lunes, 26 de febrero de 2018

EL MALDITO VICIO




El maldito vicio del desprecio yo te lo quito.

Todo; al destello orgasmo del pizzicatto

al gateo sordo del imán y la limadura,

al cambio de diapositiva de brillo torvo a ternura;

que te lo quito, te lo quito, el maldito vicio,

del desprecio el maldito vicio yo te lo quito.

Sol; a la encandilada sombra sobre la figura,

aunque sabes que te ama y que estás segura

el maldito vicio del desprecio yo te lo quito;

a la reconvención de tirar piedras al árbol

para robarle el fruto, el maldito vicio yo te lo quito

y lo hago mío, temblor; para que entiendas

que eres pobre solidaridad de reloj de arena

que sólo voltea a vivir la mirada justiciera del sino,

el maldito vicio del desprecio yo te lo quito.

Para que pagues la sonrisa que debes al guiño

del niño el maldito vicio del desprecio yo te lo quito.

Para que nombres de nuevo el mundo conmigo

en el absurdo sorprendido que te da verdad

el maldito vicio del desprecio yo te lo quito.

Para que sacudas el polvo estelar eterno de tu cerebro

el maldito vicio del desprecio yo te lo quito

para que te hagas crack en el juego del instante

te lo quito porque te lo quito, el tic maldito

del desprecio el maldito vicio te lo quito.

Para que sientas la endeble etiqueta en el polvo de los huesos

en la clase sin chequera el maldito vicio del desprecio te lo quito.

Con el vapor que meto en el tuétano sutil de tu vergüenza

el maldito vicio del desprecio yo te lo quito;

con la denuncia del pobre suelo de ciencia

en que medra tu girasol de pacotilla, en el diploma ridículo

de tu mala ortografía, en la liviandad blindada de club social

con los modales relamidos en servilismo exquisito,

del desprecio el maldito vicio yo te lo quito.

Metido en la falla de alto cilindraje de tu muerte sometida

el maldito vicio del desprecio yo te lo quito.


viernes, 23 de febrero de 2018

LECHE DE LA MUJER AMADA



Entonces, la leche de la mujer amada ¿había cumplido su función, hace mucho? Ahora todo cobraba sentido. Las imágenes se revolvían en su mente como una nebulosa en un flash back desordenado. El sueño de anoche, las volutas de humo asfixiante en un contexto inaprensible; no deberías.

El sol espléndido de los veranos repetidos pero siempre nuevos le golpeaba con fuerza, pero siendo nuevo no dolía, dolía la repetición, la rutina. Imaginó el subsuelo bajo el que ahora caminaba, un ala de concreto robada al abismo para dar paso al vértigo de la movilidad moderna de las autopistas; cuando se estaba entre la gente era bueno ir con tiento; pero cuando se iba entre las fieras... los turistas de la calle habían colonizado esas catacumbas para recoger los desechos de sentido que como cosechas de basura útil caían de las mesas de la dicha moderna: Sexo, drogas, rock-and-roll, comida barata y modos imitados del amor clásico reforzados con la catalítica velocidad de la química: Conservantes, retardantes de la oxidación, frutos de la tierra nacidos de semillas genéticamente modificadas; vitaminas sintéticas recién vencidas, grasas saturadas que demoran en adoptar el moho; y todos los metales, plásticos, joyas que habían perdido su valor estético. Pero la reputación y su subproducto: el amor verdadero -léase con arreglo-, las oportunidades, la serenidad eran moneda escasa. Ellos, los lúcidos sonámbulos de la realidad deberían estar sintiendo sus pasos sobre sus cabezas, por contra del zumbido de la locura que se pavoneaba bien controlada allá arriba y que intentaban reordenar a su modo. El mundo decente. Acaso imaginarían un Neo a partir de las cintas de VHS que recuperaban y veían en reproductores desechados conectados a energía que robaban de un Estado ufano de controlarlo todo; pequeños palacios de cloaca que en la noche dejaba salir a sus dueños en cuerpos astrales semiconscientes en sus cohetes de crack, y que tenían sus héroes y negocios metafísicos secretos. Si la autopista de la información seguía su trajín con muy pequeñas novedades en el frente, ¿por qué no se podría estar forjando la gran revolución de eones? Qué importa, yo también estoy muy loco, se dijo.

A decir verdad no le había gustado la leche que le dio ella a probar cuando nació su primer hijo. Esa aguasal dulcete tratando de copiar el color de las perlas. Cómo brotaba de los alvéolos del pezón como gotas de sudor producto de un esfuerzo maravilloso: El amor trabajando como la hierba en los cuatro estómagos de la vaca y el pezón cediendo al apremio de la mano generosa que le ponía el chorro en la boca.

