viernes, 24 de julio de 2015

DELIRIO PARA UNA UCHUVA


DELIRIO PARA UNA UCHUVA

Entre la charamusca de un día raro
La bruma de la desilusión
Día en que me meé en la tela
Que urdía la araña de la desolación
Me encontré con que como mi corazón
Mi mente está sana
Más sana aún que los que cantan una simple canción
Más, eso no implica que sea una simple cama
Con servicios y cocina
En una simple y pobre habitación
Era la iridiscencia de mi meada
No una cosa rara sino una cálida auscultación
Y entre el vapor de la tela destrozada
 por mi chorro ávido como ensoñado
pues no era su fuente la bomba que está a la mano
sino una más fuerte
que no siendo músculo mueve todo el motor
me encontré con que aunque solitario
aún más sano está mi músculo del amor
e invicto, mi culo, cumpliendo su función
y de acción a la falta el cielo como desgranando
de la mezquindad de los hombres, dijo
“pélame la uchuva”
Ah, cielo bandido; una sola puesta en el camino
Ya que no saben ellos lo que es limpio
Como tú, sabes clítoris pervertido
Limpio es como desopilo mi pilo
Y lo vuelvo a organizar
Entonces, ¡Oh, señor!, dije
Mi secuestrador
Que en mi propia casa me mantiene cautivo
Y no obstante no conoce todos los meandros
De mi río, todos los pasillos
Intrincados, por donde temen
Entre corazón y mente
Medrosos los motivos que se esgrimen
A sí mismos
Como el pobre fantasma en la máquina
Buscando origen y destino
Como el pobre inocente ángel caído
Que no recuerda si se rebeló
O fue un accidente del destino
Su red me ha mostrado
Cómo todos se conforman
De urdimbres donde el filo
De la política navaja corta
Los hilos del ¡conócete a ti mismo!
Y se dejan llevar por la marea
De los ídolos de la tribu:
Hay para ti deleite y orgía
Pero tienes que donarme el espíritu
¡gustoso, esa abstracción!
Qué más quieres
Acaso las claves de mi fe, mis tácticas
Para no perder el número de identidad…
Sonámbulo camino
Entonces un silvestre palo de barro
Que se levantó de las eras sin tiempo
Llamado palta, la pata
Donde me afinco y me cambio el nombre
Agua-cate, furtivo
Como el pecado, pobre hado, mal pensador
Está infecto de la plaga, el “pasador”
De datos para el futuro
Más no echó en vista que a su sombra
Vigorosa y altiva una pobre uchuva
-y maleza, ironía-
Guardada en su sépalo, su santuario,
Una tan sólo, madura, dulce
Y otra, pasa arrugada que pudo haber sido
Pero no se dejó regar, nutrir
Del secreto puesto en entredicho
El instinto pasadizo por el cual
Es muy distinto el deseo penetrante
Del suelo y motivo
Donde surge el amor
Que aún cuando el pobre lienzo de su cubierta
Está raído por el tiempo y el olvido
Guarda fuerte ese vínculo con el misterio
Recuerda ese segundo infinito
En que la luz se afincó en el punto
Y desde entonces el obscuro interés
De lo Otro, caricia y contrario de sí mismo
Se expandió hasta infinito
Y ya no pereció
Pero tampoco descansa…
El único músculo que no está sano
Es el de la elongación del derecho
Brazo que el lenguaje sabe
Que es más fuerte que el en-tendimiento
De la intuición
Nómbrame, nómbrame
Pide a gritos la nada
Pero el dios para sí mismo

Se la guardó. 

jueves, 23 de julio de 2015

NOTA AL MARGEN

NOTA AL MARGEN
“Un ánimo que conocen quienes
Tras una espera larga y fastidiosa
Reciben la bendición de una felicidad
Más allá de toda esperanza”
Wordsworth

Listo, pasas por mi lado
Como alguna vez, en moto,
Matándome el ojo
Y yo te respondo:
¿Dónde quieres que vaya
A hacerle los responsos?
¡Listo! Dices al aire
Criss-so-bar
Pero no sabes cuánto tengo
De fuerzas para mantener las riendas
Of-cross-over
Vamos a ir ¿hasta dónde?
To-do-death-cow
With-pale-V.S.O.P.
¡Virgen Santísima Otra Perra!
-aunque eso no sea lo que dice la botella-
Without as-dust’s-stars
Maybe white desinences
Y ahí vamos
Tú y la Mari-o-n-eta
Y yo
Y las fuerzas podridas
De obligar al ágora a ser justiciera
Y las miríadas
De chulos celestiales
Que se dan banquetes de pollo asado
Con pichón de garza
-egipciaca o argentina ¿qué más da?-
El mate solo se ahúma
En sensibilidades educadas
Más aquí, en “La luna” dónde tu luz
No es tan venusina?
El café sabe a adiós costoso

Como mi propia mendicante ruina.

FRECUENCIAS

FRECUENCIAS

Entonces uno no encuentra la palabra
O-la, o-l-a, all l-o, allo
Lo-ve…eeeeeeeeeeeeeee
Aquí, distorsiones de la técnica
El diablo sabe como lo hace
Igual que lo sabe Dios
Es la misma vaina
La palabra está denegada en este momento
Gusano profundo
Moviéndose en las entrañas
Vi-rus, mi-rus, Mir-us,
Setup, back stop
¡basta!
De la monserga
De que hay reglas
Y normas de tránsito
Y no que hay tránsito
Fluido
Ola, ola, ola
Te hablo desde la frecuencia
-solo para iniciados-
¿Conoces la clave?
¿la perdiste?
Te estás concientizando
De que sólo hace falta que dispongas
Adivina de què:…
II
Si, erre; sí, erre
¿me copia?
Cierre, cierre
Aquí, a las queer-anta
La mano de la muchacha
Con el índice en la cremallera
En la calle de la pobreza
Carretera de muslos desnudos
Simbólica tontódroma con salida ciega
Aunque mala copia
De la auténtica
Todos desfilan exhibiendo
Lo que tienen los carros desolados
Que sólo tienen latas relucientes
Y chequera
La pobreza también tiene su exhibidor
Hay venta de simulacros de piernas
Abiertas como si miradas extranjeras
Y el ron se merca en el carrito del despecho
En hora pico todas las vanidades efímeras
Y hay reparto de picos que salen corriendo
Cuando ya la lengua quiere entrar en el conflicto
Era por las quimeras
Y el lechero-lechonio deja su crema
Y nata de alto valor –pesuntivo-
En el bolsillo de la copera
Sin que se derrame una sola gota
Café y ron empiezan a gestionar su divorcio

En la misteriosa cama de un estómago ahíto. 

PARA-PSIQUIÁTRAS

PARA-PSIQUIÁTRAS

Diana cazadora, la de ahora, no sabe
Por qué el Mar-cela
No tiene por qué saberlo
Pues ella, en su selva
No caza gacelas
Ni se enreda con culebras
Las conjura
A sacarles su veneno
En forma de factura
Diana cazadora, la de ahora,
Tiene por arco y flechas
Un título in-nobiliario
En administración pública
Y un regimiento de policy-as
Diana cazadora, la de ahora
Aunque playa plácida
Es peligroso risco
Donde furiosas olas se agitan
Diana cazadora, la de ahora,
No tiene su trono en el Olimpo
Junto al dios Vulcano
Ahora su trono es una poltrona
Frente al televisor
Junto a un hogar humilde
Su séquito: Windows office
Y un rayo de Metadona®
O de Lexapro®
Según el Minotauro
O el Vellocino aferrado al laberinto

II
Yuliana tiene un enredo en los ojos
Como un bucle de luz
Encendido por un sol lejano
Que se extravió
En una maraña de hilos
Por una maliciosa viuda entretejido
Jim y Yuliana riman
Y tienen un ritmo
Que baila frente al espejo
Atrás del cual
Un fabricante de decretos
Que pesca en la aguas del delirio
Vende reflejos al miedo+
 O al ciego olvido
Yuliana y Jim se conocieron
Un día en que él le dijo
–aunque conocerse es mucho cuento-:
Mira como encuadran tu nombre y el mío
Como punta de ancla en barrotes
Como yunta en arado perdido
Yo me llamo Jim Callaghan
Y, por defecto lingüístico
Cá-gan-la familiarmente
Me llaman los amigos
Tú que Yuliana te llamas
Acaso porque a una letra
Con complejo de e-j-e
Le nació un palito que arrastra
Anda y dile a ese
Yuliana de inédito apelativo
Que se mueve entre sombras
Como un back-ulo a él parecido
Que no esconda su rabo de ego
En un vulgar título:
Poderío


TOQUE A LA PUERTA


(desde la azotea)
 A: Fernanda Trías

Antes de ayer de una semana que ya olvido
Vino a mi puerta y golpeó, un espíritu
Como es profunda y obscura mi cueva
Con mil  recovecos y peligros
-para mi mismo-
Entonces fue complicado y tardo
Recorrer el camino
Para ir a mirar por el ojo mágico
Que va hasta el pequeño rayo de luz
Desde el abismo
Y cuando pude colegir que no era duende, ni brujo
Ni vampiro
-al menos brujo antiguo-
Ya estaba sentada en el desván donde recibo
Las argucias
Es mala la luz de mi guarida
Por eso se pudo llegar a pensar
En un momento dado
Que era una arpía
¡peligro!
Porque en clave griega
Las arpías son diosas astutas
Además de vengativas
Pero resultó que era una dulce ninfa
Graduada
en la facultad de la publicidad de las poéticas
entonces cuando me miró a través del velo
pár-pa-dos, para videntes ciegos
me dictó un poema:
«Algo otea desde la azotea
¿quién, A o Z; las dos juntas resueltas en O?
¿será un azote de la tea; acaso una llama niña?
¿acaso era más bien que miraba hacia la terraza;
Acaso la raza-terra indagando de las letras
inconsciencia
El enigma, viene y va y en la azotea
Se cuecen potages de buen ver al paladar
Mas, para dar digestión ojos niños
En cuerpo adulto ¿qué jugos?
Que vates habrá que batir
Repartir que insultos de faltriquera
Inane una constelación dice:
Mama de mi leche lejana

De ella te nutro»

miércoles, 22 de julio de 2015

HISTORIAS DE OPIOCRONOS y MAFAS


HISTORIAS DE OPIOCRONOS
L
a resurrección es un hecho. Sólo que su adalid y precursor se quedó por puertas de actualización; a menos que  algún Crisjustoso aparezca por ahí para contradecirnos, su nuevo promotor,  que multiplicado como sombrillitas de verano después de las lluvias y que no está interesado en anunciar su reino, ni buscar adeptos y sólo quiere pasarse una nueva temporada por nuestro infierno, se llaman Opiocronos. Tienen siempre sus apariciones en alternancia con sus antagonistas y detractores los Mafas y las Perezansas. Las Mafas se encargan de encubrir  su empeño, por ejemplo cuando un Opiocrono está tratando de desprestigiar su  naturaleza ocupándose en algo (tentar, por botón de muestra,  el penas-miento de alguna muchacha para que su cebo de corazonsuelo muerda la tragada lo que en palabras francas y livianas es un verdadero fumársele el servicio al tiempo), y entonces se encargan de llenar de dudas a su paciente, le hacen cosquillas en los talones del remordimiento y le hacen ir a consultar adivinos y ripios de café, en lugar de irse a un cyber y ponerse a buscar enmascarados sin plata y santos consoladores con cara de Chespeneincipito. Les fascina asumir disfraces de mapa y si por ellas fuera, gustosas se quitarían esa fea apariencia de letra con cabeza gacha y manos piadosas y mirarse al espejo como Maas. Las Perezansas por su parte son felices perdiendo direcciones de diligentes comerciantes que madrugan seguros de saber a donde ir. Se instalan en tibios ronroneos que a los ansiosos les hace gracia y entonces se ponen a jugar con los “como sería” “podría ser” “cómo no se me había ocurrido, hasta que una lejana luz de Gregorio Samsa les hace reconocer que son las nueve y media de la mañana y que será mejor ponerse a trabajar después del medio día.
Para mejor ilustración, vamos a ver como un Opiocrono tiene su mínimo chispazo frustrado diario: Una muchacha de esas que ya está harta de recibir piropos trillados y que se va por la vereda meneando su tibia indiferencia, empieza a sentir a sus espaldas un delicioso cosquilleo (el Opiocrono ya la tiene fichada, le ha seguido los pasos por varios días); pero una Mafa va por delante haciéndole resistirse a mirar; la Perezansa por su parte va por delante abanicándole al oído canciones de sirena. El opiocrono silba una canción de moda y lanza fuerte una bocanada de su Opiopucho:  “Te voy a entablar una demanda en la superintendencia de los encajes para que por exceso de publicidad engañosa te condenen a sacar del mercado toda la mercancía del almacén de tu pecho y te obliguen a indemnizarme con la visita gratuita todos los días a tu despacho; sólo que para no echarse encima al gremio  el alto tribunal de los deseos secretos exige no tocar ni hacer ninguna clase de negociaciones”. No estará demás contar que la muchacha  ha cogido de la mano a dos pequeñas ráfagas de aire tibio y se ha marchado dando un latigazo de cabellos rubios.   
* * *
INVIERNOS DE OPIOCRONOS
E
l invierno era implacable. Este opiocrono salía a comprar sus pequeñas viandas para el desayuno y en su cara simplemente se reflejaba el aspecto del cielo: Plana, gris e inexpresiva; tenía cara de mimo; pero que le iba a hacer, del fondo de sus ojos brotaban dos lucecitas con las que combatía la niebla. Su vecina que era más práctica: al mal tiempo, mala cara, le dice para vengar el frio de la noche anterior: ¡uy, vecino, no tuvo agüita para lavarse las legañas!. El opiocrono, que es muy decente hace la oreja mocha, pero por dentro le dice: ¡púdrete!; sin embargo, al volver de la tienda, no puede contenerse las ganas de intentar algún contraste menos rígido, de modo que aprovecha que la vecina seguramente está tratando de encender el hogar de la Tv., aprovecha los vidrios empañados de su ventana para ponerle un mensaje: ¡Madúrate! Cuando llega a casa va directo al baño a mirarse la cara de emoción en el espejo y se encuentra escrito con labial carmesí: ¡Tu-madrate!

