HISTORIAS DE
OPIOCRONOS
La resurrección es un hecho. Sólo que su adalid y precursor se
quedó por puertas de actualización; a menos que algún Crisjustoso aparezca por ahí para
contradecirnos, su nuevo promotor, que
multiplicado como sombrillitas de verano después de las lluvias y que no está
interesado en anunciar su reino, ni buscar adeptos y sólo quiere pasarse una
nueva temporada por nuestro infierno, se llaman Opiocronos. Tienen siempre sus
apariciones en alternancia con sus antagonistas y detractores los Mafas y las
Perezansas. Las Mafas se encargan de encubrir
su empeño, por ejemplo cuando un Opiocrono está tratando de
desprestigiar su naturaleza ocupándose
en algo (tentar, por botón de muestra, el penas-miento de alguna muchacha para que su
cebo de corazonsuelo muerda la tragada lo que en palabras francas y livianas es
un verdadero fumársele el servicio al tiempo), y entonces se encargan de llenar
de dudas a su paciente, le hacen cosquillas en los talones del remordimiento y
le hacen ir a consultar adivinos y ripios de café, en lugar de irse a un cyber
y ponerse a buscar enmascarados sin plata y santos consoladores con cara de Chespeneincipito. Les fascina asumir
disfraces de mapa y si por ellas fuera, gustosas se quitarían esa fea
apariencia de letra con cabeza gacha y manos piadosas y mirarse al espejo como
Maas. Las Perezansas por su parte son felices perdiendo direcciones de
diligentes comerciantes que madrugan seguros de saber a donde ir. Se instalan
en tibios ronroneos que a los ansiosos les hace gracia y entonces se ponen a
jugar con los “como sería” “podría ser”
“cómo no se me había ocurrido, hasta que una lejana luz de Gregorio Samsa
les hace reconocer que son las nueve y media de la mañana y que será mejor
ponerse a trabajar después del medio día.
Para mejor ilustración, vamos a ver como un Opiocrono tiene su
mínimo chispazo frustrado diario: Una muchacha de esas que ya está harta de
recibir piropos trillados y que se va por la vereda meneando su tibia
indiferencia, empieza a sentir a sus espaldas un delicioso cosquilleo (el
Opiocrono ya la tiene fichada, le ha seguido los pasos por varios días); pero
una Mafa va por delante haciéndole resistirse a mirar; la Perezansa por su
parte va por delante abanicándole al oído canciones de sirena. El opiocrono
silba una canción de moda y lanza fuerte una bocanada de su Opiopucho: “Te voy
a entablar una demanda en la superintendencia de los encajes para que por
exceso de publicidad engañosa te condenen a sacar del mercado toda la mercancía
del almacén de tu pecho y te obliguen a indemnizarme con la visita gratuita
todos los días a tu despacho; sólo que para no echarse encima al gremio el alto tribunal de los deseos secretos exige
no tocar ni hacer ninguna clase de negociaciones”. No estará demás contar
que la muchacha ha cogido de la mano a
dos pequeñas ráfagas de aire tibio y se ha marchado dando un latigazo de
cabellos rubios.
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INVIERNOS DE
OPIOCRONOS
El invierno era implacable. Este
opiocrono salía a comprar sus pequeñas viandas para el desayuno y en su cara
simplemente se reflejaba el aspecto del cielo: Plana, gris e inexpresiva; tenía
cara de mimo; pero que le iba a hacer, del fondo de sus ojos brotaban dos
lucecitas con las que combatía la niebla. Su vecina que era más práctica: al
mal tiempo, mala cara, le dice para vengar el frio de la noche anterior: ¡uy, vecino, no tuvo agüita para lavarse las
legañas!. El opiocrono, que es muy decente hace la oreja mocha, pero por
dentro le dice: ¡púdrete!; sin
embargo, al volver de la tienda, no puede contenerse las ganas de intentar
algún contraste menos rígido, de modo que aprovecha que la vecina seguramente
está tratando de encender el hogar de la Tv., aprovecha los vidrios empañados
de su ventana para ponerle un mensaje: ¡Madúrate!
Cuando llega a casa va directo al baño a mirarse la cara de emoción en el
espejo y se encuentra escrito con labial carmesí: ¡Tu-madrate!
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DISFRAZ
DE MAFA
Esta mafa no quiere seguir
acomplejada por estampa de cordero degollado; de modo que trabaja un mes entero
en la tienda de los símbolos para procurarse una cirugía plástica; Su trabajo
consiste en dejarse estrujar, enredar, volver de revés; ponerse de cabeza con
una pata recogida de modo que su estampa diga: AFÁN. Incluso hasta se deja
manosear por debajo de las estanterías para que el vigilante le deje sacar
algunos materiales. Finalmente se para en una esquina toda vanidosa: Se ha
puesto un sombrero malevo, un saco de compadrito, unas gafas oscuras y una
corbata delgada que le hace parecer como si la cabeza flotara en el aire; está
feliz porque van a leer: MAFIA, pero cual no será su decepción al ver que todos
al pasar se ríen y le preguntan por qué se ha vestido de clown.