Se había acostado con un apremio cardíaco que atribuía al dique de su tristeza, de su rabia. Ahora que estaba muriendo (la razón objetiva, médica, era una hipertensión pulmonar producto del continuo aspirar humo de leña en su niñez; pero era culpa acumulada en sus carnes adiposas, infladas de tiempo inane, angustiado, sin un cauce de promesa. La cobardía de enfrentar lo que se viene sin mimar tanto el deseo, el ideal) seguramente se había dado cuenta de que finalmente había perdido la guerra. La había ganado destilando su ponzoña de trabajar la mente y el sentimiento de los niños para sacarles el plasma del vínculo, pero ahora el viejo refrán cría cuervos... volvía a confirmarse. Me lo llevo conmigo. Eso debía pensar en sus noches angustiosas recibiendo la limosna de la bombona de oxigeno; decía que no dormía nada, pero en realidad ponía su cuerpo inútil, del mismo modo que ponía la gula del ocio del raciocinio a comerse todas sus posibilidades de confiar en su macho cuando aún podía unirse a su lucha, aferrado al débil hilo de la voluntad de seguir, a un lado, y se iba con su gaseoso inconsciente a deambular por los cielos astrales donde fantasmas, almas delirantes, demonios, almas inocentes, almas desalmadas bien armadas con el escudo de la intriga sólidamente en fuego forjada, todas por igual, llevando su misterio por esa senda evanescente que es el sueño.

Ahora se echaba bajo uno de los tantos parajes de pinos que solía visitar. A un lado, sentada en el dintel de la puerta para tomar el sol, vio a aquella muchacha deliciosa, esos senos que ya su mirada ávida y glauca había fotografiado; lo observaba a hurtadillas. Qué rico manjar: joven, bonita, con las huellas de la inocencia arrastrándose a los pies de la malicia. Pero estábamos en el mundo de la apariencia. No era difícil imaginar, sólo que para corroborar era preciso convocar a los delatores del gesto, del rictus, de la actitud. Su psicología no le fallaba. Como aquella vez en misa; siempre la veía llegar con ese padre maduro, airoso, pleno del donaire del macho alfa, del amante latino. Morena, de formas seductoras y gesto apasionado contenido en una expresión cohibida; unos diecinueve años. Todos los domingos llegaban en punto de sonar la campanilla; la misa del pueblo para el pueblo. Discretos; él con su hija del brazo y, atrás, la pobre mujer avejentada, renqueante. Pero hoy era día del padre y había llegado solo; cinco minutos después llegaba ella, también sola, con aire rencoroso, conflictiva y desafiante. Cuando él miró el rostro de despojo del crucificado vino la premisa: Cuando se institucionalice en una sola fecha el día del padre y el día del marido voy con usted del brazo. La maldita culpa de esos momentos en que el apremio de la carne joven se rinde a los arreos abandonados de la moral se retrataba somatizada en un eccema de rostro candoroso y confuso. Así la muchacha del dintel. Era navidad; vamos a hacer compras; mamá se queda en casa; ya no luce en tan bonita pareja; pero me tienes que comprar lo que te dije. Y en esa cara se asomaba ese nubarrón que impide a la inteligencia ser toda ella ante el espejo de la seguridad. Pero acaso los determinantes de la clase, del entorno, del sistema; había que ir con cuidado. Los casos se contaban como racimos, sotto vocce, los usos y los disimulos se habían sofisticado. Sacó de su mochila aquel libro, también le habló como si hubiese estado en el sueño. Mañana te cumpliré una cita. El verso que trataba de una cierta lotería del éxito en Dónde vagaré lo dejó pasar; su autor también era uno de esos delirantes con dinero. Lo imaginó llamándola desde una orilla cercana. Jhon Ashbery no cumplía seis meses de muerto.