* * *
DISFRAZ DE MAFA
E
sta mafa no quiere seguir acomplejada por estampa de cordero degollado; de modo que trabaja un mes entero en la tienda de los símbolos para procurarse una cirugía plástica; Su trabajo consiste en dejarse estrujar, enredar, volver de revés; ponerse de cabeza con una pata recogida de modo que su estampa diga: AFÁN. Incluso hasta se deja manosear por debajo de las estanterías para que el vigilante le deje sacar algunos materiales. Finalmente se para en una esquina toda vanidosa: Se ha puesto un sombrero malevo, un saco de compadrito, unas gafas oscuras y una corbata delgada que le hace parecer como si la cabeza flotara en el aire; está feliz porque van a leer: MAFIA, pero cual no será su decepción al ver que todos al pasar se ríen y le preguntan por qué se ha vestido de clown.
* * *
CURA DE OPIOCRONOS
A
 este opiocrono le ha llegado la peste del insomnio. Como es un opiocrono ilustardo invoca a San Zaratustra para que le inspire su conocida máxima al respecto: Cuando el dios del sueño no me llega, no me desespero, dejo que él llegue cuando le parezca. Pero parece que además le han enviado las pulgas de la inquietud. Entonces decide una técnica más antigua: se pone a contar ovejitas a las que va azuzando pacientemente con susurros para que vayan subiendo las escaleras donde vive la señorita del segundo y las va acomodando en el rellano rogándoles que no hagan ruido, esperando que la propia atmósfera  le haga salir por si acaso y de pronto sentarse a conversar de lo tontos que son los insomnes de no formar un club de insomnes de las esquinas para ponerse a jugar, digamos: mi-donó ya que el juego-danza de los opiocronos tragua-bajela no se ha inventado. Pero resulta que de lo puro fumón  de su opiopucho se encuentra rezagado en el primer escalón acicalando una de sus ovejitas, expurgándole una de sus olvidadas aventuras y todas salen rodando por las escaleras del desconcierto, orden por favor y le toca volver a acomodar las ovejitas, encerrarlas hasta otra oportunidad y, ya que atribuye su inquietud a demasiado poca compenetración con el entorno de sus fuerzas, decide ponerse alerta, con unos binoculares internos para indagar su propio paisaje y resulta mirándose a sí mismo; siente que en el aire flota el verso de Benedetti:”…ya hasta mi sombra empieza a mirarme con respeto”; así que ya puede visualizar a la señorita del segundo que también ha cogido la peste; se levanta, da tres vueltas por la casa y de pronto sale al rellano; hay un silencio expectante, incluso el grillo que estaba dando una pequeña tonada gratis, se queda callado; alcanza a sentir como va bajando las escaleras por el estruendo eléctrico del roce de su pijama de satén en los vellos de sus piernas; ahora está parada frente a la puerta, hay unos segundos tan infernalmente silenciosos que se hacen eternos; al fin siente que las uñas de secretaria sin oficio empiezan a tocar una disonante batería en su puerta; piensa que va a decir aunque sólo fuera por que así es la vida/ aunque sólo fuera por capricho como en uno de sus tímidos versos, y bueno, vecino -con una sonrisa apenada mirando al suelo-, aquí estamos y en poco más de lo que duran dos suspiros y un estertor,  se percata de que una tropilla tibia de animalitos peludos ahítos no de trébol sino efluvios de imán le ha cortado unas inmensas orejas que le han nacido y que con ellas haciéndole cosquillas en la espalda se dormirá la próxima noche, soñando que visita a una señorita en Paris. 

* * *
OPIOCRONOS MAFAS Y PEREZANSAS 2062
H
ay ciertas mafas a quienes no les importa mostrar lo que son. Esta, por ejemplo, se para a la entrada de las cabinas de teléfonos dispuestas especialmente para andariegos, desocupados, tribu-ferales que quieran establecer comunicaciones fraternas en las esquinas de los suburbios. No es que las mafas sean chismosas, no, aunque sean un tanto traviesas y se propongan hacerle pilatunas a ciertos especímenes “chapados a la antigua” que siguen pensando en promover el arte, la cultura y los negocios del espíritu y que, dada la escasez del mercado de las últimas décadas, deben conformarse con utilizar de vez en cuando, cuando ya la maleza del tedio va cogiendo ventaja, los servicios de autocreación virtual, emprendimiento metavacuoso  e intercambios en red-il, las mafas son una mezcla curiosa de aventura y filantropía. De suerte que esta mafa espera que alguien de esos que vienen a utilizar la caridad del Estado quiera verla como una realidad al alcance de la mano, aunque al principio vaya a mostrarse un tanto hosca o acaso desinteresada; que si le preguntan entonces qué hace ahí ella conteste que haciendo uso de su libertad de pararse donde se le venga la real gana y que después de que su interlocutor le diga tu si eres chistosa; todavía usas la palabra real; di tri-vial; es cierto que ella tiene en casa un fijo en forma de falo con el cual entretenerse llamando a hacer pegas y citas a ciegas, pero lo que ella espera es que de pronto la moderna forma tri-vial de des-aparecer, a-par-en-tal y en-troncarse alguna vez se le de a la usanza antigua de: piedra, tijera, papel. Ella sabe que después de cada coincidencia alguien se irá pensando que todavía existe algo de bondad en el mundo.
Las perezansas por su parte en esta época de la vida, que digamos no es más de dos o tres meses en tanto los negocios y las novedades se actualizan, viven ostentando sus conexiones directas: Tri-vial-Berry, Banda ancha 3D (las aplicaciones 5D ParalelD y otras son muy costosas) y se la pasan revendiendo  efimes-tremecimientos, ricachándalos y otras baratijas, pero sufren tratando de encontrar quien les libere del chulo que las exprime.
Pero el humilde opiocronos es odiado como ninguno; él dice tener las redes neuronales más sofisticadas del mundo y que todas sus comunicaciones son vía tele-pa-prima, por contra del costosísimo dispositivo intra-brain al que todos se quedan alelados por las calles mirando como lucen sus pintas de no ser de acá.

* * *
OPIOCRONOGENÉSICA
P
or aquel tiempo las risas eran escasas; se repartían abrazos gratis en las esquinas y en los parques, pero siempre era como parte de una campaña en la que alguna cámara servía de garante, lo cual era sólo un gancho, pero sólo un gancho al hígado de las confianzas. Era como cuando el presidente Chaves, experto en risas, después de unos lustros en el poder (la referencia es incierta pues en el archivo no se puede leer si lustros era una referencia cronóptica o simplemente ópticovariable), aceptaba como garantes a las misiones de la ONU, pero esperaba que la Alba sacara sus propias conclusiones, lo que no era decir poco, puesto que siempre amanecía más tarde; quizás la Alba tenía alientos cada vez mejor aceitados o las próstatas de los futuros se fuesen volviendo menos dependientes de las raíces negras, pero nunca se sabe. El caso es que los opiocronos empezaron a sentirse inquietos por su origen. Sentían una envidia indecible de ver tantos mafas y perezansas felices acompañando a sus abuelas al mercado, armándoles el porro de las juventudes y adaptándole los audífonos a sus orejas arrugadas y gachas y convirtiéndolos en sus ñañas de hijos únicos, soltándole una mesada semanal modesta pero que superaba con creces todo lo que se veía en la escuela. Un opiocrono adelantado empezó a repartir la especie de que había habido un tal Cort-a-zar  que había patentado (la palabra es inexacta, pues en honor a la dignidad deberíamos decir bautizado, pero para evitarnos digresiones y conflictos preferimos un término más jurídico; que tampoco es adecuado, puesto que su autor era enemigo acérrimo de los litigios de corte; por algo alguna vez se le llamó ingenuo) a los Cronopios. Estos eran seres de una sola pieza; es decir, uno no les pedía que sentaran con nosotros a tomarnos una Coca-cola para ver que capacidad tenían para convencernos de que eran compatibles con nuestros prejuicios; uno se enamoraba de ellos de una, y se los levaba a la cama, aunque solo fuera para hacerlo sufrir a punta de risas y barruntos, porque nunca se le ocurría a uno pensar si tendrían algo que se pudiera homologar a un semáforo (alerta, pare, siga), o una disco donde el portero te revisa la identidad y te dice: entre; y el éxtasis no era por popper u otras porquerías. Así que este opiocrono se atrevió a meterse en un antro de las antropologías y se consiguió un médium.
La sesión que se dio después de algunos intentos, hay que decirlo, fue tenebrosa. Se convocaba y se convocaba al tal Cort-a-zar  pero no había señal alguna. La/el médium (no se sabía en la semi-oscuridad de Drag-queens, maricones penitentes, maricones eminentes y tanta gama de elecciones libres) había dicho que como era un ser juguetón, tolerante y aún indiferente a fuerza de rechazos, timideces y también cierta frivolidad resentida, había que convocarlo con la danza; de modo que empezaron ambientando la sala con reaggeton, pero sólo se sentían unos vientos gélidos que nos daban como cachetadas, hasta que al opiocronos se le ocurrió, por un atavismo que le había llevado a gustar de Teloniuos Monk y Louis Armstrong, sugirió poner Jazz, pero solo se empezaron a sentir como una especie de gemidos en el viento. Alguna corazonada tenía el opiocronos que se dejaba transportar con la música; por esos días estaba investigando las relaciones de los nombres, las religiones y los desvíos místicos y se había encontrado con una banda llamada Nazareth; pidió que se pusiera la canción Shapes of things; se sintió un erstremecimiento general en las manos unidas en torno a una fogata en un cielo de luna creciente; médium quiñó el ojo en medio del estupor y éxtasis general, siguió loved and lost y entonces una llama crepitó y surgió una cara barbada, sonriente como un enfermo de down, unos ojos como de vaca y una voz cascada pero dulce arrastrando erres decía entre interferencias y pérdida de señal  jet lag, jet lag; rápidamente dimos la orden al lector de Cd’s y entonces aquel rostro venerable, en medio de una beatitud infinita y un contento inenarrable empezó a soltar vocablos al ritmo de la música,; pero la resolución era mala; no podíamos discernir entre Lorca, lorca o Carol, Carol; abuela y vuela,vuela; raro-ver-na ardes; au,au,au, rora, rora. Por último se escuchó gritar Rocamadour y una espada de fuego estalló en el aire. 

