LEA'S DIVAN



UN RETRATO DE ÉPOCA



“Las personas sensibles son tan vulnerables;
 tan  fácilmente se las trata con crueldad y se las hiere,
sólo porque son sensibles. Mientras más sensible  seas,
 con tanta mayor certeza habrás de ser
 víctima de la crueldad, formaras costra”
Marlon Brando (por Truman Capote)

Los anuncios de los expertos son pesimistas: los fenómenos del niño y de la niña seguirán dislocando el clima. Sin embargo la tarde tardía de septiembre empieza, como siempre,  a mostrar el rostro taciturno, esa sordidez melancólica del invierno –con lagrimear pertinaz y silencioso de mujer que quiere decir algo sin palabras-; lo que indicaría que todo es normal, pero nada ya es normal y sin embargo, su excitación no deja espacio alguno al delirio. El fondo musical de Radio Head se convierte en un leit motiv : esa sordina de mala sintonía; acordes que van y vienen lejanos como de un aparato desueto e inservible; esa letanía de lamentos sin piedad ni decoro, sólo un desgranar ritmos y gorgoteos de espesor disímil; ese sintetizar sonidos “espaciales” que no llevan al espacio vacío o a las frías estrellas, sino a pasadizos de la mente que se encuentra con fantasmas del pasado.
Él era –a juzgar por la parte más deleznable para el crítico, pero la más valiosa para el psicólogo-artista: sus chimes de salón- un hombre de sensibilidad exquisita, y el hecho de dejar retratados los seres que le rodearon alguna vez, con su pluma sincera pero sin vulgaridades –antes bien, con unos hallazgos del decir que enseñan cuando una personalidad llega a ser al mismo tiempo electrizante y encantadora-, y el hecho de pintar dos o tres fotógrafos como lo mejor del mundo en un reino de “estafadores”, se contrasta con ese otro que hoy, con escasos veinticinco años que su deplorable hueco de personalidad parece que le hubiesen propinado la odiosa indolencia de un octogenario convaleciente, son la colación de esta tarde.
A él también le gustaba la fotografía (y la música y la artesanía y las artes en general, incluso las artes de husmear en la vida de los demás para tratar de chupar el  tuétano del espíritu y, acaso, algo más). Ayer no más, estuve yo, gusano que repta entre las estrecheces de la osamenta de la realidad, en contraste con la libélula liviana que salta entre matorrales de emoción e imagen que es el alma del fotógrafo, fotografiando una fotografía que el tomó de algún álbum de galería en la que está proyectando su equívoca alma andrógina, melancólica y noble (si es que se puede llamar noble a la mirada de una oveja que va al desnucadero).
Hoy curiosa e inusualmente me lo encuentro bien bañado, organizado como para ir al trabajo a las ocho de la mañana. Pero, ah, el entorno de sus ojos no es el entorno de nuestras informaciones (cómo va tener suficiente información un hombre al que se le incomunica, al que se le trata como el mequetrefe de un sainete; al que se prefiere evitar cuando se defiende del maltrato); él en medio de todo sobreagua en la cloaca del mundo de las tele-comunicaciones sabe lo que es mirar y ser mirado y no le importa; no parece importarle el mundo de los estafadores ¿o estafa tan bien que ya no le importa luchar por lo que Truman Capote, Richard Avedon, Ezra Pound, Marilyn Monroe, luchaban: Hacer que el mundo se diera por enterado de que eran, estaban, actuaban, sentían y amaban, mucho mejor que otros que, agazapados o con la actitud del caimán esperan la presa para ir a disfrutarla en las profundidades del cieno y, más bien prefiere sumarse a la multitud loca que da por sentado que estamos en un civilizado festín romano? Capote tenía actitud aquilina de  centurión,  pero también tenía esa actitud casi piadosa del que quiere mantener la cabeza en el refrescante chorro de la inquietud consciente; y la tenía Marlon Brando, y Jhon Houston y Coco Channel; pero, acaso puede atribuirse hoy esa misma actitud a la autora de Harry Potter o a Hugh Hefner o a Junot Díaz o a Almodovar, o a Carlos Slim. Alguien con pretensiones de avisado podría decir que una cosa es la aristocracia decadente y otra la decadencia decente, pero que siempre ha habido y habrá un lado visible del mal que hará de lado oscuro de la luna del bien, pero de eso no se trata, se trata de que los hombres de hoy, independientemente de la clase, educación, inclinación, religión, se están dejando llevar por un facilismo que cuando no es pesimista es el más vil conformismo con lo que venga y para eso el hombre de nuestra colación de hoy es un artista.      


CARTA CERRADA EN SOBRE ABIERTO
A JULIETA LIONETTI
Asunto: Sus artículos en QUEEQUEG “Body and Soul”,  “Anatemas Griegos” y “La propiedad intelectual de las mentes peligrosas”
Apreciada Julieta: Se me hace raro llamarla apreciada así, de pronto, luego de apenas conocer tres líneas suyas, pero es que, la verdad, me ha subyugado. Le escribo estas líneas para hacer de abogado del diablo, pero no para que usted se defienda, sino para que, quizás, los dos nos santigüemos. Hay dos o tres cosas por las cuales creo que vale la pena intentar validar el aprecio (que no tiene precio). La primera es sobre lo peligroso del conocimiento: tiene usted razón, el conocimiento, tal y como está catalogado en el mundo occidental es una mercancía menos que se hace circular más (la paradoja es por aquello de las falsificaciones de la moneda); pero lo que los Estados y los individuos se cuidan de pasar cuidadosamente por la criba para elegir a quien le da dinero para que trabaje con el conocimiento no es la perspicacia de los científicos sino la suspicacia, puesto que la suspicacia es la que convierte en subversiva la unidad de la secta (recordemos la anécdota de Judas (Juan 12 5: “¿Por qué no fue este perfume vendido por trescientos denarios, y dado a los pobres?), y es, en cambio, la iglesia, la que sigue preponderando, pero eso es algo que no pueden entender los que oponen  las jerarquías a la democracia. En tanto, la perspicacia puede contribuir a enriquecer el tesoro, pero a avalar lo genuino de sus rendimientos no le basta su razón, hay que añadir ciertos ingredientes. Por otra parte, habría que hacer ciertas distinciones: el conocimiento es a la información (no entendida como acumulación de datos) lo que en la anécdota va de Juan a Mateo (Mat. 19 21) del mismo modo que el enfant terrible de la filosofía refería de las gentes del común: “3/4 partes de la gente común –y entre esos el 99.5% de los que manejan algún tipo de adiestramiento- sospecha firmemente que su vecino le hace hechicerías”. Así las cosas, si aceptamos que el conocimiento es aquello de lo cual con-si-o-con-no-miento deberíamos entonces traer a colación la noción de saber; el saber va más con el sabor que con la fórmula (paradójico ¿no?: una buena receta tiene su fórmula), pero el saber, por más que se comparta el plato con el vecino, sólo se comparte realmente con quién logra convencernos de que es merecedor de nuestra fórmula. Ahora bien el hecho de que cada vez haya más y mejores –para quien pueda pagarlas- formas de cuidar lo que hace nuestro vecino –para nuestro propio bien y el del Estado- sin perjuicio de lo que cada uno hace por mantener no la cordura sino el vínculo con el otro (ya que el Otro, podríamos asegurar, al 99.9% de los 4/4 se le escapa), no implica que cada uno pueda, aunque no encuentre como negociarlo, hacerse a su LEP  (Lenguaje exclusivamente privado), pero eso ya es un peligro de violar los contratos implícitos que firmamos con el aire que respiramos.
Por otra parte me parece interesantísimo –sin leer juiciosamente lo concerniente al libro digital de librosenlanube que por recomendación de otra persona sumamente interesante: Margarita Valencia, me llevó a usted- eso de que 1 corintios 10:10 se combine con secretas y lejanas recomendaciones de Enoch, no porque me desvele demasiado conocer veredas exclusivas, sino por probar que tan firmes se hacen los cimientos.
suyo, afmo.
El Funámbulo de Camelot  (http://elburdeldelapoesia.blogspot.com)
 PS: ¿Me compraría usted un sus-pi-ro?
Villamaría, octubre 3 de 2012




LA SEGUNDA VIDA DE SCHUBERT
“Fantasía, máximo tesoro del hombre,
 manantial inextinguible en el que todos bebemos,
quédate con nosotros aunque pocos te respeten y te honren.
Tú sola puedes salvarnos del llamado iluminismo,
ese horrible espectro sin carne ni sangre”
Franz Schubert ( Diario)

    Entonces según usted ¿qué actitud es la que yo debo tomar?- le dijo al hombre mientras ponía con mimo su manos regordetas de mona lisa sobre el escritorio. Exhibía aquella sonrisa burlona que no por exhibir sus dientes blanquísimos dejaba de evocar la enigmática del personaje de Leonardo. El hombre se sentía intimidado por el confort del cuero napa en la que descansaba su raquítica humanidad; por el ambiente de sofisticación art deco que la oficina de la directora del BALADIMUSA (Banco Latino de datos Diácrónicos de la Música) ostentaba, pero ante todo era aquella persona de maneras delicadas, rostro jovial, ojos brillantes y personalidad arrolladora que evocaba algún deja vú indefinido, lo que le hacía estremecerse ¿de amor?, ¿de deseo? ¿de curiosidad?.
    No sé, al menos me gustaría que usted tomara atenta nota de que este señor al que llaman “Chamo Machorro” está actuando como un maldito macho alfa sólo para humillarme. Ya sé que yo sólo soy un usuario de este prestigioso sitio donde se puede escuchar música, departir y fraternizar sanamente, pero el hecho de que él tenga un cargo no lo autoriza a actuar tan vulgarmente. (se refería al hecho de que siendo el tal machorro el supervisor del equipo de vigilantes entre los que se encontraba un equipo de bellas y deleitosas guardas, el tipo, después de que por celos de una de ellas a la que el hombre estaba pretendiendo y a él no le prestaba atención, le levantó falsos y la dejó sin empleo, ahora estaba intimidando a Mayerly sólo por que, él, que gracias a las cámaras y los sofisticados equipos de vigilancia había tomado nota del picaresco diálogo que un día entabló con ella: ­«¿Si le preguntaran si es usted una persona conservadora o liberal por el tipo de ropa interior que usa, usted que respondería? » «—disculpe, caballero, pero, ¡qué preguntas más extrañas hace usted! ». Era que esta chica usaba unos panties de aquellos en los que se resalta, mediante el dobladillo de su acabado, la línea en la que la curva de la nalga se diferencia de la del muslo, que llaman bóxer y que, dado que el pantalón del uniforme era extremadamente ceñido y sus formas absolutamente exóticas, por lo que, a diferencia del otro tipo al que llamaban hilo dental y matapasiones  en lo que reñían los gustos, la pregunta era pertinente; otra cosa era que ella la interpretara, lo que desde luego no sucedió; simplemente se limitó a emitir ese chillido de risita de bruja decente y a resaltar esos rubores y bucles de madonna del quatroccentos que daba a entender que además de ser ignorante era inoperante, pero el hecho de que aquel día lo viera con rostro ceñudo y una actitud conminatoria –no olvidaba la fecha: 25 de junio- y a ella con un rictus de preocupación, la tomó con ella y le había impelido a él proyectarse con la directora que también era una bacana.)
     Bueno, pero esos son asuntos de la vida privada de cada cual ¿no le parece?
    Bueno, pero están sucediendo en un ambiente laboral, ¿no le parece? Además de que están influyendo sobre el bienestar de sus usuarios.
    Bueno, déjeme yo hago mis indagaciones y luego hablamos ¿está bien?
    Está bien.
Era evidente que la directora no quería faltar al deber de compañerismo que por mor de las jerarquías se debe en las empresas, pero era evidente también que Claudette D’ville y M’liegas quería poner una nube por encima de cualquier cosa que pudiera poner en tela de juicio su  idea de defender la historia de la música. La historia de que la música era una historia que a diferencia de las otras historias (la historia de las ideas mediante las cuales los hombres se enfrentaron con la palabra para hacer preponderar sus intenciones, la historia de las justificaciones con las que hombres afanosos impusieron sus deseos, la historia de los cánones mediante cuya interpretación los hombres solaparon sus malicias) era una historia mágica y, sin embargo, una historia regida por hados que, como la religión, la cartomancia, la telepatía, proporcionaba hitos que sin poder ser asuntos a leyes mantenían una justificación de fidelidad; pero con la música los hitos eran como volutas de humo interpretadas por códigos que sólo cada corazón unificaba y era ahí donde cada corazón se encontraba con todos los corazones sin que se pudiese emitir un manifiesto de convicciones. De modo que su vida enigmática (no tanto porque fuese demasiado hermética, o porque tuviese formas y costumbres bizarras imposibles de ponderar, o porque crease halos de personalidad diferentes al de no tener definidas sus preferencias románticas ya que era hábil en el coqueteo y certera su capacidad para poner a raya –gentilmente- a sus pretendientes) tendría que tener alguna clase de conexión con aquella atracción que ejercía su semblante con el retrato que en la sala de “complacencias musicales” se exhibía. Tenía las mismas manos regordetas descansando sobre el regazo; los mismos ojos gentiles y brillantes; las mismas formas delineadas en la boca; esa misma expresión ingenua y al tiempo perspicaz y, en general el visagismo que hace a unos rasgos concordantes con otros (¿frenología es que le llaman?), sólo que los bucles bien recortados de la fotografía eran ahora una melena espléndida que se reñía con unas posaderas de teutón.   
Pero aquel día no era cualquier día; o sí lo era, sólo que los sucesos en la vida del hombre hicieron que ese no fuese un día cualquiera. Él iba casi cada día a escuchar (pero ante todo a educar mediante la sensibilización y las indicaciones del muy informado y pedagógico musicólogo que hacía preámbulo de cada pieza, periodo, denominación) aquellos rastros del pasado en el que la sensibilidad de los hombres se registraba como vestigios de nociones, luego como registro de sensaciones, después como código de impresiones; Aprendía a no dormirse como la gran mayoría de los visitantes de aquella sala que, en su mayoría mensajeros, vendedores, estudiantes que habían escuchado que allí podía uno relajarse maravillosamente, y en cambio iba aprendiendo a vibrar tanto con lo etéreo de piezas como las populares de Boccherini o las cántigas y chaconas inglesas más famosas de todos los tiempos, como con la música llamada de programa (la traviatta, los planetas, el aprendiz de brujo) o la música dodecafónica, como ciertos manes y pugilatos de las figuras (Von Karahan Vs. Leonard Berstein), amén de las extravagancias que con “el fantasma de la opera” o “Jesucristo Superstar” ponían a las épocas a contender entre las formas de ver el mundo y el eterno enfrentarse a él con el poder de la garganta (lo que no es cualquier cosa puesto que implica una idea tan profunda como arcaica: el momento en que la consciencia fue dueña de la noción de adentro y afuera y sus interacciones)  y a entender que la interacción entre música y espíritu no es la misma que entre sentimiento y estímulo.
En aquel día dos sucesos se trabaron en una lucha simbólica que el hombre no pudo dejar de asimilar como un terror imposible de comunicar como no fuese el hecho desnudo de plasmarlos en el papel para que el sentimiento de cada lector calificase mediante su sensación el grado de percepción que su pellejo podía mantener: A las cuatro de la tarde se sentó a la cabecera de la sala de consulta un hombre negro de maneras especiales –era conocido; tal vez un activista sindical o un líder comunitario-. Las lecturas de la liturgia cristiana de aquel día fueron: la lucha del ángel del Señor con Jacob y el Evangelio era aquel que hablaba del momento en que Jesús “sintió  lástima de las multitudes porque andaban como ovejas sin pastor”; al final del día el hombre se enteró en el noticiario de la muerte de Michael Jackson a la misma hora en que el hombre se sentó con una sonrisa enigmática en los labios. Y no era sólo el hombre plantado en la sala, era el hecho de que Jacob no soltó la co-y-untura del ángel hasta que éste no le dio su identidad. Era el hecho de que el artista había sido estigmatizado por la comunidad. Era el hecho de que ejercía una fascinación increíble sobre las masas; era el hecho de que había podido mutar de hombre de raza negra a hombre piel clara y rasgos occidentales, era el hecho de que él amaba y no era amado.
Sería interesante saber que clase de sueños tuvo Claudette aquella noche para contrastarlos con los sueños que el hombre tuvo, pues, después de darse cuenta de que la directora había ido a visitar a la pitonisa  que hacía regresiones  y vaticinios y a la que le confiaba un grave sentimiento de vacío (decía querer la música pero no quería saber nada de sus delicias; decía querer amar, pero no podía sentirse realmente atraída; decía que disfrutaba de su vida pero le hacía falta algo)  la reiteró que su vida pasada había sido la de un personaje sensible y amoroso que había sido incomprendido, es más, que había sido inoculado con el veneno más ponzoñoso: el desprecio.
En el sueño de aquella noche el hombre pudo ver claramente cómo el hombre de la fotografía, ante el envío de algunas de las lieds y sus más enconados respetos al hombre más admirado de su tiempo: Goethe, este le había hecho un desprecio mayor del que el conde de Estherhasy (quien apenas tuvo un comentario privado de popularidad de barrio, pese a que lo recibió en su corte por un tiempo), le ignoró. Pero, ¿qué sucedió entre el inexplicable acto de descortesía y la necesaria calificación genial de la sucesión de melodías y acordes que expresaban el sentimiento de un hombre en todos los hombres, sólo que sin el velo de la veleidad? No pertenecía a la fraternidad que sabía interpretar la teoría de los colores y que después de cada sesión –secreta y celosamente guardada para los íntimos (de donde nacieron los grados de la masonería)- se dedicaban a ceremonias en las que la solemnidad se equiparaba –risiblemente- con la vehemencia de sus actos. Además su amada Constance le había esquivado casi hasta el desprecio. Y él, que sólo vivía para hacer apología de los hermosos colores de sus mejillas, de su voz tierna y recatada, de esa sensual coquetería que le mostraba las piernas hasta casi hacerle perder la compostura, acto que vengaba haciéndola estremecer cuando tocaba el piano.
En lo consiguiente el hombre sólo atinó a desnudar interiormente cada acto de la directora. Se daba cuenta de que mantenía parejas (importantes) para posar ante los diarios. De que era increíblemente tierna y solidaria con las representantes de su género. De que su amor por la música era apenas una forma de mantener la comunicación con los otros. De que su honestidad seleccionaba inteligentemente las variables con las cuales su reputación no dejaba cómo decir ni mu de sus posaderas. Pero ante todo mantuvo la admiración sobre su capacidad de mostrarse indiferente ante todo tipo de pasiones.
     