Era increíble; al pasar por los dominios de los turistas todavía se estaba debatiendo con el dilema del despertar. En realidad la taquicardia era por el cigarrillo que después de veinte años había vuelto a saber rico conversando con la rabia y la tristeza; no era una solemne tontería, también la maraña de los humos tenía su lenguaje cuando se mezclaba con la sutileza del ambiente. Pasó junto a la escobita que se encargaba de mantener limpia la cuneta de la autopista. Ella también había sido escobita allá en la capital; en los malos tiempos que siguieron a los buenos cuando la ternura se afianzaba en los magros ingresos. Pero le tendió esa trampa que no quería verse como él le decía, si era necesario en un andén pero juntos con sus hijos y su amor. ¿Comprar vino, comprar cerveza; ron?, la maldita cerveza era más barata pero más dañina, la fermentación era más pobre que la destilación, cuestión de estilos: fe-re-tomen, elementos no digeridos, fermentos. Destilar era hundir el filo de las ganas en otra parte. Volvió a mirar a la muchacha. Sacó el objeto que la escobita no quiso barrer pero se puso a pensar en los poetas. Se supone que la misión de los poetas es develar el misterio por medio de sus composiciones oraculares, pero el poeta de hoy era otra cosa: Los genios que se dan silvestres como frutas dudosas no nos interesan; cuestiones de mercado, a menos que haya un interesante plan de negocios, un emprendimiento finamente articulado con las instituciones apropiadas. ¿Artefactos de dinero? Si, lo que usted diga. Buena suerte.

  • Créame que me siento muy contento de que esté mejor -le había dicho el día que fue a verla luego de enterarse de que estaba en cuidados intensivos. Ahora estaba en cuidados intermedios.
  • Gracias
  • lo que tiene que hacer usted es perdonarse a sí misma y, por mi parte, si es que yo le he causado algún daño, le pido perdón
  • Y, usted, ¿qué es de su vida? -se quedó mirándole con ojos evasivos. Él se decidió.
  • Mire que hay algo muy curioso. Haciendo cuentas de los tiempos en que yo empecé a decaer: me apareció una llaga en una pierna; una lora, como la llaman en su familia. Empezó como un pequeño rasguño y ahora mire – se levantó la pernera hasta la rodilla y dejó ver un eccema que se esforzaba en sanar. Se había confesado con el médico acerca de que tomaba la maldita agua del grifo que surtía un acueducto tomado de glaciares pero los malditos corruptos se gastaban el tratamiento en sus estúpidas orgías con queridas financieras y prostitutas sin mucho estilo, además que las ganancias de fermentar cebada con repollos en contenedores cuyos obreros se sentían explotados no daba muchos augurios de que las revoluciones intestinas no funcionaran viento en popa y unos antibióticos y metronidazol estaban haciendo lo correcto. Ay pero el sistema...
  • Me he estado preguntando si usted en medio de su desesperación, acaso inconscientemente quiere que yo también... Bueno, me estoy acordando de esa historia que me contó cuando eramos novios, la de la oveja que le daba cabezazos cuando usted era niña e intentaba meterla a palos por el camino. Usted se vengó de ella y la hizo matar hostigándola hasta que la embistió pero usted se escudó tras una roca.
Dos días atrás él había decidido botar aquella botella a la basura. Había estado por años engalanando la nevera con una espiga de la abundancia en su interior, por tierra habían metido sus hermanas cuando lo querían y no lo habían tampoco abandonado, las lentejas que se echan en los bolsillos y se regalan en noche vieja. Una de las mismas que días después del nacimiento de su hijo había llevado con la etiqueta de marca Liebfraumilch y la imagen de Beethoven para estimular la producción de leche.
Era una simple puntilla estriada. Pero ahora era una jota de acero. Demasiado sofisticada en el significante; por la fuerza había sido transformada de i en j que no se dejaba mantener en el suelo sino que elevaba su nariz a lo alto. Te admiro porque has arañado el mundo le dijo una vez cuando ya nada de los dos tenía esperanzas. Ahora podría servir de tirabuzón.

Cuando sacó del bolsillo de la camisa el cigarrillo, luego de comprar la botella de vino; la muchacha todavía no se cansaba de mirar a hurtadillas, vio que estaba descoyuntado a la altura del filtro. El filtro tenía una inscripción: RED EVD podría significar Red-en-ver-diferente y se estremeció porque cuando recogió el objeto no notó que la escoba tampoco había arrastrado mil fragmentos de vidrio color azul cobalto, coba-de-lo-alto, o color azul petróleo (insigth aún por determinar), la botella todavía no quería irse a fundir con lo indiferenciado, los múltiples puchos estripados en el cenicero del sueño.