* * *
LAS FUFURUFAS
U
na vez los opiocronos se sintieron solos, entonces pidieron a su ilusio-dios que les ayudara. De modo que nació una nueva especie: Las fu-fur-ufas. Nadie podía decir cómo o qué eran las  fu-fur-ufas; en todo caso eran potentes. Unos decían que eran una especie de teoría darwinista; que empezaron por ser unas simples fes, que después de afianzarse como fe, es decir, después de asentir a un creer se inventaron un antiquísimo lugar: Ur. En Ur las fes variaban según la creatividad de cada cual. Entonces las extravagancias fundaron su imperio; de allí se desprendió una raza que pronto fue relegada a los submundos (eras enteras después emergerían como creaturas míticas: ET; Alf; Superman; Spiderman y toda una serie de bastardos que la democracia del concienciar permitía –nótese que de la ternura primigenia se fue pasando a la fuerza y el poder sobrehumanos-). De tantas multiplicaciones  y vuelos de conciencia (en las conciencias no se podía hablar de promiscuidad) llegaron a ser el femenino de los UFO, es decir, un-fly-objects, lo que sólo podía significar que era tal la degeneración de la conciencia que andaba volando por los aires sin dueño y sin identificación; en todo caso esta excrecencia era muy placentera, de modo que por razones de estado (he-s-ta-do-bien) se les dio carta de ciudadanía. Nadie sabe cómo fue que de Calígula a Camus se degradaron las fu-fur-ufas.     
* * *
CARIÑO DE OPIOCRONOS
D
icen que fue la polución; dicen que fue una fisión de aire y basura. Aunque desapareció del mismo modo como apareció, no nos cansamos de lamentar y extrañar su pérdida. Decir Opiocrono es decir fenómeno, pero este ya fue la tapa. Aquel era un día de esos en que debía llover porque era invierno y la gente maldecía porque sus mujeres no les permitían con ese alboroto de que había un día espléndido, dormir un poco más. Cuando ya el sol de las siete de la mañana se colaba por las rendijas de las puertas y ventanas, se coló  también aquel murmullo sorprendido que levantó finalmente a toda la vecindad. Primero fueron los chicos que iban a la escuela y hacían corrillo: Que guácala, que que miedo, que no, que es lindo. La inmensa pegatina fosforescente y multicolor se había pegado de la puerta de aquella niña –bueno, no tan niña, sólo que era solitaria, de mal carácter y vivía encerrada porque la gente le tenía inquina- y cuando don Palitroque Faltriquera vino con un palustre a intentar despegar aquel delgado como tentáculo que hacía de brazo, recibió un pringonazo y la pegatina desapareció. Fue cuando el corrillo se deshizo y los comentarios del barrio eran que la gente si era muy pajuda; que no sabían como inventar mierdas para tapar los problemas; que quien sabe que otro impuesto iban a sacar o que droga rara estarían vendiendo por ahí, que volvió a aparecer pero como un pequeño peluche, aunque aún translúcido, fosforescente y abigarrado, pegado de la misma puerta, tanto que los padres de la muchachita salieron maravillados a decir que se parecía a la virgen de las galaxias; la gente no sabía de cual virgen de las galaxias hablaban, pero, en fin, ya la llamaban así. El caso es que hasta que la niña no salió y con un particular modo de refulgir dijo que quería hacerse tomar por ella, quien inmediatamente, claro luego de pequeños titubeos, se sintió confortadisima. Le sacaron fotos en los periódicos; entrevistas van, entrevistas vienen, una bendición papal expresamente firmada por su santidad; propuestas para poner un negocio de exhibición, pero una sabia y salomónica decisión estipuló que sería una propiedad privada. Pero que va; como todo, después de una semana la fama internacional de la vecindad se había esfumado y  empezó a aparecerse en cualquier casa, en la sala, en la cocina, en el baño. Todos le habíamos tomado cariño porque, simplemente se aparecía en un sitio y empezaba a destellar sus colores de modo diferente para cada casa y cada persona; eso sí, sólo con las chicas sacaba todo su repertorio de melodías cromáticas y se dejaba acariciar;   algunos señores le caían bien y se los demostraba poniéndose de un solo tono vivaz; a don Palitroque, que era muy estimado porque era un viejito muy sabio y chocarrero se le ponía transparente (así supimos cuando tenía celos).
Lo llamábamos Opiocro cariñosamente; lástima que no hable decían algunas –debería ser entretenidísimo- pues si así sabía hacerse entender tan bien, como sería si tuviera un lenguaje. Empezaron a correr rumores. Decían que alguna vez habló pero se quedó mudo para siempre después de una decepción frigidosa. Alguna vez a la Concepción le dijo su mejor amiga Conce, como estas de pispireta últimamente y ella le dijo toda vanidosa y desentendida: ah, como opio. Ay, cómo así; no me vas a decir que estas metiendo yerba. No, no, que va.
A Opiocro le fascinaba la música, especialmente la que salía de aparatos pequeños: celulares, memorias USB y radios transistores y cuando alguna canción le gustaba sintonizaba todos los aparatos en la misma frecuencia en cien metros a la redonda; pero sólo se enamoraba de versos; por ejemplo: te vas/ pero yo sé que vas a volver/porque/ a ti te gusta el merecumbé. Se tenía por muy fino y le fascinaba escuchar pop y por alguna razón le gustaba la frase que daban en determinada emisora que infortunadamente en el suburbio y la vecindad no gustaba por arribista: más de lo que te gusta, entonces la gente lo regañaba Opiocro deja esa bulla, de modo que cuando algún aparato se perdía era Opiocro que se lo robaba por un rato para esconderse a escuchar sus cosas.
Opiocro se las traía. Cuentan que una vez en la versión criolla del té canasta, que por aquí era el café arepiado, en el que se reunían las bellas, las brujas, las importantes, las intrigantes y en general las doñas de la vecindad para socializar los chimes de la semana, la Conchi empezó a tener, después de una encendida disputa con la Macarena por alguna discrepancia de distinciones entre medidas y quisquillas, un extraño comportamiento que comenzó con silencio abrupto; luego empezó a menear los hombros como si le rascara la espalda, después empezó a mascullar pendejadas: copio…co-pio, ¡copio! Vean a esta, ¿se volvió callcenterista o qué?-dijeron-  Humm, por ahí estará soñando volverse guachimana. Hasta que se abrió de patas y no pudo más de la dicha que después dijeron eso si es tener morro la Conchi. Eran las andadas de Opiocro.
La noche de la tragedia toda la vecindad estaba con el volate de las inscripciones para Familias en Acción que era una platica que los más pobres recibían para ayudarse a sobrevivir. Ese día era también el día de la recolección de la basura que se sacaba entre cuatro y cinco de la tarde para que la recogieran máximo a las ocho; pero a las dos de la mañana la basura estaba todavía en las aceras; los recolectores habían pedido permiso para las inscripciones. A las tres de la mañana cuando todo el mundo en el calor de las cobijas, los sueños más interesantes y las movidas más chuecas, nadie puso atención a que entre las campanas de la basura se escuchó varias veces el eslogan de una emisora: ¡DAME OXIGENO, QUE ME MUERO!.      

