cosas de la World Coup FIFA Sub-20 (Un cuento)

LAS EXTRANJERAS
(Un cuento)

El ambiente próximo se inundó con algo así como:
—Switch-kind-amum-pratz-sein-filosopher
—yeah, yeah, big-guy-en-goga-say-jament

Él levantó la vista, tomó un sorbo de su café y tradujo mientras trataba de adivinar algo más en la mesa sesgada a la vista:
"-el switch cándido para encender el ser del filósofo de Caña-Momo y Loma-Prieta"/
"-si, si un buen trozo de jamón pa’sandwich".

Conceptuó que la muchacha esquiva de cuyos labios no había brotado la retahila, con su corte de pelo de muchachito lindo y travieso, es decir moderno, su perfil nórdico o sajón o, en todo caso de mar infantil por arratonado y brillante que se vaciaba en el color de los ojos; la leche descremada que en su piel ardida no denotaba ninguna vaca Pardo-Suizo, buscaba que la otra, de perfil latino, acaso algo aquilino en su nariz brujilda, en cuya expresión apasionada blandía la sofisticación de un rejo dispuesto a restallar ante el mínimo atrevimiento, le sirviese de mediadora.
Intentó concentrarse en la escritura. Una declaración jurídico-científica-exigente-aristocrático-justa. Pero el mareo de los lentes no recetados al ceder al impulso de contactar con la fuente del barullo le confundió más aún. Mordisqueó groseramente el pan que pensaba tasar para entretener la hora. Adivinó que cada vez que garabateaba una frase o acaso dos palabras el muchachito huidizo le examinaba y descubrió la clave: la matraca parlante pergeñaba al unísono con el solitario adosado al fondo del local en el único sillón tapizado y acolchado que cubría de pared a pared el fondo como freudiano diván para terapia de risa de grupos (a la izquierda una tipa con desplantes de jurista se auto-complacía tecleando en el portátil; la denunciaba la sonrisita que esbozaba y escondía celosa cuando encaraba el aire). "hay que atacar el lejano oriente de algún modo" pensó, aunque realmente sería occidente prójimo dúo-dinamizado. Terminó como pudo el documento apremiante-definiente-tu-te-la-bus-cate...aste,aste,aste. Resonaban risas estruendosas y cercanamente distantes:
—Eso aumenta la sintonía, aunque el precio sea cada vez más exorbitante
—Ah, y usted feliz especulando en la bolsa
— No crea, no crea, soy más bien marranito en ese tipo de negociaciones.

Era el dueño del local, con su convite de gallinas pi-cotillas del medio día.
Las muchachas se levantaron sincronizadas con el solitario para conversar con el mesero en un español íntimo, receloso se diría y los cuatro se juntaron unos segundos. Parecería que el solitario se había parado abusivamente a fisgonear la conversación. Se hizo un silencio tenso que el solitario cortó agarrando de la manga del over-all al dependiente para preguntarle si estaba fuera de servicio el baño. En realidad estaba ocupado; las mujeres se quedaron como estatuas de sal en el instante de volverse a mirar a Sodoma y Lot se devolvió a su diván sin auscultar aquella fuente. Finalmente las muchachas se pusieron a compartirle carantoñas a las tortas y ponqués de la vidriera en tanto que el solitario hacía votos de buena fe de que el baño fuese desocupado. A los dos minutos decidió que iba a seguir ejercitando la próstata con masajes de vejiga y se acercó a la caja apremiando con la mirada al muchachito que se agitaba como un títere enfático.
Cuando se acercó las estatuas de sal volvieron a fungir para impugnar “mis aguinaldos”:
—Excuse, surprises whitch verganhagen -dijo lo más impostado y enredado que pudo mientras las miradas de hito en hito que no sabían si estallar en risas o acusar el susto debatieron un instante.
—Por favor, ¿nos puede hablar en español? -dijo por fin el muchachito un tanto intimidado.
—Ah, no, decía que estoy como embrujado de ver pistolas jugando en el aire –y puso un aire ufano combinado con un toque de malicia soslayado
—y entonces? –restalló el látigo además perfumo-amierdado.
—Bueno, digo que debían de dejar de chicanear y en cambio aceptar conocer conmigo la otra cara del Mundial Sub-20 –dijo eludiendo al máximo el incisivo rejo.
—Chic-a-near ¿algo así como chic a legal? ¡Aaah! -el muchachito traqueó divertido.
— ¡Pero claro!, y si lo prefiere lindo-besar –y le acercó la trompa de marrano hasta los ojos en un esquince de Charlote que él mismo no se hubiera creído.