miércoles, 21 de febrero de 2018

PRELUDIO DE EPOPEYA


Puesto que el plástico y la piedra mantenían un vínculo bastardo

por el cual se hace diferente el vínculo de mi país mental del país geográfico

lejos, tan lejos, ay, mi paraje prójimo, ese nudo de piedras que quiere ser nudo de víboras

y que empinado en las fauces del caimán, inconsciente volando en el humo del guarumo,

mi pobre Yo otro enmonstruado en los dientes del maíz,

mascándole a dentelladas el tabaco a su tatarabuelo maya, allá donde él acariciaba el corazón

cuando ya no servía para nada; ay, mi país al que nunca la madre europea ilustrada

en la arcilla noble le dio de mamar la borrachera plástica

solo el fado y la porcelana de oriente y el fardo, a-fe-que-ardo, de rabia estéril, moral

una cruz de fijar con clavos, no un homini luminis destellando los brazos de Leonardo

en todas direcciones, voló y no se ha dado cuenta, el gato no ha avisado del salto cuántico  

-ah, tiene que mamar el árbol su leche de espejos, colgados del estúpido clavo del tiempo-

pa'-sí mi pobre país aún no trabaja; hoy por mi solo, mañana por ti dice la boleta

ahora que hay cosecha de promesas y la subienda de lenguas boquea desesperada

la miasma de calma chicha y la pucha caída todavía se ofrece a bocas borrachas de ignorancia

el colmillo huérfano se lanza a inocular su veneno de hambre creyéndose unicornio

dándole palo al árbol de pan que ha de alimentarlo mañana

cuando los Yo abuelos hayamos enterrado la quinta generación dichosa soñada

atacando el mercado, la institución prostituta, le hace asonada a su madre

que ya tiene plante aunque no sea cortesana

y se llena las manos y la boca de gula lasciva

quiere devorar cada uno la fe-del-arco-putovoltaíco, FARC

que trabajó para todos en barro y balas por cincuenta años

¡Ay, mi país mental no se parece a tu derecha imitada! 

Hoy, país que está importando el país emputecido de Bolívar, para rescatarlo hermano,

piensa  en lo bien que barrió la pobre escoba Escobar que montada en su anaconda ideal

conquistó el reino del aquí y ahora levantando el polvo de la dicha; el reino mental

sin moral de código esclavo de un cielo de pacotilla ahora que el reino se llama dinero

donde se montan todos los tinglados de corte ecuánime y protocolo

y se coronan los reyes de rostro sereno que mueven en el corazón los hilos

que riegan la sangre en diferido y ponen a la culpa a trapearles el piso de los motivos razonables,

tan astutos como una fisura en el dique que ya dibuja la forma del agua,

dile tú a tu pobre país mental que empiece a mirar por probar de lo que hay nuevo

pero que no se abstenga del banquete: también a la abuela se le cuajó el huevo

cuando quería hacerle ponche al patrón y sin embargo se lo comieron;

dile que vote pero no como una basura; que arriesgue a tener que reconocer

que se limpió con el mantel mientras el anfitrión con la servilleta entre las piernas

se limpiaba con la sucia mano de la cortesía que no le daba para más allá de sí mismo

y su imperio lejano y fementido. 


MANCHA


(A un monumento de obra civil)


Viéndote la raya de la nalga

a través de un triste velo

y hacerte un poema con mil rayas

que no te hagan sonrojarte

antes bien, que te provoque deseos

de estar despatarrada, conmigo

en un paraje solitario

y que los elfos y los duendes y las hadas

nos sirvan con envidia sus cuencos de ambrosía

de la fuerza que no se acaba y cada vez más quiere;

ay, y tienes nombre, dueña de esa nalga

pero no te llamas Lucía -la ousía- ni  Rosa ni Cielo

ni Amanda, y aunque eres respetable y bella

te llamas Mancha y estás abandonada;

ostentando aroma a pis de vagabundo

pequeña mancha tan virginal como lasciva

emergiendo del mármol, monumento del triángulo

que venera el compás y el ojo del dólar

pero que además honra el misterio del cuerpo y la piedra

cuando todo era nada y fuiste siendo forma

para que nadie recuerde ni denoste de la inteligencia

de un Lleras Vargas o viceversa de la astucia de las nalgas

prostitutas astutas que aprendieron a hacerse cueva

donde el rayo guarda otra raya

del dios voluntad, ese paso avieso

en la memoria de las razas.


II
Mi papá, ese pobre bobo vivo, sabe

de las andanzas de tu abuelo

y mi oído que aún es virgen de sortilegios

tiene fresco el escozor delicioso 

de la raya de la nalga en los bajos fondos

del barrio Eduardo Santos

haciendo honor a mi nombre

con lacayos sin nómina en palacio;

hoy el defensor del pueblo mama de esa leche

y aún los Santos conservan esa aura

que lucirá en nuestras cabezas sin trauma. 