* * *
INJUSTICIAS DE BOLSILLO
E
ra una verdadera pena. Verlo tirado allí, joven aún –o cuando menos conservado- con todos sus atributos: Su color encarnado y parejo; su textura sedosa de ga-muza; sus formas de corte perfecto, valga decir de artista, para terminar tirado de esa forma por esta mala mafa. Ella no había soportado aquella mala pasada; pero nunca se puso a pensar de quien pudo ser la verdadera culpa. Había hecho aquel ahorrito con tanto esfuerzo (no gastarse en unas ricas chuletas, no invitarse a un buen helado) para poder tomarse el tinto mensual que le permitía desahogarse con unas cuantas milongas que terminaban en ese ridículo bailando sola reaggetton. Tanto sentirse fastidiada por el hilo dental (sin perjuicio de identidades, pues sin ser hermafroditas las mafas son de los dos partidos) y no sacó la conclusión; bueno pensar con agudeza en ciertas circunstancias es pedirle peras al olmo. Pero lo cierto es que el hueco del bolsillo por donde se le salió el billete fue producto de un intento que, en medio del pensamiento: si es posible ser uña y mugre, porque no iba a ser posible ser hilo y carne?. El pedazo de hilo, un hilo fino y brillante, aún lo guarda para una emergencia.
* * *
COMPAÑÍAS DE FUFURUFAS
L
a familia se fue creciendo, no se sabe como; y como hasta en las mejores familias hay de todo, aparecieron unas primas lejanas de las mafas. Eran tremendamente plásticas; se la pasaban pendientes de las modas y de los accesorios y eran siempre ellas las que imponían la moda en el barrio que, desde luego, era pobre. Y, bueno, se les podía perdonar que fueran plásticas, artificiales y de sobremesa chicaneras, encima de cismáticas. Eran tan artificiales que se sentían orgullosas de ser las ma-faldas; no les importaba, pues para ellas que todo lo tergiversan eran la mamás de las faldas y ningún Quino ni ninguna aparecida de comic les iba a quitar identidad. Pero que quisieran descollar en política era el colmo. Y es que se les iban a ellos los ojos cuando paseaban por la vereda exhibiendo no tanto piernas y colas para todos los gustos y ojos: ojos bizcos, ojos disimulados, ojos ojerizos, ojos descarados, sino las faldas: faldas minis, faldas de cuero, de satén, faldas picapiedra, y hasta ahí, pero ya que empezaran a combatir con ideología: Que se vayan al chorizo; una no disiente de que les guste el confite; que por el confite trabajen, roben, hagan novelas y se vuelvan curas. Pero de ahí a que lo cojan a uno, que sí, que la única reina digna de la corona es uste-mi-reina, que del trono solo la va a bajar la pelona y después, cuando se tragan el confite entero, porque ni lo saborean, no dejan ni la envoltura. No, no.
Nosotros no tomamos partido. Asunto difícil. Sólo decimos que como están las cosas, hoy con la igualdad de géneros, con la libertada de cultos, con la democracia de tendencias,  entreverar conceptos en la mercancía no parece ser práctico. Hay quienes se preguntan por que ellas también no distinguen entre la política y el confite; y quienes dicen que las que se oponen al confite surtido son las auténticas fufurufas.     
* * *
LENGUAJES DE OPIOCRONOS
C
ansados del lenguaje de los humanos; especialmente por sus vueltas y revueltas, también por esas formas tan dudosas de tratar los dolores de cabeza dizque con ácido acetilsalicilico, pero por sobre todo por las complicaciones para hablar el lenguaje del amor, los Opiocronos decidieron cambiar de lenguaje. Lo cambiaron por el lenguaje de los guiños. Claro que fue una mutación de centurias y de eras en que se fue especializando esa sutil forma de hablar callado y hasta de gritar al pan pan y al vino vino, con un simple chispazo acompañado de un abrir y cerrar la puerta del alma. Los humanos estaban furiosos; no se hablaba más que de aprender el lenguaje de los guiños y hasta se rumoraba que se iban a emprender acciones para reclamar un invento netamente humano. Pero los Opiocronos se sabían defender: decían que si acaso ellos se habían tomado el trabajo de investigar por años y años todo lo relacionado con matar el ojo; buscaron los cadáveres de los ojos matados, espiaron a los posibles asesinos; se infiltraron en los cromosomas de los zarcos y los pícaros; contactaron a los dueños de cejas pobladas y pestañas rizadas; hasta que finalmente sus bisabuelas y abuelas empezaron a dar a luz pequeños llenos de la gracia de picar el ojo automáticamente. Claro que los envidiosos decían que esos eran TIC’s nerviosos (sin reparar en coincidencias de que en la era posmoderna los TIC’s era Teatros de la Información y las Comunicaciones) y que no tenía ninguna gracia que alguna anciana decrépita le matara el ojo al obispo o que azuzaran al alcalde picándole el ojo con insistencia en momentos en que hacía esfuerzos por concentrarse en explicar al pueblo las razones y medidas de la crisis.
Aquellos rudimentos duraron muy poco. Antes de que la revolución de los guiños tuviera su apogeo con la misma fuerza de la revolución francesa o de mayo del 68 corrían entre los intrigantes consejas sobre las múltiples clases de guiños: que el guiño costeño (habría que aclarar que no tenía nada que ver con el hacer el amor a la pestaña ya francesa o americana aunque algo de eso quedaba) adoptado por los rusos quienes por intermedio de la embajadora Marina Pipilovko empezaron a conocer las hermosas playas caribeñas,  las grandiosas oportunidades de negocios, las grandes diferencias entre el entendimiento negro y el entendimiento blanco. Se hablaba poco del guiño anglosajón pero estos eran enemigos mortales de la popularidad de los opiocronos. También se hablaba muchísimo del guiño oriental o asiático y se comercializaban manuales de contrabando sobre las maneras de achinar los ojos para hacer un guiño sin aspavientos y, en fin, toda clase de guiños.
Hoy las cosas son muy diferentes; los Opiocronos no quieren negociar el secreto de cómo logran hacer de las pestañas largos tentáculos que cortan flores del jardín del aire para entregárselas a las Opiocrónicas que por lo regular van siempre vestidas de papel, pero los Opiocronos las desnudan en un abrir y cerrar de ojos. Las pueden mover individualmente; las extienden y enredan en otras; se estrechan mutuamente y hablan extensamente entre guiños alternados de los dos ojos antes de ponerse a jugar Rayuela, mientras bailan Tragua y Bajela cantando:
baja-la-laja-tanga
tragua-gua-gola-jaba
lámbate-cada-nada
güelan-ja-deja-gana
Como el lenguaje de los Opiocronos es invisible nadie puede espiarles sus conversaciones; sin embargo cuando quieren publicar algo de sus vidas tienen siempre a la mano el espejo digital dónde se reflejan plenamente su juegos y asombrosos movimientos. Ya hay vividores que están haciendo su agosto vendiendo salvapantallas de Opiocronos, pantalla inicial de Opiocronos, rings-tones de Opiocronos.
* * *
REMEDIOS DE OPIOCRONOS
“¿
Ya lo probaste?” –le dijo el Opiocronos Medical-ixto a su hermano mellizo Medi-koo-l-so- es sensacional. Los opiocronos no conocían la sal ni el azul. Era un defecto genésico producto de la enfermedad del olvido y el paso del tiempo desde cuando el demiurgo del caos empezó a jugar a las cartas con el demiurgo del azar. La sal y el azul eran ases: l-as y a-luz. De modo que el solapamiento de bazas entre trampas del uno y del otro que vinieron a dar con el fenómeno de la vida que según se entiende por viejos rumores fue el producto de sendos manotazos sobre la mesa y, cayendo cartas de colores, ases y comodines se mezclaron las leyes necesarias para el agua, el fuego, el aire y la tierra y que con el advenimiento de   la pelota de barro pensante y la ciencia, y finalmente la espacio-cibernética se fueron perdiendo las cuentas –para dar paso a los cuentos y de estos a los embustes-. “No, no lo he probado” –respondió al descuido Medi-koo-l-so, pero desde ese instante desesperó por conseguirlo y como era muy pobre y su importe costoso, sufrió mucho tiempo y tuvo que hacer muchísimas cosas para conseguirlo y lo peor, volverse adicto. No pensó nunca con que bastaba con apropiarse de él mediante el ejercicio, la disciplina y la confianza en si mismo; que al combinar el amar-i-yo con el a-luz en una retorta de sinápsis, el costoso Sildenafide estaba listo.
* * *
RITUALES OPIOCRÓNICOS
L
os opiocronos se indignaban cuando les decían que también eran lejanos ascendientes de los primates y que la inveterada costumbre que aún se mantenía entre los humanos de estriparse mutuamente las espinillas como extensión sublimada del expulgarse los piojos, nada tenía que ver con su costumbre de recoger espinillitas y barritos de los otros en frasquitos para untárselas en las noches como crema embellecedora de las partes más impensadas. Había sitios especializados en encontrar glándulas sebáceas afines y hasta se hacían tratamientos para dar productos con fragancias, de larga vida, con propiedades seductoras. Y eran famosos y exclusivos los encuentros de citas rápidas buscando los más barrosos y espinillosos compatibles.
* * *
INQUILIN-A-NSIAS
C
ientos de nubiometros al sur de su único vecino Rafael Escalona este opiocrono tenía su casita en el aire. En verdad era una humilde y ruinosa choza que, amenazada por el comején de los principios desuetos, los imposibles índices de la canasta familiar y los insufribles desplantes del estrato seis con sus extravagancias, exclusividades y despilfarros, le hacía temer que, inexorablemente, el día que lloviera mierda del cielo, sus congéneres se darían por enterados de que ya se había ido por fin a descansar en paz a la tierra. La casita estaba exactamente encima del aeródromo de la Nubia y, justamente debajo de las pseudo-pléyades, aunque la referencia de la galaxia de Andrómeda era un justo más que bizarro consuelo para su pobre exclusividad de estrellas. Tenía un secreto mirador, pero también un selecto club de muertos a los que cuando estaba asolado por el tedio, o no podía bajar a la tierra por inclemencias del clima hacía compañía silenciosa y secreta: “La Enéade grecoquimbaya”; pero esto es sólo un accesorio anecdótico aunque aprendiese muchísimo de sus fanfarronerías faraónicas.
Puesto que sólo en esporádicas ocasiones se podían encontrar al azar deliciosas frutas, frescos pescados, conejos a medio asar por el viaje que, arrancados de sus predios naturales por los huracanes y tifones subían para solaz de su estéril paisaje, solía bajar deliciosamente, casi a diario, por su tobogán hecho con hitos de la nube aseguradas con retazos de espectro electromagnético –preferiblemente de banda ancha- a rebuscarse la vida; pero la subida era otro cuento. De modo que tuvo que ir aprendiendo a refinar sus métodos –en realidad sólo fueron hallazgos, ya que como los tiempos eran distintos a aquellos en que las gentes eran caritativas y hasta generosas, ahora tenía que escarbar en los tachos de basura de las grandes superficies y, como era tanta el hambre en ocasiones, debía ingerir cualquier cosa, lo que le hizo dar con el descubrimiento de que las ventosidades que se iban acumulando en su intestino perezoso, cuando se soltaban lo impulsaban cientos de metros hacia arriba; así que fue organizando su estómago para un musical sistema de propulsión a chorro para ir y volver-, pero a veces se quedaba varado porque olvidaba usar su tampón femenino y entonces no podía coger impulso, así que: a mover sus bracitos escuálidos como aspas locas.
Pero el verdadero motivo de esta historia es que como la casita era de doble servicio, decidió arrendar la planta alta a una familia de ángeles vagabundos de los cuales no se sabía a ciencia cierta si era que habían renunciado a su misión de ángeles guardianes para formar su propio imperio o si los habían echado de la coloca o tal vez estaban en trance de caída calculada y controlada. Era la Ángela madre con sus hijas; una de las cuales: Ángel-y-k, tenía un angelito y la otra sacaba su primeras plumitas en la prepa; el Ángel-boss se dejaba caer de vez en do-cuan con tremendos costalados de viandas y hacían parrandas con acordeón y gozaban de lo lindo sintonizando los pedos y parches de allá abajo. Todo de maravillas;  sólo que nuestro pobre opiocrono cuando sentía la voz de pollito ensopado del astronauta que cada fin de mes y a veces todos los fines de semana dormía con la Ángel-y-k y del cual su estampa y comportamiento no arrojaba la menor duda de su virilidad, pero ella pretendía hacerle entender que salía luego de una larga visita cada noche, sólo podía sacar la conclusión de que era tremenda estúpida, pues en estos tiempos y desde inmemoriales épocas, cada cual tiene derecho a hacer de su nido una tapera.
* * *
VERGÜENZAS DE LA FAMILIA
S
e les había olvidado hasta chupar (pero si lo pensamos mejor, ya no tenían conciencia de su estirpe: era que se habían extinguido de la faz de la tierra). Ahora que de nuevo estaban dando lío en las camas, bajo las sábanas, que se hacían sentir inopinadamente subiendo por una suculenta pierna o dando lata en una inaccesible parte de la espalda, las pulgas, exterminadas por la proliferación de energías más diminutas que ellas (igual que zancudos, niguas, piojos y liendres; excepción hecha de las moscas de las frutas, o jejenes en regiones aún vírgenes, lo cual era un síntoma sospechoso que nadie se tomaba el trabajo de tener en cuenta –excepto los perros que comían callados,  pues aunque se les hubiera desaparecido un rasgo peculiar de sus personalidades, ahora podían, por ejemplo, dedicarse a cultivar las bellas artes de mear sin alzar la pata o despegarse educadamente cuando la glotonería de una cópula les hacía volver a viejos atavismos-); era que las señales de antenas de telefonía celular, los mensajes de texto, de voz, las ondas Wi-Fi –pensar que convivían tan bien con las señales micro-ondas- ya no les dejaba espacio para subsistir; al menos los dinosaurios habían desaparecido de una sola pedrada, pero ellas, desterradas a fuerza de ruido y sin ninguna imputación ética, era el colmo, pues meter la ¿probóscide? en un poro, como si una tierna cosquilla de la lengua del recién nacido en el pezón abriera la llave del dulce vino. Ya no era un chiste ni motivo de santiguarse cuando en la misa, ante la entrada silenciosa de una llamada a un móvil imprudente –por más que se hubiese puesto en modo vibración- hacía que el sacerdote perdiera el hilo de la lectura y repitiera estúpidamente el párrafo que acababa de leer, igual, ya las pobres abejas habían empezado a chupar flores plásticas y las hormigas a querer hacer colonias en nalgas desaseadas.
Pero el asunto era aún más grave: Los lingüistas y filólogos, obnubilados por el paraíso de la profesionalización habían descuidado el rumbo; y, era lógico, significado y significante debían tener derroteros y ¿si no los había? El significado  y significante no podían, como si podían las niñas, elegir entre si la piquiña del despertar de la pubertad lo compartían con un selecto grupo o se entregaban a sus ególatras maquinaciones; del mismo modo, si la economía se había vuelto, por ejemplo, una brujo-economía, uno no podía menos que tener una bruja amiga que le ayudase a descifrar de que iba la cosa; así que la informacionalización fue colonizando nichos de significantes y no era nada raro que cuando uno volvía a sentir la vieja sensación de un bichito subiéndole por la manga del pantalón, al hacer toda la pesquisa y cacería necesarias, terminara con un diminuto gránulo de plástico parecido a la lycra entre las yemas de sus dedos. ¡Ah!, pero es que la cosa era porque las pobres pulgas siempre fueron negadas por sus ascendientes; como cuando tantos famosos se han negado a aceptar que sus vástagos son sus hijos, por más que alguna prueba genética les haya condenado a onerosas cargas de manutención. Es que el origen de la pulga nunca fue siquiera sospechado; era una plaga más; pero, ¿por qué si la pulga no tiene un estrecho parentesco con el hombre, una artista de los años ochenta logró configurar (previo dispositivo de lentes, cámaras y camerinos) un circo de pulgas? Remóntese el querido lector a la época medieval, y aun a los tiempos prehistóricos: supongamos que ya el vino corre por la sangre de los pitecantropus, que ya las olivas han donado su aceite; que las delicias del mar con sus mariscos y proliferaciones han puesto las venas ha reverberar de energía: ¿no hay una relación entre la pulga y p(or)-gula?; aun más, ¿A la sangre efervecida no le ha dado por tener su ósmosis? Pero como todo hoy son cifras y fórmulas, vaya uno a saber que contrato han suscrito la sangre y la máquina.
* * *
DEMONIOS DE OPIOCRONOS
E
s posible que Bran Stroker y Mary Shelley  hubiesen pasado a la lista de los autores superados por el subconsciente de los opiocronos (que no es lo mismo que el inconsciente: Ha sido una frecuente confusión de categorías que sólo ha dejado al descubierto la enorme ineptitud del gremio psicoanalítico; pero es un complejo que nació con su padre, puesto que al meter el profe Freud en el reino de los sueños y en el reino de lo irracional lo que simplemente era a-racional, o in-forme por razón de no haberse vuelto lo suficientemente crítico –lo que él compensó a despecho de no poder inventarse un efectivo método de literato- de las sublimaciones estéticas, inventando un rudimento de método reduccionista: Si un pipí tenía demasiada hambre antes de enfrentarse a un pipí mejor nutrido es más que lógico que la posibilidad de acción estará del lado de las facticidades antes que de las racionalizaciones y, habida cuenta de que el dilema de la creatividad, la diversificación y la invención estará siempre por encima de la obviedad, simplemente por el hecho de que el pobre tiempo de lo valioso merece siempre tener un valor agregado por encima de lo inmediato, entonces el señor padre austríaco estaría sólo siendo el representante –gratuito o no- de aquellos que gracias a la ironía de la vida de que Dios da pan al que no tiene dientes –pero tiene plata, con lo cual se compensa lo que en unos es juego y en otros es tiempo mediado por un símbolo ominoso,  de un partido falso, o al menos, perdedor.
Pensemos por un segundo en ciertos diablos que superaron con creces a los demonios de Sócrates, Jesús o Nietzsche, simplemente por el hecho de que ET, ALF, GURI GURI O NANO-NANO no tenían aquel destino trágico –aunque tampoco glorioso puesto que imaginar a ET como presidente de los EE UU. o como bebedor de cicuta es simplemente grotesco- pero tenían esa condición que seguramente la virgen María estaría presta a defender cuál es la de la gracia pero sin prejuicios. . . o pensemos en los demonios de Tasmania, aun en los monstruos de Gila: Su veneno de feura se puede exorcizar con paulatinos y pacientes acercamientos y, por qué no, algunas concesiones. Pero que a ese pobre opiocrono se le venga de un momento a otro a su cara ingenua y de sonrisa gratuita, la imagen de nuevo miembro de la tercera edad por  un simple demonio del medio día, es el colmo de la desdicha.