EL CHOFER 

Me hizo su chófer. Pero el hecho de que le manejara su carro, lo que implicaba la felicidad de ganarme un buen salario, no tenía absolutamente nada que ver con el engaño que me hice al creer que podía manejarle sus contradicciones de mujer. Sí, me dejó manejarle los síntomas con que su personalidad brillante, coqueta, en contraste con su sensibilidad esquiva y enigmática la hacía un ser deseable y temible, pero con una dulzura que nunca permitiría escapar a la posibilidad de pasar de analista a analizante. Al fin, ella seguía manejando el carro de su vida con la misma destreza y locura de un beodo que acaba de meterse un gran pase por la naríz y yo seguía siendo su empleado y su juguete; sólo que me hacía aparecer como un hombre camuflado entre el tapiz de las convenciones sociales.
No hay que creer que fue tan fácil, o que ella lo fuese; simplemente yo tenía mis méritos: Inteligencia más inteligencia, novelón para publicar; pero pobreza Vs. aristocracia, ilusión para vigilar. Mi profesor de literatura inglesa había dejado limpio su egoísmo y maldad de tratarme como a un perro y no dejarme graduar tirándome ese hueso carnudo. No podría aspirar a jugármela como genio en las grandes ligas, y aunque los genios tampoco se someten a cualquier premio de consolación pues la genialidad consiste precisamente en que el hombre genial sabe encaminar sus derroteros, me había puesto a jugar al héroe de la inteligencia que la somete  para ser simplemente un hombre, puesto que Bloody Merry lo merecía –se llamaba Raquel, pero su cabellera blonda, rojiza y su aire contradictorio de Janis Joplin triste, o por lo menos tierno, merecía la idea embriagadora y hasta el delirio de ver camuflado en su nombre un ancestral y misterioso Aquel-Ra o Aque-l-arre, cosa que le había hecho saber sin empacho ya al poco tiempo de estar a su servicio, no sin antes increparle si acaso ese espacio de tiempo que implica pasar de la perdida sabiduría egipcia al obscurantismo medieval, tendría que ver con ese aire enigmático que tenía, y me gané su simpatía-. Y sí, aquí estoy dándome cuenta, sin reconocerlo, que todo lo que hago, todos mis pasos, todos mis análisis, los hago tratando de perseguir la explicación a ese enigma (muchas veces me dije que no era enigma, que simplemente era una personalidad egoístamente calculadora y aristocrática que se da el lujo de manejar todas las cartas dejando ver todas las suyas, pero con un truco que ocultaba su pinta real y me confundía aún más, porque si tenía razón, entonces, ¿por qué me hacía sentir como si fuera más importante en su vida que cualquier otra cosa y que simplemente era cuestión de tiempo y dejar que la evolución de nuestro mutuo entendimiento develara por fin la punta de la madeja?).
Que el enigma empezara aquel día en que sentó en el puesto del copiloto con esa lycra tan ceñida y dándole un uso tan particular que no hay manera de decir que es una vulgaridad  definirla como “los gestos de un rostro genital cuyos labios hacen mohines” (¡y ah qué los tenía carnosos¡), y que me dijese así, a boca de jarro: -Gianni, puedes disfrutar del paisaje, pero no creas que vas a tener cosecha fácil-  y yo le hubiese dicho –no se preocupe, señora, que yo sé que los frutos caen por su propio peso pero no caen en nuestra boca- mientras la llevaba a una entrevista con el conde Valdemoros, alto ejecutivo de la ONU, a ella, relacionista pública de una importante ONG que estaba haciendo gestión para obtener fondos para una importante causa con la niñez des-escolarizada y desnutrida en la que él interpondría sus buenos oficios para que la UNICEF patrocinara con su nombre una agresiva campaña, así, en esa facha que, bueno, estaba atenuada por un fino y sobrio blazer, es parte de la historia, pero la causa verdadera está mucho más intrincada en sucesos y casualidades que me hacían pensar que las circunstancias, o el cielo –creo en el cielo- conspiraban a mi favor. Por algo me dijo: «Me gusta esa puya de “señora” ».
A mi también me gustaban aquellas hojas pata de pato tan europeas que constituían el fondo de su blog; yo las usaba en el programa de Corel para hacer marcos de esquelas  o de poemas que nunca enviaba a supuestas enamoradas y que soñaba algún día editar con mi muy cursi forma de pensar la tipografía: una especie de gusto barroco mezclado con romanticismo gótico (lo digo porque siendo un auténtico diletante de los usos al día de la edición, mi tendencia con el gusto como con el corazón siempre se inclinaba hacia un lado impredecible)  pero debido a mi absoluto analfabetismo computacional, siempre se me distorsionaban de una forma que finalmente de tanto luchar con la programación aleatoria terminaban gustándome, pero como una especie de favor que la máquina me hacía; ahora cuando me percato, dando vueltas de atolondrado, que la poética ironía  que constituye el ornato de los sardineles de la avenida principal de la ciudad, la zona rosa donde se muestra, posa, pícaro-vive, bohemio-sueña este pueblo provinciano, son los mismos árboles de hojas pata de pato que vienen a ser una involuntaria ilustración del pathos de la vida moderna; lo corrobora el abalorio de fantasía fina –es decir sólo de marca porque iguales adornos se ven en los antros- que yace ahora en el piso de las ocho de la mañana de sábado y que aún tiene las huellas del mundo de la noche –ordinario en medio de sus luces y reputación de fasto- y recuerdo que ella y su mundo no son de este tipo; es decir, los verdaderamente importantes, elegantes, frecuentan otros espacios y tienen otro tipo de usos de las mismas pasiones: ser, amar, jugar a ganar, pero también analizo que la necesidad de mostrarse, de figurar, de ser nombrado, necesita multitud, tumulto, imán de gran calado y eso queda una vez más ilustrado cuando más arriba, en las inmediaciones del colegio Santa Inn-es, un sector medio residencial, medio institucional, medio pantallero con sus restaurantes de comida-fusión y nombres snob (además de instituciones como el Departamaento Administrativo Nacional de Embustes, que no tiene nada que ver con otro de igual sigla, y en cambio si podría tener que ver mucho con la CIA: Control Incondite’s Agency)  me encuentro aún fresco e incólume un bello sostén Victoria Secret  junto a una casetucha de comidas rápidas para rematar la noche. También me doy cuenta de que ya a esta altura los sardineles no tienen el mismo tipo de adorno vegetal; ahora son unos indefinibles árboles frondosos, de hojas parecidas a la del laurel, pero no es laurel y, una vez más, el símil se acomoda a la perfección: El aspirante a amo se camufla, no se deja definir, no muestra sus interiores; sin embargo, no son  Ficus, árboles tan emblemáticos, además de históricos, que adornan ciertos sectores exclusivos periféricos por donde vivo,  de donde nace una deducción medio decepcionante, medio esperanzadora, contradictoria como ella: los administradores del poder y los que lo impulsan tienen el contraste de lo conservador y lo extranjero, lo que implica que no soy auténtico y por eso no soy capaz de crear igualdad; pero por contraste, queda corroborado que lo mejor es lo que tiende a preponderar. ¿Y entonces, qué secreto cuenta la vista que, ahora de vuelta, en esta bicicleta de incómodos pajaritos, muestra que en el centro de la avenida zona rosa hay unos arbolillos cuyo contorno de hojas está dibujado como en una especie de azuré blanquecino, de escondidas nervaduras e increíble parecido a la hoja de coca y que se alternan con unos raquíticos aunque encendidos cartuchos emparentados con el agapanto que también se ven  en el inicio de la avenida y que tiene por nombre Fundadores?: Me agazapo agapanto para decir que prácticamente fue  así como comenzó todo, es decir, con lo del blog y me acuerdo de mi profesor de literatura spa-ñola; no porque el realmente fuera una ñola, sino por el spa al que servía (léase Sociedad Para el Acondicionamiento). Pro-vincere =por- vencer=provincia.
¿Cómo olvidar los juegos que hacía con sus claves culas –quiero decir con sus clavículas desnudas que se auto-masajeaban dejando que la danza de sus senos me pusiera frenético-?:
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->¡Deje, deje!; deje ahí la música- decía en los momentos más insospechados: « Así fue que empezaron papá y mamá/ tirándose piedritas en la quebrá »
y me enloquecía aún más soltando prenda pero no permitiendo que ninguna obviedad se escurriera por entre los intersticios de nuestros juegos; era como una especie de regla que nadie puso, del mismo modo que nadie dijo que era un juego, pero era lo que nos mantenía unidos en un mismo cordel en el que nos deslizábamos con distinta grasa. Pero era obvia. ¡Qué rabia!
Decidí montar el blog http://porsitupapiteabuso.blogspot.com, después de que ingenuamente creí haber cogido un soplo de la divinidad, ¿por qué?: la vanidad siempre anda un paso delante de la reflexión: Un día se montó como acostumbraba (en la decencia de la parte de atrás) hablando por su celular en el mismo instante en que decía:   «piensa lo que quieras boludo »…  «¿s-p-o-t, no sabes lo que es un blog? ».
Y es que era tan fascinante deconstruir esa foto actual pero de evocación victoriana por la mujer que aparecía en ella con una moña regia, una mirada elusiva y distante reflejada en un juego de espejos y un enfoque de perfil que, no obstante se reflejaba perfectamente en un espejo confrontante. No era ella pero era ella –su nombre aparecía en los créditos- ¿cómo resolver el dilema? Y era tan fascinante leer en un idioma coloquial pero lleno de bordados que no eran florecillas o arabescos sino, simplemente, hitos ansiosos de ser reconocidos como las señas de un mapa de piratas. Que escribiera, por ejemplo: «Tenía trece años; íbamos a pasar vacaciones a la finca del tío “Dios proveerá”; no había espacio para mi; de modo que me tocó dormir con la prima de catorce que decía que era mejor tener ojos de noche que pelo de alambre. No sé porqué,  pero me pareció que me decía: eres una muerta de hambre. Al día siguiente se consumió toda el agua caliente y me tocó bañarme con el agua congelada que bajaba del páramo» Y yo me baño hoy con esta agua hirviente de la música pop que no me gusta pero que no puedo dejar de sintonizar si quiero colincharme en el tren de lo que una gran parte del inconsciente colectivo sigue: “hoy es fiesta, porque contigo voy a cenar…/si estuvieras conmigo/me compraría un pescado/y una botella de vino…”. No es para la inmortalidad, pero no es bueno estar por fuera del ser por el embeleco del estar.
“Hay un dicho por ahí que algún hombre inteligente acuñó para devolver alguna sutileza y que reza: “La inteligencia  es la forma de responderle a los pelotazos de la vida con la raqueta de la ironía”. Pero hay ironías e ironías: Ella era importaculista, artícopulante, bluesera, bloggera, rockera,  abolenguera  -cualquiera que sea el significado que se le dé, si fascinante o facinerosa, puesto que saber explotar el efecto de los sepias en las retinas para provocar nostalgias de tiempos que no volverán, puede bastar para atreverse a subir a la esfera de los no-siempre-todo las fotografías de todos los prestantes ancestros, desde monjas con aura y curas con aire de santos, pasando por patriarcas de estirpe extranjera, hasta loquitos de tierna figura - y todos los era, pero que dijese, al estilo de esa escritora barata de diario de circulación nacional que pone todas las variaciones y variantes de poses y situaciones del estado horizontal más publicitado y fementido del mundo en los más inimaginables escenarios, sólo para no perder la columna, que: «a lo mejor un trío-si es musical y con vodka, mejor- sea una buena posibilidad para sacarse el clavo de un romántico mal polvo; la mejor forma de desengañarse de una vez por todas de que no cualquier sapo puede ser el príncipe azul. No siempre hay que decir sólo esta agua he de beber», ya es un síntoma. En cambio, por contraste, esa ironía de aquella otra que quizás quinceañera, fraternal o cursi-pensadora, dice: «Odio cuando me dicen ¡pórtate bien!, cuando saben que yo soy un angelito caído del cielo», como para decirle: ¡Niña, lo raro sería un ángel subido del infierno!”.  Así le proponía batallas intelectuales desde mi blog, pero ella ni se enteraba, pese a que dejé al descuido por ahí unas tarjetitas con la dirección electrónica.
Yo le contaba de mis pequeñas conquistas y ella me pedía consejo de sus grandes festines: que si sería mucho atrevimiento servir palitos de queso regados con crema chantillí en forma de glande como pasabocas; o que si sería más sutil ostras atravesadas con puntas de espárrago en su concha, para festejar el día de la cotidianidad.  En cambio yo le mostraba sin reatos mi sinceridad contándole que había una cierta muchacha ya madura que trabajaba en un kiosco al borde de la carretera a la que me había acercado de la forma más curiosa: resulta que siempre que pasaba la veía entregada y rodeada de obreros resolviendo los crucigramas del “Quépasó”. Ese echarse al sol del espíritu que es resolver crucigramas le llamaba yo. Para qué, me gustaban sus ojos atardecidos y apasionados que con el contraste de la pata de gallina parecían hablar de mucho tiempo perdido. Un día que curiosamente estaba sola entregada a su labor de llenar incógnitas premeditadas y después que habíamos hecho contacto visual se me ocurrió acercármele y preguntarle si era muy experta en resolver crucigramas, que yo le tenía unas cuantas para despejar; por ejemplo: De cinco letras: Lo que a ellas y a ellos les hace brillar los ojitos cuando se miran. l’ amour, respondió ella haciendo una mueca de infantilismo; bueno, también,pero esa no es, le respondí, sin darme cuenta de que tampoco cuadraba; Bueno, le tengo otra: De seis letras: Un culo que se escribe con la boca. Ay, pues un ósculo. Ah, bueno. En ese momento se acercó un tipo mal encarado que se entró al kiosco y ella pareció turbarse, de modo que por días quise poder volver a acercarme para decirle que con la primera palabra, que era gusto, a ella le sucedió como con el cuento de Micaela, aquella niña que enferma de amor llama a su papá que le traiga el doctor; el doctor le pone la mano en el pecho y ella dice, por ahí va derecho y así, pasando del ombligo (por ahí es conmigo) a la rodilla, ella le dice: Doctor, faltó una casilla. Y qué, ¿usted hubiera esperado que ella le dijera: «ah, no, no, es que yo soy enemiga de la tramitomanía.»?, dijo ella; yo de usted hubiese insistido. No, pero es que era apenas un juego, repuse. Pero qué, ¿acaso no es toda la vida un juego?, me increpó. Si, pero hay juegos en los que usted sabe que se tiene que estar decidido de antemano que juega para ganar o perder.
 Pero quizás el meollo del asunto estuvo en que ninguno de los dos reparó en que el juego del otro estaba encubierto por circunstancias que nunca sospechamos; especialmente yo. Ella, por ejemplo, no sabía que yo sabía de tácticas para espiar a los demás, como cuando le pagué a un conocido para que, mientras caminábamos desde el carro al hotel para una de sus conferencias, la empujase para yo plantarle un micrófono en la solapa de su sastre. De allí surgió una de sus interesantes conversaciones con el conde Valdemoros:
  — Bueno mi querida Rachel, quiero decirle que lo del proyecto y su gestión es lo de menos; en cambio, voy a serle franco: creo que usted y yo estamos listos para una comunicación más íntima ¿qué tal si cenamos esta noche para redondear nuestras impresiones?
—¿Ah, sí?; por favor mi muy querido señor Valdemoros: levántese y dese vuelta…Humm, veo que pudiera tener un buen curriculum, pero no le basta para posar de auténtico filántropo.
—¿Ah, y acaso es que entre su voluptuosidad y mi escasez de filantropía no podríamos hacer un culicorrorum al curry?, yo no me corro tan fácil.
—Yo tampoco, pero hay que saber disciplinar las distinciones, antes que distinguir las disciplinas, ¿no le parece?  
Pero fue cuando en uno de mis días de asueto, al estar yo haciendo la fila en la caja del Super T’EXCITO cuyo lema era: No se deje poner de cabeza su Éxito, la cajera me incitó con su actitud; era una morena de pechos voluptuosos pero de un alternar entre la osadía y el malcomedimiento al usar un «Buenas tardes, ¿tarjeta de puntos T’EXCITO?», con un ceño fruncido y una mirada de desprecio.
—No, señorita. Disculpe, sabrá usted disculpar lo personal de la pregunta, pero, ¿sabe usted lo que es un vino de carácter?
—No, dígamelo usted.
—Bueno, es aquel vino que no nos dejaría en el pecho el sabor de su talante, a menos que fuese un vino de crianza, caso en el cual sería su sonrisa envuelta en sus palabras la que nos hiciese degustar un gran cuerpo.
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->¡Oiga, señor, respete; esto es un  establecimiento de comercio, no el comedor de su casa; vaya a reprender a su sirvienta- se oyó atrás de la fila.
Cuando mi mirada extrañada de los intrusos inusuales en un país de indolentes se chocó con la suya hubo un arreglo inmediato de sorpresa:
—No hay derecho- Me dijo sonrojada.
—Claro que no lo hay- le dije trémulo.


