HISTORIAS DE
OPIOCRONOS
a resurrección es un hecho. Sólo que su
adalid y precursor se quedó por puertas de actualización; a menos que algún Crisjustoso aparezca por ahí para
contradecirnos, su nuevo promotor, que
multiplicado como sombrillitas de verano después de las lluvias y que no está
interesado en anunciar su reino, ni buscar adeptos y sólo quiere pasarse una
nueva temporada por nuestro infierno, se llaman Opiocronos. Tienen siempre sus
apariciones en alternancia con sus antagonistas y detractores los Mafas y las
Perezansas. Las Mafas se encargan de encubrir
su empeño, por ejemplo cuando un Opiocrono está tratando de
desprestigiar su naturaleza ocupándose
en algo (tentar, por botón de muestra,
el penas-miento de alguna muchacha para que su cebo de corazonsuelo
muerda la tragada lo que en palabras francas y livianas es un verdadero
fumársele el servicio al tiempo), y entonces se encargan de llenar de dudas a
su paciente, le hacen cosquillas en los talones del remordimiento y le hacen ir
a consultar adivinos y ripios de café, en lugar de irse a un cyber y ponerse a
buscar enmascarados sin plata y santos consoladores con cara de Chespeneincipito. Les fascina asumir
disfraces de mapa y si por ellas fuera, gustosas se quitarían esa fea
apariencia de letra con cabeza gacha y manos piadosas y mirarse al espejo como
Maas. Las Perezansas por su parte son felices perdiendo direcciones de
diligentes comerciantes que madrugan seguros de saber a donde ir. Se instalan
en tibios ronroneos que a los ansiosos les hace gracia y entonces se ponen a
jugar con los “como sería” “podría ser”
“cómo no se me había ocurrido, hasta que una lejana luz de Gregorio Samsa
les hace reconocer que son las nueve y media de la mañana y que será mejor
ponerse a trabajar después del medio día.
Para mejor ilustración, vamos a ver como un
Opiocrono tiene su mínimo chispazo frustrado diario: Una muchacha de esas que
ya está harta de recibir piropos trillados y que se va por la vereda meneando
su tibia indiferencia, empieza a sentir a sus espaldas un delicioso cosquilleo
(el Opiocrono ya la tiene fichada, le ha seguido los pasos por varios días);
pero una Mafa va por delante haciéndole resistirse a mirar; la Perezansa por su
parte va por delante abanicándole al oído canciones de sirena. El opiocrono
silba una canción de moda y lanza fuerte una bocanada de su Opiopucho: “Te voy
a entablar una demanda en la superintendencia de los encajes para que por
exceso de publicidad engañosa te condenen a sacar del mercado toda la mercancía
del almacén de tu pecho y te obliguen a indemnizarme con la visita gratuita
todos los días a tu despacho; sólo que para no echarse encima al gremio el alto tribunal de los deseos secretos exige
no tocar ni hacer ninguna clase de negociaciones”. No estará demás contar
que la muchacha ha cogido de la mano a
dos pequeñas ráfagas de aire tibio y se ha marchado dando un latigazo de
cabellos rubios.
* * *
INVIERNOS DE
OPIOCRONOS
l invierno era implacable. Este opiocrono
salía a comprar sus pequeñas viandas para el desayuno y en su cara simplemente
se reflejaba el aspecto del cielo: Plana, gris e inexpresiva; tenía cara de
mimo; pero que le iba a hacer, del fondo de sus ojos brotaban dos lucecitas con
las que combatía la niebla. Su vecina que era más práctica: al mal tiempo, mala
cara, le dice para vengar el frio de la noche anterior: ¡uy, vecino, no tuvo agüita para lavarse las legañas!. El
opiocrono, que es muy decente hace la oreja mocha, pero por dentro le dice: ¡púdrete!; sin embargo, al volver de la
tienda, no puede contenerse las ganas de intentar algún contraste menos rígido,
de modo que aprovecha que la vecina seguramente está tratando de encender el
hogar de la Tv., aprovecha los vidrios empañados de su ventana para ponerle un
mensaje: ¡Madúrate! Cuando llega a
casa va directo al baño a mirarse la cara de emoción en el espejo y se
encuentra escrito con labial carmesí: ¡Tu-madrate!
* * *
DISFRAZ DE
MAFA
sta mafa no quiere seguir acomplejada por
estampa de cordero degollado; de modo que trabaja un mes entero en la tienda de
los símbolos para procurarse una cirugía plástica; Su trabajo consiste en
dejarse estrujar, enredar, volver de revés; ponerse de cabeza con una pata
recogida de modo que su estampa diga: AFÁN. Incluso hasta se deja manosear por
debajo de las estanterías para que el vigilante le deje sacar algunos
materiales. Finalmente se para en una esquina toda vanidosa: Se ha puesto un
sombrero malevo, un saco de compadrito, unas gafas oscuras y una corbata
delgada que le hace parecer como si la cabeza flotara en el aire; está feliz
porque van a leer: MAFIA, pero cual no será su decepción al ver que todos al
pasar se ríen y le preguntan por qué se ha vestido de clown.
* * *
CURA DE
OPIOCRONOS
este
opiocrono le ha llegado la peste del insomnio. Como es un opiocrono ilustardo invoca a San Zaratustra para
que le inspire su conocida máxima al respecto: Cuando el dios del sueño no me
llega, no me desespero, dejo que él llegue cuando le parezca. Pero parece que
además le han enviado las pulgas de la inquietud. Entonces decide una técnica
más antigua: se pone a contar ovejitas a las que va azuzando pacientemente con
susurros para que vayan subiendo las escaleras donde vive la señorita del
segundo y las va acomodando en el rellano rogándoles que no hagan ruido,
esperando que la propia atmósfera le
haga salir por si acaso y de pronto sentarse a conversar de lo tontos que son
los insomnes de no formar un club de insomnes de las esquinas para ponerse a
jugar, digamos: mi-donó ya que el
juego-danza de los opiocronos tragua-bajela
no se ha inventado. Pero resulta que de lo puro fumón de su opiopucho se encuentra rezagado en el
primer escalón acicalando una de sus ovejitas, expurgándole una de sus
olvidadas aventuras y todas salen rodando por las escaleras del desconcierto, orden por favor y le toca volver a acomodar
las ovejitas, encerrarlas hasta otra oportunidad y, ya que atribuye su
inquietud a demasiado poca compenetración con el entorno de sus fuerzas, decide
ponerse alerta, con unos binoculares internos para indagar su propio paisaje y
resulta mirándose a sí mismo; siente que en el aire flota el verso de
Benedetti:”…ya hasta mi sombra empieza a
mirarme con respeto”; así que ya puede visualizar a la señorita del segundo
que también ha cogido la peste; se levanta, da tres vueltas por la casa y de
pronto sale al rellano; hay un silencio expectante, incluso el grillo que
estaba dando una pequeña tonada gratis, se queda callado; alcanza a sentir como
va bajando las escaleras por el estruendo eléctrico del roce de su pijama de
satén en los vellos de sus piernas; ahora está parada frente a la puerta, hay
unos segundos tan infernalmente silenciosos que se hacen eternos; al fin siente
que las uñas de secretaria sin oficio empiezan a tocar una disonante batería en
su puerta; piensa que va a decir aunque
sólo fuera por que así es la vida/ aunque sólo fuera por capricho como en
uno de sus tímidos versos, y bueno,
vecino -con una sonrisa apenada mirando al suelo-, aquí estamos y en poco más de lo que duran dos suspiros y un
estertor, se percata de que una tropilla
tibia de animalitos peludos ahítos no de trébol sino efluvios de imán le ha
cortado unas inmensas orejas que le han nacido y que con ellas haciéndole
cosquillas en la espalda se dormirá la próxima noche, soñando que visita a una
señorita en Paris.
* * *
OPIOCRONOS
MAFAS Y PEREZANSAS 2062
ay ciertas mafas a quienes no les importa
mostrar lo que son. Esta, por ejemplo, se para a la entrada de las cabinas de
teléfonos dispuestas especialmente para andariegos, desocupados, tribu-ferales que quieran establecer
comunicaciones fraternas en las esquinas de los suburbios. No es que las mafas
sean chismosas, no, aunque sean un tanto traviesas y se propongan hacerle
pilatunas a ciertos especímenes “chapados
a la antigua” que siguen pensando en promover el arte, la cultura y los
negocios del espíritu y que, dada la escasez del mercado de las últimas
décadas, deben conformarse con utilizar de vez en cuando, cuando ya la maleza
del tedio va cogiendo ventaja, los servicios de autocreación virtual,
emprendimiento metavacuoso e intercambios en red-il, las mafas son una mezcla curiosa de aventura y filantropía.
De suerte que esta mafa espera que alguien de esos que vienen a utilizar la
caridad del Estado quiera verla como una realidad al alcance de la mano, aunque
al principio vaya a mostrarse un tanto hosca o acaso desinteresada; que si le
preguntan entonces qué hace ahí ella conteste que haciendo uso de su libertad
de pararse donde se le venga la real gana y que después de que su interlocutor
le diga tu si eres chistosa; todavía usas
la palabra real; di tri-vial; es cierto que ella tiene en casa un fijo en
forma de falo con el cual entretenerse llamando a hacer pegas y citas a ciegas,
pero lo que ella espera es que de pronto la moderna forma tri-vial de des-aparecer, a-par-en-tal y en-troncarse alguna vez se
le de a la usanza antigua de: piedra, tijera, papel. Ella sabe que después de
cada coincidencia alguien se irá pensando que todavía existe algo de bondad en
el mundo.
Las perezansas por su parte en esta época de
la vida, que digamos no es más de dos o tres meses en tanto los negocios y las
novedades se actualizan, viven ostentando sus conexiones directas: Tri-vial-Berry, Banda ancha 3D (las
aplicaciones 5D ParalelD y otras son muy costosas) y se la pasan
revendiendo efimes-tremecimientos, ricachándalos y otras baratijas, pero sufren
tratando de encontrar quien les libere del chulo que las exprime.
Pero el humilde opiocronos es odiado como
ninguno; él dice tener las redes neuronales más sofisticadas del mundo y que
todas sus comunicaciones son vía tele-pa-prima,
por contra del costosísimo dispositivo intra-brain
al que todos se quedan alelados por las calles mirando como lucen sus
pintas de no ser de acá.
* * *
OPIOCRONOGENÉSICA
or aquel tiempo las risas eran escasas; se
repartían abrazos gratis en las esquinas y en los parques, pero siempre era
como parte de una campaña en la que alguna cámara servía de garante, lo cual
era sólo un gancho, pero sólo un gancho al hígado de las confianzas. Era como
cuando el presidente Chaves, experto en risas, después de unos lustros en el
poder (la referencia es incierta pues en el archivo no se puede leer si lustros
era una referencia cronóptica o simplemente ópticovariable), aceptaba como garantes
a las misiones de la ONU, pero esperaba que la Alba sacara sus propias
conclusiones, lo que no era decir poco, puesto que siempre amanecía más tarde;
quizás la Alba tenía alientos cada vez mejor aceitados o las próstatas de los
futuros se fuesen volviendo menos dependientes de las raíces negras, pero nunca
se sabe. El caso es que los opiocronos empezaron a sentirse inquietos por su
origen. Sentían una envidia indecible de ver tantos mafas y perezansas felices
acompañando a sus abuelas al mercado, armándoles el porro de las juventudes y
adaptándole los audífonos a sus orejas arrugadas y gachas y convirtiéndolos en
sus ñañas de hijos únicos, soltándole
una mesada semanal modesta pero que superaba con creces todo lo que se veía en
la escuela. Un opiocrono adelantado empezó a repartir la especie de que había
habido un tal Cort-a-zar que había patentado (la palabra es inexacta,
pues en honor a la dignidad deberíamos decir bautizado, pero para evitarnos
digresiones y conflictos preferimos un término más jurídico; que tampoco es
adecuado, puesto que su autor era enemigo acérrimo de los litigios de corte;
por algo alguna vez se le llamó ingenuo) a los Cronopios. Estos eran seres de
una sola pieza; es decir, uno no les pedía que sentaran con nosotros a tomarnos
una Coca-cola para ver que capacidad tenían para convencernos de que eran
compatibles con nuestros prejuicios; uno se enamoraba de ellos de una, y se los
levaba a la cama, aunque solo fuera para hacerlo sufrir a punta de risas y
barruntos, porque nunca se le ocurría a uno pensar si tendrían algo que se
pudiera homologar a un semáforo (alerta, pare, siga), o una disco donde el
portero te revisa la identidad y te dice: entre; y el éxtasis no era por popper
u otras porquerías. Así que este opiocrono se atrevió a meterse en un antro de
las antropologías y se consiguió un médium.