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CURA
DE OPIOCRONOS
A este opiocrono le ha llegado la
peste del insomnio. Como es un opiocrono ilustardo
invoca a San Zaratustra para que le inspire su conocida máxima al respecto:
Cuando el dios del sueño no me llega, no me desespero, dejo que él llegue
cuando le parezca. Pero parece que además le han enviado las pulgas de la
inquietud. Entonces decide una técnica más antigua: se pone a contar ovejitas a
las que va azuzando pacientemente con susurros para que vayan subiendo las
escaleras donde vive la señorita del segundo y las va acomodando en el rellano
rogándoles que no hagan ruido, esperando que la propia atmósfera le haga salir por si acaso y de pronto
sentarse a conversar de lo tontos que son los insomnes de no formar un club de
insomnes de las esquinas para ponerse a jugar, digamos: mi-donó ya que el juego-danza de los opiocronos tragua-bajela no se ha inventado. Pero
resulta que de lo puro fumón de su
opiopucho se encuentra rezagado en el primer escalón acicalando una de sus
ovejitas, expurgándole una de sus olvidadas aventuras y todas salen rodando por
las escaleras del desconcierto, orden por
favor y le toca volver a acomodar las ovejitas, encerrarlas hasta otra
oportunidad y, ya que atribuye su inquietud a demasiado poca compenetración con
el entorno de sus fuerzas, decide ponerse alerta, con unos binoculares internos
para indagar su propio paisaje y resulta mirándose a sí mismo; siente que en el
aire flota el verso de Benedetti:”…ya
hasta mi sombra empieza a mirarme con respeto”; así que ya puede visualizar
a la señorita del segundo que también ha cogido la peste; se levanta, da tres
vueltas por la casa y de pronto sale al rellano; hay un silencio expectante,
incluso el grillo que estaba dando una pequeña tonada gratis, se queda callado;
alcanza a sentir como va bajando las escaleras por el estruendo eléctrico del
roce de su pijama de satén en los vellos de sus piernas; ahora está parada
frente a la puerta, hay unos segundos tan infernalmente silenciosos que se
hacen eternos; al fin siente que las uñas de secretaria sin oficio empiezan a
tocar una disonante batería en su puerta; piensa que va a decir aunque sólo fuera por que así es la vida/
aunque sólo fuera por capricho como en uno de sus tímidos versos, y bueno, vecino -con una sonrisa apenada
mirando al suelo-, aquí estamos y en
poco más de lo que duran dos suspiros y un estertor, se percata de que una tropilla tibia de
animalitos peludos ahítos no de trébol sino efluvios de imán le ha cortado unas
inmensas orejas que le han nacido y que con ellas haciéndole cosquillas en la
espalda se dormirá la próxima noche, soñando que visita a una señorita en
Paris.
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OPIOCRONOS
MAFAS Y PEREZANSAS 2062
Hay ciertas mafas a quienes no
les importa mostrar lo que son. Esta, por ejemplo, se para a la entrada de las
cabinas de teléfonos dispuestas especialmente para andariegos, desocupados, tribu-ferales que quieran establecer
comunicaciones fraternas en las esquinas de los suburbios. No es que las mafas
sean chismosas, no, aunque sean un tanto traviesas y se propongan hacerle
pilatunas a ciertos especímenes “chapados
a la antigua” que siguen pensando en promover el arte, la cultura y los
negocios del espíritu y que, dada la escasez del mercado de las últimas
décadas, deben conformarse con utilizar de vez en cuando, cuando ya la maleza
del tedio va cogiendo ventaja, los servicios de autocreación virtual,
emprendimiento metavacuoso e intercambios en red-il, las mafas son una mezcla curiosa de aventura y filantropía.
De suerte que esta mafa espera que alguien de esos que vienen a utilizar la
caridad del Estado quiera verla como una realidad al alcance de la mano, aunque
al principio vaya a mostrarse un tanto hosca o acaso desinteresada; que si le
preguntan entonces qué hace ahí ella conteste que haciendo uso de su libertad
de pararse donde se le venga la real gana y que después de que su interlocutor
le diga tu si eres chistosa; todavía usas
la palabra real; di tri-vial; es cierto que ella tiene en casa un fijo en
forma de falo con el cual entretenerse llamando a hacer pegas y citas a ciegas,
pero lo que ella espera es que de pronto la moderna forma tri-vial de des-aparecer, a-par-en-tal y en-troncarse alguna vez se
le de a la usanza antigua de: piedra, tijera, papel. Ella sabe que después de cada
coincidencia alguien se irá pensando que todavía existe algo de bondad en el
mundo.
Las perezansas por su parte en
esta época de la vida, que digamos no es más de dos o tres meses en tanto los
negocios y las novedades se actualizan, viven ostentando sus conexiones
directas: Tri-vial-Berry, Banda ancha 3D
(las aplicaciones 5D ParalelD y otras son muy costosas) y se la pasan
revendiendo efimes-tremecimientos, ricachándalos y otras baratijas, pero sufren
tratando de encontrar quien les libere del chulo que las exprime.