OPIOCRONOS POETAS
L
os opiocronos eran mirados con sorna por ser los últimos supersticiosos:¡Bah, es que no saben de tecnología! ¡Son unos fundamentalistas! ¡se quedaron en el romanticismo! Pero resulta que como habían nichos de mercado como gustos, a los pobres opiocronos todos se los disfrutaban ya como consumo superfluo, bien como gratuitos productos de culto, ora como exclusiva cosechas orgánicas criadas en tierras del merchandising y, como los réditos alcanzaban para todos, pues todos conformes: a los primeros, vivir y disfrutar que quizás mañana no podamos pichar; a los siguientes, algo más en nuestra colección de ups y, a estos, los descuentos suprafiscales nos resarcirán. Pero dejemos que sean los auténticos críticos los que se encarguen de su impacto o inocuidad. Nosotros sólo queremos ser testigos de excepción.  Que las moscas como personajes interesantes del mundo hubiesen pasado a planos nimios después de haber contaminado la picadura de fantasía con que los opiocronos armaban sus opiopuchos volando de espaldas o haciendo que los cubículos de cartón tipo observatorio y laboratorio tuviesen más protagonismo que los cubículos electorales de alguna república banana ya era un pleonasmo; peor aun, anacronismo, pues el rubor de no haber pasado aún al sistema electrónico podía significar un sospechoso rudimento de escrúpulo, o bien una pequeña forma de paranoia. Que todos los Polanco, Margarita Pisada u Mario Jurasikchurchis quedaran como dulces recuerdos de lo que significaba permanecer en la sombra; salir al estrado de las últimas descocadas en nombre del numeroso gremio de los desencantados y que con un buen fajo de amigos con dinero escamotearan las ganas de volver por los fueros al anunciar en el programa de la Radio Nacional, como invitada de piedra,  con una carcajada forzada, que sería la próxima figura editada por la novedosa editorial que estaba haciendo pinitos de calidad y decencia, y el último modesto que teniendo todos los juguetes, el aprecio, el bagaje y el bagazo que le dejaban las noches bogotanas se declarara no-escritor, era una soberana pendejada. Pero que un opiocrono intentara defender, en contra –o en pro: en este mundo de mentiras todo depende del lente con que se le mira- de las nuevas formalidades estilísticas tipo: ‘Sobrevive bajo la sotana/como un badajo magnífico/el pene del Papa…/más por la noche/en la suite pontificia/la niña de algún sueño/se yergue fantasma’ a la auténtica poesía, tan ingenuamente, sin siquiera esbozar un poco la teoría suya de que los presocráticos fueron los auténticos poetas-científicos hasta que llegó Pitágoras y su nociva idea de la matemática y, estrictamente del número, haciendo una exposición detallada de cómo esos bichitos enigmáticos, que ni siquiera se pueden definir como hormigas pues en esta versión del sitio aledaño a una fábrica de productos electrónicos que manejan isótopos radiactivos donde vive, son tan mínimos que apenas se les puede visualizar como una reunión de puntos con patas que al aventurarse sobre la pantalla de E-book donde lee un prólogo a la obra de un tal Luis Vidales (al que le sonaron timbres de innovación) y que, citado por el prologuista en llamativa jactancia:  “Señor,/estamos cansados/de tus días y tus noches./Tu luz es demasiado barata,/y se va con lamentable frecuencia…/…¿Por qué un mismo espectáculo/todos los días/desde que le diste cuerda al mundo? y que renglones más adelante cuando hace su aparición el citado bichito, donde:
«Y de pronto, anhelando liberarse de la gravitación universal y emprender un viaje interplanetario, nos ofrece la nota amorosa, premonitoria y vaticinadora:»
»Me acompañarás, entonces
¡oh! dulce niña mía”
iremos lejos, lejos.
Y si nos coge la noche
nos quedaremos a dormir
en un pequeño pueblo de la Luna.
»Resulta interesante el hecho de que Vidales, escribiendo en plena vanguardia revolucionaria de la primera posguerra, y en un ambiente de modas cosmopolitas, permanezca fiel al aire de nuestra patria. Y es que su corazón ha latido por la belleza, por la justicia, por la paz, por el infinito constelado y por este sagrado terrón del mundo humedecido por la sangre, las lágrimas y los sueños de los antepasados, que se llama Colombia. Por la raíz de sus versos sube la savia del terruño» y que tal visitante escriba con su capricho de ágil tuntuniento: Me…acompañarás…oh dulce…plena…del terruño, sin que la figura dibujada se registre y sin embargo, le deje a este opiocrono elucubrar que en medio de alebrestamientos de guerra, vanguardia, cansancios, hay poesía, es, simplemente, amenazante. 

* * *
COCKTAIL
I
saiah Pena de Gurrientes acababa de recibir un merecido homenaje por contribuir, como una alta peña del nevado paisaje, desde los talleres de creación de la Universidad Céntrica, a la promoción de muchas plumas notables en el firmamento del país, tales como George François Fatual  quien, aunque no fue producto de aquella camada, con su obra Rosario de Tijeras alcanzó el éxito (es preciso anotar que las semejanzas con un modesto autor que no obstante los atropellos de la farándula literaria ha sabido mostrarse como un verdadero artista, son sólo producto de auténticas indiferencias). Se mesaba su larga barba profética de blancos destellos en su podio de icopor reforzado en fibra de vidrio, mientras recibía felicitaciones y rechazaba whiskies que no hacían más que hacerle añorar la tibia cama donde por fin se podía destocar del gastado traje de sensor de los verdaderos movimientos telúricos del arte –para conjurarlos, desde luego- y contribuir al crecimiento de la gran reserva de la capital en materia de cultores y equilibrar así la demanda de la carrera diplomática. Cuando por fin pudo recordar aquel rostro irremediable de lagarto –menos por su actitud lambiscona o goterera de cocteles que por sus bífidas lenguas- que en medio de la rutilante danza de sonrisas, gestos amables y personalidades solicitadas, le sonreía desde un rincón, volvió a su mente la figura de aquel muchacho sin aspavientos pero decente que fue a preguntar si había sido seleccionado para participar de la segunda convocatoria del taller creativo, al cual había presentado una cursi composición en la que el único personaje Tontríz describía ciertas trivialidades y él lacónicamente le había dicho que no recordaba haber leído nada con su nombre de pila. No supo si pensar que en ocasiones hay tonterías que se le pasan a uno por medio de las piernas o si realmente era un buen dique para desperdicios; pero en todo caso respiró aliviado de que su preparación le había dado armas para manejar la sofística e impulsar la Paideia sin perder la cabeza o el puesto. 
* * *
EXQUISITECES DE OPIOCRONO
N
o; no era porque quisiera estar en el ojo del huracán en que se vio envuelto el pobre papá de Aleyda, cuando se le acusó de aprovecharse de la ingenuidad del Estado creando un logotipo que hubiese hecho cualquier aprendiz y cobrarse una buena pasta, que se fue gustoso a vivir al muelle internacional de Eldorado. A este opiocrono le tenía sin cuidado –aunque sabía del bueno- el mal o buen gusto; incluso se reía de quienes decían que era de puro snob y vida-buena que aceptaba las incomodidades de dormir en una banca y, sólo por aprovechar la zona wi-fi para estar chateando con extranjeras y jugarse on-line algunas partidas de Black-Jack con donaciones de amigos del mundo entero y hasta de Microsoft, a quien le hacía propaganda; incluso secretamente no cambiaría nunca las deliciosas noches que pasaba alguna vez, cuando algunas aeromozas anoréxicas o bulímicas quienes después de periplos de veinte o veinticinco días, exhaustas y melancólicas se lo llevaban a sus apartamentos del norte para sentirse mimadas, acompañadas; que les hiciera changua con vainilla, que las embriagara con el aroma de su opiopucho, aunque nunca podrían pedirle que estuviese con ellas entre siete y ocho de la mañana.
Era que nadie sabía que la auténtica razón de su abandono del dulce hogar se debía al descubrimiento reciente, cuando en la estación de gasolina contigua una inmensa lámpara halógena (para los neófitos hay que aclararles que halógeno es una palabra cuyo etimología halós=otro y gen=origen ha sido siempre un misterio para los seres inferiores) que, absurdamente, iluminaba el ventanal de vidrios polarizados de la sala de máquinas y sistemas, atraía en la noche miríadas de comején en celo que amanecían achicharrados y él, que ya antes había tenido la secreta intuición recogiendo las pocas y débiles alas que podía, poniendo un tazón con agua para luego, como una débil nata iridiscente, recoger apenas una untada; ahora, cada mañana alcanzaba a recoger casi un cuarto de libra que se devoraba con delicia entre un pan con kétchup; para él era participar del mundo de las sílfides y los mundos primigenios. Todos se admiraban cuando después de su secreto desayuno en ti-funnies como el lo llamaba, salía por los pasillos con su opiopucho estilo León Londoño Tamayo y un aire de no ser de acá.
* * *
LINGÜÍSTICAS DE OPIOCRONOS
A
lgunas mafas lograban extender sus dominios más allá de las fronteras, siendo sus destinos preferidos los Miamis y New-Yores. Cuando venían de vacaciones se hacían notar no tanto por sus actitudes de ir levitando, sino porque por todas partes iban dejando regados sus ¡fuckin! y las cortes de perezansas tras ellas rogándoles les enseñaran algo de aquellas formas tan aristocráticas y gustos tan refinados y los pobres opiocronos, que sabían poco del aire más allá de sus narices, apenas atinando a tapárselas traduciendo fo-king y entornando los ojitos con resignación. Pero los opiocronos también tenían sus ascendencias de estirpe y no necesitaban ir ostentándoselas a nadie; pero estaban lamentablemente divididos: Por un lado estaba el partido modosito y vergonzante que cuando al estar embetunándose las zapatillas para ir al trabajo, se les pelaba un manchón sobre sus blancas medias, decían vírgula en lugar de diantre. Resulta que la palabra diantre  estaba proscrita en este bando por razones piadosas, pues, dice la tradición que cuando el diablo se dio cuenta de que la amenaza de Jesús de resucitar se cumplió, dijo: diantre = en-tres-días; en cambio, vírgula era simplemente  ví-ir-gula. El otro bando, por el contrario, progresista y liberal, cuando estaba cortando con afán las cebollas para el cocido sin técnicas de gourmet y se le iba el cuchillo por la yema del dedo decía: ¡diantremelatoda!
* * *
SABORES DE PAZ
D
e todos los aparatos brotaba la voz: ¡PAZ! Pero en los corazones reinaba una tremenda ansiedad. De modo que los opiocronos hicieron uso de sus habilidades guiñísticas para darse un poco de serenidad: del mismo modo que una niña hace la rayuela en un dos por tres y se planta en cielo con su piedra en la mano, los opiocronos levantaban la puntita de la nariz, mataban uno y otro ojo alternativamente, cerraban los dos y listo, al abrirlos ya otro aire reinaba. Este opiocrono también se preocupaba, a su modo, por la paz. Así que decidió regalarse como símbolo, una paloma. Aquella noche en consecuencia, no hubo opiopucho (aunque el opiopucho aleteaba en la mano, opiopucho y paloma no conjugaban, conjugaba mejor acostarse temprano). Muy de mañana, con sus cosas preparadas la víspera, salió a procurarse su paloma: cruzó unas cuantas cañadas; saltó algunas alambradas; le cambió a los tréboles algunos restos de su opiopucho por rocío; jadeó con disimulo y maldijo: ¡joder, nos estamos haciendo mayores!
 Cuando alcanzó su pa-loma, tomo varias bocanadas de aire y sopesó perspectivas y sabores de paz. Cuando se convenció,  dio los tres pasos reglamentarios y se lanzó en su parapente aire abajo; mientras silbaba la marsellesa sin que ni  labios ni oídos se diesen por enterados y vadeando las ráfagas de aire frío y caliente hizo balance: Pa-malo – ma-palo – lo-mapa –ama-lapo - ama-pola, hasta que PAZ sobre la fina hierba.

MENSAJE INTEMPESTIVO
¡No hay nada más inverosímil que lo cierto!
¡Están timbrando todos los teléfonos!
LUIS VIDALES
¡
Qué culpa! Nadie les mandó que nos sacasen de nuestro hábitat natural. ¿Por qué antes de querer explotar todas nuestras posibilidades no se propusieron analizar las desadaptaciones y los desconocimientos? Ya sabemos que nadie tiene la culpa de que en ese momento, mientras pasaba justo por debajo de nuestra colmena, a cada pasajero de aquella buseta alguien se le ocurriera llamarle a su móvil, nosotras también teníamos que dar nuestro mensaje.
 Atte.
La colmena de abejas africanizadas del barrio obrero
* * *


 DESDE EL  BESTIARIO DE CORT-A-ZAR

P
or un oscuro atavismo de conciencia las abejas al picar dejaban el aguijón en la piel de quien picaban, dejando tras de él sus intestinos y con ellos la vida. Hoy, (según nuestra experiencia, en la que el coleóptero que dejó la yema del dedo corazón inflamada y su negro y minúsculo pedazo de apéndice, luego de querer repetir una antigua diversión aprendida de adolescente de cogerlas mientras están dándose su banquete de néctar en las humildes flores de trébol –tal como en la <>, sólo que no cogiendo conejos por las orejas sino abejas por las alas y con motivos menos equívocos como los de ver menear su aguijón y ver la pequeña gota de veneno pendiendo de la temida punta mientras sus ojos por diminutos no menos monstruosos e intrigantes nos hacían formularnos mil preguntas- y salió volando como si tal cosa) las abejas pican y pierden su aguijón, pero no la vida. Hay quienes dicen  que la culpa la tienen las abejas asesinas de África quienes se parecen en su actuar a ciertos pueblos que van a la guerra aun sin tener incumbencia en los conflictos.
Así, las abejas domésticas, con astuta relación entre veneno, vida e instinto de conservación, parecen afirmar su posición entre lo políticamente correcto y la legítima defensa.