La sesión que se dio después de algunos
intentos, hay que decirlo, fue tenebrosa. Se convocaba y se convocaba al tal Cort-a-zar pero no había señal alguna. La/el médium (no se sabía en la semi-oscuridad
de Drag-queens, maricones penitentes,
maricones eminentes y tanta gama de elecciones libres) había dicho que como era
un ser juguetón, tolerante y aún indiferente a fuerza de rechazos, timideces y
también cierta frivolidad resentida, había que convocarlo con la danza; de modo
que empezaron ambientando la sala con reaggeton,
pero sólo se sentían unos vientos gélidos que nos daban como cachetadas, hasta
que al opiocronos se le ocurrió, por un atavismo que le había llevado a gustar
de Teloniuos Monk y Louis Armstrong, sugirió poner Jazz, pero solo se empezaron
a sentir como una especie de gemidos en el viento. Alguna corazonada tenía el
opiocronos que se dejaba transportar con la música; por esos días estaba
investigando las relaciones de los nombres, las religiones y los desvíos
místicos y se había encontrado con
una banda llamada Nazareth; pidió que se pusiera la canción Shapes of things; se sintió un
erstremecimiento general en las manos unidas en torno a una fogata en un cielo
de luna creciente; médium quiñó el ojo en medio del estupor y éxtasis general,
siguió loved and lost y entonces una
llama crepitó y surgió una cara barbada, sonriente como un enfermo de down,
unos ojos como de vaca y una voz cascada pero dulce arrastrando erres decía entre
interferencias y pérdida de señal jet lag, jet lag; rápidamente dimos la
orden al lector de Cd’s y entonces aquel rostro venerable, en medio de una
beatitud infinita y un contento inenarrable empezó a soltar vocablos al ritmo
de la música,; pero la resolución era mala; no podíamos discernir entre Lorca, lorca o Carol, Carol; abuela y
vuela,vuela; raro-ver-na ardes; au,au,au, rora, rora. Por último se escuchó
gritar Rocamadour y una espada de
fuego estalló en el aire.
* * *
LAS
FUFURUFAS
na vez los opiocronos se sintieron solos,
entonces pidieron a su ilusio-dios que les ayudara. De modo que nació una nueva
especie: Las fu-fur-ufas. Nadie podía
decir cómo o qué eran las fu-fur-ufas; en todo caso eran potentes.
Unos decían que eran una especie de teoría darwinista; que empezaron por ser
unas simples fes, que después de afianzarse como fe, es decir, después de
asentir a un creer se inventaron un antiquísimo lugar: Ur. En Ur las fes
variaban según la creatividad de cada cual. Entonces las extravagancias
fundaron su imperio; de allí se desprendió una raza que pronto fue relegada a
los submundos (eras enteras después emergerían como creaturas míticas: ET; Alf;
Superman; Spiderman y toda una serie de bastardos que la democracia del
concienciar permitía –nótese que de la ternura primigenia se fue pasando a la
fuerza y el poder sobrehumanos-). De tantas multiplicaciones y vuelos de conciencia (en las conciencias no
se podía hablar de promiscuidad) llegaron a ser el femenino de los UFO, es
decir, un-fly-objects, lo que sólo podía significar que era tal la degeneración
de la conciencia que andaba volando por los aires sin dueño y sin
identificación; en todo caso esta excrecencia era muy placentera, de modo que
por razones de estado (he-s-ta-do-bien)
se les dio carta de ciudadanía. Nadie sabe cómo fue que de Calígula a Camus se
degradaron las fu-fur-ufas.
* * *
CARIÑO DE
OPIOCRONOS
icen que fue la polución; dicen que fue una
fisión de aire y basura. Aunque desapareció del mismo modo como apareció, no
nos cansamos de lamentar y extrañar su pérdida. Decir Opiocrono es decir
fenómeno, pero este ya fue la tapa. Aquel era un día de esos en que debía
llover porque era invierno y la gente maldecía porque sus mujeres no les
permitían con ese alboroto de que había un día espléndido, dormir un poco más.
Cuando ya el sol de las siete de la mañana se colaba por las rendijas de las
puertas y ventanas, se coló también
aquel murmullo sorprendido que levantó finalmente a toda la vecindad. Primero
fueron los chicos que iban a la escuela y hacían corrillo: Que guácala, que que
miedo, que no, que es lindo. La inmensa pegatina fosforescente y multicolor se
había pegado de la puerta de aquella niña –bueno, no tan niña, sólo que era
solitaria, de mal carácter y vivía encerrada porque la gente le tenía inquina-
y cuando don Palitroque Faltriquera vino con un palustre a intentar despegar
aquel delgado como tentáculo que hacía de brazo, recibió un pringonazo y la
pegatina desapareció. Fue cuando el corrillo se deshizo y los comentarios del
barrio eran que la gente si era muy pajuda; que no sabían como inventar mierdas
para tapar los problemas; que quien sabe que otro impuesto iban a sacar o que
droga rara estarían vendiendo por ahí, que volvió a aparecer pero como un
pequeño peluche, aunque aún translúcido, fosforescente y abigarrado, pegado de
la misma puerta, tanto que los padres de la muchachita salieron maravillados a
decir que se parecía a la virgen de las galaxias; la gente no sabía de cual
virgen de las galaxias hablaban, pero, en fin, ya la llamaban así. El caso es
que hasta que la niña no salió y con un particular modo de refulgir dijo que
quería hacerse tomar por ella, quien inmediatamente, claro luego de pequeños
titubeos, se sintió confortadisima. Le sacaron fotos en los periódicos;
entrevistas van, entrevistas vienen, una bendición papal expresamente firmada
por su santidad; propuestas para poner un negocio de exhibición, pero una sabia
y salomónica decisión estipuló que sería una propiedad privada. Pero que va;
como todo, después de una semana la fama internacional de la vecindad se había
esfumado y empezó a aparecerse en
cualquier casa, en la sala, en la cocina, en el baño. Todos le habíamos tomado
cariño porque, simplemente se aparecía en un sitio y empezaba a destellar sus
colores de modo diferente para cada casa y cada persona; eso sí, sólo con las
chicas sacaba todo su repertorio de melodías cromáticas y se dejaba
acariciar; algunos señores le caían
bien y se los demostraba poniéndose de un solo tono vivaz; a don Palitroque,
que era muy estimado porque era un viejito muy sabio y chocarrero se le ponía
transparente (así supimos cuando tenía celos).
Lo llamábamos Opiocro cariñosamente; lástima
que no hable decían algunas –debería ser entretenidísimo- pues si así sabía
hacerse entender tan bien, como sería si tuviera un lenguaje. Empezaron a
correr rumores. Decían que alguna vez habló pero se quedó mudo para siempre
después de una decepción frigidosa. Alguna vez a la Concepción le dijo su mejor
amiga Conce, como estas de pispireta
últimamente y ella le dijo toda vanidosa y desentendida: ah, como opio. Ay, cómo así; no me vas a decir que estas metiendo yerba. No, no, que
va.
A Opiocro le fascinaba la música,
especialmente la que salía de aparatos pequeños: celulares, memorias USB y
radios transistores y cuando alguna canción le gustaba sintonizaba todos los
aparatos en la misma frecuencia en cien metros a la redonda; pero sólo se
enamoraba de versos; por ejemplo: te vas/
pero yo sé que vas a volver/porque/ a ti te gusta el merecumbé. Se tenía
por muy fino y le fascinaba escuchar pop
y por alguna razón le gustaba la frase que daban en determinada emisora que
infortunadamente en el suburbio y la vecindad no gustaba por arribista: más de lo que te gusta, entonces la
gente lo regañaba Opiocro deja esa bulla,
de modo que cuando algún aparato se perdía era Opiocro que se lo robaba por
un rato para esconderse a escuchar sus cosas.
Opiocro se las traía. Cuentan que una vez en
la versión criolla del té canasta, que por aquí era el café arepiado, en el que se reunían las bellas, las brujas, las
importantes, las intrigantes y en general las doñas de la vecindad para
socializar los chimes de la semana, la Conchi empezó a tener, después de una encendida disputa con la Macarena
por alguna discrepancia de distinciones entre medidas y quisquillas, un extraño
comportamiento que comenzó con silencio abrupto; luego empezó a menear los
hombros como si le rascara la espalda, después empezó a mascullar pendejadas: copio…co-pio, ¡copio! Vean a esta, ¿se
volvió callcenterista o qué?-dijeron- Humm, por ahí estará soñando volverse guachimana. Hasta que se abrió de patas
y no pudo más de la dicha que después dijeron eso si es tener morro la Conchi. Eran las andadas de Opiocro.
La noche de la tragedia toda la vecindad
estaba con el volate de las inscripciones para Familias en Acción que era una platica que los más pobres recibían
para ayudarse a sobrevivir. Ese día era también el día de la recolección de la
basura que se sacaba entre cuatro y cinco de la tarde para que la recogieran
máximo a las ocho; pero a las dos de la mañana la basura estaba todavía en las
aceras; los recolectores habían pedido permiso para las inscripciones. A las
tres de la mañana cuando todo el mundo en el calor de las cobijas, los sueños
más interesantes y las movidas más chuecas, nadie puso atención a que entre las
campanas de la basura se escuchó varias veces el eslogan de una emisora: ¡DAME OXIGENO, QUE ME MUERO!.
* * *
INJUSTICIAS
DE BOLSILLO
ra una verdadera pena. Verlo tirado allí,
joven aún –o cuando menos conservado- con todos sus atributos: Su color
encarnado y parejo; su textura sedosa de ga-muza; sus formas de corte perfecto,
valga decir de artista, para terminar tirado de esa forma por esta mala mafa.
Ella no había soportado aquella mala pasada; pero nunca se puso a pensar de
quien pudo ser la verdadera culpa. Había hecho aquel ahorrito con tanto
esfuerzo (no gastarse en unas ricas chuletas, no invitarse a un buen helado)
para poder tomarse el tinto mensual que le permitía desahogarse con unas
cuantas milongas que terminaban en ese ridículo bailando sola reaggetton. Tanto sentirse fastidiada por
el hilo dental (sin perjuicio de identidades, pues sin ser hermafroditas las
mafas son de los dos partidos) y no sacó la conclusión; bueno pensar con
agudeza en ciertas circunstancias es pedirle peras al olmo. Pero lo cierto es
que el hueco del bolsillo por donde se le salió el billete fue producto de un
intento que, en medio del pensamiento: si
es posible ser uña y mugre, porque no iba a ser posible ser hilo y carne?. El pedazo de hilo, un
hilo fino y brillante, aún lo guarda para una emergencia.
* * *
COMPAÑÍAS DE
FUFURUFAS
a familia se fue creciendo, no se sabe como;
y como hasta en las mejores familias hay de todo, aparecieron unas primas
lejanas de las mafas. Eran tremendamente plásticas; se la pasaban pendientes de
las modas y de los accesorios y eran siempre ellas las que imponían la moda en
el barrio que, desde luego, era pobre. Y, bueno, se les podía perdonar que
fueran plásticas, artificiales y de sobremesa chicaneras, encima de cismáticas.