Bajaron por la misma calle como un rayo perpendicular de sol que cae directamente de un cielo imaginario a la cloaca de la Avenida del Centro, que conducía su marea de bollos de acero en hora pico; atravesaron su Ph de peatones heridos caminando sobre una cebra tachonada de “estrellas negras” (peatones muertos) e ingresaron al Edificio del Concejo Superior de la Judicatura. Las tranquilizó del tráfico alucinante de rostros descompuestos, de manos esposadas, de funcionarios radicando peticiones, ordenes: de cateo, de arresto, de pruebas: materiales, forenses, procesales, en la ventanilla de “Servicios Judiciales” a donde tenía que oficializar el documento. Les mostró lo más gracioso y formal que pudo cómo aquel hall interior a cuyo extremo derecho se habían sentado junto a mujeres policía que pronto se interesaron en cambiar su intercambio desidioso de esmalte de uñas y anillos, de la mancha de bizcocho junto al sinónimo, o el comentario de perfumes y aderezos, por un celoso talante de vigilantes adustas, había sido tres décadas y un lustro atrás el patio interior del colegio donde, entre las vigas angulares que en pares de un metro de separación, servían de pilares a los corredores que a su vez hacían de gradas multitudinarias en el recreo, había metido los goles que producto de ágiles gambetas solitarias entre cinco o seis pares de piernas aburridas por aquel pez resbaloso, en aquellas arquerías alternas de extremo a extremo.
Cuando por fin llegó el secretario encargado de la diligencia de radicar el documento de tutela para defender el derecho al buen nombre y la honra, sacrificó el primer billete de los ahorros para pagar los servicios de agua y luz, a fin de que acelerara el proceso.
Salieron con el pecho y la cabeza todavía dilatados y oprimidos por la atmósfera pesada de los juzgados, como cuando se baja de altas montañas, en que los oídos se atoran y el sentido se aturde. Pero todavía los arreos de juventud tenían arrestos de astucia para sacar la bola del aturdimiento de aquella “zona caliente”:
“/Siempre seguí la misma dirección/ la difícil, la que usa el salmón/”, cantó con estilo, altura y entonación, amén del ritmo que acarició los ojos de transeúntes curiosos. “revísenme el aceite, el aire y el agua/revísenme a mi, el coche no tiene nada”. Iban ahora dibujando una L nada elegante, pero soleada y variopinta de casas y gentes que iban y venían desde y hacia la plaza de mercado: /No pienso estar en el UltimDinamark/no me excita cagar en el mar/que tentación yo me voy al bolsón/reservé por ahí una gran suite/. Ellas complementaron con una imitación que parecía al cantar un desgajar gargajos con música y tradujeron algo así como: “/Voy por la carretera del amor/ partiendo corazones y orinando esta canción/”.
El muchachito sintió por primera vez en mucho rato una sensación agradable que le percutía desde el muslo, junto a la ingle hasta el centro del pecho cuando en el centro de aquel salón de baldosas ajedrezadas y luces mortecinas que en azules, rojos, naranjas, violetas, medio iluminaban mesitas adosadas al rededor y a cuya entrada había leído: "la Japonesita - Cafetería y Bar", se dejó estrechar el talle para intentar seguir los paso torpes pero excitantes de los compases embriagadores: /del cielo bajó San Juan/de la mano de San Pedro/y al ver gitanas tan guapas ya no volvieron al Santo Cielo/.
Era la primera vez que había intentado bailar una milonga y era la primera vez que conocía el calabozo de la Comisaría Central a donde por “inducción a la prostitución y corrupción de menores” ya tenía 8 horas de arresto. Desde el escritorio de guardia se oía en la madrugada el transistor que cantaba indolente:
“felices seremos y cantaremos/
Preciosas canciones/
que es lo que un poeta/
a su linda mama/
le puede brindar”

Tres días después, mientras se notificaba de la denegación de la tutela por malos precedentes, mala conducta y amonestaciones con buena suerte de no ser condenado, simultáneamente en la bella ciudad de Cartagena un taxi conducía en el calor de las tres de la tarde a un trío de muchachitos bien (el joven y apuesto –aunque puto- hijo de un prestigioso hacendado, la sexi y sofisticada hija de entrenador de un equipo de fútbol, y la andrógina heredera de un artista europeo), desde “Mister-Babilla Bar” a la residencia “El Bonsai”, donde dieciséis años atrás, en el mismo cuarto un poeta díscolo se había alojado por dos noches de los treinta y un días que pasó deambulando por la costa norte de Colombia a donde había ido a pasar con la esperanza de conocer y entregar su huesos al mar. Al día siguiente cuando los noticieros de la ciudad dieron cuenta de un bochornoso incidente de un conocido hijo de Cartagena con dos turistas a quienes pretendió emburundangar y robar, el poeta dio un suspiro resignado.