No hará falta aclarar que aún gozaba de las mieles de sus incitaciones, sólo que después de un coqueto nos vemos, luego de que en el tránsito de los pasillos del almacén hacia la puerta sólo mencionó un lacónico qué más, dos cuadras más adelante se presentó como la única ave pues, al mantener plegadas las alas de sus faldas sobre sus piernas vuela en la moto y sueña, mientras incita al viento a descubrir el material del sueño que se debate en sus vórtices, a diferencia del albatros que duerme mientras vuela pese a que mueve sus alas como faldas mecánicas: —¿Dónde vas?  
Fue  ese día que, pese a que nunca me hizo inquietarme por como era su oficina o el piso en el que funcionaba toda su parafernalia de relaciones públicas, pues siempre fui como el pararrayos de una personalidad tan tempestuosa como impredecible, que la invité a pasar a mi pequeño apartamento de soltero.
Pidió el servicio, uso el teléfono y me pidió que le enseñara todo el departamento cosa que me avergonzó. El obvio desorden de la alcoba de un hombre solo inspiró un rápido juego de ironías de ropa interior que se esconde bajo la cama y entonces la saqué rápido al sitio medianamente presentable: la sala
Saqué detrás de la nevera sin ningún empacho el porrón plástico donde fermentaba mi propio vino.
 Me había procurado con sacrificio un pequeño bar situado en una esquina de la sala. Su estructura era de simples maderas de triplex y aglomerado que no resistirían más de dos inviernos, pero adosado a la pared y como garantía de entretenimiento del primer visitante –que siempre era el único- había un bonito acuario con bailarinas y monjitas que jugueteaban con perezosos escalares; mientras yo preparaba la bebida ella descansó la barbilla sobre la barra como un perro confiado ¿estaba fascinada o estaba actuando?
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->¿Qué lindos, no?, verlos tan mimados, graciosos y despreocupados -dijo mientras perseguía  con cierto éxtasis maligno el interior del bosque de algas plásticas de donde salían y entraban dando visos coloridos- Yo tengo uno también; claro que muy diferente; me gustan las aguas quietas y turbias –me hizo un guiño sutil-; mentira, es que la verdadera esencia de un acuario es crear un ecosistema propio en el que los organismos superiores armonicen con los inferiores y viceversa; de modo que no tienen ni calefacción, ni oxigenación y casi ni siquiera alimentación. Tengo una división en medio para que en un lado estén los agresivos y en otro los mansos; los mansos tienen sofisticados sistemas de madrigueras para que procreen y sus alevinos sirvan de alimento a los depredadores que, mediante ciertas entradas y salidas que tengo acondicionadas, ellos en épocas determinadas vayan y busquen su alimento, de modo que la supervivencia está regulada. Es curioso; los familiares cercanos de tiburones, marlyns, pez espada que tengo, ellos mismos reciclan sus deshechos comiéndoselos y tienen escarceos amorosos por épocas; de ahí que sus aguas son más claras; en cambio los decorativos la pasan bien jugando esa sublimación de la cópula en la que se persiguen, se mordisquean, se pierden, hasta que el macho tiene su orgasmo eyaculando sobre las huevas que ha depositado la hembra, y esperando su ración; en cambio, los otros, mamíferos como sus ascendientes, si copulan –hasta con frenesí-, pero los microorganismos con los que conviven les causan más problemas como infecciones y alteraciones de comportamiento, de modo que hay más muertes súbitas entre los adelantados; los subdesarrollados, cuando hay crisis, milagrosamente encuentran un camino para ir a comer cadáver.
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->Vaya, qué interesante, de modo que yo apenas soy una buena nodriza –dije un poco embarazado.
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->No, no creas, tú contemplas y disfrutas, yo lucho y me agobio.     
Alterné el colador sobre sendos vasos; los hollejos chisporrotearon del mismo modo que los vahos alcohólicos llenaron el ambiente con un  espíritu incitante –como cuando un cuerpo hermoso que inspira respeto pasa a nuestro lado pero su fragancia nos obliga a volvernos-; así alternaba ella su mirada entre los vasos y mis ojos. Ante mi vista estaba “Red Wine”, pero preferí poner “No More Mrs. Nice Guy”. Ella sabía inglés; conocía a Alice Cooper,  pero el ritmo y la situación, la melodía sólo significaban una cierta ternura perversa)
—Sabe usted lo que es un vino joven?
—No, dígamelo usted.
—El vino joven implica una incompletud en la definición de su fermentación –por eso no son vinos de guarda-. Cuando un vino se convierte en “de guarda” es cuando los motivos de su elevación –la levadura- se armonizan con los de la nobleza de sus frutos; entonces el intercambio entre fermento y nobleza llega a su culmen y se sublima (perdura); pero, como los frutos de la vid son como las gónadas y éstas a su vez son la organización intemporal  de la baba primordial que guarda el enigma de adentro y afuera, por lo que la fermentación es la sublimación de la explosión entre esas dos oposiciones cuyo resultado es la embriaguez que nos da ese sentido de trascendencia y profundidad, el vino joven es una explosión incompleta, por lo que su sabor es más satisfactorio y perdurable; pero aún la catálisis por la cual el misterio de substancia a espíritu no se completa, entonces el sabor a vida de la vid se complementa con la sensación de muerte del alcohol. Eso sin contar el hecho de que la actitud estética de las empresas al querer resaltar el rubí cristalino, arrastran gran parte de las cualidades nobles de un gran vino: como cuando una hembra enamorada de un ganapán, exige la cuenta bancaria de un millonario.   
—¡Uff, ya estoy mareada!; pero no deja de ser un vino a medio hacer, una chicha con caché –se vengó-
Yo estaba del otro lado de la barra equilibrando mi perorata con la cabeza puesta a su nivel y mis dedos jugueteando tímidos con su cabello, mientras los ojos le perseguían de hito en hito como si ese movimiento fueran las líneas de un guión estudiado.
Empezó a sonar “Mr. Dwight’s ballad”; ella dijo de pronto: ¡Bailemos!, en los Estados Unidos eso se baila como un bolero. El acople de movimientos fue rápido y fácil y nos fuimos entregando en una especie de sopor que cuando entró el acorde de la frase “see my lonely…” nuestras respiraciones empezaron a atizar las ascuas de la garganta, pero como todo acto sublime y toda pretensión estrecha no deja de tener su lado ridículo y su correspondiente castigo, en el estrecho espacio de la sala y el bar mis corvas chocaron contra el descansabrazos del sofá y fuimos a parar casi horizontales sobre los cojines, ella en posición dominante y yo tan entusiasmado como sorprendido; al ver que ella no reaccionó para retirarse deje que mis manos se ofrecieran al generoso desparramarse de sus senos, pero no pude encontrar su boca; me aventuré un poco más guiado más por la sangre que por la certeza y palpé la sedosidad de pétalos que había bajo la tela y aunque había calor y un tremor recóndito, era como una especie de gacela atrapada por el león hambriento, de modo que llegue a la conclusión de que no valía la pena hundirse en el lago encantado sin sacar al duende de sus profundidades.
Al lunes siguiente me mandó llamar a su oficina y antes de entregarme una irónica esquela, artística y delicadamente recortada en forma de llave de baúl antiguo que ella misma fabricó y en  la que constaban todas las pruebas de que sabía hasta cuando sacaba mis calzoncillos de bajo la cama, me dijo:
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->Tiene que creerme, hay cosas de más arriba que son más fuertes que nuestras intenciones, convicciones y deseos. En verdad yo estaba comisionada para corroborar unas sospechas creadas desde que en sus tiempos de estudiante de bachillerato usted visitó lugares y personas que estaban siendo reconocidos como atentatorios de la democracia y la estabilidad institucional. Mis superiores le extienden las más sentidas disculpas.
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->De modo que… -mis sentidos no me dejaban salir de la estupefacción; todo me temblaba- …pero lo del sábado y nuestras risas ¿qué significó?
<!--[if !supportLists]-->    <!--[endif]-->A decir verdad fue por que yo estaba segura de que su caballerosidad no le permitiría ganarle a su egoísmo que le deje llegar hasta donde llegó, pero, sinceramente, usted no es de mi tipo.
O acaso fue al contrario, lo que si era de su tipo, no tenía méritos para enfrentarse siquiera a la felicidad de tener un momento en el que clases, estilos y condicionamientos se tiran al basurero para anticipar la felicidad de la tumba en que todos descansaremos por igual.
 Mientras me alejaba me retumbaba en los oídos Alice Cooper: “get it, get it/get it out´s here”; era yo el que ahora tenía la camisa de fuerza.







CINISMOS
El amigo de la juventud, el gran amigo con el que prometimos una amistad duradera aun en los tiempos de penuria y en las contradicciones y en la vejez, el mismo que cuando nos vino la ruina nos volvió la espalda y cuando quisimos saber la verdad que él poseía nos la negó. Ahora envía una notificación por Facebook solicitando la amistad, que es sólo el sutil modo de chicanear poniendo una gran fotode los Beatles en su portal, con Maccartney a la cabeza. Él claro, va a asistir al gran evento del 15 de abril para hacer realidad la fantasía de adolescentes concerniente a Uncle Albert o Yesterday. Tiene con que y para llevar a sus hijas y su gorda rienda con que maneja la química (No importa si nieva, el calor del vuelo se mantiene aunque vayamos a ningún lugar, si el corazón palpita), nosotros en cambio pasamos a otro estrato de felicidad (aunque el desayuno sea frugal, sabe a verdad de camino y cundo el corazón se detenga será por una bienvenida). Este es nuestro modo de ser cínicos.


