañas de las
pensaderas, no les abre el camino, no pone puentes en los abismos? Y eso que
tampoco había nacido el cine, esa orgía de ideas y puesta en escena. Todavía no
se ha descubierto la ruta de Indias: EL ESPAÑOL.
III
QUÉ TAN MAL VAMOS
Si hablasemos en modo
griego, diríamos que me fuí ésta mañana al periplo cotidiano, por-lo-peri ; pero como tenemos que
atenernos a los modos modernos, hemos de decir que fuí a dar la vuelta, tu-vela. Pero la vela nunca tiene
dirección; si el viento no es favorable no te puedes aventurar, a menos que
estés de aventura. Entonces la vuelta era ir por esa orilla conocida: Un
camino, unas estaciones, alguna cafetería, un banco de parque, las raudas naves
seguras sin vela, con motor motu propio.
El café estaba sabroso, como siempre, en aquella estación obligada; sólo que
hoy el telos, el telón de fondo de
enfrente, estaba vestido de un peculiar modo, un modo festivo. Era un centro
cultural de barriada, uno de esos centros que las administraciones ponen al
servicio de los ciudadanos para promover la cultura; si la cultura al uso, como
siempre, es un galimatías que cada cual prefiere ignorar, allá cada uno, más
grande será la tajada para los que se atrevan a por ella –para hablar en
términos europeos-. El caso es que los banderines de feria, los carteles
invitando a sumarse a la fiesta donando un regalo para un niño que todavía
espera el niño Dios, la estridente música de rapeo, no anunciaba nada elegante,
nada edificante; los colores de aquellos banderines ya no contenían ni el
blanco inmaculado, ni el negro sofisticado, ni el gris interesante, ni el color
vino tinto, el color de lo purpurado. “quiero
caminar por tu pelo y llegar al ombligo de tu oído/y un bienvenido darme con la
lengua que tal vez sea correspondido/con esa sonrisa sin rumbo que sabe que
quiero cambiar este puto mundo/así no le guste al alcalde ni a tu madre ni a tu
abuelo y menos/a tu vientre fecundo/por que quiero hacertelo con el don que no
da el condón en tu ser profundo...” Sólo estaba el verde de luciérnaga
informática, el naranja de bebidas con mil ingredientes de aniones y cationes,
todas las gamas de añil para las que los esquimales y los lapones y los
siberianos tienen un nombre para cada uno: el azul petróleo, el morado crespón,
el violeta de cielo de verano; los rojos que no se parecen a la sangre, todos
colores ácidos a tono con el malestar estomacal, con el desorden de alcalinidad
en equilibrio de la sociedad. Ja, y pensar que había un desplegarse de plomo al
que el cielo, si, el cielo, esa idea todavía demandante de los sentimientos,
oponía heridas de un azul límpido. Ja, y mirar cómo, mientras el café se deja
acariciar entre el cuenco de las manos, se asoman por entre la malla que da a
la calle, tres funcionarias que primero se quedan mirando fijamente al
personaje, luego dan un pequeño rodeo como si algún ritual de respeto al aire
el cómodo les estuviese exigiendo. El techo bajo el que el café se resaguarda
es un tejado en triángulo que ha sido robado al aire libre que circula por una
avenida hecha de meandros. Una de las funcionarias está al punto de parir; se
sienta con la compañera mientras la tercera va a comprar cigarrillos, con las
greñas de cuatro colores entre los oro viejo y el azul metálico, pasando por el
fique de arpillera o costal y el color mierda o caoba oscuro, como si estuviese
anunciando las estadísticas, las mentiras redomadas del sistema: la región del
eje cafetero es una de las regiones con más incidencia en cáncer estomacal, de
colon, que se denota en deposiciones obscuras, tirando a negras, producto de
sangrados internos. Y sí, sangra algo en el ambiente. Sangra la nostalgia de
los viejos tiempos cuando todo era más delicado, más sutil. No hace mucho, por
aquella mente, la huella de una mente febril pero lúcida, la de Dylan Thomas,
había pasado en unos escritos de prensa que denotaban la elegancia del decir,
esa sutileza y ese respeto que exigen a las mientes y la vez las hacen sentirse
impulsadas hacia un algo extraño que sin embargo es muy bueno. Pero es el
tiempo, es todo ese camino que ha recorrido el espíritu, en cuerpos fatigados,
esforzados pero sobrepuestos, para llegar a ser lo que es el alma europea, la
flema inglesa. Nosotros apenas podemos lidiar con la ansiedad en la que las
palabras se apretujan y salen a borbotones coherentes pero sin esa armonía que
da la seguridad de un entorno organizado, establecido, con historia
trascendente. La otra funcionaria tiene unos bonitos ojos de “sapo en tomatera” , lo que significa que la luz, la fuerza, el fuego que brota de