COSAS DE FÚTBOL Sub-20 (Minucias)

La regencia de la FIFA para los eventos denominados Copa del Mundo en sus diferentes modalidades y a cuyo tenor muchas personas, asociaciones y empresas manifiestan enorme descontento por lo que llaman “discriminación” obedece a una premisa que ha quedado muy clara cuando, con ocasión del partido Australia Vs. Ecuador hubo un suceso del cual creemos muy pocos se percataron. Esa premisa se puede anunciar, más o menos, como sigue. <>. Y es que las dos opciones originales de seguimiento por la televisión ofrecen bien diferentes tendencias. La una, por ejemplo, prefiere mostrar una tendencia a lo que se vive, de modo general, en torno al evento, desde la óptica de lo informal, lo descomplicado, (podría decirse lo popular si no fuese porque la competencia por el rating es muy equilibrada), lo que tiende a parecerse más a lo fáctico; la otra, se concentra en mantener una línea de objetividad, de idoneidad, de corrección, lo que la hace un tanto “impostada”. El suceso al cual aludimos se refiere al agónico gol con que la selección australiana equilibró (quizás sin merecimiento) el marcador, y a la postre el resultado que le otorgó un punto para luchar por una casilla a la siguiente ronda. El comentarista Javier Hernández Bonnet comentó que el gol convertido por el jugador Oar obedeció a un tiro libre indirecto y que el desconocimiento del reglamento era palmario: Esta afirmación indica que quien está proporcionando la información posee una idoneidad y una preparación que excede con creces las condiciones de la mayoría del público. En contraste, la presentación impecable de la competencia, en el sentido de que sus presentadores, personas jóvenes sin mucho palmarés en la pupila de los aficionados que no obstante presentan los hechos de un modo absolutamente correcto y objetivo, con el valor agregado de que, por ejemplo, consultan, muestran, inventan las formas de disfrutar el evento con entrevistas a los aficionados en las afueras del estadio, con entrevistas a personas conocedoras (en caliente) o “adoban” el ambiente con formas que acuden al estilo callejero, improvisado (Charria, por ejemplo, un presentador cómico que mide la temperatura de los bandos en contraste con trovas y tomaduras de pelo), no ofrecen el más mínimo motivo de queja.
Sin embargo, la tendencia a la excelencia que por un lado no permite baches de dicción, de apreciación, de penetración que, en contraste con la variedad, amenidad de voces novedosas que no obstante pueden mostrar algún salto de corrección del “argot” o que puedan en el fragor de la operación propia de lo que se vive equivocar un concepto sin malograr la idea, no puede servir de objeción para aquellos que se quejaron (y se quejan) continuamente de que “siendo profesionales reconocidos y que han trabajado durante mucho tiempo dentro de la preparación de los evento, finalmente resultan siendo no acreditados incluso con derecho propio por pertenecer al sector anfitrión”. Quedó en el aire un interrogante ¿acaso si el portero no intenta detener el balón el gol de tan buena factura hubiera sido invalidado? Es ahí donde tal vez se sienta lo que significa la excelencia, como cuando a uno lo invitan a sentarse a manteles y no sabe que cubierto usar para desbrozar la langosta. Y si el comensal se “comió” un exabrupto por desconocimiento de la etiqueta, ¿quien lo disfruta?


