jueves, 19 de enero de 2012

EL JUEGO Y LA JUEGA

No esperaba encontrarse con aquella sorpresa pero valió la pena encontrarse con esa como corroboración de que su alma joven sabía vivir con beneficio de inventario en un cuerpo maduro. Pero era también como la rúbrica sutil de lectores invisibles que seguían con él la lectura que hacía de libros que muy pocos podrían considerarse tan afortunados de hacer por actual e interesante. ¿Quién se interesaba ya por Lacan, Freud y el psicoanálisis? menos cuando el entorno era de incertidumbre por el sustento del día y cuando la alienación interesaba menos cuanto más fuera de normas se vivía. ¿El inconsciente, el sujeto supuesto saber, el síntoma, la pulsión? ¡No juegues! ¿Al fin te ligaste la loba aquella; cuántos polvos le echaste? ¿Ya esnifaste la nueva nieve; compraste ya aceite de cannabis? Y eso que esas podrían bien ser preguntas de hombres estructurados, con nombre en la nómina de una compañía reconocida y aun en una empresa del Estado.
Aparecieron en masa, de pronto, cuando el nudo de la madeja de las afirmaciones que cuarenta o cincuenta páginas atrás se habían hecho acerca de las sectas del secreto; de que los misterios de los egipcios eran un misterio aún para los egipcios y que el objeto a del inconsciente se sintetizaba en algo tan sencillo pero tan amante de la sutileza que Borges y todos los literatos geniales lo entregaban sólo a cambio de una complicidad del lector y de que éste, al igual que el que se analiza y el analista, entreguen algo, empezaba a abrirse en una maraña de conceptos, guiños y divertimentos como el de que quien se analiza finalmente entrega su inconsciente y su dinero y el analista le entrega (no empaquetado ni etiquetado y ni siquiera dibujado) su saber en el evento de que haya entendido cómo deshacer el nudo de su síntoma, como producto del lapso y su relleno con disrupciones que vienen a ser como un nuevo saco añadido con mangas viejas y de distintas telas para salir a lucirlo en la pasarela de los dramas humanos civilizados.
Pese a que llegaron a un parque para enamorados con reputación de peligroso, también tenían una técnica sutil (igual que Diana la diosa, el parque se llamaba Villa Diana y era como definir la realidad, una diana difícil de dar en el blanco). Tenían los pelos erizados de los punketos; otros tenían los calzones caídos y raídos de los raperos; aquellos tenían el rasurado de un iniciado; estos el camuflaje del compadrito en su corte y porte de señores, pero con las hojas de los cuchillos de los ojos asomándole por entre envolturas algodonosas o plásticas. Se hablaban de señores y destilaban una vulgaridad almibarada de cierta retórica como la de: “¡Pero papi, si yo también necesito un traje para jugar y en casa no había nadie!”. La hierba como trono de sus majestades no desentonaba con el banco de piedra donde el extraño se sentaba, ni mucho menos con el ritual de picado, armado y tostado del torpedo lanzado directo al cerebro como incienso que humea desde un ídolo caído por un impacto del tiempo. Pero lo importante era la compañía; y sin embargo tan dispar. Deshacían del collar a sus dirigidos como amos complacientes y se concentraban en sus profundas inhalaciones mientras los niños patinaban en la pista que rodeaba el campo de fútbol como partículas atómicas en torno del núcleo esperando un movimiento de fuerza para darse una polaridad. Había repartidos por todo el amplio parque pitbulls, rodweiler, lobos, labrador, beagle y hasta una linda pekinés a la que seguramente se le había echo tratamiento de ortodoncia pues no lucía la particular sonrisa de estas damitas. El gran pitbull que a menos de dos metros corría absurdamente a traer el leño que el pecoso con aire de híbrido extranjero y picapleitos tiraba, se metió de pronto a lamer de la bolsa de agua que el compañero de su amo daba con mimo a la pequinés: “¡Ah, pero mirá este doble h.p. tan maleducado!; chite” El perro gruñó furioso, pero sólo por los gruñidos agresivos de la pequeña. El pecoso agarró de la correa al lambiscón y lo atrajo para sí mientras el otro gritaba: “A ver, juego señores que quiero ver sangre”. “Ya estamos completos”, gritó alguien desde la cancha. “Oíste, lo que dice el ñurido; dizque ya estamos completos. Tan chicanero el marica”. En la banca a tres metros del lado siniestro se alcanzaba a oír aun par de recién llegados en overol de “rusos” que después de preguntar humildemente por un porro se habían puesto a departir alegremente con unos que habían comprado helados: “¡Bah, pero qué!, hoy día ya no se arruga matar un hijo de puta pa’ir a pagarlo”. Atrás alguno meaba contra el muro donde funcionaba un call-center en el que ciertos diestro-adaptados perros de la felicidad sabían manejar el idioma del ven-(a la)-red del vender al otro lado del mundo mientras los otros discutían el movimiento de la bolsa de los engaños. Al lado un corrillo lamentaba que cada vez eran más escasas las nenas, cosa que era refutada con que estaban simplemente cumpliendo con el sagrado deber de mantener la casa en orden.
