PERORATA DE LO INGLÉS
(Un cuento raro)
Quizás
fuese un agua profunda. Pero lo que sentía era que se iba con cualquier
llovizna para amanecer siendo charca que un mínimo viento excita al punto casi
de sacarle de tan humilde charca.
– ¿Acaso es que te sientes con
mucho poder?
– No entiendo.
Ni siquiera
pensaba en ella. Vivir ya no estaba para pensárselo mucho. Había que ir a su aire. Claro, sólo una parte
-muy grande, eso sí, de este variopinto mundo pródigo en tribus como nubarrones
de mosquitos o caimanes hambrientos esperando a los caribúes pasar en manadas:
La gula de los pájaros no era suficiente, era mucho para un caribú lo lerdo de
los caimanes; la otra parte, la de la pequeñez, esa sí que era una
proliferación. El milagro de la sorpresa. Y, ¿en el medio? En el medio la fe,
ese espejismo con cara de persona. Ella era una flor agreste, bonita por demás.
Estaba tomándose un café cuando un rubor
inmotivado le recordó que tenía que llamarla. Su cólera lo llamaba.
– Ah, sí, claro, crees que lo
inglés es asistir puntual a las citas y hacerse sentir con un color rubicundo
en las mejillas por palabras; pero no, tener poder es poseer un carro o un
séquito de lacayos o una pistola que
sabe administrar la fuerza de una bala alojada en el centro finito de un
infinito. La cabeza. Lo que tenemos entre nosotros dos es un don, acaso podamos aprender a compartírnoslo
y hacer algo útil con él aunque el mundo tenga que conformarse con sentirse
como los cucarrones peloteros con las migajas que caen de nuestra mesa.
– Humm, y me acusas porque te
digo que monologas. Ese parece un discurso estudiado ¿qué tiene que ver lo
inglés con todo esto?
Era
astuta, tan astuta como un gato acechando a un pobre ratoncito. El ratoncito estaba necesitado. Ella era un
hermoso y mimado gato de familia.
– ¡Lo inglés! -farfulló- lo inglés puede irse contigo, ya, a la misma
mierda.
– No, no, déjame hablar; lo
inglés consiste simplemente en un adelanto de la aberración de la civilización,
tu aberración; o ¿debería ser más galante diciendo que es esa pobre mentira del
lenguaje cuyo desespero invita al ente famélico, aterido por el frío de la
ausencia de significado y presa del terror de la incertidumbre a intentar
adelantarse a lo que se viene encima intentando, sacando, sugiriendo,
sustantivos, adjetivos, adverbios, antes de encontrar el verbo que no le
denuncie que está perdido, que es una pobre isla a la que en cualquier momento
puede devorar el mar? -y. Acto seguido, como un relámpago, se le atravesó el
suceso de instantes antes de llamarla, ahora que estaban frente a frente.
– Te voy a regalar una fábula;
una fábula que ningún Esopo ni algún Samaniego hubiese podido nunca imaginar:
«Esta
era una linda parejita de canarios cautivos, de crianza, en su jaula, en una
terraza cualquiera del tercer mundo; ella con su pequeña figura y talla que
compensaba su diferencia con el macho en una mancha de encendido ocaso en su
testa y un plumaje de mañana de sol radiante; estaba mirando cómo otros pájaros
más grandes, de otro fillum, posados
sobre los cables de fibra óptica, cazaban a granel mariposas de estación y,
como el clima estaba loco, ellas, las mariposas, cuya especie pululaba cuando
las condiciones del calor y humedad se alternaban de modo que los huevecillos
depositados (estas no pasaban por la etapa de crisálida) entre el pasto
eclosionaban para dar lugar a una orgía de alas color pollito bañado en leche
que si no eran devoradas en unas horas, podían surfear a todo gas –igual que
los drogos y la mayoría de los ricos ricos de hoy, no los que están aparentando
y tapando huecos- en el aire de cualquier doscientos metros a lo largo y no más
de cuatro o cinco de alto (eran venenosas para los canarios) y morir en el
plazo máximo de un ocaso, mientras se copulaban en el aire unas cuantas y, a su
vez se dejaban copular de otras tantas, para luego descansar depositando sus
huevos que quizás fuesen a eclosionar la siguiente semana. Las mariposas eran mariconas y las otras, las que se
encerraban en un capullo para servirle al misterio de las transformaciones, de
gustos monotemáticos, quizás adoradoras de un solo tipo de energía creadora, no
les hacían bulling...
