miércoles, 27 de mayo de 2015

SUPERMARKET


SUPERMARKET

En el Supermarket
Gentilmente
Enseñándonos los dientes
Pega mi pedrada
En la fachada de tu maldad

Le cambiaste en un santiamén
El precio al corbatín
Vino tinto barato entre tanto
Desprecio de tu engaño singular

Y creíste abochornarme
Más mirad cómo quemo tus billetes
En el fuego petimetre de mi insolente deambular
Por tus vitrinas caras y de mala calidad

Mirad como paso
Por el comunicador magnético
Tu tarjeta de crédito
en la ranura de mi rabo
Se te acabaron los fondos
En mi banco de admirar

A ti
Que robas a tus iguales de malicia
El honor que les prodigas
Estafándole sus reales
Y haciéndoles creer
Que están en el último piso
De la exclusividad que no merecen
Tú, te vas a hacer el mismo rito
En almacenes con aduana y visa
Y precios en inglés
Y el gerente te ve de lejos
Como el mismo petimetre
Que tu miras y mandas seguir
En circuito cerrado de televisión
No hay forma de que mis pedos y mis sudores
 los echéis a sombrerazos
pues hablo delicado y enredado
igual que vos


POÉTICA DE UN FRAGMENTO DE TEOLOGÍA Y PORNOGRAFÍA

POÉTICA DE UN FRAGMENTO DE TEOLOGÍA Y PORNOGRAFÍA
Como una migaja de algo que ha caído de la boca de un dios, cae en el dedo descuidado que pasa por el cuello desnudo del lector, un milímetro de vida amarilla como el pétalo mínimo de una flor de verano. Ha sido tan suave el paso del dedo por ese cuello desnudo, pues la cosquilla va bajando por el escote de la camiseta en V puesta sin cálculo de un día con anuncio de lluvia, ha anunciado al inconsciente que ahora está confinado – o libre en el contraste- en la conciencia que trabaja en la cantera del lenguaje que se está sucediendo en la página del libro ‘la teología sólo es posible como lenguaje perverso y como perverso, el cuerpo, al abandonar toda posible beatitud en la maldad que subyace al movimiento –pues toda gracia o santidad es quietud aterradora-que le confieren las palabras, crea la verdadera gracia. Sólo como pornografía el arte puede traer la realidad a representación. La diosa –o el dios- que subyace en la nada de lo invisible, pero que baña su desnudez de atributos, es traída a realidad por la palabra, ha sido vista-o por el mortal, acaece lo obsceno y el lenguaje la posee en la forma de ciervo-humano cornudo por el lado que niega la relación entre cópula y reproducción. Es el arte la única forma de dar sentido a la realidad sin perder la certeza del sinsentido; pero si el arte hiciera esto en la obra, desprestigiaría la misión del artista –poner en obra la obra, la industria-que es: Mantener e mito de la evocación de la esencia divina en  el origen del culto y multiplicarlo...’ El cadáver del insecto deja ver aún en la yema del dedo del lector  sus alas iridiscentes intactas, del mismo tamaño que el cuerpo; consciente de la poesía subyacente en tal acto, el lector se dispone a erigirle un sagrario funerario para el bicho: Una cartulina de propaganda de hotel para ratos de mediano precio, que se convierte en alas por el pliegue, una destinada a números tele-fónicos o direcciones, la otra para actualizar las coordenadas del tiempo en el mapa de un semestre. El cadáver rueda hasta el sitio de su último movimiento, es decir hasta el instante de su muerte, pero no quiere pararse en esa tierra de números que ponen hitos al tiempo, no obstante, la gesta del hombre pone los despojos  en el sitio que se ha propuesto y no se puede negar a consignar el epitafio: “Aquí yace la ironía de lo pequeño y lo grande del espíritu”.

No era una ridícula mosquita negra, venida de algún foco de infección; era un trozo de luz, un pedazo de sol mañanero donándose para la urna del símbolo, desde la cuidada y aséptica biblioteca del Banco de la República.