Eran tan artificiales que se sentían orgullosas de ser las ma-faldas; no les importaba,
pues para ellas que todo lo tergiversan eran la mamás de las faldas y ningún
Quino ni ninguna aparecida de comic les iba a quitar identidad. Pero que
quisieran descollar en política era el colmo. Y es que se les iban a ellos los
ojos cuando paseaban por la vereda exhibiendo no tanto piernas y colas para
todos los gustos y ojos: ojos bizcos, ojos disimulados, ojos ojerizos, ojos
descarados, sino las faldas: faldas minis, faldas de cuero, de satén, faldas
picapiedra, y hasta ahí, pero ya que empezaran a combatir con ideología: Que se vayan al chorizo; una no disiente de
que les guste el confite; que por el confite trabajen, roben, hagan novelas y
se vuelvan curas. Pero de ahí a que lo cojan a uno, que sí, que la única reina
digna de la corona es uste-mi-reina, que del trono solo la va a bajar la pelona
y después, cuando se tragan el confite entero, porque ni lo saborean, no dejan
ni la envoltura. No, no.
Nosotros no tomamos partido. Asunto difícil.
Sólo decimos que como están las cosas, hoy con la igualdad de géneros, con la
libertada de cultos, con la democracia de tendencias, entreverar conceptos en la mercancía no
parece ser práctico. Hay quienes se preguntan por que ellas también no
distinguen entre la política y el confite; y quienes dicen que las que se
oponen al confite surtido son las auténticas fufurufas.
* * *
LENGUAJES DE
OPIOCRONOS
ansados del lenguaje de los humanos;
especialmente por sus vueltas y revueltas, también por esas formas tan dudosas
de tratar los dolores de cabeza dizque con ácido
acetilsalicilico, pero por sobre todo por las complicaciones para hablar el
lenguaje del amor, los Opiocronos decidieron cambiar de lenguaje. Lo cambiaron
por el lenguaje de los guiños. Claro que fue una mutación de centurias y de
eras en que se fue especializando esa sutil forma de hablar callado y hasta de
gritar al pan pan y al vino vino, con un simple chispazo acompañado de un abrir
y cerrar la puerta del alma. Los humanos estaban furiosos; no se hablaba más
que de aprender el lenguaje de los guiños y hasta se rumoraba que se iban a
emprender acciones para reclamar un invento netamente humano. Pero los
Opiocronos se sabían defender: decían que si acaso ellos se habían tomado el
trabajo de investigar por años y años todo lo relacionado con matar el ojo; buscaron los cadáveres de
los ojos matados, espiaron a los posibles asesinos; se infiltraron en los
cromosomas de los zarcos y los pícaros; contactaron a los dueños de cejas
pobladas y pestañas rizadas; hasta que finalmente sus bisabuelas y abuelas
empezaron a dar a luz pequeños llenos de la gracia de picar el ojo automáticamente. Claro que los envidiosos decían que
esos eran TIC’s nerviosos (sin reparar en coincidencias de que en la era
posmoderna los TIC’s era Teatros de la Información y las Comunicaciones) y que
no tenía ninguna gracia que alguna anciana decrépita le matara el ojo al obispo
o que azuzaran al alcalde picándole el ojo con insistencia en momentos en que
hacía esfuerzos por concentrarse en explicar al pueblo las razones y medidas de
la crisis.
Aquellos rudimentos duraron muy poco. Antes
de que la revolución de los guiños tuviera su apogeo con la misma fuerza de la
revolución francesa o de mayo del 68 corrían entre los intrigantes consejas
sobre las múltiples clases de guiños: que el guiño costeño (habría que aclarar
que no tenía nada que ver con el hacer el
amor a la pestaña ya francesa o americana aunque algo de eso quedaba)
adoptado por los rusos quienes por intermedio de la embajadora Marina Pipilovko
empezaron a conocer las hermosas playas caribeñas, las grandiosas oportunidades de negocios, las
grandes diferencias entre el entendimiento negro y el entendimiento blanco. Se
hablaba poco del guiño anglosajón pero estos eran enemigos mortales de la
popularidad de los opiocronos. También se hablaba muchísimo del guiño oriental
o asiático y se comercializaban manuales de contrabando sobre las maneras de
achinar los ojos para hacer un guiño sin aspavientos y, en fin, toda clase de
guiños.
Hoy las cosas son muy diferentes; los
Opiocronos no quieren negociar el secreto de cómo logran hacer de las pestañas
largos tentáculos que cortan flores del jardín del aire para entregárselas a
las Opiocrónicas que por lo regular van siempre vestidas de papel, pero los
Opiocronos las desnudan en un abrir y cerrar de ojos. Las pueden mover
individualmente; las extienden y enredan en otras; se estrechan mutuamente y
hablan extensamente entre guiños alternados de los dos ojos antes de ponerse a
jugar Rayuela, mientras bailan Tragua y Bajela cantando:
baja-la-laja-tanga
tragua-gua-gola-jaba
lámbate-cada-nada
güelan-ja-deja-gana
Como el lenguaje de los Opiocronos es
invisible nadie puede espiarles sus conversaciones; sin embargo cuando quieren
publicar algo de sus vidas tienen siempre a la mano el espejo digital dónde se
reflejan plenamente su juegos y asombrosos movimientos. Ya hay vividores que
están haciendo su agosto vendiendo salvapantallas de Opiocronos, pantalla
inicial de Opiocronos, rings-tones de Opiocronos.
* * *
REMEDIOS DE
OPIOCRONOS
Ya lo probaste?” –le dijo el Opiocronos
Medical-ixto a su hermano mellizo Medi-koo-l-so- es sensacional. Los opiocronos
no conocían la sal ni el azul. Era un defecto genésico producto de la
enfermedad del olvido y el paso del tiempo desde cuando el demiurgo del caos
empezó a jugar a las cartas con el demiurgo del azar. La sal y el azul eran
ases: l-as y a-luz. De modo que el solapamiento de bazas entre trampas del uno y
del otro que vinieron a dar con el fenómeno de la vida que según se entiende
por viejos rumores fue el producto de sendos manotazos sobre la mesa y, cayendo
cartas de colores, ases y comodines se mezclaron las leyes necesarias para el
agua, el fuego, el aire y la tierra y que con el advenimiento de la pelota de barro pensante y la ciencia, y
finalmente la espacio-cibernética se fueron perdiendo las cuentas –para dar
paso a los cuentos y de estos a los embustes-. “No, no lo he probado”
–respondió al descuido Medi-koo-l-so, pero desde ese instante desesperó por
conseguirlo y como era muy pobre y su importe costoso, sufrió mucho tiempo y
tuvo que hacer muchísimas cosas para conseguirlo y lo peor, volverse adicto. No
pensó nunca con que bastaba con apropiarse de él mediante el ejercicio, la
disciplina y la confianza en si mismo; que al combinar el amar-i-yo con el
a-luz en una retorta de sinápsis, el costoso Sildenafide estaba listo.
* * *
RITUALES
OPIOCRÓNICOS
os opiocronos se indignaban cuando les decían
que también eran lejanos ascendientes de los primates y que la inveterada
costumbre que aún se mantenía entre los humanos de estriparse mutuamente las
espinillas como extensión sublimada del expulgarse los piojos, nada tenía que
ver con su costumbre de recoger espinillitas y barritos de los otros en
frasquitos para untárselas en las noches como crema embellecedora de las partes
más impensadas. Había sitios especializados en encontrar glándulas sebáceas
afines y hasta se hacían tratamientos para dar productos con fragancias, de
larga vida, con propiedades seductoras. Y eran famosos y exclusivos los encuentros
de citas rápidas buscando los más barrosos y espinillosos compatibles.
* * *
INQUILIN-A-NSIAS
ientos de nubiometros al sur de su único
vecino Rafael Escalona este opiocrono tenía su casita en el aire. En verdad era
una humilde y ruinosa choza que, amenazada por el comején de los principios
desuetos, los imposibles índices de la canasta familiar y los insufribles
desplantes del estrato seis con sus extravagancias, exclusividades y
despilfarros, le hacía temer que, inexorablemente, el día que lloviera mierda
del cielo, sus congéneres se darían por enterados de que ya se había ido por
fin a descansar en paz a la tierra. La casita estaba exactamente encima del
aeródromo de la Nubia y, justamente debajo de las pseudo-pléyades, aunque la
referencia de la galaxia de Andrómeda era un justo más que bizarro consuelo
para su pobre exclusividad de estrellas. Tenía un secreto mirador, pero también
un selecto club de muertos a los que cuando estaba asolado por el tedio, o no
podía bajar a la tierra por inclemencias del clima hacía compañía silenciosa y
secreta: “La Enéade grecoquimbaya”;
pero esto es sólo un accesorio anecdótico aunque aprendiese muchísimo de sus
fanfarronerías faraónicas.
Puesto que sólo en esporádicas ocasiones se
podían encontrar al azar deliciosas frutas, frescos pescados, conejos a medio
asar por el viaje que, arrancados de sus predios naturales por los huracanes y
tifones subían para solaz de su estéril paisaje, solía bajar deliciosamente,
casi a diario, por su tobogán hecho con hitos de la nube aseguradas con retazos
de espectro electromagnético –preferiblemente de banda ancha- a rebuscarse la
vida; pero la subida era otro cuento. De modo que tuvo que ir aprendiendo a
refinar sus métodos –en realidad sólo fueron hallazgos, ya que como los tiempos
eran distintos a aquellos en que las gentes eran caritativas y hasta generosas,
ahora tenía que escarbar en los tachos de basura de las grandes superficies y,
como era tanta el hambre en ocasiones, debía ingerir cualquier cosa, lo que le
hizo dar con el descubrimiento de que las ventosidades que se iban acumulando
en su intestino perezoso, cuando se soltaban lo impulsaban cientos de metros
hacia arriba; así que fue organizando su estómago para un musical sistema de
propulsión a chorro para ir y volver-,
pero a veces se quedaba varado porque olvidaba usar su tampón femenino y
entonces no podía coger impulso, así que: a mover sus bracitos escuálidos como
aspas locas.
Pero el verdadero motivo de esta historia es
que como la casita era de doble servicio, decidió arrendar la planta alta a una
familia de ángeles vagabundos de los cuales no se sabía a ciencia cierta si era
que habían renunciado a su misión de ángeles guardianes para formar su propio
imperio o si los habían echado de la coloca o tal vez estaban en trance de
caída calculada y controlada. Era la Ángela madre con sus hijas; una de las
cuales: Ángel-y-k, tenía un angelito y la otra sacaba su primeras plumitas en
la prepa; el Ángel-boss se dejaba caer de vez en do-cuan con tremendos
costalados de viandas y hacían parrandas con acordeón y gozaban de lo lindo
sintonizando los pedos y parches de allá abajo. Todo de maravillas; sólo que nuestro pobre opiocrono cuando
sentía la voz de pollito ensopado del astronauta que cada fin de mes y a veces
todos los fines de semana dormía con la Ángel-y-k y del cual su estampa y
comportamiento no arrojaba la menor duda de su virilidad, pero ella pretendía
hacerle entender que salía luego de una larga visita cada noche, sólo podía
sacar la conclusión de que era tremenda estúpida, pues en estos tiempos y desde
inmemoriales épocas, cada cual tiene derecho a hacer de su nido una tapera.