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JUEGOS LINGUO-TÉCNICOS

Este relato pretende ser un rehogo de sensaciones. Ya he picado un verde esperanza que más que esperanza es una rama de desconocido buen olor (por íntimo) que hace días crece silvestre en mi. Pretendo añadirle al tómate las cosas con el vivo sangror que se presentan un apasionado pi-mentón que podría estar por cuatro dividido. Para no transparentar demasiado el secreto a voces del tris de agua para que el fuego peleando con la nobleza del aceite de la oliva no le desgaste muy rápido, voy a añadirle un buen chorro de vino tinto (barato, pero ni mu de tonto) y, desde luego, la infaltable pizca de la picante pi-mienta que haga sabrosa la sal que todo condumio con-vida.
Pero ¿qué mienta pi? Me había devuelto ya, un tanto defraudado de la desinformación a que me vi sometido por el noticiero con respecto a los fuegos pirotécnicos que con motivo del lanzamiento del mundial de fútbol sub-veinte iba a realizarse a las 7:30 en punto desde la cima del morro a cuyos pies moran todos los loquitos sometidos de esta la ciudad de los imanes y las sales (es decir las sales de imán que manan desde el tutelar profundo volcán que más que geografía es psicología de almas): Manizales. Cuando, diez minutos después, en mitad de los Ur-a-pan-es mis oídos se percataron del primer estallido (no es que fuera la primera vez que la epifanía de que acaso Ur-es-a[principio de]-pan[dios todo], pero casó perfecto) la mezcla de si-no-soy-yo-quien-ría-no-iría, ironía que configuraban el esta-dio como escenario del espectáculo, el campo de servicios múltiples (micro-fútbol, baloncesto, reuniones de vecinos, alcahueta de muchachos en trance de maridaje) a cuyo frente me vi sorprendido, invente-veinte que la roseta encarnada que se me vino encima desde esa niebla que, pletórica de luz halógena cubría lo que la ubicación sabía era el Palo-grande, me dejó sentado de una vez en una grada para un único asistente a un partido inexistente. Pues claro, me dije, si no eres parte de la jugada, o participas telemáticamente o en vivo y en directo en tu propio nicho, pero así, en vivo y en diferido, ni dueño ni inquilino, con razón al rededor ni en las ventanas, vecinos; ¿cuestión de promoción? No, más bien que lo grande es de todos conocido. Pero a esta altura del pobre camino de palabras, en nuestra imaginación ya habían desfilado ¿diez, quince? canapés coloridos que atragantados en el parangón de una barda (no poeta por supuesto) que se quedó con los crespos hechos allá arriba para con los codos apoyados mantener la situación de la cintura para abajo y esta malla que ahora, a modo de razón, de la imaginación para arriba, no deje ir los balones que se juegan, pero siempre, alguna mano bondadosa los devuelve hechos luz de pólvora ¿no es curioso que la única forma en que las pantallas logran imitar y superar la opacidad del mundo real sea con los fuegos pirotécnicos: en el mundo virtual la sensación de placer no se queda, ni siquiera viene, sino convenimos con el engaño. Con los fuegos pìrotécnicos tiende a durar hasta que nos obligamos a despertarnos. Será porque en algún punto de lo irreal y lo real en la pantalla se unen? ¿acaso por eso también uno entiende que “Nothing Hill” es un Holywoodrón al que se puede denominar una historia linda, pero es muy difícil que en el mundo real un capricho de guionista se pueda adaptar tan deseablemente a las apetencias?, a menos que el guionista de guionistas influya.
Pero la fantasía es niña, adulto es no dejarla ir; el resto es protocolo (el primer loco al que se le ocurrió la mejor teoría sobre un fenómeno, la nombró proto-colo). ¿Cómo decir sin que el inútil pudor trate de meter baza que el traer a las mientes un viejo recuerdo de cuando en una calle infantil un hombre se arrancó a decirle a una muchacha: qué bonito pelo tienes/bajo esa mecha e´cabeza tiene que ver con una bonita narración leída hace poco en que se menciona a “malagueña” en una finca llamada “Providencia”; o que aunque si alguien es importaculista no necesariamente tiene que compatibilizar con alguien que se defina articopuloso pero conjugan de puta madre?
El caso es que este treinta de Julio tiene porque ser memorable; bien porque una pequeña ciudad amable mostró que los adelantos mundiales (tiene que ser tecnología de punta pirotécnica el mariposear de chispitas moradas durante largos casi diez segundos al que opacó un “cometa” que nos meneó la cola durante todo un eterno minuto) no necesariamente tienen que ser monoideológicos o alienimasificantes; bien porque la aceptación de que cuando alguien empieza a decirse es porque ya puede di-serse, del mismo modo que cuando se com-prende se empieza a di-fundirse.
Cada cual puede servirse su porción. Encima del pan, de la arepa, de la sonrisa (y hasta de la chunchurria) o de la grave-edad.