VIENTO


Ah, cómo me gusta el viento

destilándose su alcohol de multitudes

para irse luego a mostrar su nombre de nubes

y acaso derramarse en semen traslúcido

del que huyen como viejas gazmoñas;

yo, que al viento ya le he descubierto la coña

le digo: hey, infame hermandad de ponzoña

dejad que fragüe una cuenta decente

para que alguna vieja triste porque ya no le tiembla

ningún grillito cae ya en el punto aquel [la telaraña 

donde el sol se muere de ganas 

ay, bañarse en esa obscura agua.




Ah, cómo me gusta el viento borracho

tirándose a cuanto hueco encuentra 

y descansa amparado en su mole de seguridad, molicie

dicha pudriéndose sin mano de pensamiento que la embale

y la venda como mercancía apta para la felicidad

no como droga fácil para la decadencia;

ah, que el viento encienda el pucho de los poetas

de ahora les siga regalando su bohemia noche,

que les cubra de hollín el respiradero de la conciencia.



SIN TÍTULO


Por virtud de ese tiempo llamado historia

una tribu grande hace guerra en pro de la memoria

de un libro gordo que escribió -supuesto- un flaco vocablo

con ínfulas de enorme concepto

de lo que no se puede abarcar con la mirada

puro sentimiento, la fuerza de la palabra

cuando el verbo flotaba sobre las aguas

y se hizo adorar y perseguir el misterio

le llaman Dios a ese condominio paradisíaco

con dulces cabañas en el reino de cucaña

y, de corazón extravían la yunta en una piedra

me espera en la puerta como un milagro

dividido en muchas faldas largas y apetitosas

la fuerza de la palabra en su Atalaya

poesía de la paradoja para estultos

ay, el ojo del dios que es capaz de mirarme el ojo del culo

sin que yo sienta su satelital monóculo 

que sabe a acabo de poner separador en Ian McEwan

¡qué perdición! ese libro menor que intenta hablar 

de la fuerza de la humanidad

no de la humanidad de la fuerza

que no obstante comercia con la punta del arado

y sabe manejar la semilla de la culpa

tampoco sabe McEwan pero conecta

que el labriego debe cultivar

no la fuerza de la palabra sino la palabra de la fuerza

¡Ay, fruto tan duro!

pero progresa

martes, 20 de febrero de 2018

OPOSICIONES


Jugar al galanteo, ese pleonasmo

amar el cachondeo, esa contradicción;

y os gustan, oh bella

ambas caras de la moneda

el baño de oro de la indefinición

mientras el alma del cobre se debate

por hervirte el níquel

y ensartada la bandera en el asta

plantarla en el mostrador

SAINETE PARA UN CANTO RODADO



Como un canto rodado pateado
por niños saliendo de la escuela
una tregua en la guerra de las cosas serias
mientras el almuerzo; aguijón de malicia
es la única pelota que me tiras
y ya me la quita el hito
de una ironía más fiera.
Voy ¿cuándo te dice la piedra?
sólo cuando cae del cielo
si es benigna, con nombre de sorpresa;
ay, ya sabes
cuando te has ganado la lotería
de la tragedia
ni pío.
Pero ya que estamos
en el estadio de las desvergüenzas
¡mira, qué diestro el árbitro!
pasando gambetas de mano y guiño
a tus pelotas
como si fueran las tarjetas 
y los jueces de la decencia sacándote el juste 
y las bastoneras del prestigio, cómo animan
poniendo a especular la bolsa de valores
de la orqueta, qué arabescos, qué geometrías
qué lenguas de fuego acariciándote
las preseas de la miseria, esas guindas
de la torta que en las fauces de las hienas brillan...
Urgente, llamad a los gurús de la gentileza
qué no digan que el negocio se nos va a tierra 
Nos gustaba ese, nos gustaba ese
¡con todos los diablos! pues a joderse, 
a lamer y a lustrar si lo queréis
que el canto a metido autogol
metiéndose en una mierda.

¡Ah, no! preferimos a mamá en la nalga 
levantando monumento al discurso del zapato viejo


AMBIENTE



Parece bueno el ambiente
seco y de mirada torva
como si ya no hubiese forma
de hablar con los sacerdotes
            [del pan de la reunión.

