sábado, 21 de enero de 2012

PARADOJAS DEL ANTIGUO Y EL NUEVO TESTAMENTO

Siempre nos ha llamado la atención el contraste entre el Nuevo y el Viejo Testamento y el contraste que la Liturgia de la Palabra hace de él. Aunque para nuestro particular uso la Sagrada Escritura sigue teniendo el valor intrínseco de palabra sagrada, esto es de palabra cuya relación entre significante y significado mantiene un velo de misterio sobre el que pesa la fuerza de lo intangible y, más exactamente la fuerza de la voluntad de Dios como rector y mediador entre el ser y su criatura, nosotros como hombres de estudio; como individualidades enfrentadas a la naturaleza y a sus enigmas como parte de su búsqueda de realización, no renunciamos a tener una actitud crítica y por decirlo así, científica. Y es que nuestra actitud avizora nos invita a distinguir entre instituciones humanas (Iglesia constituida por humanos con intereses subjetivos y falibles) e instituciones espirituales (esa misma Iglesia correspondiendo a una guía inexorable desde un campo inconmensurable).Los contrastes que en la liturgia hace la Iglesia católica, aunque no se pueda decir con elementos de juicio que corresponden a una intención distinta de la de abarcar, en cada sesión, un segmento tanto de lo antiguo como de lo nuevo que como bien es sabido la implicación del cambio instituido por Jesús en cuanto a la superación de la ley mosaica para afianzarla en el nuevo anuncio (el Evangelio del Amor y el advenimiento del Reino de los Cielos) es pilar fundamental de su doctrina, también en su contraste se puede colegir una cierta confusión que hace aún más enigmático su uso. Hay, por ejemplo, en la liturgia de hoy (y en cualquiera de los días se puede entresacar del contraste entre el A. T. y el N.T. una cierta ironía, como si los Padres de la Iglesia insertaran una intención dialéctica). Hoy la lectura del A.T. trata de las relaciones entre Saúl y Samuel y como este con su decreto profético anuncia que Dios a quitado su unción de rey a aquel. El asunto es la justificación. Saúl (Usa-[é]-l)ha tratado de ser justo (objetivo) al perdonar la vida a Agag (¡¿Gagá?!) y conservar lo mejor de los rebaños para repartirlos entre el pueblo y de paso honrar a Dios con sus holocaustos sin tener en cuenta que la orden de Dios ha sido “...mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”. Samuel (Suma-[é]-l) entonces transmite el mensaje: “Por cuanto tu has desechado la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey”. Según la opinión de Dios los Israelitas no necesitaban rey, pero ante su obcecación ordena que se les unja uno (Saúl al tratar de ser objetivo ha olvidado ser trascendente, o cuando menos, obediente), y uno se siente tentado a inclinarse del lado del sentido común de Saúl (los rebaños sirven al pueblo y hay que mantener buenas relaciones con el pueblo para poder gobernarlo); y así, todo el A. T. está plagado de acciones absurdas, ríos de sangre y caprichos de parte y parte. En el Evangelio Jesús justifica a sus discípulos ante el reproche de que todos ayunan los discípulos de Juan y los fariseos y no ellos; más con argumentos fuertes y sólidos legaliza una violación de la regla. La razón lingüística sigue siendo la que domina; sin embargo el mensaje a todo lo largo de la Sagrada Escritura es que la lógica de Dios no es la lógica de los hombres. El significante se aparta del significado. Entonces fe y razón se conjugan cuando el hombre moderno, de dosmil y tantos años después marcha y vuela con el piloto automático; la razón es solamente el manual de instrucciones que cuando ya el dispositivo se aprende a usar, sólo consulta el manual en caso de fallos y se torna paradójico el hecho de querer seguir echando el vino nuevo en odres viejos, que de hecho ya se ha aprendido a mantenerlo sin que se pierda uno ni otros. Aunque la excepción de la regla se confirma en el hecho de que debemos hacer lo que dicen escribas y fariseos, más no hacer lo que hacen ellos que ponen pesadas cargas y no mueven un dedo.
¡QUÉ BIEN Y QUÉ MAL!

¡Qué bonita quedó la fachada de tu casa cubierta en laja de piedra!
¡Qué bien que va tu cara de niña maquillada en fuerza de hembra!
¡Qué mal que va mi calma queriendo arrancarte la risa!
¡Ni qué decir la locura si llego a imaginarte un beso de cabra arisca!
Pero seguro que me muero si con una palabra amable me resucitas.