* * *
VERGÜENZAS
DE LA FAMILIA
e les había olvidado hasta chupar (pero si lo
pensamos mejor, ya no tenían conciencia de su estirpe: era que se habían
extinguido de la faz de la tierra). Ahora que de nuevo estaban dando lío en las
camas, bajo las sábanas, que se hacían sentir inopinadamente subiendo por una
suculenta pierna o dando lata en una inaccesible parte de la espalda, las
pulgas, exterminadas por la proliferación de energías más diminutas que ellas
(igual que zancudos, niguas, piojos y liendres; excepción hecha de las moscas
de las frutas, o jejenes en regiones aún vírgenes, lo cual era un síntoma
sospechoso que nadie se tomaba el trabajo de tener en cuenta –excepto los
perros que comían callados, pues aunque
se les hubiera desaparecido un rasgo peculiar de sus personalidades, ahora
podían, por ejemplo, dedicarse a cultivar las bellas artes de mear sin alzar la
pata o despegarse educadamente cuando la glotonería de una cópula les hacía
volver a viejos atavismos-); era que las señales de antenas de telefonía
celular, los mensajes de texto, de voz, las ondas Wi-Fi –pensar que convivían
tan bien con las señales micro-ondas- ya no les dejaba espacio para subsistir;
al menos los dinosaurios habían desaparecido de una sola pedrada, pero ellas,
desterradas a fuerza de ruido y sin ninguna imputación ética, era el colmo,
pues meter la ¿probóscide? en un poro, como si una tierna cosquilla de la
lengua del recién nacido en el pezón abriera la llave del dulce vino. Ya no era
un chiste ni motivo de santiguarse cuando en la misa, ante la entrada
silenciosa de una llamada a un móvil imprudente –por más que se hubiese puesto
en modo vibración- hacía que el sacerdote perdiera el hilo de la lectura y
repitiera estúpidamente el párrafo que acababa de leer, igual, ya las pobres
abejas habían empezado a chupar flores plásticas y las hormigas a querer hacer
colonias en nalgas desaseadas.
Pero el asunto era aún más grave: Los
lingüistas y filólogos, obnubilados por el paraíso de la profesionalización
habían descuidado el rumbo; y, era lógico, significado y significante debían
tener derroteros y ¿si no los había? El significado y significante no podían, como si podían las
niñas, elegir entre si la piquiña del despertar de la pubertad lo compartían
con un selecto grupo o se entregaban a sus ególatras maquinaciones; del mismo
modo, si la economía se había vuelto, por ejemplo, una brujo-economía, uno no
podía menos que tener una bruja amiga que le ayudase a descifrar de que iba la
cosa; así que la informacionalización fue colonizando nichos de significantes y
no era nada raro que cuando uno volvía a sentir la vieja sensación de un
bichito subiéndole por la manga del pantalón, al hacer toda la pesquisa y
cacería necesarias, terminara con un diminuto gránulo de plástico parecido a la
lycra entre las yemas de sus dedos. ¡Ah!, pero es que la cosa era porque las
pobres pulgas siempre fueron negadas por sus ascendientes; como cuando tantos
famosos se han negado a aceptar que sus vástagos son sus hijos, por más que
alguna prueba genética les haya condenado a onerosas cargas de manutención. Es
que el origen de la pulga nunca fue siquiera sospechado; era una plaga más;
pero, ¿por qué si la pulga no tiene un estrecho parentesco con el hombre, una
artista de los años ochenta logró configurar (previo dispositivo de lentes,
cámaras y camerinos) un circo de pulgas? Remóntese el querido lector a la época
medieval, y aun a los tiempos prehistóricos: supongamos que ya el vino corre
por la sangre de los pitecantropus,
que ya las olivas han donado su aceite; que las delicias del mar con sus
mariscos y proliferaciones han puesto las venas ha reverberar de energía: ¿no
hay una relación entre la pulga y p(or)-gula?;
aun más, ¿A la sangre efervecida no le ha dado por tener su ósmosis? Pero como
todo hoy son cifras y fórmulas, vaya uno a saber que contrato han suscrito la
sangre y la máquina.
* * *
DEMONIOS DE
OPIOCRONOS
s posible que Bran Stroker y Mary
Shelley hubiesen pasado a la lista de
los autores superados por el subconsciente de los opiocronos (que no es lo
mismo que el inconsciente: Ha sido una frecuente confusión de categorías que
sólo ha dejado al descubierto la enorme ineptitud del gremio psicoanalítico;
pero es un complejo que nació con su padre, puesto que al meter el profe Freud
en el reino de los sueños y en el reino de lo irracional lo que simplemente era
a-racional, o in-forme por razón de no haberse vuelto lo suficientemente
crítico –lo que él compensó a despecho de no poder inventarse un efectivo
método de literato- de las sublimaciones estéticas, inventando un rudimento de
método reduccionista: Si un pipí tenía demasiada hambre antes de enfrentarse a
un pipí mejor nutrido es más que lógico que la posibilidad de acción estará del
lado de las facticidades antes que de las racionalizaciones y, habida cuenta de
que el dilema de la creatividad, la diversificación y la invención estará
siempre por encima de la obviedad, simplemente por el hecho de que el pobre
tiempo de lo valioso merece siempre tener un valor agregado por encima de lo inmediato,
entonces el señor padre austríaco estaría sólo siendo el representante
–gratuito o no- de aquellos que gracias a la ironía de la vida de que Dios da pan al que no tiene dientes –pero
tiene plata, con lo cual se compensa lo que en unos es juego y en otros es
tiempo mediado por un símbolo ominoso,
de un partido falso, o al menos, perdedor.
Pensemos por un segundo en ciertos diablos
que superaron con creces a los demonios de Sócrates, Jesús o Nietzsche,
simplemente por el hecho de que ET, ALF, GURI GURI O NANO-NANO no tenían aquel
destino trágico –aunque tampoco glorioso puesto que imaginar a ET como
presidente de los EE UU. o como bebedor de cicuta es simplemente grotesco- pero
tenían esa condición que seguramente la virgen María estaría presta a defender
cuál es la de la gracia pero sin prejuicios. . . o pensemos en los demonios de
Tasmania, aun en los monstruos de Gila: Su veneno de feura se puede exorcizar
con paulatinos y pacientes acercamientos y, por qué no, algunas concesiones. Pero que a ese pobre opiocrono se le
venga de un momento a otro a su cara ingenua y de sonrisa gratuita, la imagen
de nuevo miembro de la tercera edad por
un simple demonio del medio día, es el colmo de la desdicha.
OPIOCRONOS
POETAS
os opiocronos eran mirados con sorna por ser
los últimos supersticiosos:¡Bah, es que
no saben de tecnología! ¡Son unos fundamentalistas! ¡se quedaron en el
romanticismo! Pero resulta que como habían nichos de mercado como gustos, a
los pobres opiocronos todos se los disfrutaban ya como consumo superfluo, bien
como gratuitos productos de culto, ora como exclusiva cosechas orgánicas
criadas en tierras del merchandising y, como los réditos alcanzaban para todos,
pues todos conformes: a los primeros, vivir y disfrutar que quizás mañana no podamos
pichar; a los siguientes, algo más en nuestra colección de ups y, a estos, los
descuentos suprafiscales nos resarcirán. Pero dejemos que sean los auténticos
críticos los que se encarguen de su impacto o inocuidad. Nosotros sólo queremos
ser testigos de excepción. Que las
moscas como personajes interesantes del mundo hubiesen pasado a planos nimios
después de haber contaminado la picadura de fantasía con que los opiocronos
armaban sus opiopuchos volando de espaldas o haciendo que los cubículos de cartón
tipo observatorio y laboratorio tuviesen más protagonismo que los cubículos
electorales de alguna república banana ya era un pleonasmo; peor aun,
anacronismo, pues el rubor de no haber pasado aún al sistema electrónico podía
significar un sospechoso rudimento de escrúpulo, o bien una pequeña forma de
paranoia. Que todos los Polanco, Margarita Pisada u Mario Jurasikchurchis
quedaran como dulces recuerdos de lo que significaba permanecer en la sombra;
salir al estrado de las últimas descocadas en nombre del numeroso gremio de los
desencantados y que con un buen fajo de amigos con dinero escamotearan las
ganas de volver por los fueros al anunciar en el programa de la Radio Nacional,
como invitada de piedra, con una carcajada
forzada, que sería la próxima figura editada por la novedosa editorial que
estaba haciendo pinitos de calidad y decencia, y el último modesto que teniendo
todos los juguetes, el aprecio, el bagaje y el bagazo que le dejaban las noches
bogotanas se declarara no-escritor, era una soberana pendejada. Pero que un
opiocrono intentara defender, en contra –o en pro: en este mundo de mentiras
todo depende del lente con que se le mira- de las nuevas formalidades
estilísticas tipo: ‘Sobrevive bajo la
sotana/como un badajo magnífico/el pene del Papa…/más por la noche/en la suite
pontificia/la niña de algún sueño/se yergue fantasma’ a la auténtica
poesía, tan ingenuamente, sin siquiera esbozar un poco la teoría suya de que
los presocráticos fueron los auténticos poetas-científicos hasta que llegó Pitágoras
y su nociva idea de la matemática y, estrictamente del número, haciendo una
exposición detallada de cómo esos bichitos enigmáticos, que ni siquiera se
pueden definir como hormigas pues en esta versión del sitio aledaño a una
fábrica de productos electrónicos que manejan isótopos radiactivos donde vive,
son tan mínimos que apenas se les puede visualizar como una reunión de puntos
con patas que al aventurarse sobre la pantalla de E-book donde lee un prólogo a
la obra de un tal Luis Vidales (al que le sonaron timbres de innovación) y que,
citado por el prologuista en llamativa jactancia: “Señor,/estamos
cansados/de tus días y tus noches./Tu luz es demasiado barata,/y se va con
lamentable frecuencia…/…¿Por qué un mismo espectáculo/todos los días/desde que
le diste cuerda al mundo? y que renglones más adelante cuando hace su
aparición el citado bichito, donde:
«Y de
pronto, anhelando liberarse de la gravitación universal y emprender un viaje
interplanetario, nos ofrece la nota amorosa, premonitoria y vaticinadora:»
»”Me acompañarás, entonces
¡oh! dulce niña mía”
iremos lejos, lejos.
Y si nos coge la noche
nos quedaremos a dormir
en un pequeño pueblo de la Luna.
»Resulta
interesante el hecho de que Vidales, escribiendo en plena vanguardia
revolucionaria de la primera posguerra, y en un ambiente de modas cosmopolitas,
permanezca fiel al aire de nuestra patria. Y es que su corazón ha latido por la
belleza, por la justicia, por la paz, por el infinito constelado y por este
sagrado terrón del mundo humedecido por la sangre, las lágrimas y los sueños de
los antepasados, que se llama Colombia. Por la raíz de sus versos sube la savia
del terruño» y que tal visitante escriba con su capricho de ágil tuntuniento:
Me…acompañarás…oh dulce…plena…del terruño, sin que la figura dibujada se
registre y sin embargo, le deje a este opiocrono elucubrar que en medio de
alebrestamientos de guerra, vanguardia, cansancios, hay poesía, es,
simplemente, amenazante.
* * *
COCKTAIL
saiah Pena de Gurrientes acababa de recibir
un merecido homenaje por contribuir, como una alta peña del nevado paisaje,
desde los talleres de creación de la Universidad Céntrica, a la promoción de
muchas plumas notables en el firmamento del país, tales como George François
Fatual quien, aunque no fue producto de
aquella camada, con su obra Rosario de
Tijeras alcanzó el éxito (es
preciso anotar que las semejanzas con un modesto autor que no obstante los
atropellos de la farándula literaria ha sabido mostrarse como un verdadero
artista, son sólo producto de auténticas indiferencias). Se mesaba su larga
barba profética de blancos destellos en su podio de icopor reforzado en fibra
de vidrio, mientras recibía felicitaciones y rechazaba whiskies que no hacían
más que hacerle añorar la tibia cama donde por fin se podía destocar del
gastado traje de sensor de los verdaderos movimientos telúricos del arte –para
conjurarlos, desde luego- y contribuir al crecimiento de la gran reserva de la
capital en materia de cultores y equilibrar así la demanda de la carrera
diplomática. Cuando por fin pudo recordar aquel rostro irremediable de lagarto
–menos por su actitud lambiscona o goterera de cocteles que por sus bífidas
lenguas- que en medio de la rutilante danza de sonrisas, gestos amables y
personalidades solicitadas, le sonreía desde un rincón, volvió a su mente la
figura de aquel muchacho sin aspavientos pero decente que fue a preguntar si
había sido seleccionado para participar de la segunda convocatoria del taller
creativo, al cual había presentado una cursi composición en la que el único
personaje Tontríz describía ciertas
trivialidades y él lacónicamente le había dicho que no recordaba haber leído
nada con su nombre de pila. No supo si pensar que en ocasiones hay tonterías
que se le pasan a uno por medio de las piernas o si realmente era un buen dique
para desperdicios; pero en todo caso respiró aliviado de que su preparación le
había dado armas para manejar la sofística e impulsar la Paideia sin perder la
cabeza o el puesto.