El sentido popular de la moral 
                        [ya no alcanza
se van por el subsuelo las ofrendas
que dejaste torear sin negociar
un indulto de la dicha
que también tiene su casta
dicho sea de paso
¿Dónde están tus soldados?
Podrías pedir la piedad
de un trueno definitivo
o que ella te abrace con la toga fantasmal
que abre brecha en la carne trémula
del deseo sin que la abrigue
esa dulce dama de la razón
la fiesta es general
todo lo demás es accidente

martes, 13 de febrero de 2018

MICROPOEMAS



RELACIÓN

Una relación que comience así:
  • ¿Sabes lo que es meter el gato en el agua?
  • No.
  • Es cuando después de que me sonríes, yo meto mi mano debajo de tu nuca y empiezo a hablarte al oído.
  • Ah, y ¿a mi qué, si tu eres el que tiene el dedo sin uña? Y ese sí que hiere.
  • Pues, podría hacer que tu zarpa en mi espalda plantara su huella en el hall de la fama,
  • Hmm, de todas maneras, para entrar en el hall de la fama hay que pagar y eso sale muy caro.
  • No después que le hayamos erizado los pelos de envidia al público.


***
CAMBIO DE MONEDA

  • Oye, cambiemos de billete
  • ¿Cómo así?
  • Sí, el billete tuyo queda en el banco de la república, el mío en el reino de la libertad.
  • Ah, y ¿dónde queda eso?
***
MALOS ENTENDIDOS

  • Mamá, ¿cuándo vamos a quitar las luces de navidad?
  • Ésta tarde, si el haga nos da el decido.
  • ¡El hada!
  • Cuál hada ¡hágale a ver!, a montar ese nuevo número.


FÁBULA CON MONSTRUO


FÁBULA CON MONSTRUO

Entonces el mundo se tornó caos y desesperación. En los oídos resonaba un eco sordo. Todo temblaba a nuestro alrededor. A medida que todo se derrumbaba sin hacernos daño, sentíamos como pasos de un animal enorme, un monstruo. Cuando todo se acalló se escuchó en el aire una especie de plegaria: ruego porque le defiendas y le salves. Mirhoga no atendió la voz; espera, podríamos reconstruirlo y empezar de nuevo.

Cuando coronó aquella colina dijo para sí vaya , estoy exhausta pero que mundo más bello éste; qué colores, qué aromas, qué luz y qué horizonte, y se quedó profundamente dormida . Soñó que se encontraba a un mago que a la vez soñaba. El mago se encontraba con otra criatura y le decía ¿quieres conocer de qué están hechos los sueños? Y, ¿qué son los sueños? Contestó la criatura. Bueno, los sueños son aquel momento en que eres y no eres.

La criatura tomó aquel trago; era como aspirar una bocanada de aire. El mago le había dicho: Tendrás primero que aceptar que los sueños no son aquello que deseas encontrar sino aquello que sabes aprehender. De pronto se encontró delante de un valle enorme. Debajo corrían ríos impetuosos. No espejeaban como los ríos normales y cuando se los miraba parecía que un sol rojo profundo les diera su luz

  • Mira que estoy presa en tus caminos; te recorro y cada vez estoy en una parte tuya y en ninguna; parece que soy tu esclava.
  • Quién eres?
  • Me llamo Esperanza
  • Y, qué quieres de mí
  • Creo que quien quiere algo de mi eres tú.

Cuando despertó, la criatura se dijo, vaya, qué sueños más extraños he tenido, y qué criaturas más extrañas he soñado. Se sorprendió de lo nuevo que era el paisaje pero no estaba segura de conocer otro, sin embargo en su imaginación desfilaban áridos paisajes; arena y más arena, como desiertos. Veía siluetas de camellos y caravanas de beduinos o de seres con túnica y kufyya. Pero, se dijo, he de seguir mi camino.