»Decía
que esta pareja observaba desesperada, yendo de un lado a otro de los barrotes,
mientras él gorjeaba sus trinos felices como un idiota. Ya eran la cuarta o
quinta generación, copulaban y empollaban felices en aquella familia que los
cuidaba con primor aunque escasamente se solazaban con los trinos mañaneros de
un domingo, de una navidad, o cuando las vanidades del mundo les recordaba lo
linda que era la vida sencilla (ni modos de hablar de que papá y mamá
escasamente se acordaban de mandarse la mano allí donde el sentido de la vida cobraba
toda su magnificencia por toda la febril actividad de los hijos y el
vecindario)y mucho menos intentaban descifrar el mensaje de lo que los pájaros
trinaban (de cualquier modo algún poeta se salía del guión natural para decir,
por ejemplo: qué idiotas son los ingleses
que llaman trino a los mensajes
compulsivos que ponían los usuarios de una red magnética llamada Twitter para
acompañar sus realidades confusas. Dizque tweet, como si dijesen: we-teth; nosotros al menos decimos n-o-irte, trino). Otra pareja de canarios
silvestres, de esos que andan por la vida como Salomones sin reino y sin
pedidos de sabiduría máxima que al final también iba a perderlos, se acercó e
invadió las losas de fina cerámica del patio.
-
Y,
bueno, ustedes qué? –gorjeó la canario cautiva al macho posado sobre la
balaustrada que hacía guardia a su hembrita degustando las migajas de delicioso
ponqué caídas; a las semillas de alpiste les hacía el feo: para semillas, hay que pensar lo que tenemos allá afuera –pensó-, baste con enunciar una espiga de simple
espartillo; ah, pero cambiar menú de vez en cuando. También había migajas
de pan y pedacitos de pollo asado: los canarios no se paraban a pensar en
éticas del tipo “perro no come perro”- ¡Qué
peligro!, sin saberse, ustedes, de qué mundo o dimensión vienen.
-
Hummm,
pobrecitos, ahí encerrados, engordando la estupidez –contestó el pájaro
consorte de plumaje oliváceo-
-
Ay,
no, mijo, ni crea. Al menos nosotros sabemos que somos una raza naturalmente
depurada y conservada. Nosotros al menos sabemos que aunque nuestros hijos se
han ido entregando por unos míseros pesos a otras manos, están conociendo otros
mundos, siendo felices sin mucho esfuerzo. Vaya uno a saber si ustedes son de
esos con chip implantado in-vitro que vienen a pasar revista de las divisas
subterráneas de nuestros tíos; de las pastillas sintéticas que comercializan
nuestros primos. Ay, no, qué miedo.
-
Mejor
vámonos –dijo la pájara de rucios rosa entre sus vistosos naranja- están locos.
De
modo que Mr. Google, ese señor tan inteligente, tan proactivo, tan demócrata,
tan sofisticado, tan inglés afincado en una tierra firme, tierra de promisión,
es un monstruo de mil cabezas y a nadie le importa preguntarse si es una
entidad venida de otra galaxia, u otra cosa más simple, una execración venida
desde la tozudez babélica y, en cambio, el español esa sencillez diáfana que
asume lo complejo desde sus raíces, se mueve como pez en el agua; ah, sólo que
el salvajismo político tiene a toda una galaxia parlante en el atraso más
vergonzoso. Al final, los caimanes aquellos que sólo piensan en inglés del
mismo modo que se camuflan en el pensamiento y en el discurrir hasta que dan la
dentellada, tan exclusivos, tan escogidos, tan yendo y viniendo como las
mareas, como las estaciones, a veces hundidos en el barro, a veces hastiados y
confundidos con tanta proliferación de su ciencia, son una extensión ignota de
sí misma, lo inglés esperando hundir el diente en el anca, el dispositivo del
paso a paso del español.
-
Ya entiendo, y ya mismo me largo con mis
monólogos a la mierda.