RATO DE FLANNÉUR

No hay que conceder demasiado, pero las perífrasis tienen su nobleza; por eso es bueno decir: “qué lindo es estar metido en cualquier local y teniendo pa’l gasto ver lo cotidiano pasar”. y no es porque no pueda uno referirse a la idea más acabada del flannéur, aunque cabe con toda su carga decadente y aun sería mucho más apropiada con el respaldo de un Baudelaire absolutamente lúcido y gozoso de su tiempo en lugar del cursi kistch de la edad sicodélica; pero es que el contraste romanticón con el aderezo maquinal y acerado queda como un delicioso sandwich de queso rochefort  con mondongo. Uno no puede decir –ni le gustaría- que es representante legal del “Gran Hermano”, pero dadas las circunstancias en las que la vida de hoy muestra un contraste entre vértigo y conciencia, uno se puede decir ufano de arrogarse la capacidad de “representancia” de ese “gran fraterno” que con sus muchos nombres (mass media; conductismo; propaganda; militancia; comercio y otros etcétera) desfila, a veces con la inadvertida ternura –y verdad- del hombre común que es y está según lo más elemental, pero lo más sincero de sus afectos, en contraste con esa otra gran muchedumbre de poses, ideologías, puestas en escena, que sólo pretenden encontrar la fórmula única de la homeóstasis continua.
Pasan –posan-, por ejemplo heresiarcas oficiantes de muy modernos ritos antiguos. Es escaso avizorar tal tipo de personajes entre el atafago de la vida moderna. Pero también fungen –fingen, se son, no actúan- aquellos que como el agua de un río en un tiempo determinado coinciden con piedras instaladas en su curso (no hay que olvidar que instalarse requiere un proceso). Además, hay otros que se pro-yectan (y sin embargo no tienen dispositivo ni psíquico ni escénico). Pero que ya no nos preocupe el aflorar del síntoma no significa que el pathos ya no exista; habrá disminuido la explosión de la presión simbólica, pero el producto deforme sigue brotando como setas tras las lluvias de verano. Y el hecho corroborador del pathos que se configura en esos que desfilan, modelan como actantes contradictorios (el actante y el actor, como el lactante y el actuante, tienen una relación inversamente proporcional a su grado de angustia); son actantes que desfilando por la pasarela in-concebida  de lugares para los que su topología –con sus carros de alta gama y sus estampas de seres extranjeros y tiránicos-  indicaría una contradicción entre lo paupérrimo (léase popular) y lo exclusivo -deberían estar girando en sus tropos segregados o reinando en sus tronos blindados-, muestran lo lejano que llega a convertirse el poder del deseo y la connivencia que por relación de ignorancia y camuflaje  logran. Claro, son personajes que pertenecen –están afiliados- a la empresa de lo multinacional cuya relación de cúspide a base niega dialécticamente la contradicción que existe entre el salvajismo de la competencia comercial (pez grande que come chicos) y el crecimiento cognitivo de las “personas” que le sirven.
El hombre que, de cejas arqueadas en gesto de tensión entre mando y contemplación –o al menos reflexión-, con rictus déspota en su gesto respaldado por un cráneo rapado casi al punto de brillo y que ciertamente está echo para inspirar respeto y terror –o al menos para impresionar-, no se parece a la pareja que, madre e hija, esperan en una esquina (por diez, quince, veinte, sesenta minutos) a que se resuelva algún asunto que se discute vía celular mientras la chica observa sin reato al personaje que a la vez las observa (cuando las moscas estén rondándote con insistencia en un lugar público, no temas por tu pulcritud, es que estás siendo el centro de atracción solapada del sito) y el agua de individuos sigue fluyendo. Tampoco tiene mayor influencia (para quien conoce) el par de muchachos de gesto delicado, aunque sutil y sobrio, que ingresa a comprar pan caliente mientras un par de mujeres intercambia una sonrisa maliciosa desde la ventanilla de un vehículo de transporte público hacia la transeúnte parqueada en una esquina de confluencia de tráfico donde una plancha de arepas contrasta un brillo de ojos con un lamerse de labios. Todos, sin categoría de valor, sin significado de preponderancia, sin distingo de influencia son absorbidos-y subsumidos- por esa condición moderna que, disfrazada de neutral, gravita sobre nuestras posibilidades.   



LA DISPUTA

Como por aquellos días Villa Peach Ant’s padecía de una terrible inercia debida a la reciente elección de alcalde, con lo cual el reacomodamiento de fuerzas, de dádivas, de tráfico de influencias, de auscultamientos del terreno –y también de ocultamientos de áreas de manejos malamente intervenidos o difícilmente encubribles antes de entregar el poder- ponía al pueblo a revolar como chapolas en torno al candil, Eugenio Montefrío se prometió darse una pasada –o cuantas fuesen necesarias-  por el Concejo Municipal; no sólo para gozarse de las vulgares y socarronas formas de repartirse las tajadas del pastel burocrático, sino también para presionar que reabrieran el Jardín de las Mi-(h)adas donde vegetaba su sobrino; y las bibliotecas, y los programas para la tercera edad y los proyectos de arte y cultura y...; pero antes debía ir de nuevo al hospital.
    —Entonces hoy no hay al lado mucho movimiento de GOMERS, doctora.
GOMER era el snob modo de copiar la inteligencia americana que significaba: Get Out Of  My Emergency Room y que simplemente designaba el modo en que los más inteligentes médicos se deshacían del trabajo enviando a sus pacientes a casa con una aspirina para poder disfrutar de la más cachondas noches, colegas y enfermeras; o en últimas a otra sección.
Había alcanzado a fijarse en las paredes recién pintadas y las nuevas des-organizaciones de muebles, oficinas, salas de espera, antes de pensar en el infierno y antes de notar la ausencia de Queruby.
Tuvo ganas de responder por la bella doctora de rostro virginal –góticamente virginal por la palidez-: «Quedaría mejor para GOMER: “Gánate Otra Mano de Mierda En tu Recto»; en cambio, al verla sentada en el escritorio en una ambigua pose de goce y tedio, escribiendo con la mano que dicen pertenece a los muy inteligentes, dijo (pensando el muy torpe en el Dr. House. Hubiese pensado digamos en Popeye el Marino o en Pelle “El Conquistador”, pero House; ¡bah, si la casa siempre está ardiendo de realismos fantásticos!):
  — ¿Acaso debo inferir, doctora, que hace usted las labores de secretaria? y de ser así, ¿a qué secreta-aria pertenece tal nobleza?
  —No, no señor. No debe inferir con tanta prisa­- Dijo con la altivez característica de los médicos, y eso que esta era odontóloga.
Decían que el piso inferior era el infierno (y eso que muy pocos oían del sótano): Alta tasa de mortalidad; inventarios paralelos de insumos, operaciones no autorizadas. «Pero si miramos el asunto desde el mero punto de vista arquitectónico, todo infierno debe tener su escalera de incendios », se dijo con ironía, al fin y al cabo la particular topografía del terreno era la que le había dado aquella configuración tan irónicamente metafórica de las jerarquías: Abajo los desgraciados que se situaban en el área de “pacientes delicados” (los protocolos clasificadores no permitían llamar cuidados intensivos a aquel pobre refugio de primer nivel de complejidad) y salas de pequeña cirugía;  en el medio la pobre burguesía de estadísticas, higiene oral, consulta externa y arriba en una mixtura tan cómica pero tan atinada: Los potentados que con intrigas e influencias reinaban con deleite en el área de urgencias  y el área de cuidados transitorios que consistía simplemente en espacios separados por biombos de las áreas de gineco-obstetricia, odontología y lactantes.
   — No. Están haciendo “vaca” para esta noche
Casi no pudo reprimir al tenderse, una carcajada histérica. Abrió la boca y empezó a recorrer el cielo raso con esforzados desvíos de reojo. La doctora escarbaba muy cerca en un gabinete de instrumental. Se alcanzaba a vislumbrar un pequeño arco de haz azul de la nalga; es decir, de la tela azul del uniforme en la nalga. Pensó en el sentimiento de lo inerme. Las prostitutas que se tienden ¿pensarán qué es más incómodo: abrir la boca o las piernas? Todo depende; la mayoría de las veces abrir la boca representa un aumento de la plusvalía. «Ese brillo en sus ojos». Invertía buenas raciones de fracción de segundo para revisar ese par de brillos sin expresión que tenía a centímetros. La doctora Ana y el doctor Jhon Winded; algo así como Juan Ventiado. Pero qué va; era un hombre centrado y sereno. Ella, Ana; nada especial, ni el nombre. Pero ana era una palabra importante en griego, y complicada. Algo así como lo top. Ellos pertenecían ahora a esa clase de los aplicados, de los tranquilos, de los que no refutan, de los que no cuestionan; esta noche irían a pasar a formar parte, por un rato, de la clase de los putos, de los rebeldes, de los que no tragan entero: “Ah, que te duele todo. Que quieres morirte. Que estas aquí por que no eres capaz de decir de frente y sin pasar por frívolo ni que te den la limosna de la lástima, que necesitas consuelo; que este mundo es un mundo hijueputa. Ah, no, no; si no te mimaron tus papaítos, pues muy de malas, nosotros ya lamimos suelas y comimos mierda suficiente”  Era el intercambio de papeles cotidiano que no tenía en cuenta esta pequeña maqueta de las jerarquías. La otra, la real, la de los grandes putos de delicados lenguajes, recios modales y buenas chequeras (con amuletos de buenas gónadas guardados en la secreta), la habían desperdiciado, o se les había pasado por en medio de las piernas, en la universidad cuando la premisa clave de que hay que ser rebelde, emputecerse, destapar, refutar, quitar, tenía, como todo producto de éxito, su ingrediente secreto (irónica e inversamente, el aguardiente de col tan famoso en la localidad y allende las fronteras, tenía como ingrediente secreto el sudor de pies; pero no era que publicitaran entre las gentes que se dejaran crecer unas pecuecas soberanas para comprar calcetines por toneladas, sino que una cepa especial cultivada del fundador de la industria, fomentada y fermentada en un tipo especial de tela, se guardaba y aplicaba con celo desde el principio) y ellos, bueno, era como con las enfermeras: ellas podían ingresar al exclusivo club, pero no era que porque, como decía el Dr. House: “el hecho de que mi salchicha esté por la noche en tu panecito, no quiere decir que tu elijas qué y cómo haces conmigo” , si acaso conservar el puesto y un trato decente y digno.
Se imaginó como invitado a la fiesta de la noche:  «¿Acaso creen que Obama va a ser el mismo sin Osama pero con Nethan Yahu? ¡no es lo mismo un coño que recibe la descarga negativa que un coño y una polla que intercambian su voluntad de poderío! » y acaso no faltaría quien le replicara: «¡Ah, entonces porque la polla es negra va ser eternamente todo poderosa; los negros son los que más sufren cáncer de próstata!»
Se odió a sí mismo cuando percibió el ruido de la fresa: tzzzzzm, tzzzzzm. Haberse dejado infectar de la caries. Recordó el estribillo de la canción: ¡Agúzate, que te están velando! Pero no alcanzó a elucubrar el sentirse burlado porque ya el cielo raso lo había invadido de nuevo con el contraste de paredes relucientes de fresca pintura y aquellas hondonadas de canales de aluminio empaquetadas en caucho cristalizado y la gran mancha –casi ya imperceptible- seguramente producto de una explosión de pus y sangre de un absceso que algún gomer habría provocado. ¿Qué había al otro lado?, seguramente bichos, telarañas y un odio inmemorial de la luz. ¿Qué telarañas asintomáticas habría tras la doctorcita; acaso un papi autoritario y una inmensa pena por un pene?  Era el orgasmo del mal. Y ¡qué escasos los orgasmos del bien!. Todas esas acumulaciones interiores: de ignorancia, de negligencia, de tiranía, de ganas satisfechas de hacer lo que se nos antoje y pagar el impuesto de imprevisión...
Cuando se encontró de frente con los ojos de esmeralda y jade (para poder decir del verde o intenso y como el cuchilleo de jade de jadeo en ese brillo, no se puede decir que como de sapo en tomatera) de Queruby  -extraña mezcla de querubín, queer y rubí que un loco padre de las designaciones dio en el clavo de las atracciones-  le disparó a quemarropa: “Me pregunto si sabrá a qué me refiero si le pregunto si ese color de cabello es del tipo Abril Lavigne”  ella hizo un guiño malicioso e inquirió a su vez: “¿Gabin Davinci?”. “Ay, Querube, ¡una niñita que canta una canción!. So Complicated”. Juan Ventiado miró esta vez con un sutil recelo. Ana hizo temblar de un puntapié el biombo. Ante la expectación general se decidió esta vez  a imaginar que sacaba su tarro de espinacas;: “Oiga, Ana; ¿ha visto usted ese aviso de un camión repartidor que dice ¿Sabes de que tengo ganas?”. La mujer trinó por dentro; no sabía; pero si decía que no delataría su estado de ánimo; si reaccionaba perdería su compostura de autoridad. “Si, ¿y?”. Se acercó y le dijo al oído “Pues tengo un gran problema: No es moreno, no tiene puchecas lindas, pero ese Choco-ramo tengo ganas de comérmelo”. La mujer sonrió con delicadeza y como quien agarra por las orejas un pequeño conejito cortazariano, le agarró de una manga de la camisa y, sin alardes, le sacó del  área y abrió la puerta donde decía Rayos X. Se  bajó los panties y se acostó en la camilla: “Venga cómaselo. Si es que le fluye así de fácil y de rápido como le fluye su atrevimiento”. “Bueno, pero vamos con calma, preciosa”. Trató de acariciarla pero recibió un puñetazo  y aquello que se irguió desde las obscuras profundidades no fue precisamente un conejito saltarín. El diagnóstico fue delirio psicótico que le puso un año en el psiquiátrico.















LA INSTRUCTORA

Se sorprendió de la cuenta al terminar de bajar los peldaños: Quince. Su espíritu juguetón con el movimiento de la lengua en esas criaturas salvajes llamadas palabras no se sintió a gusto con lo que daba el juego difuso: King-es; C- Skin. Que fuera el único hospital de nuestro querido pueblo Villa Peach Ant’s no indicaba que fuera lo mejor, pero si que era lo mejor que se tenía a mano para aliviar todo eso que la tecnología nos hurtaba y enrostraba en la ciudad y la capital. Pero todo aquel ritual de contar lo que tenía al instante era para poner más bajo el volumen de la música de su corazón que acaba de empezar a tocar una violenta fuga en tono de mi-mayor; y eso que era la época en que ya escuchar a ZZ Top con su Bright Dressing Man, o el fandango del  Blue Jean Blues no era nada raro de combinar con los ritmos de pasillo, tango y guabina entre cantinas de leche, quesos y hortalizas en la época en que enredarse de lengua, piernas y demás con alguna sorpresa o entre hembra y hembra y género-viceversa tampoco era problema; pero seguíamos prefiriendo las tonadas tipo: ...ay yo soy, yo soy el jardinero(bis)/tengo amores con Lucrecia, con Teresa y con Raquel  o embebernos de despecho reciente con tenías que ser tan tirana y enredarnos el alma en ese obscuro objeto del deseo.
El haber bajado por la escalera parecía una jugada maestra de hados maliciosos para poner los contrastes en aquella partitura de vida a la que no se quería incluir en ningún catálogo. Era, de un lado, la sección de higiene oral a donde tenía que ir y, del otro aquella oficina de higiene memorial que son las estadísticas; Pero ¿qué significaba aquella otra estancia que se encontró de pronto como estandarte entre dos fuegos?: Lo primero que vio fue uno de esos armarios de alcoba con espejo de cuerpo entero en la puerta lateral a las divisiones de cajones donde las mujeres guardan toda clase de checheres y en el interior del lado del espejo guardan, generalmente, los vestidos del macho que las acompaña junto a los abrigos con los que ellas ostentan sus vanidades (a veces son pieles de visón, armiños o colas de zorros pero son excepciones valoradas en artimañas que el dinero representa). Cuando de la habitación contigua salió aquella figura no lo podía creer. Era nada más y nada menos que...pero hagamos primero un pequeño flash back: La fuga que se estaba cociendo era porque el encuentro inesperado con Simona, aquella linda regente de la farmacia a la que no esperaba ver de nuevo luego de aquella vez en que años atrás, a raíz de un letrero que había puesto en la puerta que rezaba algo así como:
 “Apreciado usuario:
El miedo es la base de todo abuso.
Antes de acercarse aquí
¡domine sus nervios!
le había dicho: “Aunque usted no quiera nada de nervios, hay ponerse nervioso para decir: ¡Hermosa damita despácheme estos remedios” y ella había respondido con un simple y enigmático: “¿por qué tan duro hoy conmigo?.
...Pancha, la histérica flacucha de rostro anhelante que primero había trabajado en un bar, luego había pasado por las manos de los carniceros, de los tenderos y de algunos personajes más importantes pero con menos escrúpulo a la hora de contrastar hambre con gusto, ahora fungía como aseadora, lo que traducía, aparentemente, lo que decía la escarapela: “Hospital San Valentino. Operadora de Servicios Generales”. Sin embargo la realidad era más compleja.
Sus miradas chocaron: Era como una ágil iguana apostada a la orilla del mar del deseo esperando que las chispas del oleaje del amor le refrescaran su alma desesperada; pero siempre caía en el marasmo, se lanzaba al agua y salía aún más sedienta y salada. “Hola, lindo” le dijo; “¿quieres seguir?, te invito a conocer”.
Sí, quería conocer; era como la entrada a una cueva de la que se necesitaba averiguar el fondo. En la otra habitación había sólo una gran cama con cubre-lecho de satín púrpura y en un rincón un arrume de traperos, escobas y afeites de piso;  lo único apenas interesante eran los afiches pegados en las paredes con figuras de ídolos de la canción, varios cuadros de buena factura con posiciones del Kama-Sutra y el sutil fluido de música de una emisora popular.
Pese a que estaba en un tratamiento psiquiátrico encubierto, se había convertido además en instructora también encubierta (nuestro pueblo era a pesar de todo adelantado en cuestiones de la “política del alma”), de los alumnos de onceavo grado que aún necesitaban adiestramiento empírico. Con las nenas era un poco más complicado, pero podían asistir a sesiones grupales bien como observadoras, ya como participantes activas; lo encubierto era solo de la oficialidad central que todavía era dogmática, puesto que la asociación de padres de familia era debidamente instruida. Además ganaba doble sueldo.
Cuando después de una rápida ojeada y el cuarto de hora de higiene oral subió de nuevo al  pasillo de la farmacia decidió que el punto más emocionante de la sinfonía fuera: “Es el susto el que hace el amor; o es que al amor le gusta el susto. ¿Qué tal si nos tomamos un café y lo discutimos?”       