El hombre se tumbó en su bosque de tréboles y flores nimias. Las había como tulipanes amarillos de Liliput y como violetas vergonzantes por no tener aroma. Abrió su mochila , sacó sus tapones y apagó el móvil; no quería que los carros, los aviones los ojos y las risas siguieran cantando su salmodia de soy más feliz. Cerró los ojos y vio como el rojo centelleaba entre sus párpados. Recordó que en aquel mismo lugar había presentido que aquello era un vórtice que llevaba a las antípodas. Murakami, aquella chica de un hotel que no existía y el encuentro de dos seres imposibles en el amor. A esta hora Murakami debía estar soñando. Recordó, además, el extraño suceso, hace mucho, allá en la excursión a los llanos orientales para festejar el seguro grado de bachiller. Habían llegado de noche; él había hecho el viaje en alcohol. Había bailado y se había propasado con la profesora en el sub, el bus. Decidió que haría toldo aparte y para lograr la estructura de la tienda había profanado las ramas de un arbusto. A la mañana se encontró con un chico sonriente y feliz que hacía una fiesta entre alas; le batían por los brazos, por la cabeza, por la espalda. Ja, de lo que se está perdiendo, le dijo mientras cogía una por sus alas enormes y la descogotaba, y se llevaba deleitoso su culo a la boca. Tome, es rico, le había dicho, son hormigas culonas; era fastidioso sentir como aquella masa se debatía en la lengua antes de hacerse mantequilla. Dos tardes después, despreciado por la osadía, la masa de los “normales” habían jugado con el balón del acaso versus la novedad en una cancha común; él se había ganado la atención y la simpatía de lo que había. Se embriagó de aguardiente de llano; aquello era como entrar en la raya esa que se forma en los monitores para enfermos cuando se supone que ya no están: el oleaje ardiente que se debate en los desfiladeros de la garganta hasta caer en la pradera del estómago; un sol plácido y veloz sumiendose en el horizonte de la conciencia. No se dejó seducir por aquella que le quiso enseñar el camino. Las últimas dos cosas que recordó fueron la luna llena y enorme que le llenaba de felicidad como un espejo que le devuelve a uno la imagen de lo que es pero no, como si le dijese, has saltado sobre tu sombra, y el alba tibia que le anunció que había dormido en un cementerio.



Mirhoga caminó y caminó, cruzó parajes de un verde indescriptible que se le hacían conocidos, luego se encontró entre una vorágine de azul petróleo a la que siguió una carretera de un naranja profundo, por momentos se encontraba con grises que se le parecían a la tierra de su mundo. Era como caminar por un enorme telar cuya trama jugaba a mezclar los colores en rayas verticales y horizontales. Hasta que se vio en una tierra rosa tenue llena de cráteres con algunos vahos entre húmedos y salobres, a veces eran picantes, otras francamente tóxicos. Vaya que temblaba en esa tierra; se sentían ruidos subterráneos subiendo y bajando; entonces se desesperó, ay, estoy perdida, no hay nada que conozca ni nadie quien me ayude, voy a enloquecer. Y comenzó a dar vueltas y vueltas sobre si misma absolutamente enloquecida: Soy una bebé, fuerzas de la vida y del conocimiento, favorecedme.

El hombre abrió los ojos. Allá, al frente, vio el vórtice que constituía una pasarela en espiral que confluye en un puente para peatones, no para carros ni para ríos. Una loca con estampa de niña llegó corriendo al inicio del puente tornillo; tomó, mirando a todos lados, hierba seca y otras basuras, se metió por entre los barrotes de protección; abajo estaba la ribera del río de verdad pero la caída en el sitio ideal para el nido era insalvable. La pobre debía de sentirse pájaro planeando en el aire de las angustias. Atravesó de nuevo la barda que la dejaba en carretera y se puso a dar vueltas sobre su eje.
Cuando el hombre cambió el foco, sobre el terreno donde se supone el compañero del cúbito en el envés del antebrazo debe ejercer su mandato, una hormiga bebé se debatía dando vueltas sobre sí misma. Pensó en aquella vez que una expedición de hormigas explorando las cercanías de su hormiguero, le corrían por las venas y le daban piquetes como si dijeran: dinos en que piensas, háblanos de la verdad; el lenguaje de tu sangre nos traducirá.
De pronto Mirhoga sintió un como vórtice de fuerza, como un dedo de luz arrebatador que se la aspiró de aquella tierra y la depositó en el verde; de nuevo a reconstruir el mundo.

P.S.: Cómo quiera que esta no es una fábula para niños, cada cual deberá desentrañar su moraleja



lunes, 12 de febrero de 2018

REDES


REDES
Esa mañana había trinado: “A ellas le gustaban atrevidos; pero resulta que a ellos también. Y como la timidez era una convención social, pocos sabían cuando sacar el conejo de la chistera”.

Él la conocía, ella lo conocía. Él sólo algún intercambio profesional con jerarquía tipo: “Dra., no sé si ese gato la quiera lo suficiente pero yo necesito que usted me recete esa droga”. La había hecho desarrugar el entrecejo y entregarle una sonrisa cuando le hizo caer en cuenta: “Ah, sí, si me quiere mucho y yo lo quiero a él pero las caricias de ellos en medio de su inocencia son a veces un poco rudas. No, mi mano no es bella y créame que eso no le conviene”. Al menos había arriesgado: “Yo te caigo bien; me caes bien, te favorezco”. Ella tanto como el refrán “No hay que creer en brujas pero que las hay, las hay”. Estaba convencido de que esa puta llamada reputación se cuidaba sola pero un puto más avezado llamado rumor envidioso se había encargado de deshacer su aura. Seropositivo.