II

Pero el espejo roto de la modernidad siguió haciendo su fiesta de discoteca cósmica; por algún dislocamiento de hormonas, los zánganos dejaron de cumplir su estricta misión reproductora y se dedicaron además a fundar escuelas de conocimiento. Fue así como descubrieron que echando humo de desinformación, o de tecnología, por ejemplo, o de largas orgías de comodidad, las masas entregaban lo mejor de sí en ejércitos obreros con una sola idea: montar un día su propia colmena sin reina; es decir, sin moral y sin ideas.  

* * *
CONCIENCIA ECO-LÓGICA
T
odo el mundo se admiraba de que fuésemos una cosmopolita ciudad de opiocronos con aires de pueblo. Puesto que sólo algunas mafas sin oficio –las perezansas vivían maravilladas- criticaran el hecho de que todos mirásemos con ojitos tiernos y complacientes el hecho de que en un festival de teatro latinoamericano -prestigioso por demás- algunos actores, a los que nunca nos atreveríamos a llamar snob sólo por respeto  a la definición de nuestro ilustre antecesor, fueran con esa gracia y esa propiedad por nuestras calles con su bombillita y su termo y su matecito, no ensombrece nuestros dones. Y  a nadie se le ocurría pensar –sólo a esas mafas reparonas- que la nuestra era una situación ciertamente desgraciada: ¿a quién se le ocurriría ir por las calles de París, o siquiera por las nuestras, con el sobrecito de café (ripio, tradicional, porque así pepiao es que realmente es café) y el colador de tela de costal de harina y que además nos sintiésemos totalmente avergonzados (porque no era tirria ni desprecio) de no atrevernos a acercarnos a curiosear, a ver cómo es que sabe eso, cómo se hace, de dónde viene, si ahí es donde midiosito les hace aclarar que él no tiene enviados; y que las perezansas vayan a prudente distancia comentando con qué estilo dicen que “al mundo le hacemos hincar la ro-dicha” y qué inteligencia –absolutamente inocente- que dejan translucir cuando dicen “sos una piya, loquiya”; son modestos, ¿no? por allá como que nadie picha sino que labura, pero ya tienen cumbia de la villa y nadie repara en la burra, le llevan chicles de primerísima calidad –cierto, pienso dicen ellos- para ir recogiendo la cosecha de uvas o de olivas o de vacas muertas; y además, nos dan conferencias sin ningún interés acerca de cómo el dinero vuela por las autopistas, traído por el viento de allá que lo bajó de los árboles.
Pero realmente nosotros nos sentimos orgullosos de nuestra hospitalidad y ha sido de muy mal recibo –menos mal que con muy poca difusión- que algunos pasquineros –otra vez las trampas del lenguaje, no, no se trata de esquineros por la paz- digan indignados que el teatro –iba a decir te-harto- callejero se haya visto reducido a una simple procesión de animalitos de felpa y colores ácidos patrocinados por una empresa que sí sabe de progreso: Ecotropel –el verde no es de envidia-, no importa que le hagan honor a su nombre corriendo para poder igualar a las multinacionales que andan enrareciendo el ambiente y a ellos les toca desangrarse para asumir su responsabilidad social de impulsar la cultura, de tener buenas relaciones con los sindicatos, de construir vivienda digna para quienes les invaden sus pool-y-ductos, pero los gajes de la convivencia, son los mismos de la democracia. Ya lo dijeron ellos mismos, el auténtico teatro es el que vivimos cada día con nuestros lustrabotas, trabajadoras sexuales –que nombre más horrible, ¿acaso f-ufa desdice de su capacidades extraterrestres?-, nuestros airedale –eufemístico nombre dado para referirse a aquellos pioneros de desdeñar el aire natural para inhalar uno plástico-, cuando aprendemos que jugar también es ju-egar.
* * *
APETITO ESTELAR
 Nada que hacer; la estrella es prolífica; emite constantemente sus efusiones; presenta una especie de priapismo, pero no se le puede acusar de satiriasis –los dioses no se rigen por sistemas morales-. Ella le recibe como puede y también se lo goza, es decir, se lo usufructúa; pero es ella la que tiene que usar preservativo –y no obstante se embaraza de diminutas criaturas que aborta para nutrir sus entrañas- Si llegase a recibir plena la sustancia de esa eyaculación que llaman “de corona” la consecuencia sería que sus entrañas empezarían a producir monstruos  y mutantes: Por eso la hermosa tierra se protege contra los chorros de semen solar con una coraza electromagnética; y además, le hace trampa deja entrar otras cópulas extrañas sin adulterio: ella quiere tener ya un verdadero hijo del dios.

* * *
MISTERIOS DE LA ECO-NO-MIOPÍA
Este opiocrono se ve de pronto acelerando el paso; sus amigos se mofan diciéndole que si va para misa; que venga se tahurean a la cara y cruz algunas pijas por el sencillo descarte de intercambios de guiños y de paso sientan en las piernas relaciones de ternura con algunas opiocrónicas pendientes de parangón, es decir que tu le das el agón y ellas te dan el parón. Pero el opiocrono no se para en mientes; tiene que resolver el asunto de la maravilla de esta moneda que  gira veloz sobre su propio eje y al tiempo rueda vertiginosa por la avenida. Por aquel tiempo las monedas estaban de moda; tanto que se había sacado una exclusiva emisión de hermosas monedas nuevas que empezaban a circular como pequeños tesoros de mano en mano; los más pudientes las acaparaban, los menos, que eran los más, cuando tenían la fortuna de que una les cayera, tenían que conformarse con calentarlas un poco y después soltarlas para satisfacer necesidades más urgentes. Pero el asunto era más profundo de lo que parecía: era que los ceros se habían montado en el protagonismo, y no por antagonismos con los unos, sino porque el resto de la familia –del dos al nueve-, los que realmente hacían el trabajo, tenían que soportar el peso de los ceros a la derecha, de los ceros a la izquierda, de los ceros exponenciales; además de que esta situación elevaba más el peso de cosas tan elementales como sopesar un huevo en la mano: que si era un huevo vivo o era un huevo agüevado, en fin. De modo que los Unos optaron por una solución salomónica: decidieron poner a la consideración del respetable y, especialmente de los padres de la patria sacar tres ceros de circulación y empezó una polémica terrible: que se va subir el costo de la vida, que las manos que no distinguen bien entre huevos se los van meter güeros, que no, que será más práctico, que ir a echarse un huevo no va a ser tan complicado haciendo cálculos de cuánto me tiro y cuánto dejo para la semana y ellas volverán a usar el sensual y práctico monedero.
Cuando el opiocrono jadeante por fin puede tener una resolución más idónea de su miopía, se maravilla de que la moneda son unas rollizas piernas de doncella en hot-shorts cuyos muslos se alternan celosos la guardia del santuario de modo que el efecto de vértigo es que parecen girar sin dejar ver finalmente el centro de gravedad, lo que le maravilla aún más de pensar que todavía existen misterios en la economía. Justo en el instante que la virgen va a torcer su camino para dejar el camino del opiocrono, en un vehículo de servicio público se avista a un pecado capital que feliz, tranquilo y anónimo va desde la ventanilla disfrutando del paisaje para ir a recoger unos ahorros guardados en un nicho decente.
* * *
ALUCINACIONES
Pese a que aún tenían orejas, los opiocronos ya no tenían oídos, sólo sensores. De modo que iban por ahí pillándoselas todas por el aire, o eso creían. Creyó que el lejano estallido que percibió era uno de los latidos de sus corazón que cuando iba a tener una sorpresa –o a veces caprichosa e ilusamente, causándole tremendos desengaños-, siempre su corazón empezaba a hacer tilín,tilín – tolón, tolón. Se olvidó y siguió tratando de pescar  algún pensamiento interesante que andara vagando por ahí para acercársele tiernamente y decirle: mirá, se te cayó un billete –era que andaba apurado de chuparse un buen tronco de vino congelado-, para después reírsele en la cara. U otras veces esperaba toparse con una opiocrónica fantasma para silbarle quedamente al oído: me enamoro de ti, aunque no debiera/me enamoro de ti, maldita sea y después gozar de la felicidad de verla desvanecerse en el aire  –nunca se le ocurría que pudiese toparse con una piedra con cara de gema y cantarle: mi corazón, mi corazón/es un musculo sano pero necesita acción/dame paz y dame guerra/y un dulce colocón/y hagamos el amor en el balcón. En esas empezó  a caer a su alrededor un diminuto confeti de un solo monótono color y como los opiocronos siempre están pensando en fiesta, se hizo ilusión de que fuese alguna buena pasada del día; cogió con sus dedos algunos pequeños pedacitos y al examinarlos con su vista hipermetropétrica vio que decían: Traduzco Noticias Tuyas y se fue todo desconcertado pensando que querría decir aquello. Cuando se lo comentó al primer transeúnte que pasaba y este le dijo que tal vez aquello quería decir TNT se confundió sin saber por qué; pero cuando consultó con su opiocrónica la almohada, esta le dijo que no era de apurarse, que unas mafas malvadas le habían tratado de implantar un condicionamiento, más el tiempo le había inmunizado contra ello.    

* * *
GALANTERÍAS DE OPIOCRONOS POBRES
Y
a se saludaban sutilmente desde hacía un tiempo cuando al cruzarse, este opiocrono le extendía un barrer de pestañas como cuando los galanes shakesperianos barrían el aire de la doncella con sus sombrero; ella por su parte respondía con un ósculo de pestañas entorchadas en el aire que era como extender la mano para ser besada; era el tiempo en que los opiocronos aprendían el amor galante. Esta opiocrónica que entre otras cosas se paseaba con su opiopipucha vacía en la boca debido a la escasez de picadura de fantasía en el aire, se decide un día a tomar la iniciativa; cuando vuelve y se lo cruza, como siempre, junto a un teléfono opiopequeniquero (tiene que parar la bola que viene rondando por la pendiente con un toque de crack porque él viene absolutamente concentrado en una idea de desarrollar una opiobicicuta para no tener que rodar tanto y que consiste básicamente en un sencillo mecanismo en el que por un pulmón mete veneno que por fortuna pulula en el aire y por el otro brota pseudovapor u opiosudor que es lo mismo, para mover una hélice que iría puesta en algún lugar por definir) y le dice si acaso no tendría un opiopequenique el caballero para hacer una llamada urgente; el opiocrono que también anda en crisis le dice que no tiene opiopequeniques por el momento pero si es muy urgente pues es muy sencillo, él puede hacer la intercomunicación por medio de su don de tele-pa-prima, ella le dice que está bien y en tanto él la invita a sentarse junto a él en un mullido prado de frescos tréboles mientras cierra sus ojos y se concentra, ella que que vergüenza tanta molestia, que que señor noble  y servicial; unos instantes más tarde el opiocrono abre sus ojos con preocupación y la mira fijamente con un brillo de diablillo en la pupila diciéndole que es muy raro, que allá donde llama contestan que ella quiere que él sea su opiocrónico novio y que quiere que oipocopulen por un tiempo mientras tal vez pasan el aburrimiento y él acaso pueda desarrollar la idea que le cuenta a continuación.
* * *
VIDA OSCURA
L
a ciudad seguía allí; igual con sus grandes autopistas, sus carros veloces, sus negocios florecientes; también con sus rostros adustos, sus muecas de hastío y sus pordioseros y sus fufurufas. Sin embargo se había ido la luz pese a que el sol seguía iluminando cada día con su canicular brillo; todo era oscuro  y sólo se veía el fulgurar de los ojos como agazapados y al acecho y el refulgir de las cosas, apenas como sombras presentidas. Los gritos, los susurros o las conversaciones no servían de nada, se habían perdido los significantes; pero eso no era problema porque como los significados estaban ahí, circulando en las computadoras junto con las transacciones, los chats y las interfaces, se podía entonces pedir un churrasco, un helado o una dama de compañía (hay que anotar que las fufurufas servían sólo para llevar a los clientes a los sitios adecuados para calzarse los dispositivos de realidad supravirtual que les inoculara su dosis de goce). Pero los turistas –esta era una ciudad eminentemente turística- querían era ir a los novedosos salones de interacción cuántica; perderse por un tiempo en el espacio, experimentar la sensación de la nada y de que todo ha ya concluido hace mucho tiempo, montarse en un neutrino y saber que nada existe, acompañar un asalto de leptones y, tener la diversión máxima: Vivir, ser y actuar al tiempo en varios universos paralelos, todos con diferentes y antagónicos libretos.
Sólo cuando la luz volvió recordamos que habíamos tomado un paquete para ir de vacaciones a la “Quásar World’s City” mejor conocida como la ciudad hueco negro y todos coincidimos en que el recuerdo más inolvidable no fue toda aquella diversión, sino cómo los únicos seres que se veían auténticamente como uno los veía en el mundo normal, eran los gallinazos y su carroña. Y nadie nos contó que los opiocronos se movían entre todos sin que nadie advirtiera ni sus ojos, ni sus presencias y todas las maravillas que hacían a costa de nosotros, desde vaciar nuestras billeteras hasta hacernos decir barbaridades.
* * *
ESTIRPES Y LINAJES
Parece que la estrella se salió con la suya porque el mundo ya no era lo mismo. El caso es que los opiocronos resultaron formando familias con opiocrónicas amnésicas, tuvieron hijos y pasaron a gozar de una generosa jubilación en medio de la expectación por ver qué clase de descendencia irían a ser sus nietos y sus bisnietos y tataranietos, pues sus hijos, los hijos de la mafas y los hijos de las perezansas resultaron en  nuevas especies: Los sidas, los altetas y los equipajes.
Los sidas naturalmente salieron de tal palo tal astilla: ingenuos, juguetones, irresponsables, viciosos igual que los días para de una vez evitar tergiversaciones –claro que gozaban de excelente salud, pero seguían cayendo bajo el influjo de los cuentos que salían, de las invenciones de comprar cada día más cachivaches que no podían o de conceptos que no comprendían, también tenían una especie de deficiencia inmunológica, pero ante cada achaque –regularmente decepciones alterególicas- tenían siempre su remedio, ¡bendita herencia!: su opiopucho. 
Los altetas se hacían llamar altezas pues siempre deploraron que sus padres hubiesen tenido tan mal tino de llamarles así pues no faltaban los atrevidos que les pedían el favor de dejarles gozar de la tersura real de sus siliconas, de sopesar la obra de arte de una naricita tan bien hecha, de ponderar el olvido del significado de las patas de gallina de opiocronos y opiocrónicas con la siempre renovada juventud de sus miradas. Tenían unos primos lejanos que se habían constituido en sus más grandes enemigos y contradictores: los Gym-nacios, pues estos tildaban a aquellos de hipócritas, superfluos, gélidos y aquellos por su parte decían que estos eran escapistas, vanidosos y frívolos además de acusarlos del pecado de la gula pues consumían calorías astronómicas para después desperdiciarlas en absurdas piruetas que desprestigiaban la fraternidad, la sociabilidad y el buen dormir.
Como siempre los equipajes eran los parias pues la natural herencia de llevar una vida reposada, esperar para saltar o perder o perderse, de dejarse regalar o llevar de sus antecesores, les hizo mutar a un género que implicara servir sin mucho esfuerzo aunque no podían quitarse de encima el atavismo de que los demás los viesen con connotación de equi-pajes  y luchaban por hacerse llamar equi-pazos pero les decían que eran seres incomprensibles pues dejaban un sabor a pozos y que entonces aclararan si tenían vocación de posos, caso en el cual podrían de pronto servir de abono de alguna maceta de tréboles gigantes, acaso podrían ser adoptados como herramientas de trabajo de una profesión renacida: Oráculo, aunque de todos modos su categoría quedaría muy por debajo de sus aspiraciones, pues con la técnica ya existían muchísimas y eficaces formas oraculares; pero nunca se sabe, regiones en las que el café sigue siendo indispensable, además de su fama mundial y sus altas especificaciones, leer posos puede ser una excelente fuente de conocimiento.
Sin embargo los equipajes eran un género prolífico y batallador; además, curiosamente, todo el mundo quería tener un equipaje. Desde los simples equipajes de mano, la gente se procuraba un equipaje para sus defectos, algún equipaje para sus fantasías, algún equipaje para sus maquinaciones, algún equipaje para sus soledades.
Había multitud de tipologías y castas de equipajes: ser el equipaje del blindaje de un coche de alta gama, podría ser, por ejemplo,  una variable de buen ver, o ser el equipaje de un sofisticado programa de computación, ¡uff, qué distinción!; pero también se podía ser el equipaje de una pasión malsana. Había equipajes que soñaban, y de hecho lo lograban, pertenecer a la NASA. Pero definitivamente el equipaje que más gustaba era el de ser humano.