Pero el humilde opiocronos es
odiado como ninguno; él dice tener las redes neuronales más sofisticadas del
mundo y que todas sus comunicaciones son vía tele-pa-prima, por contra del costosísimo dispositivo intra-brain al que todos se quedan
alelados por las calles mirando como lucen sus pintas de no ser de acá.
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OPIOCRONOGENÉSICA
Por aquel tiempo las risas eran
escasas; se repartían abrazos gratis en las esquinas y en los parques, pero
siempre era como parte de una campaña en la que alguna cámara servía de
garante, lo cual era sólo un gancho, pero sólo un gancho al hígado de las confianzas.
Era como cuando el presidente Chaves, experto en risas, después de unos lustros
en el poder (la referencia es incierta pues en el archivo no se puede leer si
lustros era una referencia cronóptica o simplemente ópticovariable), aceptaba
como garantes a las misiones de la ONU, pero esperaba que la Alba sacara sus
propias conclusiones, lo que no era decir poco, puesto que siempre amanecía más
tarde; quizás la Alba tenía alientos cada vez mejor aceitados o las próstatas
de los futuros se fuesen volviendo menos dependientes de las raíces negras,
pero nunca se sabe. El caso es que los opiocronos empezaron a sentirse
inquietos por su origen. Sentían una envidia indecible de ver tantos mafas y
perezansas felices acompañando a sus abuelas al mercado, armándoles el porro de
las juventudes y adaptándole los audífonos a sus orejas arrugadas y gachas y
convirtiéndolos en sus ñañas de hijos
únicos, soltándole una mesada semanal modesta pero que superaba con creces todo
lo que se veía en la escuela. Un opiocrono adelantado empezó a repartir la
especie de que había habido un tal Cort-a-zar
que había patentado (la palabra es
inexacta, pues en honor a la dignidad deberíamos decir bautizado, pero para
evitarnos digresiones y conflictos preferimos un término más jurídico; que
tampoco es adecuado, puesto que su autor era enemigo acérrimo de los litigios
de corte; por algo alguna vez se le llamó ingenuo) a los Cronopios. Estos eran
seres de una sola pieza; es decir, uno no les pedía que sentaran con nosotros a
tomarnos una Coca-cola para ver que capacidad tenían para convencernos de que
eran compatibles con nuestros prejuicios; uno se enamoraba de ellos de una, y
se los levaba a la cama, aunque solo fuera para hacerlo sufrir a punta de risas
y barruntos, porque nunca se le ocurría a uno pensar si tendrían algo que se
pudiera homologar a un semáforo (alerta, pare, siga), o una disco donde el
portero te revisa la identidad y te dice: entre; y el éxtasis no era por popper
u otras porquerías. Así que este opiocrono se atrevió a meterse en un antro de
las antropologías y se consiguió un médium.
La sesión que se dio después de
algunos intentos, hay que decirlo, fue tenebrosa. Se convocaba y se convocaba
al tal Cort-a-zar pero no había señal alguna. La/el médium (no se sabía en la semi-oscuridad
de Drag-queens, maricones penitentes,
maricones eminentes y tanta gama de elecciones libres) había dicho que como era
un ser juguetón, tolerante y aún indiferente a fuerza de rechazos, timideces y
también cierta frivolidad resentida, había que convocarlo con la danza; de modo
que empezaron ambientando la sala con reaggeton,
pero sólo se sentían unos vientos gélidos que nos daban como cachetadas, hasta
que al opiocronos se le ocurrió, por un atavismo que le había llevado a gustar
de Teloniuos Monk y Louis Armstrong, sugirió poner Jazz, pero solo se empezaron
a sentir como una especie de gemidos en el viento. Alguna corazonada tenía el
opiocronos que se dejaba transportar con la música; por esos días estaba
investigando las relaciones de los nombres, las religiones y los desvíos
místicos y se había encontrado con
una banda llamada Nazareth; pidió que se pusiera la canción Shapes of things; se sintió un
erstremecimiento general en las manos unidas en torno a una fogata en un cielo
de luna creciente; médium quiñó el ojo en medio del estupor y éxtasis general,
siguió loved and lost y entonces una
llama crepitó y surgió una cara barbada, sonriente como un enfermo de down, unos
ojos como de vaca y una voz cascada pero dulce arrastrando erres decía entre
interferencias y pérdida de señal jet lag, jet lag; rápidamente dimos la
orden al lector de Cd’s y entonces aquel rostro venerable, en medio de una
beatitud infinita y un contento inenarrable empezó a soltar vocablos al ritmo
de la música,; pero la resolución era mala; no podíamos discernir entre Lorca, lorca o Carol, Carol; abuela y
vuela,vuela; raro-ver-na ardes; au,au,au, rora, rora. Por último se escuchó
gritar Rocamadour y una espada de
fuego estalló en el aire.