            LA HISTORIA


“La mejor forma de ser un pelmazo es decirlo todo”
VOLTAIRE



La historia de Villa Peach’ants no era antigua, pero era difusa; de modo que resultaba, a menos que se quisiera formar parte de la multitud de engañados que trataban de hacer el  juego sin comprenderlo, tan inútil como difícil intentar hacer un árbol de genuinas genealogías; pero la stacatta con la que el poder hacía suyos todos los vínculos que, tanto visibles como subterráneos y de todos los matices morales, ahora dejaba ver un esqueje que tíazo, príncipe de galera-samba, con su aparecer ingenuo y crédulo-además de romántico, pero con ese contradictorio kistch que ocultaba las verdaderas tendencias- creía que los extraños sucesos de aquel día era producto del más auténtico azar.
Los dinteles de las casas habían amanecido –a diferencia de la historia bíblica que pretendía escoger los redimidos- ataviados con papel magnético que, a modo de tarjeta de presentación, ofrecía los servicios del “depósito”:
RE-WALK
Su firma de confianza
Ultramarinos – Electrodomésticos – Químicos – Agro-insumos
Representaciones y Consultorías
tenemos todo lo que su gusto y su imaginación necesitan
____________________________________________
Calle de la Infamia, Pasaje de la insolación
Pero aunque la novedad del imán que con mensaje lingüístico se pegaba sobre las puertas no dejaba de ser ingrediente de lo que sotto vocce corría con la fascinación que en los pueblos produce el rumor, era lo que durante años inmemoriales había puesto en aquella villa de gentes de mente vivaz pero adormecida por la plaga supersticiosa en una atmósfera que para muchos era infernal. Igual que en las leyendas de la más rancia tradición europea, el o los fundadores del villorrio se perdían en confusas alusiones del duende que camina, el innombrable, Martín Moreno y mil nombres más; pero la verdad era que los horrores de las guerras mundiales que habían traído a una serie de inmigrantes que, especialmente influidos por el espíritu tutto-eon, que no era otra cosa lo que pretendía decir Teutón, o léanme-la-manía que come coles y salaz de niña tierna a falta de pródiga providencia, y que de rostros rubicundos, ojos límpidamente azules y alguna clase de fe, se había degenerado a causa de cruces viciosos en labios leporinos, tumores morados en la boca, manchas, imbéciles, y el gran poder adquirido a fuerza de acaparar las ideas y las instituciones estaba perdiendo terreno ante la educación liberal burguesa que, aunque también aprovechada, trataba de ser más objetiva: argumentos sólidos, frases exactas, poca imaginación pero mucha voluntad de acción.
La misa de doce de aquel día tan simpático fue la que se encargó de ponerse a atar cabos. Tíazo trató de dar la fe debida al hecho de que al ser tres los ciclos con que la Santa Madre Iglesia reparte la doctrina de las Sagradas Escrituras, seguramente las lecturas de aquel día pertenecían a un ciclo diferente del que en la parroquia se estaba llevando y, aunque no fuese ortodoxo podía ser comprensible un lapsus; pero como la Internet aclara todo (o casi todo) fácil y rápido, se dio cuenta de que el hecho de que la primera lectura fuese un pasaje de la1ª carta del Apóstol Pablo  a Timo-teo, en la que se recomienda comer cualquier cosa que sea ofrecida con buena voluntad y que el evangelio según (e)-L’c-u-s(a)   habla de que nombró a otros setenta y dos y los envió a llevar la buena nueva, era junto con la ausencia de los convidados de piedra (un viejito influyente y decrépito y una virgen piadosa que nunca faltaban a recibir la hostia), además de una serie de rostros maliciosos e inquietos, un síntoma de gato encerrado que en realidad se estaba paseando por el pueblo no a sus espaldas, pero sí a su costa.
Antes de extrañarse de la cara desconocida del cura que iba a cantar la misa, había mirado el nuevo vitral que, junto a otros seis, parecía llamarle: Confesión. Pero se estaba resistiendo a tomar de nuevo el bonito ritual de compartir miserias con otro más miserable, no porque lo fuese, sino porque, a su modo de ver, un ritual no debía perder su función primordial: Invocar una idea trascendente de modo solemne; y aquello de pasar cada mes a pedir el mismo préstamo de gracia, para después gastarse  los intereses en la misma vagabundería –no porque no tuviese como solventarse en mientes algo más sobrio, sino porque la misma depreciación de aquello que valuaba bien le hacía que los otros se lo escatimaran- de tres pajas en un desespero, no tenía sentido. Se dijo que en verdad Jesús si estuviera hoy aquí se vería en aprietos para promoverse; o, a lo mejor, precisamente por todo lo que dejó de decir y que ahora tal vez se destaparía pero también lleno de enredijos y enigmas, porque Jesús debió haber hablado más y más explícitamente del sexo; decir porque se consideraba malo darle gusto a la carne –con la debida disciplina, eso lo aprende casi todo el mundo- y cual era el argumento sólido por el que tener fantasías –diferente de ser desordenado- conducía al infierno. Sin embargo las cosas no serían tan fáciles y eso era lo que los pescadores de río revuelto aprovechaban. Jesús seguía siendo un personaje que impactaba si se le sabía coger la salesita; unos días después, por ejemplo, el cura iba a decir, esta vez si de acuerdo al canon del ciclo que la levadura de los fariseos eran los siete pecados capitales y que cual de esas levaduras era la que nos ataba: ¿envidia, gula, pereza, lujuria, ira...? «ir a tomar por c...» , pensó,  «es una lástima que los antiguos modos de interpretar se hallan perdido por una tendencia a la ligereza: Cuando Jesús preguntó a sus discípulos cuántos panes y cuántos peces había bendecido y multiplicado en las dos ocasiones que dio de comer a tanta gente, no lo hizo por casualidad: En la primera ocasión fueron cinco repartidos entre cinco y se recogieron doce; entonces, entre pares, ce-do. Y en la segunda ocasión fueron siete entre cuatro y se recogieron siete; entonces, siete número perfecto griego, repartir de mayor a menor, perfecto  “¿cómo aún no lo entendeís?” “Por eso todo escriba docto en el reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas” » pero estos eran padres de familia de los si-ellos; al fin y al cabo, el papa tenía el coraje de decir que ‘el diablo no solo existe, sino que habita en el Vaticano’ –y tiene que tener sus sucursales-.
Y es que el poder era eso, fuerza de quijotes que como el refrán del ilustre hidalgo: telarañas  unidas atan un león. Pero había otro poder: De-por, que se alía con el Don. La beatifull people no era precisamente un manual de estética, usualmente eran el ejemplo del animal que se asoma al semblante, pero el animal sano; aunque sea feo no muestra odio; incluso su aspecto feroz enamora; el animal sano tiene el pelaje lustroso  y se ve apacible aunque se muestre ojeroso; el animal humano, en cambio, cuando se deja llevar de profetas distintos a los de su corazón, convoca los hechizos de la ojeriza y entre más enredos invoca, más resistencias se aplica; total, ni cuela ni deja colar. El pobre humano que no sabe manejar su animal trata de paladearlo con el más asqueroso misterio o con la más grotesca vulgaridad y entonces se afilia a sociedades secretas que le mezquinan cada vez más el secreto. No lee la literatura clásica, en cambio, se devana los sesos por interpretar los libros esotéricos: eso-te(hace)-rico.
    El domingo siguiente ante la asamblea de asistentes al ritual hipnótico y recurrente de la venia, de la salmodia, del canto de ojos entrecerrados pero que no trataba de abrir los ojos de la conciencia para leer entre líneas el cura dijo en la homilía que el párroco estaba en una reunión con los miembros del “Club del Cine” y más adelante bendijo “estas personas que son tus máquinas”  en un ágil giro de “son tu imagen”  y nadie se dio por enterado y los que lo hicieron no barruntaban que el trabuco mataba dos pájaros de un solo tiro; sólo la bola de que tíazo era un personaje del pueblo y no sabía que todos éramos sus actores.
Cuando esta página fue publicada fueron dos las reacciones: una parecida al mascullar que decía: ¿y qué fue lo que el perro no dijo? Y otra voz  parecida al silencio que decía: ¡es uno de los nuestros!







POESÍA DE UNA TARDE CUALQUIERA

¿Hay algo más natural que la lluvia aunque no sea un asunto cotidiano? Sin embargo es el auto en que se monta un signo. Para una adolescente enamorada puede ser un signo de lo romántico que es su amor. Para un colegial puede ser el húmedo corcel en que monta los bríos de su salud en apogeo. Para un hombre desesperado puede ser el anuncio de que hasta el cielo se empeña en conspirar contra él. Finalmente para el individuo común sumido en su circunstancia y que es una gran mayoría de los seres aunque pensantes simples pasantes, es solo eso: un fenómeno físico producto de una serie poco importante de variables. Empero para el pensador analítico –nos viene a las mientes el infortunado Diógenes quien por andar mirando los signos del firmamento cayó en un pozo de mierda-, especialmente si es una lluvia intempestiva de verano que le hace refugiarse en vestíbulo de una supertienda cuyo nombre evoca la versión femenil de los caldos: las caldas –dícese en versiones antiguas de las mixturas de agua y lodo que bajan por las laderas-, en relación con los mercados y en cuyo frente un almacén al que el nombre sugestivo: Karisma, le relaciona por motivos aunque muy simples muy personales con los remedios y los diagnósticos, tales contrastes no dejan menos que propinarle un pálpito del que, como siempre, igual que sucede con los métodos científicos, siempre por más que se hagan vaticinios, los hallazgos terminan dándose sólo por la unión de piezas de rompecabezas.
El sitio es pequeño y la demanda no hace sentir el atosigo de la gran ciudad, sin embargo la atmósfera viciada aun antes de percibirse –como la gran nube negra en el horizonte o el bochorno húmedo- mete en el pecho la inquietud como un gato metido en un saco después de ser perseguido un buen rato sin motivo alguno. Un pitbull le ha destrozado el labio superior al niño. No tiene más de diez años y su boca está clausurada por una mordaza de esparadrapo y gasa. Hay cinco usuarios en el local pero en los escritorios de las dos asistentes hay arrumes de expedientes que podrían llevar meses, incluso años esperando ser atendidos. Antiguamente no había razas tan extrañamente agresivas –comenta el recién llegado-. Ese no es el caso –repone la joven madre- en casa hay uno igual que en la casa de la abuela; el asunto es cómo se les instruye. Los semblantes son apenas un dejo de resignación y esperanza (salta el silencioso brillo de la rabia) y sólo pueden dejar salir una confusa intuición de que hay gato encerrado en lo que los eruditos analizan como la “mercantilización del sino” y la “medicalización de la vida” y que en lenguaje ordinario es la simple bellaquería ladrona del Estado. Si no se sabe como se va a arreglar el asunto prioritario, menos se va a poder por hoy atender el control de rutina de la sonrisa sin gracia del sobrino especial y por una intuición de dignidad solidaria declina la decidida actitud de confrontar a la funcionaria carne-de-cañón sin poder de decisión y a cuyo requerimiento pone al teléfono como silencioso escudo mediador entre esta tierra impotente y el omnipotente pero invisible cielo para el día siguiente.
Los signos siguen corriendo al pie de los símbolos y las gentes sólo saben echar mano del sentimiento –además la humanidad se les sale por todos los poros bien lubricados de la impronta social-, pero al pensador ese gato encerrado le conversa en idioma gatuno sin garras ni miaus. Así, en el prado con forma de triángulo que caprichosamente acompaña el muro de la factoría de llenado y almacenado de pedos de dinosaurio a los que decentemente llaman combustibles fósiles y donde precisamente en un tiempo no lejano se encontró un extraño cadáver cuyo cuerpo sin cabeza efectivamente insinuaba algún espécimen antediluviano, ahora una legión de hormigas invade la acera adyacente frente a un trío de anélidos resecos por el sol; el signo de festín de la naturaleza no sería nada significativo si no fuese por la extraña configuración de la horda de hormigas: están repartidas por la superficie de concreto como una serie de fichas de un invisible tablero de ajedrez y en medio los tubos que antes fueron babosos, enfrente el espacio en blanco del caminante; obviamente las hormigas se mueven y no dejan de verse algunas que comportan disimetría, pero el conjunto está tan sincronizado que más parece una performance inadvertida para un público indiferente de raudos coches; ni siquiera es un sitio especialmente transitado.
Ya en la cima de diligencia propuesta: entregar en la biblioteca un par de libros cuyo préstamo vence a la fecha, el pensador se encuentra con un representante de la oficialidad incluida, catalogada y funcional, aunque no necesariamente contenta, que formó parte de las variables influyentes de su época moza: un vigoroso admirador y difusor del rock-and-roll y las experiencias psicodélicas que ahora es un resignado pero no menos interesante cultor de las formas musicales autóctonas; forma parte de la pequeña burguesía estupefacta con los desfondamientos del ser de la posmodernidad de la comarca (él acaso diría que es simplemente un miembro del conjunto único de la humanidad desencantada ya que las variables de subconjuntos de ínfimas especies tribales o altas elites de variopintas sofisticaciones que eligen modos y creencias amorales o con éticas distorsionadas no cuentan pues son espacios delicadamente previstos por las macrovisiones sociológicas en las que ningún determinismo o indeterminismo tiene porque reclamar cartas de ciudadanía); el encuentro aparece como una frívola casualidad, pero en realidad es una forma doméstica de “conjeturas y refutaciones” aplicada; no falta el obligado gesto gentil después de la consabida reticencia digna del más rancio sabor aristocrático pero que por ser el más acreditado no es necesariamente el más auténtico.
Ya de vuelta las piezas empiezan a encajar: La diferencia entre ser y ente que se realiza en el perro que como toda ánima del mal cuaja en el animal en la forma del mal que se anticipa al suceder aun sabiendo que el bien le precede (el perro sigue siendo el mejor amigo del hombre pero sólo en la versión consciente o definida de lo doméstico = de-místico; la parte irracional del inconsciente colectivo se funde en la ironía de lo no-extra que para corroborarlo pone la rúbrica ~ en lo extraño. El aterrizaje inopinado del diminuto mosquito en el ojo del caminante como aviso de algo que quiere ver con esos ojos, luego de que la premisa todo in-formacional que analiza cada jugada del juego sospecha que hay otras jugadas al interior de cada unidad mínima significante y que un juego de principios se riñe con un juego de incertidumbre del cual el quantum no alcanza a definir algún punto de engaste que le permita autoreferenciarse para poder referenciar lo demás) y como colofón, la remembranza de un ente recién sumido en el éter y cuya vida fue escribir guiones para entre-tener las ansias de lo cotidiano que formula un poema:

GUIÓN DE PUNTO FINAL
A: Mónica Agudelo
(In Memoriam)

Camino-de-lo-del-lado-del agua
me aferro al suelo del cielo
y me fundo en la corriente
fluyo, permanezco, me suelto
a seguir el guión del tiempo sin tiempo,
regalo abierto, más sólo advertido
cuando el disfrute se vuelve re-cuerdo
entonces me torno pelota del pétalo
de la pata de la abeja
el aguijón se pincha en el pelo de la ortiga
y el lempo del ángel se hinca en los soles
de semen cuajándose en polen;
recorro la rosa y ato al pañuelo
el este-era-un-nudo
estornudo que llega de pronto:
Mónica Agudelo.