***
 Como ya casi todos sabíamos lo que significa el trasunto de la vida de este perro mundo, parece que no sería ni atrevido ni de mal gusto contar el cuento que ahora nos ocupa. Como éste era un opiocrono que tenía ínfulas, miento, las ínfulas son para los que quieren pero no pueden y sin poder se meten; tenía arrestos de literato –puesto que para ser pobre y ser literato se necesitan muchos arrestos-, nuestro literopiocrono iba dándose de puñetazos con unos versos que se le atravesaron en la cabeza; era algo así como: Me adentro en la selva de cemento/a la caza de desuetos rostros auténticos.  Este era un trasunto lindo y redondo –sin querer entrar en polémicas con las estéticas de la física cuántica y otros enredos-, puesto que la redondez era todavía prototipo de lo bello; claro que entre lo lindo del trasunto y lo del asunto bello habían diferencias: lo lindo linda –entre qué, no lo sabemos, acaso en la imperfección o en el desafuero-; lo bello, en cambio,  b-e[l]-ello; ¿cuál ello? el lo de él, lo le del yo, del tiempo el sello, qué sé yo; el caso es que siempre entre lo lindo y lo bello siempre lo bello se llevaba el premio; lo lindo se quedaba para satisfacer ciertas exigencias políticas, en cambio lo bello ganaba por nocaut técnico –no había técnica que aplicar a lo bello-. Que fuese exactamente redondo no era cierto; era más bien oblongo,  pero se desplazaba como si lo fuera: de una acera a otra, de un ojo a otro ojo,  de un envión de carne a un envión de pelo. Pero cuando nuestro opiocrono pudo hacer contraste entre el volear cola de los Benetton’s united colors de su mochila y el raro lla-mear de su rostro al intercambiar impresiones con un rostro familiar que se atravesó en el camino, llamó a relación al estúpido estribillo de canción recién nacido: A veces presiento que mi alma está en sombras/entonces me inclino, te beso y hay luz/y me salen lindas palabras muy tiernas/sonrío y me digo: “vos si sos güevón”. Pero qué, ¿Acaso qué tenía que ver lo avejentado crónico de esa cara con rastros de alguna amargura o un acné virulento con que sonriera con rasgos amables y nobles y los trazos lindos de su estampa? ¡Vamos  que tenemos afán! ¿Qué, te debo algo? ¿Por qué me llamas? ¿Por qué te vuelves a ver?  Así me gusta, obedientico.
Ah, pero que después de despachar por el camino la sentencia aquella de unos libreros de provincia: “Voy a hablar de Goethe y de Shakespeare a propósito de mi mismo” Anatole France, con el veredicto de que sólo los estúpidos se atreven a decir frases de cajón de otros para retratarse a sí mismos, a menos que esos estúpidos sean genios y sepan calcular y, mejor aún, que no sean tan perspicaces como para entender que hay que dejar que los muertos entierren a sus muertos, a menos que uno también lo sea, puesto que qué tienen que ver hoy Goethe o Shakespeare con, por ejemplo, César Aira o Philip Root o con Murakami, eso sin llamar a cuento a Grass o a García Márquez, pues con la inmortalidad de un Nobel reinaran cien años ? y que luego de cumplir una diligencia burocrática se la vuelva a topar a la entrada de un parvulario donde ella debe ser cuidandera, pues docente de niños no puede ser, los docentes de niños también son, en cierta forma, niños; con esa cara de limón trasnochado que solo puede estar diciendo que todavía no sabe de qué va la cosa; que para que Goethes o Dantes o cualquier diablos si ya con correr los seis, máximo diez segundos planos de un orgasmo ya es suficiente inmortalidad para el resto del medio día o un fin de semana desprogramado; pero que al estar mirando su celular con apremio y, de paso dejarle un vistazo de refilón acaso esté diciendo: “Es que creés que voy a hacerme actriz de reality barato enredándome con vos y con el resto del mundo de paso?”  Esté diciendo lo contrario.
***
LA CRIPA
L
a juez Judith era una trinca y su veredicto inapelable. Parecía que exhibiera la cabeza de Holofernes cuando martilló con su calavera con greñas al dictar sentencia: seis meses en la correccional de menores “Los Zagales” por microtráfico de estupefacientes. ¡Gás! ¡Qué bandera! mi parce a compartir encierro con violadores de las hermanitas, con chinos enmaridados con las mamitas, y yo por lo consiguiente tener que quizás encontrarme con algunas de esas gonorsovias que me gritaron arepera en los partidos de mi Once gonorrea por que nacio de la montaña es más que cualquiera; ¡ay Diosito! ¡Qué culpa!, ese perro del Olarte, a quien conocíamos desde el colegio, cuando nosotros en octavo y él en once hacía campaña para cuanta joda se les ocurría, porque eso sí, para formar mafias y sacar plata lo tenían gruesito, se ensañó con nosotros. El muy maldito se fue para la policía al no pasar los exámenes de admisión en la Nacional dizque para estudiar física porque él iba a trabajar en la Nasa y llegó preciso a desgomar autoridad en el pueblo.
Mi parce Steven me dijo: Ñoña vas a hacerme un favor, guárdame este pucho de cripa en el seno de Abraham que se le quedó en mi casa a mi primo el vicioso y voy a entregárselo más tarde pero no quiero que se me pierda y esa joda cuesta como cinco mil pesos, justo lo que nos alcanza para tomar un par de cervecitas en la heladería de al frente del luxenburgo. El luxenburgo es el parque más bacano del pueblo y no se llama así, sino que un loco muy popular que era medio artista, medio poeta, medio sabiondo y que comió-maní por el vicio, es decir le tocó manicomio,  está hoy marcando tarjeta con miss-delirios, lo bautizó así dizque porque cuando el alcalde lo inauguró dijo: “Este es un lujo de embrujo” y él que había leído a Víctor Hugo, le gritó: “¡Qué va miserable, este es el Luxenburgo!”  y se quedó el luxenburgo; y es que según el loco la extensa alameda por donde pasean los enamorados atravesando su camino de adoquines; los altos matorrales donde las parejas y los viciosos se meten a hacer de las suyas –no es raro, y ya a nadie le importa, que mientras va uno por ahí desprevenido, de los matorrales surjan gemidos desesperados y se maree uno con el aroma de bazuco, marihuana, pegante, alcohol y que a lo largo del sendero se vean cantidades de jeringuillas, condones, chicharras, calzones y bolsitas de té para vampiros- se parece al original en versión posmoderna. Ya desde antes de cruzar las puertas del parque veníamos con la tiradera: “Bota la bata, no seas tan beata/bota la bata y záfate la trenza” me decía el parce con su voz melodiosa; el chino es buena onda saca buenas notas, me ayuda con las tareas y no está como los demás, siempre detrás de la ñoña; lo de la Ñoña es porque el mismo que ahora viene en sentido contrario y que para nosotros es un sapo más en la espesura, me puso así porque un profesor me llamaba su ñaña y él, por envidia decía: Eso es una ñoña. Yo le contesto: “Bota la tranca no seas tan caca/sácate la gorra y luego me la prestas…” y sigo marcando el paso con mis tennis que voy estrenando de cumpleaños diecisiete, un poco para echárselas de paso al que va pasar a nuestro lado sin pensar en nada de la cripa, al fin, sería la dosis personal y ¿cómo se atrevería a meterme la mano ese  tombo?: “Botas la gorra y quedas liberal/sal del cascarón y no seas güevón”. Hey amigo, una requisa, por favor –dice el tombo con voz de mando- ¡Pero si es Olarte! ¡Qué cambiado está parce! –le dice mi amigo-. Ningún parce, respeten; y qué es esa maricada de estar echando pipos a la autoridad, usted alebrestadita de mierda. Pero si no era con usted, veníamos cantando desde hace rato; vea pues que problema con este bobo marica. Que hace rato ni que nada. A ver voltéese; ah, qué belleza, ahora tenemos negocio. Había sacado de entre la chaqueta de Steven como por arte de magia, un paquete grandísimo. Pero si eso no es mío. Necesito una patrulla y un efectivo femenino, llamó por radio.
No valieron súplicas ni la plata que le ofreció mi papá. Pasé una noche terrible en el calabozo. El abogado dijo que nada se podía hacer. Pero Dios es grande, mientras escuchaba los alegatos de legalización de la acusación, me puse a joder con mi celular, ya no había nada que hacer; tan lindo que estaba el otro regalo de mi papá. De los nervios mientras alegaba con el hp. de Olarte con las manos en mi chaqueta oprimía un botoncito lateral del celular. Veo un link que dice grabación No. 1; ahí se oye claramente cuando el muy maldito dice: pa’que no sean hijueputas, que Olarte Solarte no es solo arte sino que también tiene parte”.
Me da es pesar del pobre chinito que dizque viene en camino. ¡Qué culpa!    

