miércoles, 23 de enero de 2019

NITRATO PUTO DE PLATA EN AGUA PODRIDA



Todos habéis visto un espejo:
una tinta con cierta química
posada sobre una superficie
que podría parecer colosa como la roca 
más en verdad coloide como la gelatina
Así, la carcasa de una mariposa, por ejemplo,
una cierta energía mostrándose como dos pétalos
cortejando a la luz desde el gusano de la vida;
y, eso somos todos, pedazos de un espejo
donde nos vemos unos a otros
y sólo nos da pábulo el ansia de conocer
la sustancia del reflejo:
cada grano de cada hueso, cada fibra
es un color diferente de la tinta del tiempo
posándose sobre la vasta ruina de la nada;
por eso de tierra ponemos una cortina
sobre cada espejo que queda tirado sobre la vía
para que el terror del verdadero reflejo no nos haga perder pie
en la iridiscente burbuja donde flotamos como en el ojo
de un ser monstruoso de espuma que se cree tanto
y de tanto peso como que hay diez mil millones de almas
que deambulan y la animan y que se han inventado un centro
donde como papeles en vértigo de fuerza centrífuga
da aire in-condicionado a mil universos y una sola aguja
pinchando miríadas de destellos en un instante
¡qué importa, ahora vuela esta pluma!
vanidosa sobre este trozo de nitrato de plata
que con la idea se vuelve puta.                           

ROMANCE CON LA MIERDA




Una mierda, triste o contenta, nadie la pisa;

Si acaso, alguien se fijará: Ve, por qué tan contenta
y le regalará una sonrisa.

Pero también, a veces nace una flor de una mierda
y todo el mundo se admira, de la flor, no de la mierda.

Igual, puede ser que una mierda se disfraza de flor
hasta que un poeta la mastica
y el poeta no dice, como todos: Ay, mi suerte, he caído
sino que se esfuerza e imagina [en el sabor de una mierda.
que podría ser poesía, la naturaleza de la mierda,
que tener alma podría y, al comerse una mierda en flor
embarazarse podría y tenerle hijitos, o al menos
ser el primer poeta al que una mierda le cuidó sus últimos días
con amor, sabiendo que una vez los despojos en familia
ella lo evocaría meneando el crespo-en-el-culo de los ídolos
cuando al bajar al conciliábulo de pequeños aprendices de brujo
ya viejos, que sólo aprendieron a convencer jovencitas
de que el amor verdadero es un maleficio autodestructivo
y entonces, por qué no, darnos conservación mutua
en modo plastinación de cursi moral y trofeos de academia.