* * *
EXQUISITECES
DE OPIOCRONO
o; no era porque quisiera estar en el ojo del
huracán en que se vio envuelto el pobre papá de Aleyda, cuando se le acusó de
aprovecharse de la ingenuidad del Estado creando un logotipo que hubiese hecho
cualquier aprendiz y cobrarse una buena pasta, que se fue gustoso a vivir al
muelle internacional de Eldorado. A
este opiocrono le tenía sin cuidado –aunque sabía del bueno- el mal o buen
gusto; incluso se reía de quienes decían que era de puro snob y vida-buena que
aceptaba las incomodidades de dormir en una banca y, sólo por aprovechar la
zona wi-fi para estar chateando con
extranjeras y jugarse on-line algunas
partidas de Black-Jack con donaciones de amigos del mundo entero y hasta de Microsoft, a quien le hacía propaganda;
incluso secretamente no cambiaría nunca las deliciosas noches que pasaba alguna
vez, cuando algunas aeromozas anoréxicas o bulímicas quienes después de
periplos de veinte o veinticinco días, exhaustas y melancólicas se lo llevaban
a sus apartamentos del norte para sentirse mimadas, acompañadas; que les
hiciera changua con vainilla, que las embriagara con el aroma de su opiopucho,
aunque nunca podrían pedirle que estuviese con ellas entre siete y ocho de la
mañana.
Era que
nadie sabía que la auténtica razón de su abandono del dulce hogar se debía al
descubrimiento reciente, cuando en la estación de gasolina contigua una inmensa
lámpara halógena (para los neófitos
hay que aclararles que halógeno es
una palabra cuyo etimología halós=otro y
gen=origen ha sido siempre un
misterio para los seres inferiores) que, absurdamente, iluminaba el ventanal de
vidrios polarizados de la sala de máquinas y sistemas, atraía en la noche
miríadas de comején en celo que amanecían achicharrados y él, que ya antes
había tenido la secreta intuición recogiendo las pocas y débiles alas que
podía, poniendo un tazón con agua para luego, como una débil nata iridiscente,
recoger apenas una untada; ahora, cada mañana alcanzaba a recoger casi un
cuarto de libra que se devoraba con delicia entre un pan con kétchup; para él era participar del
mundo de las sílfides y los mundos
primigenios. Todos se admiraban cuando después de su secreto desayuno en ti-funnies como el lo llamaba, salía por
los pasillos con su opiopucho estilo León Londoño Tamayo y un aire de no ser de
acá.
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LINGÜÍSTICAS DE OPIOCRONOS
lgunas mafas
lograban extender sus dominios más allá de las fronteras, siendo sus destinos
preferidos los Miamis y New-Yores. Cuando venían de vacaciones
se hacían notar no tanto por sus actitudes de ir levitando, sino porque por
todas partes iban dejando regados sus ¡fuckin!
y las cortes de perezansas tras ellas rogándoles les enseñaran algo de
aquellas formas tan aristocráticas y gustos tan refinados y los pobres
opiocronos, que sabían poco del aire más allá de sus narices, apenas atinando a
tapárselas traduciendo fo-king y
entornando los ojitos con resignación. Pero los opiocronos también tenían sus
ascendencias de estirpe y no necesitaban ir ostentándoselas a nadie; pero
estaban lamentablemente divididos: Por un lado estaba el partido modosito y
vergonzante que cuando al estar embetunándose las zapatillas para ir al
trabajo, se les pelaba un manchón sobre sus blancas medias, decían vírgula en lugar de diantre. Resulta que la palabra diantre
estaba proscrita en este bando por
razones piadosas, pues, dice la tradición que cuando el diablo se dio cuenta de
que la amenaza de Jesús de resucitar se cumplió, dijo: diantre = en-tres-días; en cambio, vírgula era simplemente ví-ir-gula. El otro bando, por el
contrario, progresista y liberal, cuando estaba cortando con afán las cebollas
para el cocido sin técnicas de gourmet y se le iba el cuchillo por la yema del
dedo decía: ¡diantremelatoda!
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SABORES DE PAZ
e todos los
aparatos brotaba la voz: ¡PAZ! Pero en los corazones reinaba una tremenda
ansiedad. De modo que los opiocronos hicieron uso de sus habilidades
guiñísticas para darse un poco de serenidad: del mismo modo que una niña hace
la rayuela en un dos por tres y se planta en cielo con su piedra en la mano,
los opiocronos levantaban la puntita de la nariz, mataban uno y otro ojo
alternativamente, cerraban los dos y listo, al abrirlos ya otro aire reinaba.
Este opiocrono también se preocupaba, a su modo, por la paz. Así que decidió
regalarse como símbolo, una paloma. Aquella noche en consecuencia, no hubo
opiopucho (aunque el opiopucho aleteaba en la mano, opiopucho y paloma no
conjugaban, conjugaba mejor acostarse temprano). Muy de mañana, con sus cosas
preparadas la víspera, salió a procurarse su paloma: cruzó unas cuantas
cañadas; saltó algunas alambradas; le cambió a los tréboles algunos restos de
su opiopucho por rocío; jadeó con disimulo y maldijo: ¡joder, nos estamos haciendo mayores!
Cuando
alcanzó su pa-loma, tomo varias
bocanadas de aire y sopesó perspectivas y sabores de paz. Cuando se
convenció, dio los tres pasos
reglamentarios y se lanzó en su parapente aire abajo; mientras silbaba la
marsellesa sin que ni labios ni oídos se
diesen por enterados y vadeando las ráfagas de aire frío y caliente hizo
balance: Pa-malo – ma-palo – lo-mapa
–ama-lapo - ama-pola, hasta que PAZ sobre la fina hierba.
MENSAJE INTEMPESTIVO
¡No hay nada más inverosímil que lo cierto!
¡Están timbrando todos los teléfonos!
LUIS VIDALES
Qué culpa!
Nadie les mandó que nos sacasen de nuestro hábitat natural. ¿Por qué antes de
querer explotar todas nuestras posibilidades no se propusieron analizar las
desadaptaciones y los desconocimientos? Ya sabemos que nadie tiene la culpa de
que en ese momento, mientras pasaba justo por debajo de nuestra colmena, a cada
pasajero de aquella buseta alguien se le ocurriera llamarle a su móvil,
nosotras también teníamos que dar nuestro mensaje.
Atte.
La colmena
de abejas africanizadas del barrio obrero
* * *
DESDE EL
BESTIARIO DE CORT-A-ZAR
or
un oscuro atavismo de conciencia las abejas al picar dejaban el aguijón en la
piel de quien picaban, dejando tras de él sus intestinos y con ellos la vida.
Hoy, (según nuestra experiencia, en la que el coleóptero que dejó la yema del
dedo corazón inflamada y su negro y minúsculo pedazo de apéndice, luego de
querer repetir una antigua diversión aprendida de adolescente de cogerlas
mientras están dándose su banquete de néctar en las humildes flores de trébol
–tal como en la <>, sólo que no
cogiendo conejos por las orejas sino abejas por las alas y con motivos menos
equívocos como los de ver menear su aguijón y ver la pequeña gota de veneno
pendiendo de la temida punta mientras sus ojos por diminutos no menos
monstruosos e intrigantes nos hacían formularnos mil preguntas- y salió volando
como si tal cosa) las abejas pican y pierden su aguijón, pero no la vida. Hay
quienes dicen que la culpa la tienen las
abejas asesinas de África quienes se parecen en su actuar a ciertos pueblos que
van a la guerra aun sin tener incumbencia en los conflictos.
Así,
las abejas domésticas, con astuta relación entre veneno, vida e instinto de
conservación, parecen afirmar su posición entre lo políticamente correcto y la
legítima defensa.
II
Pero
el espejo roto de la modernidad siguió haciendo su fiesta de discoteca cósmica;
por algún dislocamiento de hormonas, los zánganos dejaron de cumplir su
estricta misión reproductora y se dedicaron además a fundar escuelas de
conocimiento. Fue así como descubrieron que echando humo de desinformación, o
de tecnología, por ejemplo, o de largas orgías de comodidad, las masas
entregaban lo mejor de sí en ejércitos obreros con una sola idea: montar un día
su propia colmena sin reina; es decir, sin moral y sin ideas.
* * *
CONCIENCIA ECO-LÓGICA
odo
el mundo se admiraba de que fuésemos una cosmopolita ciudad de opiocronos con
aires de pueblo. Puesto que sólo algunas mafas sin oficio –las perezansas
vivían maravilladas- criticaran el hecho de que todos mirásemos con ojitos
tiernos y complacientes el hecho de que en un festival de teatro
latinoamericano -prestigioso por demás- algunos actores, a los que nunca nos
atreveríamos a llamar snob sólo por respeto
a la definición de nuestro ilustre antecesor, fueran con esa gracia y
esa propiedad por nuestras calles con su bombillita y su termo y su matecito,
no ensombrece nuestros dones. Y a nadie
se le ocurría pensar –sólo a esas mafas reparonas- que la nuestra era una situación
ciertamente desgraciada: ¿a quién se le ocurriría ir por las calles de París, o
siquiera por las nuestras, con el sobrecito de café (ripio, tradicional, porque
así pepiao es que realmente es café) y el colador de tela de costal de harina y
que además nos sintiésemos totalmente avergonzados (porque no era tirria ni
desprecio) de no atrevernos a acercarnos a curiosear, a ver cómo es que sabe
eso, cómo se hace, de dónde viene, si ahí es donde midiosito les hace aclarar que él no tiene enviados; y que las
perezansas vayan a prudente distancia comentando con qué estilo dicen que “al
mundo le hacemos hincar la ro-dicha”
y qué inteligencia –absolutamente inocente- que dejan translucir cuando dicen “sos una piya, loquiya”; son modestos,
¿no? por allá como que nadie picha sino
que labura, pero ya tienen cumbia de
la villa y nadie repara en la burra, le llevan chicles de primerísima calidad
–cierto, pienso dicen ellos- para ir recogiendo la cosecha de uvas o de olivas
o de vacas muertas; y además, nos dan conferencias sin ningún interés acerca de
cómo el dinero vuela por las autopistas, traído por el viento de allá que lo
bajó de los árboles.
Pero
realmente nosotros nos sentimos orgullosos de nuestra hospitalidad y ha sido de
muy mal recibo –menos mal que con muy poca difusión- que algunos pasquineros –otra
vez las trampas del lenguaje, no, no se trata de esquineros por la paz- digan
indignados que el teatro –iba a decir te-harto- callejero se haya visto
reducido a una simple procesión de animalitos de felpa y colores ácidos
patrocinados por una empresa que sí sabe de progreso: Ecotropel –el verde no es de envidia-, no importa que le hagan honor a su nombre corriendo para poder
igualar a las multinacionales que andan enrareciendo el ambiente y a ellos les
toca desangrarse para asumir su responsabilidad social de impulsar la cultura,
de tener buenas relaciones con los sindicatos, de construir vivienda digna para
quienes les invaden sus pool-y-ductos, pero los gajes de la convivencia, son
los mismos de la democracia. Ya lo dijeron ellos mismos, el auténtico teatro es
el que vivimos cada día con nuestros lustrabotas, trabajadoras sexuales –que
nombre más horrible, ¿acaso f-ufa desdice
de su capacidades extraterrestres?-, nuestros airedale –eufemístico nombre dado para referirse a aquellos
pioneros de desdeñar el aire natural para inhalar uno plástico-, cuando
aprendemos que jugar también es ju-egar.
* * *
APETITO ESTELAR
Nada que hacer; la estrella es prolífica;
emite constantemente sus efusiones; presenta una especie de priapismo, pero no
se le puede acusar de satiriasis –los dioses no se rigen por sistemas morales-.
