lunes, 23 de febrero de 2015

IRONÍA DE CONTRASTES (RETICENCIA Y ORGULLO)



Si de algo se puede contar orgulloso el pueblo colombiano como pueblo es de su idiosincracia que se niega a ser indolente y desalmado. Como todo, no falta quien confirme con la excepción la regla. Pero su probada nobleza, que no su estupidez, está arrodillada desde sus instrumentos comunicativos: Los nuevos vehículos del neocolonialismo sustentado en la globalización y libre competencia de mercado para lo que las multinacionales tienen gran calado de profesionalismo especializado pero tan gaseoso como la confianza y sofisticación de las finanzas plásticas. Eso es bueno cuando de eficacia y vanguardia tecnológica se trata, pero cuando la tenue frontera ética se desdibuja en aras de la espectacularidad competitiva y los escrúpulos se inmunizan con el bombardeo de asombros, asombros que la más de las veces están basados en sutilezas que sólo quieren ganar sintonía, adeptos o notoriedad, es un sutil veneno que va haciendo perder lo mejor de los pueblos.

No somos especialisatas en comunicación social ni los más autorizados opinadores amén de prestigio o reconocimiento, pero creemos que un editor con bagaje ético y profesional que aún no cae en las manos de un medio de comunicación de capital multinacional, no habría hecho lo que caracol televisión anoche en Los informantes; Puesto que si se dice a voz en grito y se rasgan vestiduras en favor de los derechos humanos, de la no discriminación e inclusión y el respeto, también se debía tener la delicadeza necesaria para combinar contenidos de tan opuesta resolución ética y moral, además de observancia del buen gusto, como el de la muy valiente como desparpajada confrontación de Felipe Zuleta con la gazmoñería y la cismatiquería y en el otro extremo la desgarradora historia que se hace enternecedora por la resignación y coraje con que una niña que bien podría tener una forma de caminar y asisitir a la escuela con una mínima parte de los derrroches que personas como el señor Zuleta Lleras puede hacer, tanto de solvencia intelectual, como de inmunidad a la crítica, al peso de ser hombre público. Mientras el agobiado padre de aquella niña -cuyo nombre callo por tener aún para el sentimiento de respeto connotación de sagrado- a la cual la pobreza, la desidia y el abandono del Estado le obligan a decir, como si el sentido de dignidad se lo hubiesen retenido el día que denotó Pobre, que debe sobrevivir con $ 150.000 mensuales, menos de dos dólares diarios, y sostener su amor filial con unas protésis que en los tres años que llevan desuetas pueden haber visto cambiar docena y media de veces de zapatos de $ 100.000 al recio crítico del Espectador. Como quien dice $ 1'800.00 que se quedan a medio usar para que los otros detentadores de la felicidad mundial: Los adictos al mugre, la calle y las sustancias tengan herencias caídas del cielo.

La idiosincracia española, es bien conocido, se caracteriza por el salero, la sensibilidad, la capacidad para poner los puntos sobre las íes y para no cargar agua en la boca cuando de mala leche se trata. Pero si el enfásis de los altos mandos editoriales en la necesidad de hacer periodismo sin concesiones a la capacidad de influencia, a la suceptibilidad arrogante o la fuerza simbólica,recae sobre sus realizadores, también debería haber quienes hagan sentir y saber a los que no son como nosotros que también tenemos hígados y sentimientos.

El respeto que los grandes, por serlo, y la consideración, que por su condición se les considera, debían observar con los débiles y vulnerables debe homologarse a la pretensión de competencia comunicativa que se exige de los que se quejan de falta de oportunidades para ceñirse a las reglas, eso también es democracia. Y eso también es paz; en cambio no es paz el peso de la peor impotencia: La que las sociedades le imponen a sus asociados más débiles.


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Cuando alguien dice: las personas más difíciles de amar son las que más lo necesitan ¿Quién tira piedras a quién?