Había comenzado el juego, pero la idea era estar en la juega; era un hacinamiento impresionante de pies y manos que discutían en el lenguaje del drivling; no se podía tener más de tres segundos la bola. Era un juego agresivo pero no violento; había cierto código de caballerosidad. Se cantaban las manos y los fault pero sólo como una constancia de lucidez; No se hacía cuenta ni celebración de goles. El pitbull se quedo mirando al extraño que había ignorado dos minutos antes cuando con el silbido que se hace para llamar a los perros este había decidido intervenir en lugar de preguntar por que no se le daba agua también al otro; la respuesta era obvia: a sufrir hijo de puta.
Cuando el alboroto de perros como tiburones al rededor de un fiambre sangriento se concentró en un intercambio de montadas y olidas obscenas de los más grandes sobre el pitbull el extraño comprendió y tradujo que la manada al igual que las masas (sólo que las masas lo hacen de modo inconsciente para que sea sincera) comparte información sutil y simbólica con símbolos cada vez más codificados: “¡Qué, el marica ese que hay ahí sentado tan extraño y campante ¿hay que matarlo?!”. Le había ofrecido de su botellín particular de agua y él acudió como un bebé que mama de un pezón de nodriza; luego se quedó mirándole con ojos inquisidores que los amos también estaban ejercitando de reojo. Quitó la tapa y se dio un largo sorbo; volvió a tapar y volvió a ofrecer; esta vez mordía porque el chupón era retráctil y se hurtaba pero después de unas cuantas rectificaciones esperó con garbo digno a que la palma se cansara de acariciar su cráneo brutal mientras en su cerebro las teorías más actuales de que la Ideologiekritic ya no jugaba más puesto que en el mundo de la información la crítica estaba dentro de la información misma, se debatían en rabiosas refutaciones.

II
Esa tarde supo sin saberlo que el buen panadero tasa sus productos a ojo de buen cubero. Mientras reñía con las íntimas contradicciones de ese río maravilloso de la juventud y el saber que cuando llega ya no sirve de mucho y sin embargo que, muy a su manera, aquellos sabían lo que podría significar poner “Banderas en Marte” y también en Venus importándoles un bledo que esas tales banderas no sean las de sus espacios exteriores sino las de los programas de televisión de la cultura oficial en la que ese río se canaliza con ideales bellos pero exclusivos, se fue a misa no sin antes titubear mutuamente con una chica que se topó en su camino para mostrarse sus respetos. Entonces imaginó aquel intercambio inteligente pero improbable:
— ¿Sabes acaso lo que significa jugar al gato y al ratón?
— Dígamelo usted
— Es aquella situación en la que si te encuentras con alguien que sabiéndose gato se hace el ratón para que el otro le dé su confianza y entonces tú te haces el Solón para ver si el otro es capaz de mostrarte su Séneca. ¿Entiendes?
— Quizás un poco; a ver si traduzco: Es cuando tu y yo nos chocamos y el juego nos lleva a elegir el mismo sentido dos veces seguidas y entonces tú te haces el guevön a ver si yo me abro las venas.
— Y por supuesto las piernas.