* * *

DESVELOS DE OPIOCRONOS
L
os opiocronos son bastante impresionables. Éste, que se ha acostado impresionadísimo por una clase que ha recibido en la escuelita de opiocronos: La Tv., en donde reciben lecciones cada que quieren y de lo que más les llame la atención, se ha interesado por el jet-lag y no lo puede creer. Se despierta a la media noche y en el primer revolcón de insomnio se queda profundamente dormido soñando que no puede dormir; cuenta ovejitas y reza padrenuestros hasta que por fin se queda dormido. Se despierta, se levanta a la hora acostumbrada, se prepara su café, se lo toma en la cama como de costumbre y, como de costumbre, se hecha otro sueñito de quince minutos; se levanta se baña y se va al trabajo. En el autobús se maravilla de que todavía haya asientos disponibles para él que siempre le tocan tetiados y, para colmo una bella opiocrónica se sienta a su lado; él se hace el interesante y se pone a disfrutar del paisaje de la ventanilla; ella le mira de reojo con una mirada francamente interesada y coqueta; él también de vez en cuando mira como que no es con él; el piensa: de pronto me pide la hora. Pero ella no le pide la hora, directamente le da un pequeño codazo en las costillas y le dice cuando él voltea a mirar con cara de macho: oiga señor sabe que yo hace tiempos lo vengo observando y me parece el colmo que un caballero tan apuesto sea tan serio. Él se pone pálido de la emoción y se deshace en disculpas hasta que al fin se atreve  y quedan; él la llamará para ir a algún lado. Cuando está a punto de marcar la tarjeta, el timbrazo del teléfono es del jefe que lo llama para decirle que está despedido.  

* * *
DIALOGOS DE SIDAS Y ALTETAS
C
uando por fin la Sociedad Anónima decidió irse feliz y definitivamente a vivir a la nube se pensó que el mundo iba a vivir en paz, pero nos equivocábamos. La proliferación de especies y raleas que a partir de sidas, altetas y equipajes degeneró en una babel de punketos, pircingcultos, basuriantes, apocalípticos, criperos, semáforos, cybercuras, tactuantes, estatuarios, etc. etc., obligó a los ingenieros sociales a idearse formas de integrar a los ciudadanos obligándolos a compartir espacios; pero cada cual vivía en paz de acuerdo a los postulados de su tribu: Los punketos, por ejemplo, se iban a sus bares y sus conciertos y en la calle no creían en poncio;los pircincultos organizaban sus congresos de la historia de la invasión del acero en los cuerpos y al salir se imaginaban que todos les miraban como los grandes científicos; los basuriantes habían logrado sus escaños ecologistas y después de recoger sus reciclajes se sumergían en sus chabolas a procrear como conejos; los apocalípticos seguían tratando de convertir el espectro electromagnético en su única frecuencia, pero todas las distorsiones de que eran objeto eran solo mensajes de que el reino estaba cerca; los criperos cantaban en las esquinas las desgracias de los sidas; los semáforos habían aprendido a sacarse las entrañas con afilados machetes y a volverlas de nuevo a su lugar cada hora gracias al síndrome de la salamandra, el resto del tiempo hacían piruetas mientras el semáforo se ponía rojo; y así, lo demás, es fácil imaginarlo. En cambio, sidas, altetas y equipajes, seguían contrastándose, chocándose y evitándose como el ratón al gato y sin embargo hemos visto cuantos gatos y perros viven y juegan juntos.
Estos asientos de parque que los ingenieros sociales se inventaron debieron haberlos hecho de doble servicio; es decir, de primer y segundo piso, de modo que aunque fuera que sidas,  altetas y equipajes negociasen  la encaramada y no de doble servicio compartiendo el espaldar. A esta flor silvestre de bulbo –no sean mal pensados- parecida a la mítica flor que baila en The Wall  le ha dado por crecer y guarecerse en el intersticio del asiento de parque, con el espaldar como techo; al fin, se nutre de las migajas que los visitantes dejan en sus empaques de papitas, doritos, chitos, maní, caramelos, chismosea, aprende y otras cosas más.
   Llega una pareja de sidas, escoge el lado sur, sabe que a las altetas les gusta el norte, igual a ellos cualquier lado del abismo les ofrece una vista impresionante, pero igual a estos les importa un pito la perspectiva. Los sidas han aprendido a la perfección el lenguaje de tele-pa-prima , no imaginan que las flores entienden todo tipo de lenguajes; cuando no están autistas conversando con las estrellas o con los abismos se miran profundamente a los ojos y se intercambian sus cuitas, galanterías y discusiones. Los altetas por su parte están todo el tiempo comunicándose por sus tabletas, smart-phones, o cualquiera de esos dispositivos, así sea para sentarse a charlar en el parque lo hacen por medio de sus teclados –ahora los precios son irrisorios, productos de la canasta familiar-. El sida le dice ahora a la sidita mirándola profundamente que está absolutamente convencido de que esa manera que tienen ellas de estarse subiendo el jean strech que les realza la cadera, especialmente cuando hay alguien por ahí que pudiera estar admirando tan armónico menearse, que en realidad es estar diciendo yo hasta me los bajaría  y ella que no, pero ¡qué tocado es!, acaso no sabe de discreción y coquetería y al fin que, pues ella no le pregunta a cuantas se los baja cada vez que se sonríe por ahí  y se toma un sorbito de la pajita de Piense por que a ellos la Cola-Loca les cae a los hígados. Por su parte estos altetas están discutiendo de por que se han estado sonsacando los seguidores en Facebook y Twitter y están convocando una polémica en el parque para que decidan sus fans cual de los dos merece más y mejores seguidores, pero todos se están disculpando por que tienen compromisos parecidos; los únicos que dicen que van a ver son los papás y unos empleados del almacén. La florecita que es bastante tierna estira su tallo y sus estambres como tentáculos y procede a hacer cosquillas en las cinturas desnudas, pues usan remeras ombligueras para lucir sus hidratadas y blancas pieles, de los altetas; en realidad sólo pretende olerlos y saben a remedio con plástico. El alteta se voltea a increpar a los sidas: No nos irán a decir que están pretendiendo jugar a los swingers, zopenco. ¡Humm, qué tal estos desperdicios! Ni que estuviésemos locos, lucas. Obligados a usar sus desuetas cuerdas vocales, suenan como voces de máquinas, pero sólo son gargajos acumulados por meses. También ellos que saben a sal, ajo y sudor, se sienten invadidos: Sois vosotros que pretendeis robarnos, vividores. Y así pasa la vida mientras la Suciedad Anónima progresa en la nube.
* * *
LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
       — Medio-veo pero prefiero berraco, o si usted prefiere Verrochio –le dice este opiocrono que por razón de relaciones públicas se ha hecho un amigo mafa.
     — No me irá a decir usted que por los cobres  es capaz de negar la calidad del arte –la mafa se refiere al espectáculo que, invitado por el opiocronos que todavía va a misa los domingos, acaban de presenciar, sin ser anunciado, en el que una impresionante fanfarria acompaña la procesión de unos rubicundos y solemnes personajes que, vestidos con unas capa-faldas con escudos de heráldica, una cadena amenazante amarrada a la cintura y un paso marcial que las polainas de unas botas castamente ceñidas a definir la frontera entre la pierna y el fin de la tela hacen cascabelear los rosarios de madera que llevan en las manos y que quizás la honda de David se hubiese acobardado de enfrentar a Goliath. Las trompetas y el redoblar de tambores solo permiten evocar, para el conocedor, una avanzada victoriosa en el frente de guerra; para el neófito es una sensación obligada de respeto acezante y temor reverencial. Avanzan por la nave central de la iglesia del pueblo presididas por una estatua de yeso.
    — No ponga palabras en mi boca amigo –le aprieta el brazo mientras avanzan por el atrio y descienden las escalinatas entre deseos de olvido de mozas voluptuosas y señores acojonados de tanto menú y tan poca hambre, luego de terminada la misa-, claro que esos profundos acordes de órgano y esa maestría de cobres me han llevado inopinadamente al más regio barroco frente al que palidece cualquier romántico; le aseguro que cerré los ojos y mi cerebro no podía controlar las escenas del Señor con una vara de fresno pidiéndome cuentas, por culpa de mi corazón siempre amigo de bailoteos y regalos del ritmo, que no es más que dentro y fuera acompasados ¿se dio cuenta la maestría con que manejaban el pistón esos trompeteros?, absolutamente celestial; pero que le oculten a uno los angelitos guardianes del sagrario a punta de incensario, yo que tanto admiro esa manera de hincar la ro-dicha con esas alas tan pesadas, porque grandes sí son, no sé.
   — Bueno, es que la liebre salta donde menos se la espera. Pero…no sé, se me antoja que usted por ver el paisaje no se acordó de mirar los árboles, mientras usted cerraba los ojos no se percató de cómo el cura se secreteaba con el sacristán y miraba hacia nosotros con una sonrisa. ¿No le da espinita que a usted por analítico irreverente le resulte un rey queriéndole cortar la cabeza?
   — ¡Ay, amiguito!, en el rey ya nadie cree, ni nadie quiere reyes como no sea de adorno, pero yo estoy seguro de que él sigue reinando y no solo en su reino, sino en todas partes, pero ya no corta cabezas a no ser que sea estrictamente necesario; mire como le tocó solo año y medio al  secretario de Benedicto XVI, yo llevo más de veinte y no he delatado a nadie.
   — Bueno, y en últimas ¿cuál era el motivo de tanta ceremonia?
   — Pues coronar a Nuestra Señora ¿no se dio cuenta de que ellos son sus caballeros? lo que no entiendo es como una señora tan sencilla y candorosa necesite una guardia como esa, pero, bueno; al menos la corona tenía un buen juego de LED’S.
*  *  *

Los saltetas buscaban afanosamente salir allende las fronteras; algunos lo lograban y se camuflaban entre las muchedumbres de los escogidos de las grandes ciudades de Europa y Norteamérica. Algunos sidas obsedidos de curiosidad también se iban, no sin grandes sacrificios. Había que ver de cerca cómo es que la contracultura era una serpiente que se muerde la cola; pobrecitos, una cosa es que un bastardo de Paris Hilton supiese encabezar comités de Hackers redomados, es decir, con varias condenas por asalto informático e imposibilitados de seguir ejerciendo, asesorando y financiando avanzadas de saboteadores de las nuevas tecnologías, protestando en los grandes foros mundiales, repartiendo viandas e incentivos que ya nadie quiere reclamar pues todos quieren es ingresar a la “tierra prometida” , que los mansos se queden con su parte, y otra que especies de evolución suspendida por negativa a olvidar antiguos paradigmas se metan a la cancha. Este opiocrono pudo llegar a la hermosa España y ahora le vemos furioso regresando de una refriega: “Bueno, ¿y ahora qué pasa?” le dice su pobre sidafilítica que sólo sabe prostituirse y ahorrar, aparte de hacer café. “Esos malditos gitanos que ahora se sienten los dueños del mundo”.
Este sida había montado una orgullosa chabola a las afueras de Madrid; en realidad la había comprado con un golazo caído del cielo cuando en una calle podrida habían baleado un pobre equipaje que tenía unos cuantos buenos euros en el bolsillo y él era el único transeúnte de ese momento y la reformó: Compró un delicioso jacuzzi –forrado de latas y cartones con servicios-, todos los juguetes y traer a su jaiba. Hasta ahora, después de diez años, estaba aprendiendo; si era prudente, todo hay que decirlo;  no se ponía a vender basura en las calles ni a cosquillear en el metro; tampoco aceptaba trabajos morcilludos; si acaso se acomedía a hacer de aprendiz de espía, pero nunca de soplón y si se daba cuenta que el cliente era buena onda se retiraba de la misión; ¿pero qué era ser buena onda?: qué los patrones fueran pederastios sin curso para seducir una mosca muerta y el fiambre un samaritano que se la rebuscaba, por ejemplo; o que fuesen agalludos sin escrúpulos, o herederos de Saló y los 120 días de Sodoma, sólo que estos no eran fanáticos de la mierda sino de la sangre.
Su área de trabajo era ahora el sector de los balnearios; todavía no captaba muy bien el asunto del oro blanco; recoger cartones, cobre, deshechos electrónicos era renunciar a la televisión por cable, a comer pollo asado cada semana, gambas salteadas en salsa de albahaca, su buen aceite de oliva, el vino de la rioja para shapir y, sobre todo, un mes de vacaciones en la playa cada año como todos los españoles que se respetaran; para mandar a las hermanas no alcanzaba, pero hacía esfuerzos en diciembre por mandar su Niño Dios. Ahora que estaba al acecho de un auto cuadrado en una zona de camping, recordaba cuando su jaiba le escribía que en los llanos orientales estaban sacando Coltan como arroz. Cuando empezó a descifrar lo que se oía se sentía desconcertado: pa-chute-dull-ace-chale; duchale-celuda-pucha; dulzale-chupa-échate, ¿acaso eran turcos o maoríes o franchutes haciendo curso de español? Cuando surgió por la ventanilla el con-sin-don o el don-con-sin , o lo que se quiera producto de: chuparte la dulce leche o echate para chupártela, dudó un segundo, el suficiente para que el gitano se abalanzase sobre él y le ganase la carrera; ahí fue cuando entendió las noticias de que interesantes investigaciones entre el semen humano y el látex de los condones brindaban prometedoras esperanzas en la investigación de múltiples campos de la medicina: las roturas de médula, el cultivo de tejidos, los complementos de las células madre, etc. etc. También los preservativos secos servían pero se pagaban a menor precio