PISTOLITA
No,
no era que la pistola estuviese amenzando. El caso es que la pistola ahí
estaba.
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Cómo es que nunca te había visto antes
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Pues, no sé
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Pero vives allí, a la vuelta
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¿A la vuelta de dónde?
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De la esquina ésta
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No, de muchas esquinas más allá de
ésta... Por el parque Villa Diana
Acaso
fue el inmenso abismo que se abría a los pìes de los dos y que los encontró
mirándolo a través de la exigua valla de alambre, ella paseando las necesidades
de los perros, tratando de manejar los chandosos suyos interiores, él. O acaso
el lindo sol de invierno.
-
Ah, entonces es eso –se puso a pensar
si acaso el perro asomado a la ventana que ladraba furioso le estaría ladrando a
él, al ver como trataba de ajustar, por detrás, el elástico gastado a la
precisa quietud del cinturón.
-
Debe ser que, siendo yo un asiduo
mirón de este vecindario, porque no vienes mucho por acá, no te había
registrado –lo miró sin pestañar y no supo bien qué fue primero, si el darse
cuenta de que le gustaban esos vellos delgadísimos y negros cayendo como
melenas de sus brazos o el subir el pómulo izquierdo para esbozar una sonrisa
disimulada en guiño.
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Y ¿estudias en la U. de Caldas?
-
Y también en la Universidad Nacional
de Colombia –dijo con un énfasis que también parecía de pistola.
Sólo
caminaron unos pocos metros, treinta como mucho, pero pasó media hora volando.
Y esa media hora disparó más pistolas de las que alguien pudiera haber
imaginado. Disparó, por ejemplo, en la esquina donde termina el barrio y
empieza un camino terciario en el que alemanes de dudosa estirpe hacen turismo
sexual y otros torcidos, que al bueno de Abel ya le había llegado la hora de
meterse en el pellejo de su hermano (estudiaba física aplicada e ingeniería de
alimentos), igual que cualquier enredadera que quiera florecer, le es preciso,
primero, agenciarse un tronco, de lo contrario, deberá morir arrastrándose (así
se le arrastraban a él adentro los perros de la rabia y la edad), en este caso
el Estado, que lo era, providente, no porque tuviese sabia y equitativamente
organizada la movida, sino porque sabía lo que es el estado de un cañón de
pistola humeante en el pellejo. Se llamaba Isabel, IsA-bel, Andrea Isabel, mujera
isa-Abel y había sido desplazada por
la violencia.
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¿Usted tiene asegurada la sonrisa?
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No –esta vez la sonrisa tuvo un
destello de arrebato- cómo así?
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Bueno, porque es que, en vista de que
su sonrisa pareciera ser tan valiosa, yo podría asegurarsela de modo que nunca
le falte
-
Asi las cosas, no cree usted que sería
un mal negocio para mí, toda vez que si no me falta la sonrisa cualquiera podrá
llevársela.
Entonces,
cuando se fue oliéndose la mano que acababa de estrechar y que todo el tiempo
había estado metida dentro del lado corazón del cinturón, se dio cuenta de que
era una pistolita de la única idea legible en la cual aterrizan todas las inquietudes
y empresas de los hombres –y mujeres-.