EL JUEGO Y LA JUEGA

No esperaba encontrarse con aquella sorpresa pero valió la pena encontrarse con esa como corroboración de que su alma joven sabía vivir con beneficio de inventario en un cuerpo maduro. Pero era también como la rúbrica sutil de lectores invisibles que seguían con él la lectura que hacía de libros que muy pocos podrían considerarse tan afortunados de hacer por actual e interesante. ¿Quién se interesaba ya por Lacan, Freud y el psicoanálisis? menos cuando el entorno era de incertidumbre por el sustento del día y cuando la alienación interesaba menos cuanto más fuera de normas se vivía. ¿El inconsciente, el sujeto supuesto saber, el síntoma, la pulsión? ¡No juegues! ¿Al fin te ligaste la loba aquella; cuántos polvos le echaste? ¿Ya esnifaste la nueva nieve; compraste ya aceite de cannabis? Y eso que esas podrían bien ser preguntas de hombres estructurados, con nombre en la nómina de una compañía reconocida y aun en una empresa del Estado.
Aparecieron en masa, de pronto, cuando el nudo de la madeja de las afirmaciones que cuarenta o cincuenta páginas atrás se habían hecho acerca de las sectas del secreto; de que los misterios de los egipcios eran un misterio aún para los egipcios y que el objeto a del inconsciente se sintetizaba en algo tan sencillo pero tan amante de la sutileza que Borges y todos los literatos geniales lo entregaban sólo a cambio de una complicidad del lector y de que éste, al igual que el que se analiza y el analista, entreguen algo, empezaba a abrirse en una maraña de conceptos, guiños y divertimentos como el de que quien se analiza finalmente entrega su inconsciente y su dinero y el analista le entrega (no empaquetado ni etiquetado y ni siquiera dibujado) su saber en el evento de que haya entendido cómo deshacer el nudo de su síntoma, como producto del lapso y su relleno con disrupciones que vienen a ser como un nuevo saco añadido con mangas viejas y de distintas telas para salir a lucirlo en la pasarela de los dramas humanos civilizados.
Pese a que llegaron a un parque para enamorados con reputación de peligroso, también tenían una técnica sutil (igual que Diana la diosa, el parque se llamaba Villa Diana y era como definir la realidad, una diana difícil de dar en el blanco). Tenían los pelos erizados de los punketos; otros tenían los calzones caídos y raídos de los raperos; aquellos tenían el rasurado de un iniciado; estos el camuflaje del compadrito en su corte y porte de señores, pero con las hojas de los cuchillos de los ojos asomándole por entre envolturas algodonosas o plásticas. Se hablaban de señores y destilaban una vulgaridad almibarada de cierta retórica como la de: “¡Pero papi, si yo también necesito un traje para jugar y en casa no había nadie!”. La hierba como trono de sus majestades no desentonaba con el banco de piedra donde el extraño se sentaba, ni mucho menos con el ritual de picado, armado y tostado del torpedo lanzado directo al cerebro como incienso que humea desde un ídolo caído por un impacto del tiempo. Pero lo importante era la compañía; y sin embargo tan dispar. Deshacían del collar a sus dirigidos como amos complacientes y se concentraban en sus profundas inhalaciones mientras los niños patinaban en la pista que rodeaba el campo de fútbol como partículas atómicas en torno del núcleo esperando un movimiento de fuerza para darse una polaridad. Había repartidos por todo el amplio parque pitbulls, rodweiler, lobos, labrador, beagle y hasta una linda pekinés a la que seguramente se le había echo tratamiento de ortodoncia pues no lucía la particular sonrisa de estas damitas. El gran pitbull que a menos de dos metros corría absurdamente a traer el leño que el pecoso con aire de híbrido extranjero y picapleitos tiraba, se metió de pronto a lamer de la bolsa de agua que el compañero de su amo daba con mimo a la pequinés: “¡Ah, pero mirá este doble h.p. tan maleducado!; chite” El perro gruñó furioso, pero sólo por los gruñidos agresivos de la pequeña. El pecoso agarró de la correa al lambiscón y lo atrajo para sí mientras el otro gritaba: “A ver, juego señores que quiero ver sangre”. “Ya estamos completos”, gritó alguien desde la cancha. “Oíste, lo que dice el ñurido; dizque ya estamos completos. Tan chicanero el marica”. En la banca a tres metros del lado siniestro se alcanzaba a oír aun par de recién llegados en overol de “rusos” que después de preguntar humildemente por un porro se habían puesto a departir alegremente con unos que habían comprado helados: “¡Bah, pero qué!, hoy día ya no se arruga matar un hijo de puta pa’ir a pagarlo”. Atrás alguno meaba contra el muro donde funcionaba un call-center en el que ciertos diestro-adaptados perros de la felicidad sabían manejar el idioma del ven-(a la)-red del vender al otro lado del mundo mientras los otros discutían el movimiento de la bolsa de los engaños. Al lado un corrillo lamentaba que cada vez eran más escasas las nenas, cosa que era refutada con que estaban simplemente cumpliendo con el sagrado deber de mantener la casa en orden.
Había comenzado el juego, pero la idea era estar en la juega; era un hacinamiento impresionante de pies y manos que discutían en el lenguaje del drivling; no se podía tener más de tres segundos la bola. Era un juego agresivo pero no violento; había cierto código de caballerosidad. Se cantaban las manos y los fault pero sólo como una constancia de lucidez; No se hacía cuenta ni celebración de goles. El pitbull se quedo mirando al extraño que había ignorado dos minutos antes cuando con el silbido que se hace para llamar a los perros este había decidido intervenir en lugar de preguntar por que no se le daba agua también al otro; la respuesta era obvia: a sufrir hijo de puta.
Cuando el alboroto de perros como tiburones al rededor de un fiambre sangriento se concentró en un intercambio de montadas y olidas obscenas de los más grandes sobre el pitbull el extraño comprendió y tradujo que la manada al igual que las masas (sólo que las masas lo hacen de modo inconsciente para que sea sincera) comparte información sutil y simbólica con símbolos cada vez más codificados: “¡Qué, el marica ese que hay ahí sentado tan extraño y campante ¿hay que matarlo?!”. Le había ofrecido de su botellín particular de agua y él acudió como un bebé que mama de un pezón de nodriza; luego se quedó mirándole con ojos inquisidores que los amos también estaban ejercitando de reojo. Quitó la tapa y se dio un largo sorbo; volvió a tapar y volvió a ofrecer; esta vez mordía porque el chupón era retráctil y se hurtaba pero después de unas cuantas rectificaciones esperó con garbo digno a que la palma se cansara de acariciar su cráneo brutal mientras en su cerebro las teorías más actuales de que la Ideologiekritic ya no jugaba más puesto que en el mundo de la información la crítica estaba dentro de la información misma, se debatían en rabiosas refutaciones.

II
Esa tarde supo sin saberlo que el buen panadero tasa sus productos a ojo de buen cubero. Mientras reñía con las íntimas contradicciones de ese río maravilloso de la juventud y el saber que cuando llega ya no sirve de mucho y sin embargo que, muy a su manera, aquellos sabían lo que podría significar poner “Banderas en Marte” y también en Venus importándoles un bledo que esas tales banderas no sean las de sus espacios exteriores sino las de los programas de televisión de la cultura oficial en la que ese río se canaliza con ideales bellos pero exclusivos, se fue a misa no sin antes titubear mutuamente con una chica que se topó en su camino para mostrarse sus respetos. Entonces imaginó aquel intercambio inteligente pero improbable:
— ¿Sabes acaso lo que significa jugar al gato y al ratón?
— Dígamelo usted
— Es aquella situación en la que si te encuentras con alguien que sabiéndose gato se hace el ratón para que el otro le dé su confianza y entonces tú te haces el Solón para ver si el otro es capaz de mostrarte su Séneca. ¿Entiendes?
— Quizás un poco; a ver si traduzco: Es cuando tu y yo nos chocamos y el juego nos lleva a elegir el mismo sentido dos veces seguidas y entonces tú te haces el guevön a ver si yo me abro las venas.
— Y por supuesto las piernas.
Que en la misa dijeran que David era de buen color y porte aunque pequeño para ungirle rey porque así lo quiere Dios, en contraste con aquel par de chicas que sí tenían gran porte, color y empaque aunque barato (aquello que un ar y se bota al rato) y se entraron a la iglesia con sus uniformes de porristas y enormes pechos para desentonar con el padre con estampa de heresiarca egipcio que auto tonsurado por la pro-fe-si-no era congruente con la idea en boga de que los pelos largos eran una extensión de las ideas corrompidas que virtualmente enredaban a los otros y que los egipcios diestros en el conocimiento profundo se tonsuraban para disimular sus poderes que emergían desde los más intrincados meandros de sus cerebros, y a fe que tenía un estilo principesco y un porte de autoridad en contraste con el otro padrecito joven cuyos sermones y ademanes ni siquiera eran ayudados por su voz y el peinadito de niño hacendoso, el uno confesaba y el otro predicaba; le pareció de postal.
Pero una cosa era sentir que entre más conozco a los hombres más quiero a mi perro y otra discutir con las ideas de postín: “El inconsciente no es un ser” pero vaya si se lo cree ese sujeto y entonces nos engaña con su transferencia; en cambio, Lacan, dejar que se avenga el sujeto supuesto saber y entonces te pillo, diablillo cojuelo, cambiar un poco las cosas para que queden tal como están. Agarrarse de algún ídolo: un ídola fiori, por ejemplo. Pero un hombre de mundo y de ideas agarrarse del ídola celeste ¿cómo podría decirse emancipado? Ah, no,no: E-man-ci-pa-ción, subirse en la cima del sí-pa’no. Entonces no te quejes pasión.
Pero que va; si la vida de los pueblos es la más viva posibilidad de encontrar la degeneración moderna puesto que los provincianos y los campesinos impresionables como son se encargan de encarnarla en sus más radicales modalidades, subamos a la ciudad para encontrar la contradicción. En Ízales-el-man o Imánales-la sal a las cuatro de la tarde el “Pan Extra” no extraña que la pobrecía de la poesía se reúna a dar gusto a las sinceras manifestaciones de necesidad de afecto de un pobre tullido visual que lo es no porque no las vea sino porque las ve todas y nadie se entera, mientras el pueblo a una con las oficialidad sigue con apetito las peripecias, y entonces después que el bollito sobrante de la masada de la mañana le toque como premio azaroso de sabroso y fresco pan-extra-grande, llega primero el poeta de las “Transparencias”, un conocido apenas que regala el primer cumplido: “te veo relajado” y el otro que no quiere darle gusto a la búsqueda de emociones fuertes contesta con resignado: “tocó” en lugar de responderle: «y yo a ti te veo re-jalado» de modo que viene la primera transferencia: «¿quiere amor o no quiere amor?...Ah, lo que quiere es que lo mimen: ¡te jodíste, alpiste! » y el señor Valéry «¡hace falta haberse rebajado mucho, haber sido roído hasta los huesos por los otros para hacer esto!» Ser comido por los otros, ¡pues qué mejor!; hay veces que necesito poner mierda en hielo para hacer transplantes de urgencia. Luego llega aquel muchachito con ojos grandes como de ángel, por que así deben mirar los ángeles cuando ven a Dios, sólo que con la mirada sin-gracia de los ángeles caídos; Fe-piel, F-elipe. Callado, rumiando quizás el decreto final de sí-o-no-se-salvó en tanto estrecha la mano de cuál dios, pero Vi-llegas Jorge y entonces como tarjeta de presentación Musa Levis (¿por qué no mejor Musa Lesbis para armar escándalo?) “Mi Pensamiento”: ... ‘No digieras tan rápido mi pensamiento/contiene un sutil veneno’; antología de lo que hay en la tierrita; conocidos, menos conocidos, desconocidos, el comején lector dice que no cuentan los aparecidos; je, je, pero ¡cuánto cuentan!, puesto que ha sido comiendo sopa de alas de comején que se ha aprendido algo de los principios, retóricos, satíricos, tántricos, tea-n-tricos, teo-locos vamos a hacer algo que cuando se sabe mirando a los ojos de los otros que son buenos, que saben bueno, bujarrones, autoediciones aparte de la cultura oficial, un momento, que no hay que despreciar la cultura oficial, al fin y al cabo las instituciones viven de la oficialidad, lo que hay que despreciar es a los oficiales de la cultura que quieren pisotear a sus oficiantes cuando cuentan con merecido orgullo que su hija y no él se ganó un concurso de poesía de la Universidad de Salamanca y el otro que quiere comer la transferencia del tedio de que el Sr. Álvaro Castaño Castillo ha mandado limusina para llevarnos a la entrevista de la HJCK y ha departido con nosotros de tú a tú y qué rico, ¡ah, vida triste! la soledad acompañada de multitudes y los editores en busca de lector y los autores en busca de lección y la cordura buscando la locura de los psiquiatras y los psiquiatras avalando la locura de la cordura para que la Historia y las historias disfruten por fin de la piñata.



METAFÍSICA DE LA CORRUPCIÓN
(Un estertor desesperado de la Esperanza)

“Aquel que habla dos lenguajes es un bribón”
Proverbio Inglés
(George Simmel, Filosofía del dinero)
“Sería falso dejar el orgulloso imperativo de someterse a la ley para aquellos demasiado débiles; y sería una desconsoladora visión si sólo meros pedantes sin espíritu hubieran de ser los guardianes y modeladores de la moral”
Musil, Robert (El hombre sin atributos)
“Ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón”
Refrán Popular

INTRODUCCIÓN

Tres y quince de la mañana. Día primero de mayo. Apogeo de la fase de luna nueva; confluencia de tiempos, sucesos y circunstancias. En la habitación del pensador, al fondo de un zaguán colindante al garaje donde se guarda una motocicleta que transporta al administrador de un bar, se revuelven fuerzas de atmósferas; en una esquina una sacerdotisa de ritos new age conjura, amén del sueño de los vecinos a sus objetos de hechicería; en la otra esquina un conciliábulo de borrachos y viciosas ríe de las inocencias de los tontos; en la base de esta virtual cruz de sensaciones el pensador tiene un sueño agitado, tortuoso, que corta su hilo entre conciencia e inconciencia con la llegada de la moto; no es su circunstancia de no conciliar contradicciones que le provocan las opiniones de los otros; es que él es un vórtice donde se vuelcan fuerzas que su circunstancia atrae: una fuerte porción del mundo está pendiente de la transmisión por la “caja tonta” de la beatificación de Juan Pablo II del mismo modo que la noche anterior otra porción lo estuvo del último matrimonio monárquico y él mismo en el fondo de su más íntimo ser está entre los fuegos de los contrastes entre lo mediático, lo importante y lo superficial y piensa, más o menos de este modo: <>.