esos ojos es superior a cualquier hechura del sol sobre frutos sin recoger. El
rojo vivo que hay que meter en el agua. Obscuramente se alcanza a entender que
habla de las pretensiones del jefe, siempre el tira y afloja de los sexos, la
obscura pulsión dando el punto de trama. Pasan los vecinos, se intercambian
miradas o saludos; hay un sórdido alegato de seguridades y reproches: la chica
adolescente que muestra marcas de una liberación emocional, estilistica,
sexual, en su gesto desenfadado que se levanta la bermuda para exhibir un tatuaje barato, en el corte de cabello que
deja el largo de la femineidad alegando con la rudeza de la cuchilla que se
rapa las sienes como diciendo: pienso a lo macho, y qué, soy lesbiana, no tiene
nada que envidiarle a la que sentada, casi con su cría saliéndole por entre las
piernas, exhibe también un corte excéntrico en unos modales esforzadamente
mesurados y que la mira de reojo con un gesto sutil que nadie advierte, sólo el
poeta que también se siente tentado por las piernas de su compañera que ahora
se descruzan para recibir el cigarrillo de la que llega y cuyo compás cobijado
por una falda atrevida deja anunciarse un claroscuro fugaz. La elegancia del
pasado, esa nostalgia.
Pero el periplo debe
continuar; la manecila del reloj debe continuar su vuelta. ¿Es la paz de los
relojes su retorno al punto de partida? ¿qué saben ya las manecillas de
engranajes y el pelo, el volante que va y viene, que oscila para dar impulso,
si ahora es un obscuro pulso de sí y no mezclados? Y ¿qué sabe el número
inserto en un código binario del cerrar y abrir del ojo digital para que el ojo
humano sepa, se oriente, en qué tiempo vive? La rutina sólo sabe mirar el
resplandor conocido. Ese poeta, ese pobre diablo.
La siguiente estación
es una pequeña tienda que se abre a otro meandro; mejor, una vena de la sangre
circulante que se precipita a una arteria; allá circula sangre oxigenada
bombeada por el corazón civilizado. Pero ¡qué tenemos ahora ante la vista! El
poeta ha pedido una cerveza a la tendera perifolla que tras una severa reja
previsiva atiende solícita. Un hombre con los cueros pegados a los huesos, un
maletín andante en una espalda que intenta mantenerse erguida, sube de vuelta
¡cómo es eso! Sangre venosa volviendose por el mismo camino. Todavía el
intercambio celular de oxigeno y nutrientes, de vida contra muerte, de
saturación contra flujo, es un mecanismo muy obscuro. Amigo, acabo de bajarme
de un camión de carga que una alma caritativa tuvo a bien compartir conmigo
para traerme desde la tierra de la “pola”; sabe quien fue la pola, Policarpa
Salavarrieta, esa dama sin trabas pero de triquitraques. Ocho años por
rebelión, desaparición forzada, pillaje y cuatro cargos más. Fuí indultado
anoche, no he dormido nada, escasamente he comido. Aquí tengo el documento
donde consta que se ha iniciado el proceso de reinserción y clasificación como
combatiente –saca de un ajado admíniculo que se pretende billetera una copia de
dos páginas que tiene el renglón donde debería aparecer una firma vacío- el
poeta se lo hace saber. Bueno, no, es que es una fotocopia de la reclamación
que yo entablo, la verdad es que yo vengo por estas tierras con la cabeza así
de grande, tratando de evitar un mal entendido... –la expresión es cansada, de
ojos hundidos pero aún hay ese brillo impactante de los pillos, del hombre
acostumbrado a lidiar con situaciones al límite- ...aquí tengo el otro
documento –se envara sacando sucias tarjetas de presentación y papeles ajados;
se advierte el logo de “Programa de la presidencia para la prosperidad social”,
uno de tantos entes que lidia con los menesterosos del Estado, este ya tiene
firma pero no hay que profundizar- que dice de mi situación. A estas alturas ya
el interlocutor está incurso en una red dialéctica cuya fuerza de intensión es
el desespero de lo desconocido transitando por todas las vías y el sentimiento
de humanidad que aún palpita dentro. El asunto es discernir si es un vicioso,
un pedigüeño, un trastocado. En un instante transitan por la mente todas las
ideas hechas que el sistema nos ha inoculado. La seguridad de la civitas , la seguridad de las fórmulas,
los rituales de socialización que ya sólo son intercambios de qué tienes tú y
que tengo yo y cómo lo uso. Oiga, se atreve el poeta, pero cómo es que usted
sale de una cárcel con una mano adelante y otra atrás; entonces los camaradas
qué pasó, qué sociedad tan injusta esta que ya ni la “familia” sirve para darle
la mano a uno...