Ella le recibe como puede y también se lo goza, es decir, se lo usufructúa;
pero es ella la que tiene que usar preservativo –y no obstante se embaraza de
diminutas criaturas que aborta para nutrir sus entrañas- Si llegase a recibir
plena la sustancia de esa eyaculación que llaman “de corona” la consecuencia sería que sus entrañas empezarían a
producir monstruos y mutantes: Por eso
la hermosa tierra se protege contra los chorros de semen solar con una coraza
electromagnética; y además, le hace trampa deja entrar otras cópulas extrañas
sin adulterio: ella quiere tener ya un verdadero hijo del dios.
* * *
MISTERIOS DE LA
ECO-NO-MIOPÍA
Este
opiocrono se ve de pronto acelerando el paso; sus amigos se mofan diciéndole
que si va para misa; que venga se tahurean a la cara y cruz algunas pijas por
el sencillo descarte de intercambios de guiños y de paso sientan en las piernas
relaciones de ternura con algunas opiocrónicas pendientes de parangón, es decir
que tu le das el agón y ellas te dan
el parón. Pero el opiocrono no se
para en mientes; tiene que resolver el asunto de la maravilla de esta moneda
que gira veloz sobre su propio eje y al
tiempo rueda vertiginosa por la avenida. Por aquel tiempo las monedas estaban
de moda; tanto que se había sacado una exclusiva emisión de hermosas monedas
nuevas que empezaban a circular como pequeños tesoros de mano en mano; los más
pudientes las acaparaban, los menos, que eran los más, cuando tenían la fortuna
de que una les cayera, tenían que conformarse con calentarlas un poco y después
soltarlas para satisfacer necesidades más urgentes. Pero el asunto era más
profundo de lo que parecía: era que los ceros se habían montado en el
protagonismo, y no por antagonismos con los unos, sino porque el resto de la
familia –del dos al nueve-, los que realmente hacían el trabajo, tenían que soportar
el peso de los ceros a la derecha, de los ceros a la izquierda, de los ceros
exponenciales; además de que esta situación elevaba más el peso de cosas tan
elementales como sopesar un huevo en la mano: que si era un huevo vivo o era un
huevo agüevado, en fin. De modo que
los Unos optaron por una solución salomónica: decidieron poner a la
consideración del respetable y, especialmente de los padres de la patria sacar
tres ceros de circulación y empezó una polémica terrible: que se va subir el
costo de la vida, que las manos que no distinguen bien entre huevos se los van
meter güeros, que no, que será más práctico, que ir a echarse un huevo no va a
ser tan complicado haciendo cálculos de cuánto me tiro y cuánto dejo para la
semana y ellas volverán a usar el sensual y práctico monedero.
Cuando
el opiocrono jadeante por fin puede tener una resolución más idónea de su
miopía, se maravilla de que la moneda son unas rollizas piernas de doncella en hot-shorts cuyos muslos se alternan
celosos la guardia del santuario de modo que el efecto de vértigo es que
parecen girar sin dejar ver finalmente el centro de gravedad, lo que le
maravilla aún más de pensar que todavía existen misterios en la economía. Justo
en el instante que la virgen va a torcer su camino para dejar el camino del
opiocrono, en un vehículo de servicio público se avista a un pecado capital que
feliz, tranquilo y anónimo va desde la ventanilla disfrutando del paisaje para
ir a recoger unos ahorros guardados en un nicho decente.
* * *
ALUCINACIONES
Pese
a que aún tenían orejas, los opiocronos ya no tenían oídos, sólo sensores. De
modo que iban por ahí pillándoselas todas por el aire, o eso creían. Creyó que
el lejano estallido que percibió era uno de los latidos de sus corazón que
cuando iba a tener una sorpresa –o a veces caprichosa e ilusamente, causándole
tremendos desengaños-, siempre su corazón empezaba a hacer tilín,tilín – tolón, tolón. Se olvidó y siguió tratando de
pescar algún pensamiento interesante que
andara vagando por ahí para acercársele tiernamente y decirle: mirá, se te cayó un billete –era que
andaba apurado de chuparse un buen tronco de vino congelado-, para después
reírsele en la cara. U otras veces esperaba toparse con una opiocrónica
fantasma para silbarle quedamente al oído: me
enamoro de ti, aunque no debiera/me enamoro de ti, maldita sea y después
gozar de la felicidad de verla desvanecerse en el aire –nunca se le ocurría que pudiese toparse con
una piedra con cara de gema y cantarle: mi
corazón, mi corazón/es un musculo sano pero necesita acción/dame paz y dame
guerra/y un dulce colocón/y hagamos el amor en el balcón. En esas
empezó a caer a su alrededor un diminuto
confeti de un solo monótono color y como los opiocronos siempre están pensando
en fiesta, se hizo ilusión de que fuese alguna buena pasada del día; cogió con
sus dedos algunos pequeños pedacitos y al examinarlos con su vista
hipermetropétrica vio que decían: Traduzco Noticias Tuyas y se fue todo
desconcertado pensando que querría decir aquello. Cuando se lo comentó al primer
transeúnte que pasaba y este le dijo que tal vez aquello quería decir TNT se
confundió sin saber por qué; pero cuando consultó con su opiocrónica la
almohada, esta le dijo que no era de apurarse, que unas mafas malvadas le
habían tratado de implantar un condicionamiento, más el tiempo le había
inmunizado contra ello.
* * *
GALANTERÍAS DE OPIOCRONOS
POBRES
a
se saludaban sutilmente desde hacía un tiempo cuando al cruzarse, este
opiocrono le extendía un barrer de pestañas como cuando los galanes
shakesperianos barrían el aire de la doncella con sus sombrero; ella por su
parte respondía con un ósculo de pestañas entorchadas en el aire que era como
extender la mano para ser besada; era el tiempo en que los opiocronos aprendían
el amor galante. Esta opiocrónica que entre otras cosas se paseaba con su
opiopipucha vacía en la boca debido a la escasez de picadura de fantasía en el
aire, se decide un día a tomar la iniciativa; cuando vuelve y se lo cruza, como
siempre, junto a un teléfono opiopequeniquero (tiene que parar la bola que
viene rondando por la pendiente con un toque de crack porque él viene
absolutamente concentrado en una idea de desarrollar una opiobicicuta para no
tener que rodar tanto y que consiste básicamente en un sencillo mecanismo en el
que por un pulmón mete veneno que por fortuna pulula en el aire y por el otro
brota pseudovapor u opiosudor que es lo mismo, para mover una hélice que iría
puesta en algún lugar por definir) y le dice si acaso no tendría un
opiopequenique el caballero para hacer una llamada urgente; el opiocrono que
también anda en crisis le dice que no tiene opiopequeniques por el momento pero
si es muy urgente pues es muy sencillo, él puede hacer la intercomunicación por
medio de su don de tele-pa-prima, ella le dice que está bien y en tanto él la
invita a sentarse junto a él en un mullido prado de frescos tréboles mientras
cierra sus ojos y se concentra, ella que que vergüenza tanta molestia, que que
señor noble y servicial; unos instantes
más tarde el opiocrono abre sus ojos con preocupación y la mira fijamente con
un brillo de diablillo en la pupila diciéndole que es muy raro, que allá donde
llama contestan que ella quiere que él sea su opiocrónico novio y que quiere
que oipocopulen por un tiempo mientras tal vez pasan el aburrimiento y él acaso
pueda desarrollar la idea que le cuenta a continuación.
* * *
VIDA OSCURA
a
ciudad seguía allí; igual con sus grandes autopistas, sus carros veloces, sus
negocios florecientes; también con sus rostros adustos, sus muecas de hastío y
sus pordioseros y sus fufurufas. Sin embargo se había ido la luz pese a que el
sol seguía iluminando cada día con su canicular brillo; todo era oscuro y sólo se veía el fulgurar de los ojos como
agazapados y al acecho y el refulgir de las cosas, apenas como sombras
presentidas. Los gritos, los susurros o las conversaciones no servían de nada,
se habían perdido los significantes; pero eso no era problema porque como los
significados estaban ahí, circulando en las computadoras junto con las transacciones,
los chats y las interfaces, se podía entonces pedir un churrasco, un helado o
una dama de compañía (hay que anotar que las fufurufas servían sólo para llevar
a los clientes a los sitios adecuados para calzarse los dispositivos de
realidad supravirtual que les inoculara su dosis de goce). Pero los turistas
–esta era una ciudad eminentemente turística- querían era ir a los novedosos
salones de interacción cuántica; perderse por un tiempo en el espacio,
experimentar la sensación de la nada y de que todo ha ya concluido hace mucho
tiempo, montarse en un neutrino y saber que nada existe, acompañar un asalto de
leptones y, tener la diversión máxima: Vivir, ser y actuar al tiempo en varios
universos paralelos, todos con diferentes y antagónicos libretos.
Sólo
cuando la luz volvió recordamos que habíamos tomado un paquete para ir de
vacaciones a la “Quásar World’s City” mejor
conocida como la ciudad hueco negro y todos coincidimos en que el recuerdo más
inolvidable no fue toda aquella diversión, sino cómo los únicos seres que se
veían auténticamente como uno los veía en el mundo normal, eran los gallinazos
y su carroña. Y nadie nos contó que los opiocronos se movían entre todos sin
que nadie advirtiera ni sus ojos, ni sus presencias y todas las maravillas que
hacían a costa de nosotros, desde vaciar nuestras billeteras hasta hacernos
decir barbaridades.
* * *
ESTIRPES Y LINAJES
Parece
que la estrella se salió con la suya porque el mundo ya no era lo mismo. El
caso es que los opiocronos resultaron formando familias con opiocrónicas
amnésicas, tuvieron hijos y pasaron a gozar de una generosa jubilación en medio
de la expectación por ver qué clase de descendencia irían a ser sus nietos y
sus bisnietos y tataranietos, pues sus hijos, los hijos de la mafas y los hijos
de las perezansas resultaron en nuevas
especies: Los sidas, los altetas y los equipajes.
Los
sidas naturalmente salieron de tal palo
tal astilla: ingenuos, juguetones, irresponsables, viciosos igual que los
días para de una vez evitar tergiversaciones –claro que gozaban de excelente
salud, pero seguían cayendo bajo el influjo de los cuentos que salían, de las
invenciones de comprar cada día más cachivaches que no podían o de conceptos
que no comprendían, también tenían una especie de deficiencia inmunológica,
pero ante cada achaque –regularmente decepciones alterególicas- tenían siempre su remedio, ¡bendita herencia!: su opiopucho.
Los
altetas se hacían llamar altezas pues siempre deploraron que sus padres
hubiesen tenido tan mal tino de llamarles así pues no faltaban los atrevidos
que les pedían el favor de dejarles gozar de la tersura real de sus siliconas,
de sopesar la obra de arte de una naricita tan bien hecha, de ponderar el
olvido del significado de las patas de gallina de opiocronos y opiocrónicas con
la siempre renovada juventud de sus miradas. Tenían unos primos lejanos que se
habían constituido en sus más grandes enemigos y contradictores: los Gym-nacios, pues estos tildaban a
aquellos de hipócritas, superfluos, gélidos y aquellos por su parte decían que
estos eran escapistas, vanidosos y frívolos además de acusarlos del pecado de
la gula pues consumían calorías astronómicas para después desperdiciarlas en
absurdas piruetas que desprestigiaban la fraternidad, la sociabilidad y el buen
dormir.
Como
siempre los equipajes eran los parias pues la natural herencia de llevar una
vida reposada, esperar para saltar o perder o perderse, de dejarse regalar o
llevar de sus antecesores, les hizo mutar a un género que implicara servir sin
mucho esfuerzo aunque no podían quitarse de encima el atavismo de que los demás
los viesen con connotación de equi-pajes y luchaban por hacerse llamar equi-pazos pero les decían que eran
seres incomprensibles pues dejaban un sabor a pozos y que entonces aclararan si tenían vocación de posos, caso en el cual podrían de pronto
servir de abono de alguna maceta de tréboles gigantes, acaso podrían ser
adoptados como herramientas de trabajo de una profesión renacida: Oráculo, aunque de todos modos su
categoría quedaría muy por debajo de sus aspiraciones, pues con la técnica ya
existían muchísimas y eficaces formas oraculares; pero nunca se sabe, regiones
en las que el café sigue siendo indispensable, además de su fama mundial y sus
altas especificaciones, leer posos puede ser una excelente fuente de
conocimiento.