Que en la misa dijeran que David era de buen color y porte aunque pequeño para ungirle rey porque así lo quiere Dios, en contraste con aquel par de chicas que sí tenían gran porte, color y empaque aunque barato (aquello que un ar y se bota al rato) y se entraron a la iglesia con sus uniformes de porristas y enormes pechos para desentonar con el padre con estampa de heresiarca egipcio que auto tonsurado por la pro-fe-si-no era congruente con la idea en boga de que los pelos largos eran una extensión de las ideas corrompidas que virtualmente enredaban a los otros y que los egipcios diestros en el conocimiento profundo se tonsuraban para disimular sus poderes que emergían desde los más intrincados meandros de sus cerebros, y a fe que tenía un estilo principesco y un porte de autoridad en contraste con el otro padrecito joven cuyos sermones y ademanes ni siquiera eran ayudados por su voz y el peinadito de niño hacendoso, el uno confesaba y el otro predicaba; le pareció de postal.
Pero una cosa era sentir que entre más conozco a los hombres más quiero a mi perro y otra discutir con las ideas de postín: “El inconsciente no es un ser” pero vaya si se lo cree ese sujeto y entonces nos engaña con su transferencia; en cambio, Lacan, dejar que se avenga el sujeto supuesto saber y entonces te pillo, diablillo cojuelo, cambiar un poco las cosas para que queden tal como están. Agarrarse de algún ídolo: un ídola fiori, por ejemplo. Pero un hombre de mundo y de ideas agarrarse del ídola celeste ¿cómo podría decirse emancipado? Ah, no,no: E-man-ci-pa-ción, subirse en la cima del sí-pa’no. Entonces no te quejes pasión.
Pero que va; si la vida de los pueblos es la más viva posibilidad de encontrar la degeneración moderna puesto que los provincianos y los campesinos impresionables como son se encargan de encarnarla en sus más radicales modalidades, subamos a la ciudad para encontrar la contradicción. En Ízales-el-man o Imánales-la sal a las cuatro de la tarde el “Pan Extra” no extraña que la pobrecía de la poesía se reúna a dar gusto a las sinceras manifestaciones de necesidad de afecto de un pobre tullido visual que lo es no porque no las vea sino porque las ve todas y nadie se entera, mientras el pueblo a una con las oficialidad sigue con apetito las peripecias, y entonces después que el bollito sobrante de la masada de la mañana le toque como premio azaroso de sabroso y fresco pan-extra-grande, llega primero el poeta de las “Transparencias”, un conocido apenas que regala el primer cumplido: “te veo relajado” y el otro que no quiere darle gusto a la búsqueda de emociones fuertes contesta con resignado: “tocó” en lugar de responderle: «y yo a ti te veo re-jalado» de modo que viene la primera transferencia: «¿quiere amor o no quiere amor?...Ah, lo que quiere es que lo mimen: ¡te jodíste, alpiste! » y el señor Valéry «¡hace falta haberse rebajado mucho, haber sido roído hasta los huesos por los otros para hacer esto!» Ser comido por los otros, ¡pues qué mejor!; hay veces que necesito poner mierda en hielo para hacer transplantes de urgencia. Luego llega aquel muchachito con ojos grandes como de ángel, por que así deben mirar los ángeles cuando ven a Dios, sólo que con la mirada sin-gracia de los ángeles caídos; Fe-piel, F-elipe. Callado, rumiando quizás el decreto final de sí-o-no-se-salvó en tanto estrecha la mano de cuál dios, pero Vi-llegas Jorge y entonces como tarjeta de presentación Musa Levis (¿por qué no mejor Musa Lesbis para armar escándalo?) “Mi Pensamiento”: ... ‘No digieras tan rápido mi pensamiento/contiene un sutil veneno’; antología de lo que hay en la tierrita; conocidos, menos conocidos, desconocidos, el comején lector dice que no cuentan los aparecidos; je, je, pero ¡cuánto cuentan!, puesto que ha sido comiendo sopa de alas de comején que se ha aprendido algo de los principios, retóricos, satíricos, tántricos, tea-n-tricos, teo-locos vamos a hacer algo que cuando se sabe mirando a los ojos de los otros que son buenos, que saben bueno, bujarrones, autoediciones aparte de la cultura oficial, un momento, que no hay que despreciar la cultura oficial, al fin y al cabo las instituciones viven de la oficialidad, lo que hay que despreciar es a los oficiales de la cultura que quieren pisotear a sus oficiantes cuando cuentan con merecido orgullo que su hija y no él se ganó un concurso de poesía de la Universidad de Salamanca y el otro que quiere comer la transferencia del tedio de que el Sr. Álvaro Castaño Castillo ha mandado limusina para llevarnos a la entrevista de la HJCK y ha departido con nosotros de tú a tú y qué rico, ¡ah, vida triste! la soledad acompañada de multitudes y los editores en busca de lector y los autores en busca de lección y la cordura buscando la locura de los psiquiatras y los psiquiatras avalando la locura de la cordura para que la Historia y las historias disfruten por fin de la piñata.