Hace ya unos
instantes que una motocicleta con dos policías se ha estacionado a pocos
metros, los policías se han apeado y no están en ángulo visible, el personaje
no se da por enterado. Mire usted, que ellos desde la cúpula han dicho que nos
apoyan pero a mi me detuvieron con otros de la cuadrilla y a cada cual lo
llevaron para diferentes lugares; yo en estos ocho años ya he estado en tres
centros diferentes y, ¿a quién recurre
uno? Bueno, porfía el interlocutor, pero
usted podría haber llegado a una de las zonas veredales y reinsertarse desde
ahí. No, señor, los que están en las zonas veredales son personas que estaban
activas y con ellos el proceso es diferente; a nosotros simplemente nos han
amnistiado y ahora es un proceso el que hay que emprender para capacitación,
reparación y reinserción. Los policías aparecen de nuevo, por un instante se
cruzan miradas con el poeta el personaje está de espaldas y, no se sabe si es
porque el alcohol ya empieza a hacer sus efectos o realmente, como a todo
poeta, ese toque extraoficial le dice que en ese cruce de miradas hay un
traspaso de pensamientos en los que sobreviene un “no sabemos cómo deshacernos de este tipo” y su gesto ufano, el de
los hombres que estan amparados por un símbolo institucional, por un chaleco
antibalas, por una serie de palabras que memorabilia de niños que recitan
sirven para esgrimir armas de desprecio, de superioridad moral, palabras que en
medio de tantas vueltas que dan dentro de una sóla lógica de la cual los
sencillos no tienen noción ni ánimo, sólo pretenden hacerte pensar en el
silencio o en el miedo o en la confusión, se les estrella en el esfuerzo que
hacen para encimar sus orquetas en la silla del motociclo y que hace pensar en
que sus pobres gónadas si no están ya fritas por estrechez sí lo deben estar
por aleccionamiento a ideas y directrices; entonces ellos y el personaje están
en un sentido iguales, presos de la maldición de seguir líderes.
Hermanito, pues yo le
regalo un pesito –es una pesada y ostentosa moneda que se pretende la mayor
pero vale nada en comparación con los billetes que le adelantan cién veces o el
dinero plástico que les pierde cuantas veces quiera- El personaje agradece. La
tendera ha estado revoloteando tras de su segura reja informándose. Cuando el
personaje la va a increpar llegan clientes; debe quedarse expectante a una
oportunidad de expresar su necesidad, cuando por fin puede hacerlo es recibido
con un frío a-la-orden; ah, no, yo
no. Y el hombre que mientras los policías encienden su moto ha exhibido una
herida que no sana en su pierna derecha y ha sacado de su morral la última
dosis de insulina, se despide, con un que
Dios los bendiga.
Ahora la pregunta es ¿desde
donde la paz que grandilocuentes titulares predican, que pedagogías que gastan
millonarias sumas para desarrollarse y
transmitirse, que elegantes oradores en instituciones públicas usan para
inducir a otros a donar parte de sus sueldos para “la causa”, se hace? Las
gentes corrientes, los ciudadanos como las funcionarias, como la tendera, como
los conductores de los autos que circulan por la sangre social, raudos, con las
ventanillas arriba, que se dirigen a sus búnker de paredes plagadas de cámaras
que vigilan, que leen el libro del vivir desde una teoría perversa que supone
que la sociedad, no sólo la nuestra, o la latinoamericana, es una sociedadd
mafiosa y que en realidad es el trasunto de una mentalidad de mafia, en-lo-que-ma-fía , del mundo, lo que la
obscura y maliciosa noche del vientre de la tierra, de la naturaleza que lucha
por la vida, usa la fuerza bruta de esa pobre herramienta de los hombres, el
lenguaje, para someterla en modo silencio cuando ya la razonabildad no es
posible y la fuerza del hambre, de la indignación reacciona como un animal
herido