Tiempo, religión y sociedad
Siempre nos preguntamos por qué razón Heidegger atribuyó a la moral como la “morada del Ser” y la respuesta que nosotros hemos podido recabar es que la pugna entre ley y necesidad es tal que el pensador en la persecución del Ser siempre elusivo, sólo puede colegir que es en la moral donde el Ser se encierra, hecha tranca y sólo recibe a quien se despoje de su ser propio. Así, pues, nosotros hemos acuñado el pensamiento de que “si la moral es la casa del ser, la ética es el ser saliendo de casa”, puesto que es afuera, en lo público, en lo ostensiblemente concreto que, sin embargo, se pierde en lo difuso de lo perceptiblemente real, donde el intercambio entre deseo y posibilidad pueden contrastarse, entonces es cada uno quien ateniéndose a su particular forma de atender la ley, se las ha con la necesidad. De modo pues, que cuando el médico Rivera habla del corrupto y habla de moral, creemos que habla de dos cosas diferentes a las cuales contrasta con la ética. Pero antes de explicar más a fondo nuestra tesis, queremos expresar un poco nuestra percepción de que el tomar la obra de Weber “La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo” como base de su disertación parece parte de una posición que si bien es respetable y muy bien elaborada por cuanto el protestantismo como ética tuvo unos inicios harto influyentes en lo que luego sería el pensamiento insular que, emigrado al nuevo mundo dio en el movimiento Cuáquero el inicio del floreciente imperio americano, tiene muchas aristas en las cuales la actualidad tiene buena parte de su confusión. Partamos del hecho de que la reforma nació en las mientes de un alma atormentada por la nostalgia de la carne (existen rumores de que la famosa anécdota de Lutero tirándole el frasco de tinta al diablo, es la deformación interesada del hecho de que el diablo le regó a Lutero el frasco de tinta en sus escritos, hasta convencerlo de escribir como él quería) que no concebía el dogma y la ascesis cristiana tan exigentes, frente a las consejas siempre nutridas de los grandes desvíos de la jerarquía eclesial, de sus pompas, de sus comercios, empezó a querer articular él mismo su propio imperio; de modo que se propuso oponerse a cuanto óbice encontró: ayudó a escapar una docena de monjas que perdieron la fe a causa de sus críticas, una de las cuales le llevaría a escribir luego que “el Espíritu Santo me tiró en brazos del matrimonio” ; criticó la forma de alabanza del Creador en la música –esa forma tan elusiva y hechizante del espíritu- y su más conocida empresa de traducir al alemán la Biblia con lo que irónicamente se hizo famoso, pero que llevó al pueblo la esperanza y nivelación de percepción –al menos en la doctrina- frente a los desmanes autoritarios medievales. De allí, como lo hemos dicho, partió una forma de pensamiento que floreció con el advenimiento del imperio americano, pero también se escindió un ala de intrincadas teorías y sesgos que utiliza la doctrina como trampolín para construir sociedades secretas y no tan secretas que van desde la intención política hasta la explotación económica, pasando por el embeleco sexual que hoy todavía subsiste con múltiples ropajes.
Pero nuestro principal interés en esta reflexión consiste en elaborar una serie de distinciones lingüísticas que contribuyan a extirpar un poco la idea de que tras la moral, la religión, la dignidad, habitan una serie de anacronismos mandados a recoger por lo moderno. Si miramos con atención, corrupción no solo se refiere a la degradación de la conducta; tanto así, que si la dividimos en modo fuzzy co-(i)-rrupción ella se convierte en principio de cambio; ¿no es acaso la di-gestión una forma de corrupción en la que diferentes elementos sutiles que secreta nuestro organismo se encargan de escindir los alimentos para, en un recorrido más o menos largo, tomar los nutrientes a través de sutilísimas partículas y desechar lo demás? Así, pues, las sociedades desarrolladas llegan a tener un nivel de asimilación tal y una elaboración racional tal que casi nada se desecha. ¿No es irónico que una palabra tan del ámbito musical como cadencia, devenga en otra que denota la co-rrupción general con la palabra de-cadencia? Pero en la cadencia no participa toda la orquesta, sino que el color de los acordes se da precisamente en el timbre de distintos instrumentos; sólo se unen todos los instrumentos para la cadencia final. En cambio, en las sociedades subdesarrolladas como la nuestra, la elaboración de los grandes dilemas del humano no se convierten en elementos importantes para elaborar acordes armoniosos, sino más bien en cargas que, al contrario de los grandes placeres, las grandes acumulaciones, los grandes despliegues que mantienen los egos y la homeostasis metabólicas nos causan colisiones con el entorno de otros ámbitos que pretenden domeñarnos (pensamos en las altas estadísticas de cánceres gástricos y de colón, además de las múltiples disfunciones digestivas o desadaptación social); ahí es cuando las homogenizaciones como las de la aldea global reclaman la necesidad de mantener la identidad, casi que ni siquiera con la tribu a la que se pertenece, sino con la propia co-herencia. Entonces necesitamos convertirnos en “duros” de la sociedad y acaso escalar hasta el peldaño aristocrático, sin saber que, como lo dijo Enrique Tierno Galván “La única aristocracia auténtica es aquella que nació y murió con el esplendor helénico, en donde las grandes éticas de un Platón o un Aristóteles, nunca tendrán superación”.
La corrupción, al igual que los olores, es un síntoma, pero no necesariamente un síntoma negativo u ominoso, sino una forma de intentar asimilarse a los rumbos que toma lo apodíctico bien de un cuerpo, una sociedad o un ambiente. Con lo que si nos atenemos a la distinción entre moral y ético, sólo el degenerado, o el perverso entrarían en la categoría moral, en cambio, en lo ético sólo existirían de-gradaciones, pues, usando el lenguaje aritmético, no todos alcanzan a discernir que el M.C.A. (Mínimo Común Aglutinador que en el ámbito biológico corresponde al instinto o al uso libidinal y en el ámbito metafísico corresponde a la intuición de lo sagrado y que un amigo poeta llama “memoria cósmica) combinado con el M.C.D. (Máximo Común Disgregador que en el ámbito conceptual corresponde al pensar y en el ámbito funcional corresponde a la razón y la política), cuando se armonizan no tienen reparo en aceptar que el agustiniano “ama y haz lo que quieras” que en términos modernos equivale a lo “políticamente correcto”, sólo que las concesiones a la dignidad que llega a concluir que los pecados contra el pudor y la sangre son los únicos realmente necesarios, por cuanto la perfecta observación de estos llevaría a la justipreciación de los demás no se hace por vía de práctica piadosa o de anteojeras doctrinales, sino por un oscuro cambiarse, por vía de glamour o de modos, el corazón de piedra en corazón de carne –claro, con todos los disfraces de despotismo ilustrado, de afectación o de escrúpulo con que unos se hacen odiosos frente a los otros-. Como ya he dicho en otra parte: “una cosa es el mal y otra administrarlo”, lo que no significa necesariamente ser usufructuarios de él aunque algún rédito ha de quedar en el co-merci-o. Ya lo dijo Pablo: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen” (1 Co. 6 12) La ética cristiana no tiene las mismas complicaciones de la ética protestante cual con su apego a la letra, pareciera decir con su actitud: <<>; el Dr. Isaza quiere mostrar que quienes no pertenecen a las élites dominantes han tenido la capacidad de infiltrar el Estado sin ese efectivo método que son las sociedades cerradas, pero no tiene en cuenta que él mismo es parte de ese sistema que se protege y solidariza consigo mismo y cierra las puertas al no-iniciado (léase advenedizo) y tiene la delicadeza de declarar que: <>.
El otro con una sutileza que no disimula la claridad con que los cerebros esforzados llegan a vislumbrar: <>Yo iría más lejos. El ejemplo de China sumado al oro de Pekín son la mayor amenaza para la vigencia de la democracia en el mundo en estos albores del siglo XXI. Vivir para ver: tanto y tan mal se hablaba del imperialismo norteamericano para que ahora, si China sigue como va, lo vayamos a echar de menos en el futuro.>>
En esos dos ejemplos están retratados el clientelismo doméstico y el clientelismo global o imperialismo; pero lo más simpático de todo es que enfrascado en una obscura bola de fraternidades el mundo va perdiendo su capacidad holística, en la aldea global se habla de tribus, de nodos ferales, pero son las fuerzas e-L-e-mentales (que basadas en el ángulo recto del ansia que aquí no es elegancia sino ley natural) las que sostienen y estabilizan la vida social. ¿Acaso las profesionalizaciones no son también una suerte de rito iniciático en el que quien no posee las claves debe aceptar el vasallaje? Y ¿acaso no son los gritos iconoclastas como los de Andrés o Voltaire quienes desde siempre han intentado acabar con imaginerías que corrompen porque esclerotizan?
Así el mundo va enredándose en su propia trampa; El hecho aleccionador de que el “mono Jojoy “ o “Alfonso Cano” sufran más por la falta de armonía con el medio ambiente y las inclemencias del clima, aunque finalmente sea primero la “adaptación” de la institucionalidad que les dé de baja; y que las fuerzas paramilitares se auto-aniquilen a manos de sus propios hermanos y camaradas, indica que la lógica de la guerra no es una lógica, es una dinámica. Las ratas siguen siendo ratas y lo seguiran siendo, a menos que la ingeniería genética les confiera algún día cualidades humanas; pero mientras tanto, las ratas venidas de las más oscuras profundidades de la evolución, saben de los íntimos vericuetos donde brotan de los manantiales límpidas aguas. Las pandillas, los adolescentes que se dejan influir por el re-signamiento simbólico promovido por los medios que cuando intentan ser neutros se tornan idiotas útiles y cuando aplican algún tipo de sociología se convierten en mercenarios del poder en boga (o de alguno de los poderes en pugna), seguirán en su lucha miserable hasta que la misma dinámica de la naturaleza los supere o los destruya; otra cosa bien diferente son las cantidades de personas que desde el sacrificio, la mansedumbre, el ahorro y la astucia y el estudio no han logrado cambiar prácticas abominables de núcleos, de castas que enquistadas en el orden social han sabido mantener el status quo mas no la dignidad, aunque si el abolengo.
La coyuntura que por más de veinte años, los mismos que el hecho macro-social con que el espíritu nacional (aunque la idea de un espíritu nacional sea más un deseo que un concepto) ha empezado a despertar de su letargo de conciencia (que no de progreso; el progreso siempre ha existido con marrones y con tirones) a través de la constitución del 91, para dar una nueva estructura a la sociedad, no es equiparable (aunque si contrastable) con el hacer y deshacer obras civiles con que se justifican juegos financieros de locos y chicaneros (no todavía genios) de los números en las grandes ciudades: es el espejo del torbellino interior de las metrópolis. Sí hay cantidad de jueces, de estudiosos, de pensadores, de sensibleros que emulan ideales que por serlo siempre conservan la categoría de clásicos y se mantienen rozagantes. Otra cosa es que las flores de mostrar sean de las cultivadas en el vivero de la clase dominante (que no de las instituciones jalonadoras de desarrollo); pero clase dominante a ha venido a ser un concepto que como el nimbo o el cirro en el cielo, viene de pronto una gran depresión atmosférica y limpia lo que avisaba una terrible tormenta; por eso circula entre los círculos prudentes la idea de que hoy no se puede echar mano del refrán de que el “hábito hace al monje” (aunque está sea una frase ambigua puesto que la costumbre de orar siempre hace gente piadosa).
No venimos eligiendo a los mismos con las mismas, lo que pasa es que el vermífugo no ha sido tan fuerte como las lombrices; El fenómeno Mockus y la proliferación de partidos es un indicio de que también la pedagogía de hacer política a venido rindiendo frutos (hay en Manizales una escuela de participación ciudadana). El partido Verde al menos está tomando otra fisonomía que aprendió de los “desarreglos familiares” del Polo Democrático de lo que debe ser la auténtica discusión política. El cliente depende de lo-que-usted-le-aliente (propaganda) y el cacique de que-así-sea-aquí-y-qué (publicidad).
Así, que una suerte de Estado Providencia esté repartiendo mediante presentación de proyectos bien articulados, aunque medianamente ambiciosos como debe ser “cuando se tiene el diapasón del espíritu demasiado corto y la escala del saber incompleta” partidas para “Cafés Internet”, Proyectos Agrícolas, proyectos de pequeña y fami-empresa, avisa que la desigualdad es inevitable, pero que la prosperidad posible; sólo que mientras el simple glamour otorgue aval de importancia por sobre la seriedad y el esfuerzo, los proyectos ambiciosos se desdibujarán del panorama de lo excelente porque sólo aquellos que han medrado en las universidades y peor aún, en las administraciones, recibirán auspicio para ideas que como”un centro de urgencias virtual” que ya aspira a ser comercializado sin tener en cuenta perfeccionamientos que como el de un dispositivo de tecnología de punta ya es posible hacer un corte de bisturí virtual, en tanto que, por ejemplo, un proyecto original de “Fomento a la Lectura " es negado, copiado y rediseñado para ser aplicado por aspirantes de “mejor familia” con buenas recomendaciones. La verdadera política, entonces, se hace desde las almas, pero no desde las Alma Matter, o, depende, de cual matrix provenga el auspicio que cada vez cambia más de dinámicas; o sea que se adapta, rasgo importante de lo que se considera inteligente; empero, me temo que pasará un buen tiempo antes de que como me sucedió hace poco con una vecina que vino de visita desde España y ante mi aseveración de que ese era un país mucho más avanzado que el nuestro, ella confirmo con un : “claro, allá todo es más arreglado” lo que me abrió el entendimiento del interesante vocablo: a-rreglado, puede ser lo que se encamina a la regla, o bien, aplicarse el sentido privativo de la preposición a; pero nosotros infortunadamente tenemos una noción muy confusa de lo contractual en las relaciones interpersonales, de ahí que la insuficiencia lingüística provoque en los ciudadanos esa actitud timorata y antisocial que no permite desarrollar su ser.