Sin
embargo los equipajes eran un género prolífico y batallador; además,
curiosamente, todo el mundo quería tener un equipaje. Desde los simples
equipajes de mano, la gente se procuraba un equipaje para sus defectos, algún
equipaje para sus fantasías, algún equipaje para sus maquinaciones, algún
equipaje para sus soledades.
Había
multitud de tipologías y castas de equipajes: ser el equipaje del blindaje de
un coche de alta gama, podría ser, por ejemplo, una variable de buen ver, o
ser el equipaje de un sofisticado programa de computación, ¡uff, qué distinción!; pero también se podía ser el equipaje de una
pasión malsana. Había equipajes que soñaban, y de hecho lo lograban, pertenecer
a la NASA. Pero definitivamente el equipaje que más gustaba era el de ser
humano.
***
Como ya casi todos sabíamos lo que significa
el trasunto de la vida de este perro mundo, parece que no sería ni atrevido ni
de mal gusto contar el cuento que ahora nos ocupa. Como éste era un opiocrono
que tenía ínfulas, miento, las ínfulas son para los que quieren pero no pueden
y sin poder se meten; tenía arrestos de literato –puesto que para ser pobre y
ser literato se necesitan muchos arrestos-, nuestro literopiocrono iba dándose
de puñetazos con unos versos que se le atravesaron en la cabeza; era algo así
como: Me adentro en la selva de cemento/a
la caza de desuetos rostros auténticos.
Este era un trasunto lindo y redondo –sin querer entrar en polémicas con
las estéticas de la física cuántica y otros enredos-, puesto que la redondez
era todavía prototipo de lo bello; claro que entre lo lindo del trasunto y lo
del asunto bello habían diferencias: lo lindo linda –entre qué, no lo sabemos,
acaso en la imperfección o en el desafuero-; lo bello, en cambio, b-e[l]-ello;
¿cuál ello? el lo de él, lo le del yo, del tiempo el sello, qué sé yo; el caso
es que siempre entre lo lindo y lo bello siempre lo bello se llevaba el premio;
lo lindo se quedaba para satisfacer ciertas exigencias políticas, en cambio lo
bello ganaba por nocaut técnico –no había técnica que aplicar a lo bello-. Que
fuese exactamente redondo no era cierto; era más bien oblongo, pero se desplazaba como si lo fuera: de una
acera a otra, de un ojo a otro ojo, de
un envión de carne a un envión de pelo. Pero cuando nuestro opiocrono pudo hacer
contraste entre el volear cola de los Benetton’s
united colors de su mochila y el raro lla-mear
de su rostro al intercambiar impresiones con un rostro familiar que se atravesó
en el camino, llamó a relación al estúpido estribillo de canción recién nacido:
A veces presiento que mi alma está en
sombras/entonces me inclino, te beso y hay luz/y me salen lindas palabras muy
tiernas/sonrío y me digo: “vos si sos güevón”. Pero qué, ¿Acaso qué tenía
que ver lo avejentado crónico de esa cara con rastros de alguna amargura o un
acné virulento con que sonriera con rasgos amables y nobles y los trazos lindos
de su estampa? ¡Vamos que tenemos afán!
¿Qué, te debo algo? ¿Por qué me llamas? ¿Por qué te vuelves a ver? Así
me gusta, obedientico.
Ah, pero que después de despachar por el
camino la sentencia aquella de unos libreros de provincia: “Voy a hablar de Goethe y de Shakespeare a propósito de mi mismo”
Anatole France, con el veredicto de que sólo los estúpidos se atreven a
decir frases de cajón de otros para retratarse a sí mismos, a menos que esos
estúpidos sean genios y sepan calcular y, mejor aún, que no sean tan
perspicaces como para entender que hay que dejar que los muertos entierren a
sus muertos, a menos que uno también lo sea, puesto que qué tienen que ver hoy
Goethe o Shakespeare con, por ejemplo, César Aira o Philip Root o con Murakami,
eso sin llamar a cuento a Grass o a García Márquez, pues con la inmortalidad de
un Nobel reinaran cien años ? y que luego de cumplir una diligencia burocrática
se la vuelva a topar a la entrada de un parvulario donde ella debe ser
cuidandera, pues docente de niños no puede ser, los docentes de niños también
son, en cierta forma, niños; con esa cara de limón trasnochado que solo puede
estar diciendo que todavía no sabe de qué va la cosa; que para que Goethes o
Dantes o cualquier diablos si ya con correr los seis, máximo diez segundos
planos de un orgasmo ya es suficiente inmortalidad para el resto del medio día
o un fin de semana desprogramado; pero que al estar mirando su celular con
apremio y, de paso dejarle un vistazo de refilón acaso esté diciendo: “Es que creés que voy a hacerme actriz de
reality barato enredándome con vos y con el resto del mundo de paso?” Esté diciendo lo contrario.
***
LA CRIPA
a juez Judith era una trinca y su veredicto
inapelable. Parecía que exhibiera la cabeza de Holofernes cuando martilló con
su calavera con greñas al dictar sentencia: seis meses en la correccional de
menores “Los Zagales” por
microtráfico de estupefacientes. ¡Gás! ¡Qué bandera! mi parce a compartir
encierro con violadores de las hermanitas, con chinos enmaridados con las
mamitas, y yo por lo consiguiente tener que quizás encontrarme con algunas de
esas gonorsovias que me gritaron
arepera en los partidos de mi Once gonorrea por que nacio de la montaña es más que cualquiera; ¡ay Diosito! ¡Qué culpa!,
ese perro del Olarte, a quien conocíamos desde el colegio, cuando nosotros en octavo
y él en once hacía campaña para cuanta joda se les ocurría, porque eso sí, para
formar mafias y sacar plata lo tenían gruesito, se ensañó con nosotros. El muy
maldito se fue para la policía al no pasar los exámenes de admisión en la
Nacional dizque para estudiar física porque él iba a trabajar en la Nasa y
llegó preciso a desgomar autoridad en el pueblo.
Mi parce
Steven me dijo: Ñoña vas a hacerme un favor, guárdame este pucho de cripa
en el seno de Abraham que se le quedó en mi casa a mi primo el vicioso y voy a
entregárselo más tarde pero no quiero que se me pierda y esa joda cuesta como
cinco mil pesos, justo lo que nos alcanza para tomar un par de cervecitas en la
heladería de al frente del luxenburgo.
El luxenburgo es el parque más bacano
del pueblo y no se llama así, sino que un loco muy popular que era medio
artista, medio poeta, medio sabiondo y que comió-maní
por el vicio, es decir le tocó manicomio,
está hoy marcando tarjeta con miss-delirios,
lo bautizó así dizque porque cuando el alcalde lo inauguró dijo: “Este es un lujo de embrujo” y él que
había leído a Víctor Hugo, le gritó: “¡Qué
va miserable, este es el Luxenburgo!” y se quedó el luxenburgo; y es que según el
loco la extensa alameda por donde pasean los enamorados atravesando su camino
de adoquines; los altos matorrales donde las parejas y los viciosos se meten a
hacer de las suyas –no es raro, y ya a nadie le importa, que mientras va uno
por ahí desprevenido, de los matorrales surjan gemidos desesperados y se maree
uno con el aroma de bazuco, marihuana, pegante, alcohol y que a lo largo del
sendero se vean cantidades de jeringuillas, condones, chicharras, calzones y
bolsitas de té para vampiros- se parece al original en versión posmoderna. Ya
desde antes de cruzar las puertas del parque veníamos con la tiradera: “Bota la bata, no seas tan beata/bota la
bata y záfate la trenza” me decía
el parce con su voz melodiosa; el chino es buena onda saca buenas notas, me
ayuda con las tareas y no está como los demás, siempre detrás de la ñoña; lo de la Ñoña es porque el mismo
que ahora viene en sentido contrario y que para nosotros es un sapo más en la
espesura, me puso así porque un profesor me llamaba su ñaña y él, por envidia decía: Eso es una ñoña. Yo le contesto: “Bota
la tranca no seas tan caca/sácate la gorra y luego me la prestas…” y sigo
marcando el paso con mis tennis que voy estrenando de cumpleaños diecisiete, un
poco para echárselas de paso al que va pasar a nuestro lado sin pensar en nada
de la cripa, al fin, sería la dosis personal y ¿cómo se atrevería a meterme la
mano ese tombo?: “Botas la gorra y quedas liberal/sal del cascarón y no seas güevón”.
Hey amigo, una requisa, por favor –dice el tombo con voz de mando- ¡Pero si es
Olarte! ¡Qué cambiado está parce! –le dice mi amigo-. Ningún parce, respeten; y
qué es esa maricada de estar echando pipos a la autoridad, usted alebrestadita
de mierda. Pero si no era con usted, veníamos cantando desde hace rato; vea
pues que problema con este bobo marica. Que hace rato ni que nada. A ver
voltéese; ah, qué belleza, ahora tenemos negocio. Había sacado de entre la
chaqueta de Steven como por arte de magia, un paquete grandísimo. Pero si eso
no es mío. Necesito una patrulla y un efectivo femenino, llamó por radio.
No valieron súplicas ni la plata que le
ofreció mi papá. Pasé una noche terrible en el calabozo. El abogado dijo que
nada se podía hacer. Pero Dios es grande, mientras escuchaba los alegatos de
legalización de la acusación, me puse a joder con mi celular, ya no había nada
que hacer; tan lindo que estaba el otro regalo de mi papá. De los nervios
mientras alegaba con el hp. de Olarte con las manos en mi chaqueta oprimía un
botoncito lateral del celular. Veo un link que dice grabación No. 1; ahí se oye
claramente cuando el muy maldito dice: pa’que
no sean hijueputas, que Olarte Solarte no es solo arte sino que también tiene
parte”.
Me da es pesar del pobre chinito que dizque
viene en camino. ¡Qué culpa!
* * *
DESVELOS DE
OPIOCRONOS
os opiocronos son bastante impresionables.
Éste, que se ha acostado impresionadísimo por una clase que ha recibido en la
escuelita de opiocronos: La Tv., en donde reciben lecciones cada que quieren y
de lo que más les llame la atención, se ha interesado por el jet-lag y no lo puede creer. Se
despierta a la media noche y en el primer revolcón de insomnio se queda
profundamente dormido soñando que no puede dormir; cuenta ovejitas y reza
padrenuestros hasta que por fin se queda dormido. Se despierta, se levanta a la
hora acostumbrada, se prepara su café, se lo toma en la cama como de costumbre
y, como de costumbre, se hecha otro sueñito de quince minutos; se levanta se
baña y se va al trabajo. En el autobús se maravilla de que todavía haya
asientos disponibles para él que siempre le tocan tetiados y, para colmo una
bella opiocrónica se sienta a su lado; él se hace el interesante y se pone a
disfrutar del paisaje de la ventanilla; ella le mira de reojo con una mirada
francamente interesada y coqueta; él también de vez en cuando mira como que no
es con él; el piensa: de pronto me pide la hora. Pero ella no le pide la hora,
directamente le da un pequeño codazo en las costillas y le dice cuando él
voltea a mirar con cara de macho: oiga señor sabe que yo hace tiempos lo vengo
observando y me parece el colmo que un caballero tan apuesto sea tan serio. Él
se pone pálido de la emoción y se deshace en disculpas hasta que al fin se
atreve y quedan; él la llamará para ir a
algún lado. Cuando está a punto de marcar la tarjeta, el timbrazo del teléfono
es del jefe que lo llama para decirle que está despedido.
