(A un monumento de obra civil)
Viéndote la raya de la nalga
a través de un triste velo
y hacerte un poema con mil rayas
que no te hagan sonrojarte
antes bien, que te provoque deseos
de estar despatarrada, conmigo
en un paraje solitario
y que los elfos y los duendes y las hadas
nos sirvan con envidia sus cuencos de ambrosía
de la fuerza que no se acaba y cada vez más quiere;
ay, y tienes nombre, dueña de esa nalga
pero no te llamas Lucía -la ousía- ni Rosa ni Cielo
ni Amanda, y aunque eres respetable y bella
te llamas Mancha y estás abandonada;
ostentando aroma a pis de vagabundo
pequeña mancha tan virginal como lasciva
emergiendo del mármol, monumento del triángulo
que venera el compás y el ojo del dólar
pero que además honra el misterio del cuerpo y la piedra
cuando todo era nada y fuiste siendo forma
para que nadie recuerde ni denoste de la inteligencia
de un Lleras Vargas o viceversa de la astucia de las nalgas
prostitutas astutas que aprendieron a hacerse cueva
donde el rayo guarda otra raya
del dios voluntad, ese paso avieso
en la memoria de las razas.
II
Mi papá, ese pobre bobo vivo, sabe
de las andanzas de tu abuelo
y mi oído que aún es virgen de sortilegios
tiene fresco el escozor delicioso
de la raya de la nalga en los bajos fondos
del barrio Eduardo Santos
haciendo honor a mi nombre
con lacayos sin nómina en palacio;
hoy el defensor del pueblo mama de esa leche
y aún los Santos conservan esa aura
que lucirá en nuestras cabezas sin trauma.
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