Colonialismo, ética y evolución
A la sabiduría popular que reza “No hay mal que por bien no venga” la malicia indígena agrega: “ni bien que su mal no traiga” El relativismo en la diversidad de miradas, en la ética, en la epistemología, que es el modo sofisticado de tratar los saberes intuitivos del pueblo nos indica cómo el abismo epistemológico, social y político en que el mundo se ha dividido, dando con ello pié a las grandes divisiones de primero, segundo y tercer mundo o, en una mirada más simplificadora, países del centro y países de la periferia y a las consiguientes desigualdades de oportunidad y percepción, son formas que permiten, según la óptica del observador, asumir una u otra posición ambigua o contraria. Así, la colonización de América por los españoles pudo haber, al igual que daño, rapiña y confusión, traído ciencia, religión y apertura. Del mismo modo, el moderno y agitado intercambio entre la madre patria y Colombia podría ser para un político opositor un nuevo colonialismo del cual los grandes lideres, los grandes empresarios, los grandes financistas no dan cuenta. Es bien conocido que habida cuenta de los beneficios tributarios y fiscales que con el fin de atraer inversionistas el gobierno implementa, España ha penetrado en una forma voraz terrenos estratégicos no sólo de la vida económica del país, sino también de su idiosincrasia, su ciencia, sus comunicaciones y que en contraprestación, sólo obtenemos un éxodo de recolectores de cosechas, de mucamas, camareras, estafadores, chulos y alguna escasa porción de intercambios académicos, técnicos y científicos. ¿Qué personaje colombiano tiene en España el estatus que ha obtenido un personaje como Salud Hernández quién por más que haya adoptado a Colombia como su patria por más de media vida y protesta, despotrica, ataca por igual presidentes, subversivos, políticas, actitudes? Alguien podría decir que precisamente el hecho de que sea una nación en la que el talante europeo, el espíritu científico, la historia contenida en sus venas, en sus costumbres (paradójicamente no en su idioma, pues en Colombia se habla un idioma más delicado, refinado, apropiado y sin embargo los protocolos científicos, las obras académicas, las organizaciones civiles no tienen aún la profundidad, seriedad, altura que en España se da y que es precisamente por una extraña maña que con ribetes diabólicos se ha adueñado de la vida colombiana desde siempre) nos está guiando, ya con el espíritu de la posmodernidad, de la globalización, por “mañas” verdaderas de civilización. Y es ahí donde está el gran dilema, pues el hecho de que en España la alta proporción de equidad tenga que ver con el alto nivel de organización del Estado, con la verdadera prioridad de “mística” de servicio social a quienes están rezagados, en la verdadera comprensión de lo que significan “las éticas de máximos” y las “éticas de mínimos” al tenor de lo cual Lipovetski se dio a conocer como el filósofo de los trastocamientos simbólicos, de las fabulaciones de sentido, de la teatralización hedonista de los intercambios, del “merchandising” del valor de uso por contraste de la neutralización de los valores de cambio en una perspectiva de contractualismo de la cual el trasfondo económico pierde interés, lo cual, en la definición de “éticas indoloras” entraña un contrasentido de la perspectiva natural a la cual la mayoría de los ciudadanos colombianos todavía se adhiere precisamente porque esos conceptos avanzados de especulación ética y comportamental sólo circulan en espacios reducidos de estudiosos, de intelectuales o de especialistas, al contrario de la contracultura europea de donde tales conceptos provienen y de la cual España y sus naturales son más cercanos así sea por ósmosis; en cambio, por aquí, tales asunciones sólo se transmiten por imitación, como los niños, lo que implica un gran peligro de tergiversación y es culpable de un gran porcentaje desarreglo emocional por confusión, pues es muy natural que un adolescente, o un individuo, al cual el bombardeo de información desde diferentes frentes contradictorios le está presionando para que por un lado respete el sistema (la ley que todo el mundo dice se viola), por otro lado acate el ejemplo (padres disfuncionales y de bajo rango académico; el deslumbramiento superficial de los modelos mediáticos) por otro la presión de grupo (hay que disfrutar de todo y hasta donde se aguante, hay que aprovechar la “papaya”; si asumes modelos promedio te quedas solo) y encima su propio ego mal preparado, sin adecuadas herramientas reflexivas, con pésimas competencias lógicas y lingüísticas, escoja el facilismo difícil, es decir arriesgar sus convicciones, ideales y libertad, para adosarse a la corriente.
Nuestra particular concepción del valor de uso y el valor de cambio, según la cuál el valor de uso es simplemente aquel que se puede gastar sin tener en cuenta como lo consigues (dinero, fuerza, atributos) y el valor de cambio, por el contrario es aquel mediante el cual puedes eventualmente manejar, administrar, discutir, acaparar para introducir cambios en tu óptica y la de los demás o para impedir que la resistencia a mis aspiraciones pueda tener canales de salida (mediante la crítica, la socialización, la opinión, la adhesión), necesariamente tiene que traer circunstancias dolorosas para las que el único remedio es la continuidad en la lucha, sin que la posibilidad de apertura a cambios necesarios o convenientes, acaso incluso azarosos, impida tener rendimientos gratificantes de nuestro propio fuero y el entorno. Pero si por ejemplo, adherimos o nos quedamos indiferentes ante prácticas como la de intentar esconder el fenómeno de la trashumancia urbana, la degradación individual, la mendicidad, mediante “campañas de retorno a casa del indigente” para proyectar imagen ante los visitantes a eventos de excepción, para promover turismo y fomentar industria, en lugar de incentivar los programas de rehabilitación, de preparación de especialistas en “servicio a los desadaptados” de mejorar las relaciones inter-comunitarias, incentivar los estudios de ciudadanía y participación, reforzar los programas con adictos y trabajadores sexuales no para “organizar presupuestos" sino para organizar diferencias, entonces las promociones de cultura, las costumbres de transparencia, la tolerancia entendida como comprensión y no como resignación podrían lograr lo que la represión improvisada y la urbanización desmedida sólo logran perpetuar como co-(i)-rrupción de las perspectivas.

China fuzzy
Tenemos especial aprecio por la cultura oriental, especialmente porque el sentido de la mística (mi-ti-[e]-s-[a]cá es en oriente un verdadero rasgo de lo íntimamente humano. Infortunadamente no conocemos ni un ápice de la gramática , la sintaxis de los idiomas orientales, pero nuestra observación y algún acceso a opiniones acerca de la morfología y las características de estos idiomas , unida a nuestra intuición de que el sol naciente del espíritu humano tiene en Asia la ventaja del tiempo depositado nos indica que ciertamente los ideogramas tienen una particular relación con la percepción espiritual del oriental la cual profundiza en los detalles y los rasgos de cada expresión; así, el chino es más perspicaz y en contraste su veneración por “lo otro” le hace más facultado para conocer o para penetrar en la intimidad de las cosas, pero también es extremadamente complicado (como-me-pica-e-l[h]ado) de ahí su especialización marcial (m[i]ra-[ha]cia-l). En esa perspectiva de cosas, el español y su muy particular “estructura profunda” (que se puede notar en la multiplicidad de giros, en la creatividad, en la disposición a lo musical) que no busca como los idiomas eslavos o anglosajones economía lingüística y antes bien parece darle al gusano buena morera (mor-era=mor[principio de costumbre]-era) antes de elaborar el capullo, debe tener alguna misión especial de contraste que aclare muchas de las encrucijadas en las que la noche de los tiempos sume al espíritu de oriente. La ya mencionada voracidad del comercio chino, su penetración en los mercados mundiales a la que el imperio americano no presta mucha atención y en cambio, con el re-sabi(a)do manejo de la cosa bursátil, compite ferozmente con la búsqueda integracionista de la Unión Europea, propone una moción de expectativa que la filosofía y la diplomacia no deberían menospreciar.


LOS ESCOMBROS ÉTICOS

“El vivo vive del bobo y el bobo de papá y mamá” reza el adagio popular, pero lo popular por más que tumultuoso no es el hogar de lo ético; en cambio, la virtud que es el punto de mira que se va a residir en lo público, se torna multitudinario, de ahí que el médico Mejía Rivera pueda situar las obligatorias diferencias políticas de principios del siglo XX en las consecuentes divisiones sectarias producto de una desigualdad consuetudinaria y siempre proveniente de estratos acomodados (que no civilizados, temerosos de perder el status) también en los púlpitos regentados seguramente por individuos que vieron en los hábitos la posibilidad – como dice Stendhal de su personaje Julián Sorel- de tener asegurados queso, leche y huevos, aparte de lecho mullido y tibio por parte de feligreses píos (aunque la pi-edad la dejasen para los domingos y oficios extraordinarios) y de allí los compromisos de conciencia, pero de ahí a calificar la ética católica de sectaria, contiene una petición de principio por cuanto lo sectario sólo se predica desde la disidencia y la disidencia por sentido común se hace contra una mayoría, contra un gran núcleo, por lo menos. Por otra parte, la utilización de lo religioso como instrumento político ha sido desde siempre una actitud muy común en personajes cuyo recidivo talante les lleva a usar cualquier recurso con el fin de no perder sus prerrogativas (v. gr. David consumiendo los panes sagrados y mintiendo para poder obtener del levita su concurso. Hoy por contraste, podríamos citar curiosamente el caso del obispo de Montería quien seguramente en su fuero interno está convencido de prestar un servicio a la paz, sirviendo de vocero a las novedosas “BACRIM”) convirtiendo en realidad lo que sólo es una contingencia. De ahí que “virtud” y “virtual” sean palabras parientes. De-v-tu-ir=virtud. Tu-ir-a-l-[a]-v=virtual. Ahora bien, la heteronomía es a la ética católica lo que el relativismo es a la ética de mínimos y máximos o el eclecticismo al libre-pensamiento. Precisamente el uso simbólico de lo “público” como elemento de dominación, de disuación presente en las militancias mal solapadas y las neutralidades mal equilibradas, se configura la inexistencia del otro afectivo, del otro pensante, del otro pasible de tener razón.

La ética como “modo de pusilanimidad”
o “ser-in-diferente”
Generalmente lo ético tiene poca incidencia en la vida íntima de los de a pié, empezando por los estudiantes de primaria y secundaria quienes tienen las aulas como centros de des-información y domesticación a los que se asiste para aprender técnicas de seducción de lo social; así mismo, el ciudadano corriente tiene poca tendencia a discutir o a intercambiar sus nociones de lo ético como posible y, en cambio, está atento a lo “moral” como elemento político de crítica para su acción y la de los demás, de ahí se deriva que los millones de colombianos que viven una vida “ética”, puesto que son los más que observan éticas de máximos y los menos que se preocupan por éticas de mínimos –más bien simplemente se centran en “circunstancias”- la viven en una ignorancia supina. Que los medios exalten al héroe que entrega la cartera olvidada en un taxi en contraste con el transeúnte que auxilia a un infartado en una calle, son apenas dos caras de una misma moneda casual en la que se combinan categorías de la teoría sociológica y del ser auténticamente humano. Así mismo, nuestra galería de personajes baluartes no deja de ser tan variopinta como exótica; así, El Pbro. Nazario Restrepo, hombre epónimo que dejó su impronta de hombre educador, altruista, activista servidor, escritor, periodista de la misma época en que la dualidad amigo-enemigo que aduce el profesor Mejía, se perdió por falta de riego de prestigio en la memoria colectiva y se reprodujo, en cambio, en la imagen cómica de “Nazario”, un orate cascarrabias y lascivo que fue popular en las calles de Manizales y luego se llamó “larga-la-polla”, “ñanga-ñanga” y una serie de personajes folklóricos que se convierten en símbolo mudo de la burla del poderoso sobre el ignorante. Claro, Camilo Torres Tenorio, tiene que ser una buena contraparte culta de Camilo Torres Restrepo quien dejó exacerbar su sentimiento de impotencia para cambiar el evangelio por el mensajero trepidante, cosa que en la orilla opuesta del gamonal o el “mayorengo” quedaría bien encubierta.
Así, pues, los ejemplos de la literatura vienen a ser muy desafortunados por cuanto degradan las virtudes artísticas que podrían defender las personalidades de sus autores y por ende el espejo simbólico en el que la nacionalidad se refleja –malamente, pero con intentos más o menos dignos-. El autor de Maqrroll tuvo una época oscura de presidiario y por cuenta irónica de la estafa de un miembro de la aristocracia bogotana a una multinacional (Esso). Gabriel García Márquez por su parte salió exiliado del país perseguido por supuestas conexiones revolucionarias en el gobierno de Alfonso López Michelsen y, sin embargo, supo granjearse la simpatía de los influyentes del mundo (los entresijos de sus capitulaciones y devaneos llegaran en poco tiempo a ser parte de la intriga y el rumor del único Nóbel que ha tenido el orgullo nacional) para llegar al sitio al que llegó secundado no sólo por la ironía escatológica de los miles que se asemejan al coronel, sino de la picaresca y la magia del negro “caliente” que consigue enfriarse a los modales de la pedancia encopetada.


***
 
LA GRAVE VISIÓN DE UN POETA DE LA CAPUL DE OBAMA
Me da muchísima pena con don Antonio Caballero, pero –y sin aún esclarecer a satisfacción el obscuro sentimiento de respeto que pienso todavía honra su apellido se debe a esa magnífica manera de combatirse a sí mismo que denota en su gusto toreril en el que la mezcla de plasticidad entre arte y muerte es una burla sagaz de la tragedia ajena, puesto que no es difícil decir de la lucha cuando se tiene todo a mano; si acaso sea simplemente porque pertenece a esa estirpe que aún se muestra capaz de manejar lo inmanejable de un pueblo que dio el salto de la ruana al Iphone o si es por la certeza que tengo de que, por una suerte de aristocracia metafísica que en connubio con el caprichoso resorte de la fortuna permite que individuos como Eduardo Escobar salgan avantes y hasta con desplante a un tumor cerebral grande y agresivo y que tiene que ver con gustos canabínicos mal informados–0 que diga no comprender la falta grave de gravitas de personajes tan supuestamente exigidos de ella como Barak Obama (que puede mostrarse con capul femenina ante una opinión ávida de razones para derruir íconos) o Hugo Chávez o Sarkozy (que pueden mostrarse como fuertes capeadores de la frivolidad vulgar). Y no es crea que se esté dando un tratamiento superficial a una palabra que como gravitas es más un concepto (la única razón por la cuál el uso de vocablos sofisticados no se ve como vulgar pedantismo) en el que no es fácil, sin antes estar persuadido de que implica ciertos rasgos de expresión que a la vez que muestran ocultan lo que sucede en el animus, que también es una forma de manejar las relaciones con el entorno y consigo, decir que es aquello por lo cual el sentimiento de autoridad se infunde en los otros, pues para eso bastarían los rostros gruñones, las actitudes repelentes, los odiosos enfados o las máscaras de muerto; no, lo que creo es que oculta, inoficiosamente, una carta bajo la manga, del mismo modo que la ocultan sus protagonistas, puesto que la farsa de hoy se juega sin antifaz, es decir, sin que los presupuestos regios que se interponían entre las clases por diferencias de virtus sean tenidos en cuenta, hoy la frivolidad es el ingrediente del juego (sin que por ello se pueda asegurar que las virtudes heroicas queden por fuera de las exigencias, no obstante que los cánones hoy son más flexibles). Pero para la frivolidad no se supone una eliminación de la importancia de la crítica, antes bien es saber escoger cuando la crítica es inocua y cuando saludable; y es aquí donde los ases se juegan, ya no por reparto azaroso, sino más bien por cálculos bien anticipados que muchas veces no necesitan de los asesores de imagen, veamos por qué:
Mientras esta mañana me solazaba por el camino con el sol tibio que refutaba a los meteorólogos (yo también caigo a cada rato en sus predicciones y llevo cobija donde debo llevar abanico) me crucé, en el preciso instante que hacía análisis de semántica fuzzy de la marihuana, con un cuarteto de adolescentes que se intercambiaban un gran tabaco de cannabis (casi que para manejar con horqueta) y alcancé a agarrar la siguientes frases: «Estamos en zona gonorrea. El que no esté en la jugada “paila”» y de inmediato mi coito con la idea de que n-c--bis casó perfecto con mira-eje-ana, mari–juana, que implica que trabarse es darse cuenta, girar en el eje de lo que gravita sobre la realidad, pero en clave de desinformación (siempre lo natural guardando sus secretos), puesto que siempre se nos evade esa realidad, o eso que agarramos para poderlo plasmar en caracteres legibles ¿acaso por qué la sensación corporal del deporte es similar a una embriaguez mental y muscular que permite ser compartida y comunicada y la sensación de algún sucedáneo es igual pero inefable, o al menos inintercambiable como el dolor personal?
Es por eso que don Antonio Caballero me hace dar pena, puesto que estoy seguro que el sabe bien que el individuo debe hacer ciertas concesiones a la realidad antes de hacerse cargo de su Yo y su talante, pues la realidad, ese visible pero inasible fantasma que se da mejor a quienes logran esa rara cosa llamada carisma y viceversa, no deja títere con cabeza. La verdadera gravitas de hoy es el  =agón = el certámen, del que propiamente no pueden hacer parte cualesquiera de los que no manejan su ícono primordial: el dinero, y aunque lo posean, pero no todo el que tiene dinero puede asistir a los mismos certámenes, pues, del mismo modo que los personajes Paris Hilton o Barak Obama asisten a certámenes por los cuales los hijos encubiertos bajo seudónimos de Pablo Escobar, no pueden asistir pero igual caminan por los peldaños de la misma escalera, así, los hijos de la lucha sin trascendencia suben escaleras que se pierden en rascacielos de confusión e infamia como pueblos de Babilonias inmemoriales.

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