* * *
DIALOGOS DE
SIDAS Y ALTETAS
uando por fin la Sociedad Anónima decidió
irse feliz y definitivamente a vivir a la nube se pensó que el mundo iba a
vivir en paz, pero nos equivocábamos. La proliferación de especies y raleas que
a partir de sidas, altetas y equipajes degeneró en una babel de punketos,
pircingcultos, basuriantes, apocalípticos, criperos, semáforos, cybercuras, tactuantes,
estatuarios, etc. etc., obligó a los ingenieros sociales a idearse formas de
integrar a los ciudadanos obligándolos a compartir espacios; pero cada cual
vivía en paz de acuerdo a los postulados de su tribu: Los punketos, por
ejemplo, se iban a sus bares y sus conciertos y en la calle no creían en
poncio;los pircincultos organizaban sus congresos de la historia de la invasión
del acero en los cuerpos y al salir se imaginaban que todos les miraban como
los grandes científicos; los basuriantes habían logrado sus escaños ecologistas
y después de recoger sus reciclajes se sumergían en sus chabolas a procrear
como conejos; los apocalípticos seguían tratando de convertir el espectro
electromagnético en su única frecuencia, pero todas las distorsiones de que
eran objeto eran solo mensajes de que el reino estaba cerca; los criperos
cantaban en las esquinas las desgracias de los sidas; los semáforos habían
aprendido a sacarse las entrañas con afilados machetes y a volverlas de nuevo a
su lugar cada hora gracias al síndrome de la salamandra, el resto del tiempo
hacían piruetas mientras el semáforo se ponía rojo; y así, lo demás, es fácil
imaginarlo. En cambio, sidas, altetas y equipajes, seguían contrastándose,
chocándose y evitándose como el ratón al gato y sin embargo hemos visto cuantos
gatos y perros viven y juegan juntos.
Estos asientos de parque que los ingenieros
sociales se inventaron debieron haberlos hecho de doble servicio; es decir, de
primer y segundo piso, de modo que aunque fuera que sidas, altetas y equipajes negociasen la encaramada y no de doble servicio compartiendo
el espaldar. A esta flor silvestre de bulbo –no sean mal pensados- parecida a
la mítica flor que baila en The Wall le ha dado por crecer y guarecerse en el
intersticio del asiento de parque, con el espaldar como techo; al fin, se nutre
de las migajas que los visitantes dejan en sus empaques de papitas, doritos,
chitos, maní, caramelos, chismosea, aprende y otras cosas más.
Llega una pareja de sidas, escoge el lado
sur, sabe que a las altetas les gusta el norte, igual a ellos cualquier lado
del abismo les ofrece una vista impresionante, pero igual a estos les importa
un pito la perspectiva. Los sidas han aprendido a la perfección el lenguaje de tele-pa-prima , no imaginan que las flores entienden todo tipo de lenguajes;
cuando no están autistas conversando con las estrellas o con los abismos se
miran profundamente a los ojos y se intercambian sus cuitas, galanterías y
discusiones. Los altetas por su parte están todo el tiempo comunicándose por
sus tabletas, smart-phones, o cualquiera de esos dispositivos, así sea para
sentarse a charlar en el parque lo hacen por medio de sus teclados –ahora los
precios son irrisorios, productos de la canasta familiar-. El sida le dice
ahora a la sidita mirándola profundamente que está absolutamente convencido de
que esa manera que tienen ellas de estarse subiendo el jean strech que les
realza la cadera, especialmente cuando hay alguien por ahí que pudiera estar
admirando tan armónico menearse, que en realidad es estar diciendo yo hasta me los bajaría y ella que no, pero ¡qué tocado es!, acaso no
sabe de discreción y coquetería y al fin que, pues ella no le pregunta a
cuantas se los baja cada vez que se sonríe por ahí y se toma un sorbito de la pajita de Piense por que a ellos la Cola-Loca les cae a los hígados. Por su
parte estos altetas están discutiendo de por que se han estado sonsacando los
seguidores en Facebook y Twitter y están convocando una polémica en el parque
para que decidan sus fans cual de los dos merece más y mejores seguidores, pero
todos se están disculpando por que tienen compromisos parecidos; los únicos que
dicen que van a ver son los papás y unos empleados del almacén. La florecita
que es bastante tierna estira su tallo y sus estambres como tentáculos y
procede a hacer cosquillas en las cinturas desnudas, pues usan remeras
ombligueras para lucir sus hidratadas y blancas pieles, de los altetas; en
realidad sólo pretende olerlos y saben a remedio con plástico. El alteta se
voltea a increpar a los sidas: No nos
irán a decir que están pretendiendo jugar a los swingers, zopenco. ¡Humm, qué
tal estos desperdicios! Ni que estuviésemos locos, lucas. Obligados a usar
sus desuetas cuerdas vocales, suenan como voces de máquinas, pero sólo son
gargajos acumulados por meses. También ellos que saben a sal, ajo y sudor, se
sienten invadidos: Sois vosotros que
pretendeis robarnos, vividores. Y así pasa la vida mientras la Suciedad Anónima
progresa en la nube.
* * *
LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
— Medio-veo pero prefiero berraco, o si
usted prefiere Verrochio –le dice este opiocrono que por razón de relaciones
públicas se ha hecho un amigo mafa.
— No me irá a decir usted que por los
cobres es capaz de negar la calidad del
arte –la mafa se refiere al espectáculo que, invitado por el opiocronos que
todavía va a misa los domingos, acaban de presenciar, sin ser anunciado, en el
que una impresionante fanfarria acompaña la procesión de unos rubicundos y
solemnes personajes que, vestidos con unas capa-faldas con escudos de
heráldica, una cadena amenazante amarrada a la cintura y un paso marcial que
las polainas de unas botas castamente ceñidas a definir la frontera entre la
pierna y el fin de la tela hacen cascabelear los rosarios de madera que llevan
en las manos y que quizás la honda de David se hubiese acobardado de enfrentar
a Goliath. Las trompetas y el redoblar de tambores solo permiten evocar, para
el conocedor, una avanzada victoriosa en el frente de guerra; para el neófito
es una sensación obligada de respeto acezante y temor reverencial. Avanzan por
la nave central de la iglesia del pueblo presididas por una estatua de yeso.
— No ponga palabras en mi boca amigo –le
aprieta el brazo mientras avanzan por el atrio y descienden las escalinatas
entre deseos de olvido de mozas voluptuosas y señores acojonados de tanto menú
y tan poca hambre, luego de terminada la misa-, claro que esos profundos
acordes de órgano y esa maestría de cobres me han llevado inopinadamente al más
regio barroco frente al que palidece cualquier romántico; le aseguro que cerré
los ojos y mi cerebro no podía controlar las escenas del Señor con una vara de
fresno pidiéndome cuentas, por culpa de mi corazón siempre amigo de bailoteos y
regalos del ritmo, que no es más que dentro y fuera acompasados ¿se dio cuenta
la maestría con que manejaban el pistón esos trompeteros?, absolutamente
celestial; pero que le oculten a uno los angelitos guardianes del sagrario a punta
de incensario, yo que tanto admiro esa manera de hincar la ro-dicha con esas alas tan pesadas, porque grandes sí son, no sé.
— Bueno, es que la liebre salta donde menos
se la espera. Pero…no sé, se me antoja que usted por ver el paisaje no se acordó
de mirar los árboles, mientras usted cerraba los ojos no se percató de cómo el
cura se secreteaba con el sacristán y miraba hacia nosotros con una sonrisa.
¿No le da espinita que a usted por analítico irreverente le resulte un rey
queriéndole cortar la cabeza?
— ¡Ay, amiguito!, en el rey ya nadie cree,
ni nadie quiere reyes como no sea de adorno, pero yo estoy seguro de que él
sigue reinando y no solo en su reino, sino en todas partes, pero ya no corta
cabezas a no ser que sea estrictamente necesario; mire como le tocó solo año y
medio al secretario de Benedicto XVI, yo
llevo más de veinte y no he delatado a nadie.
— Bueno, y en últimas ¿cuál era el motivo de
tanta ceremonia?
— Pues coronar a Nuestra Señora ¿no se dio
cuenta de que ellos son sus caballeros? lo que no entiendo es como una señora
tan sencilla y candorosa necesite una guardia como esa, pero, bueno; al menos
la corona tenía un buen juego de LED’S.
* * *
Los saltetas
buscaban afanosamente salir allende las fronteras; algunos lo lograban y se
camuflaban entre las muchedumbres de los escogidos de las grandes ciudades de
Europa y Norteamérica. Algunos sidas obsedidos de curiosidad también se iban,
no sin grandes sacrificios. Había que ver de cerca cómo es que la contracultura
era una serpiente que se muerde la cola; pobrecitos, una cosa es que un
bastardo de Paris Hilton supiese encabezar comités de Hackers redomados, es decir, con varias condenas por asalto
informático e imposibilitados de seguir ejerciendo, asesorando y financiando avanzadas
de saboteadores de las nuevas tecnologías, protestando en los grandes foros
mundiales, repartiendo viandas e incentivos que ya nadie quiere reclamar pues
todos quieren es ingresar a la “tierra
prometida” , que los mansos se queden con su parte, y otra que especies de
evolución suspendida por negativa a olvidar antiguos paradigmas se metan a la
cancha. Este opiocrono pudo llegar a la hermosa España y ahora le vemos furioso
regresando de una refriega: “Bueno, ¿y
ahora qué pasa?” le dice su pobre sidafilítica que sólo sabe prostituirse y
ahorrar, aparte de hacer café. “Esos
malditos gitanos que ahora se sienten los dueños del mundo”.
Este sida
había montado una orgullosa chabola a las afueras de Madrid; en realidad la
había comprado con un golazo caído del cielo cuando en una calle podrida habían
baleado un pobre equipaje que tenía unos cuantos buenos euros en el bolsillo y
él era el único transeúnte de ese momento y la reformó: Compró un delicioso
jacuzzi –forrado de latas y cartones con servicios-, todos los juguetes y traer
a su jaiba. Hasta ahora, después de
diez años, estaba aprendiendo; si era prudente, todo hay que decirlo; no se ponía a vender basura en las calles ni
a cosquillear en el metro; tampoco aceptaba trabajos morcilludos; si acaso se
acomedía a hacer de aprendiz de espía, pero nunca de soplón y si se daba cuenta
que el cliente era buena onda se retiraba de la misión; ¿pero qué era ser buena
onda?: qué los patrones fueran pederastios sin curso para seducir una mosca
muerta y el fiambre un samaritano que se la rebuscaba, por ejemplo; o que
fuesen agalludos sin escrúpulos, o herederos de Saló y los 120 días de Sodoma, sólo que estos no eran fanáticos de
la mierda sino de la sangre.
Su área de
trabajo era ahora el sector de los balnearios; todavía no captaba muy bien el
asunto del oro blanco; recoger cartones, cobre, deshechos electrónicos era
renunciar a la televisión por cable, a comer pollo asado cada semana, gambas
salteadas en salsa de albahaca, su buen aceite de oliva, el vino de la rioja
para shapir y, sobre todo, un mes de
vacaciones en la playa cada año como todos los españoles que se respetaran;
para mandar a las hermanas no alcanzaba, pero hacía esfuerzos en diciembre por
mandar su Niño Dios. Ahora que estaba al acecho de un auto cuadrado en una zona
de camping, recordaba cuando su jaiba le
escribía que en los llanos orientales estaban sacando Coltan como arroz. Cuando
empezó a descifrar lo que se oía se sentía desconcertado: pa-chute-dull-ace-chale; duchale-celuda-pucha; dulzale-chupa-échate, ¿acaso
eran turcos o maoríes o franchutes haciendo curso de español? Cuando surgió por
la ventanilla el con-sin-don o el don-con-sin , o lo que se quiera
producto de: chuparte la dulce leche o
echate para chupártela, dudó un segundo, el suficiente para que el gitano
se abalanzase sobre él y le ganase la carrera; ahí fue cuando entendió las
noticias de que interesantes investigaciones entre el semen humano y el látex
de los condones brindaban prometedoras esperanzas en la investigación de
múltiples campos de la medicina: las roturas de médula, el cultivo de tejidos,
los complementos de las células madre, etc. etc. También los preservativos secos servían pero se pagaban a menor
precio