Más tarde, cuando fue a la cafetería a saludar a María, con ese optimismo de los que se viven adentro, no afuera, le soltó el guión que había preparado. No, no tenía la intención de echársela al cogote, sólo ver cómo es que Cupido hace fluir su química de rosas y espinas para disimular que todavía está vivo. Al fin, que el condón puede detener los flechazos del amor.
  • Seguro que a usted sólo le gusta el reaggueton pero a ver si me adivina ésta “qué son esas ganas de venir a verte/como si me hablara una voz celeste/y yo que le digo pero si no es éste (se aseguró de que viera que se llevaba la mano a la bragueta)/el que a ella le gusta/ni el que le conviene...” . Pensó que quizás podría ella rimar la situación con un “Y grita muy fuerte/estoy comenzando”; pero, qué va, se alejó después de esgrimir un mohín de desconocimiento, meneando el rabo y cuando calculó ya estar lo suficientemente lejos melodizó “les conviene que amanezcan con machín/el mundo del mundo es el machín”. Pues el café se fue buscando alguna melodía para esa tonta del culo que no sabe nada.

Aparcó un alta gama color azabache. Quizás era marca gato porque entretanto él se quedó tratando de aventurar quien era el conductor y si su apariencia podría coincidir con su muy personal sabiduría de que el sistema estaba tan bien afianzado que ya podía indexar sus súbditos por las placas: NAR correspondía a narco; PEZ a sapo; CAE a pendiente. Ya se habían olvidado. ¿Acaso un año; tal vez un minuto en lontananza con minino? Los vidrios polarizados dejaron a bocajarro ese sol de sonrisa. Acaso había un mezclador de químicas más allá de las fórmulas por las que se refina el azúcar y sabía que ese amargor de lúpulo solitario combinaba con los preservativos Visa, Master Card y sabía que los dos sabían porque soltó sin quitarse el cinturón de seguridad “me podría llamar a la señora, por favor”. La señora del kiosco era dulce pero sabía poner la dignidad en “ni crea que le voy a servir hasta allá”. Mientras el timbre llevaba la razón después de atravesar la reja contra escapistas se alcanzó a fijar que la mano disimulada de ese rostro tan simétricamente imantado (¿no pues que la atracción se da entre contrarios?) se acomodaba el verde esperanza de la franela, vi-entre, mientras descansaba un poco el compás de las piernas. Me da, por favor, un embutido y un Trident® de melocotón. La señora asomó por la taquilla una vara de salchichón de esas que llaman burro. El mensajero estaba como hipnotizado, de modo que acercó el pedido hasta la bata blanca que yacía de copiloto. Ay, no qué pena, usted sabe... y apartó con la mirada el chamizo seco que le impedía enfocar el horizonte, así que...Montefrío® y, más bien una barra de Halls rojo. Cuando el hito fue a por la devolución se chocó con una jerigonza de mujeres haciendo muecas que un traductor que trabaja adivinando, del mismo modo que los gnósticos supieron encajar en el miedo el nombre de Dios tetragrammatón, tradujo eso tan lindo.

Muy educadamente entregó el pequeño paquete mientras la dueña del timbre enviaba la cuenta. Ah, ya, las pecas de muñeca disimuladas bajo polvos con escarcha son los electrones y neutrones luchando la armonía. Entonces, qué dijo, un pajarito trinándome dulcemente en el oído del ego esta tarde en el trabajo no sienta nada mal. El gato chismoso que se había asomado a la taquilla saltó rabioso por encima del aviso que decía Susuerte. El conductor enarcó los ojos en un gesto de asombro y desconcierto pero sin inmutarse contó monedas del panel de la caja de cambios. Mire, muchas gracias, ésto para la señora y esto por el insulto. Se sintió un truhán de esos de plaza de mercado que tiran monedas contra una pared mientras los neumáticos chirriaban.



Una semana después otro alta gama chirrió sus neumáticos junto a él en un lugar despoblado y un gorila sacó una mano por la ventanilla: Oiga, alguien que lo estima le manda esto -era una caja con una palmera y la marca Tahití- si quiere confiar en nosotros debe dejarse vendar los ojos y aceptar que tiene marido e hijos.