PASEO A LA WILLIAM JAMES POR EL CEMENTERIO INFORMÁTICO
(continuación)

Contrario a este sencillo y cuasi-cursi estilo de amor que se declaraba abierta aunque delicadamente, se olvidaba, o no se sabe si por alguna razón de esas en las que el pecador no por ser pecador, sino por una extraña forma de la misericordia, el pecador era protegido del escándalo de su pecado, decirle a aquella dama de alcurnia ciertas cosas a las que quería hacerle responder. No era una “Bugs-Bunnita” pues aunque tenía encantos suficientes para ser una Play-Mate-Madonna, sus aspiraciones eran mucho más discretas; quizás le alcanzaría para ser una in-tele-tu-ala, toda vez que le rozaba el ala a las más distinguidas inteligencias capitalinas y mucho más allá; pero si tenía la perspicacia de hacer pública la especie fuerte que implicaban los “Cuentos de Hoffman” para ilustrar sutilmente que se engañaba a gusto en aquel amor, entonces ¿por qué ella misma no tenía el coraje y la gallardía de hacérselo saber, o en su defecto defenderlo de la infamia a la que se le sometía? ¿No sería porque se lo impedía su sublime amor por Zara Radio y otras Saras?
Así tendría que ser la “política de la poesía” aunque en realidad la obra era “Política del Espíritu” lo que parece un desatino pues poner a la pureza del espíritu en los ruines quehaceres del hombre es más desmesurado que declarar que por más sublime que sea un poeta no está exento de inclinarse por la política, aunque sea de modo torpe, pues poesía y política no riman del mismo modo que cuando el corazón siente un desgarre como el de un león metiendo su garra en la guarida oscura donde cree que habita alguna presa de ilusión sabe que ese desgarre no es la misma sensación de cuando el verdadero amor se manifiesta como un ave que aletea en el cielo del pecho sobre aquello que imagina el nido del corazón. Entonces podría ser que, del mismo modo que no habría sido posible encontrar una oportunidad apropiada y propicia para intercambiar impresiones y acaso para realizar su atracción, y que, sin que existiera una intención real de rechazo, aparte de la natural resistencia de la hembra al macho en el cortejo, pudiese decir: “y es que acaso ¿qué le puede interesar un bebé a un señor adulto como usted?” a lo que podría responder que aquel interés podría ser el mismo por el cual esa bebé no podría entender todavía por que ella que era mayorcita –y además legalmente suficiente- no podía responder a la simpatía en tono de pureza. Afortunadamente no son los tiempos de William y Henry James –pensó- y en cambio si se pueden trocar filosofía y literatura sin que la psicología venga a ser una charlatana.
Se esforzó inútilmente en imaginar una probable forma de que, una vez aceptada la invitación llegasen a conversar de lo que significaría haber respondido al piropo con una sonrisa impostada, lo cual sería tremendamente difícil de interpretar, aunque no de enfrentar, toda vez que el mismo acto daría la respuesta: “eso no es una sonrisa; eso es una mueca...y si hace una mueca es porque quiere pelear...y entonces, ¿qué, me quiere cachetear?, porque en ese caso usted ganaría y yo no tendría como corresponderle, a menos que aceptara la recomendación de ir a un psiquiatra por histérica...”
Pero todo eso era ir demasiado lejos. No había que olvidar que ella en realidad era una niña menor de dieciocho años; que siendo inteligente su capacidad histriónica no le alcanzaba para hacerle entender a la jauría que ella sabía bien lo que era poner “Banderas en Marte” y aun en guerra para con su ayuda mandarlos a comer espárragos a Venus; que en realidad el obstáculo no era tanto por las diferencias sino por el trato y la posición de quinta categoría que todos le daban debido a su particular circunstancia –que no obstante podría ofrecer ventajas-. Por lo demás, él ya había hecho lo posible para acercarse; si había buena voluntad e intenciones nobles, ahora estaba el balón en su campo.